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PATRIA Y HUMANIDAD

Cultura

¿CÓMO SE CONSTRUYE UNA PARTE DE LA CULTURA UNDERGROUND?

¿CÓMO SE CONSTRUYE UNA PARTE DE LA CULTURA UNDERGROUND?

     

Por Carlos Tamayo Rodríguez

Presidente de la Unión de Escritores de Cuba en Las Tunas

El desarrollo tecnológico ha traído consigo la apertura de estudios y «estudios» de grabación, alternativos a los del Estado.

Actualmente se compone música en computadoras, con el auxilio de diferentes software; beneficio para cantantes urgidos de backgrounds. Al disponerse de recursos para grabar las voces y mezclarlas con la música, se completa el ciclo —simplificado— de una disquera doméstica. Si se carece de formación académica en esta materia, si no se tiene buen gusto estético para seleccionar las canciones que conformarán el disco, puede afectarse intelectualmente a quienes consumen esa mercancía, en estuches ilustrados con fotos de los cantantes o las orquestas; también con imágenes existentes en Internet: féminas en hilo dental, de espaldas…

La reproducción del producto musical, o audiovisual, requiere del quemador de discos compactos, que se  adquieren en las tiendas recaudadoras de divisa; la cantidad de copias depende de la demanda en el mercado por cuenta propia, o como regalías promocionales: demos, obsequiados en emisoras de radio o en centros donde el operador de audio es quien decide la música a escuchar.

Además, el vendedor de discos —figura legalizada— es parte contradictoria en la ilegalidad de un negocio en el cual los autores y compositores no cobran el dinero de sus derechos, establecidos en la desactualizada y aún vigente Ley 14, mientras la ONAT (organismo tributario, nota de Luis Sexto), el vendedor, y otros, sí se benefician.

He referido algo sabido: cómo se construye una parte de la cultura underground; así circula cualquier cantidad de canciones cubanas y extranjeras, buenas y malas, al margen de la oficialidad institucional; sin asesores literarios que revisen las letras, ni arreglistas, ni repertoristas, ni productores musicales calificados, ni musicólogos, ni censores que impidan la difusión de la subcultura.

Un voluntarismo acrítico promueve en espacios públicos y privados, por audios particulares o de empresas e instituciones culturales, aquellas producciones, y las de sellos discográficos reconocidos; «todo mezclado». Los CD que entran en la programación habitual, provenientes del proceso referido, obsequiados por sus creadores, tienen que ser analizados por una Comisión de Calidad que compruebe su valor artístico y decida su difusión o no. Los medios estatales tienen el objeto social de contribuir a la elevación del nivel cultural de la población, y jerarquizar las obras probadamente valiosas; se supone que, si las trasmiten la radio y la televisión, es porque son buenas.

Si se viola la Política Cultural de la Revolución Cubana —como sucedió en el referido caso del Chupi chupi en LUCAS, y antes en emisoras de radio—, ello repercute en los hogares; cuando algunos de los convivientes rechazan determinado género musical, y les piden a los otros que no los atormenten, la espada de Damocles cae con esta argumentación: si lo difunden en los medios del Estado, ¡cómo no lo vamos a poner en la casa!

Téngase en cuenta que actualmente una persona puede ser, en sí misma, una buena o mala suerte de entidad promotora de productos comunicativos, musicales y audiovisuales, por el simple intercambio en memoria flash, CD, envíos por correo electrónico, teléfono celular, la escucha en Walkman, Discman (ya fuera de moda), MP3, MP4, VHS, DVD, distintos modelos de reproductoras de radio, casetes y discos, computadora, computadora portátil, Ipod… y lo que está por inventarse…

Referida la «democracia informativa» con medios alternativos; quienes deciden qué se trasmite por la radio y la televisión cubanas deben estar claros de que nadie puede, anárquicamente, imponer su gusto y trasmitir solo la música de su preferencia, porque aquí los medios no son de empresarios particulares, sino del Estado. Valga esto también para toda clase de institución estatal utilizadora de la música.

 

"LA ROSA BLANCA": UNA APRECIACIÓN BENIGNA

"LA ROSA BLANCA": UNA APRECIACIÓN BENIGNA

 

Por Argelio Santiesteban

¿Recuerdan aquella vieja película del centenario martiano?

En el seno de la mascarada batistiana del Centenario, se funda la Compañía Películas Antillas S. A., con Francisco Ichaso (1) como presidente y Félix Lizaso (2) como tesorero. Objetivo: administrar --¡y de qué manera!—los 250 mil pesos descontados al proletariado cubano para la filmación de La Rosa Blanca.  

   Amadrinada por Marta Fernández de Batista, la película tuvo como director a Emilio El Indio Fernández, con guión de Mauricio Magdaleno, ambos mexicanos.

   Los primeros pecadillos antimartianos de Magdaleno databan de su Fulgor de Martí (3), pleno de florida verborrea y de inexactitudes históricas. Sobre Batista, alguna vez declaró: “Éramos amigos íntimos, yo le hablaba de tú”.

   El escándalo inicial lo motivó la nutrida presencia de actores y técnicos extranjeros, que desencadenó un boicot por parte de los organismos sindicales cubanos (4). (En aquellos encontronazos tendría protagonismo el siempre recordado Alejandro Lugo).

   Encarnó a Martí el actor Roberto Cañedo, quien pesaba cien libras más que el héroe cubano. Gigantón de seis pies, exhibía una cabellera que sólo dejaba a la vista medio dedo de frente. Por otra parte, su acento mexicano contradecía los testimonios de todos los que conocieron a Martí, quien, a pesar de su prolongada ausencia de la Isla, siempre habló como cubano. Fueron concluyentes al respecto, las declaraciones indignadas del coronel Ramón Garriga, ayudante de campo del Maestro (5). Además, en la actuación de Cañedo proliferaron las gesticulaciones de gañán y los bostezos.

   Menudearon las meteduras de pata de toda índole. Así, en la playita de Cajobabo desembarcan siete expedicionarios, no seis. Al llegar a tierra contemplan las luces de Santiago, salvando la diminuta dificultad de que entre el punto de desembarco y dicha ciudad se interponen respetables macizos montañosos. (Sierra de Mariana, Sierra del Maquey, Cordillera de la Gran Piedra).

   El atuendo de Martí en México es, según refleja el filme, traje a cuadros, y no su austera vestidura negra. Además, ya en campaña, Cañedo se endominga como un padrino de bautizo, olvidando que Martí en el Diario describe detalladamente su sobrio vestuario y su armamento.

   En la escena del penal, Don Mariano aparece con traje de dril 100, zapatos de dos tonos y jipijapa. Por otra parte, la caballería mambisa anda sobre monturas que son, a todas luces, de la Guardia Rural.

   El público no sabía si morirse de risa o de indignación, pues el actor que encarna a Maceo muestra una estampa menos viril que la esperada para el coloso broncíneo. Traía al cinto un arcabuz de la época de la Conquista.

   La niña guatemalteca, María García Granados, propone a Martí un pacto suicida, y el viejo general expresidente envía una pareja de soldados que secuestran al cubano, con el fin de que aclare sus intenciones con respecto a la muchachita.

   El periódico Avance le declaró la guerra a La Rosa Blanca pero un buen día, sin previo aviso, la película comenzó a ser calificada, en aquellas mismas planas, como suprema obra de arte y dechado de fidelidad histórica. Portentos que se consiguen untando con mantequilla las uñas del gato.

   Ante la repulsa popular provocada por la película, El Indio Fernández vociferó que los cubanos no sabíamos nada de Martí, y que sólo éramos capaces de hacer películas pornográficas. (6)

   El buen Paco Ichaso, poco después, se construyó una casona en Avenida Kohly número 169, entre 32 y 41, Alturas de El Vedado. El pueblo, siempre despierto e incisivo, bautizó a la residencia como “La Rosa Blanca” (7).   

   Ah, pero ahora resulta que el colega Jorge Smith Mesa, con un  más que benigno enfoque, rompe lanzas a favor de aquel engendro cinematográfico (8), según él objeto de una inmerecida maldición, y al cual es necesario “reivindicar y exorcizar”, pues en la realización han sido “respetuosos de la historia de Cuba”. Además, alega, se “logra acopiar lo más granado de la personalidad del luchador”. (Quizás se remite a la escena de la ruptura con Carmen Zayas Bazán, cuando Martí le dice a la esposa: “Vieja, siéntate”).

   Cosas veredes. (9)

                                          NOTAS:

(1) Francisco Ichaso y Macías (Cienfuegos, 1901-México, 1962): Brillante periodista y escritor, sus fulgores en estos campos no tuvieron contraparte en el mundo político. Abecedario, dirigió el órgano de prensa de tal organización fascistoide. Se radicó en México  tras el triunfo de la Revolución. Fue redactor del Diario de la Marina.

 (2) Félix Lizaso ((Pipián, 1891- Rhode Island, Estados Unidos, 1967). Escritor, crítico, periodista, antologista. Fue director-tesorero de la Editorial Trópico. Formó parte de la batistiana comisión oficial del Centenario. Desempeñó la dirección del Archivo Nacional, hasta el triunfo de la Revolución, cuando se marchó del país.

(3) Mauricio Magdalena: Fulgor de Martí, Ediciones Quetzal, México, 1940.

(4) El interesado encontrará abundante información,  sobre las polémicas alrededor de La Rosa Blanca, en Sala Martí, Biblioteca Nacional, C. 23, Recortes.

(5) En El Avance Criollo, noviembre 2, 1953.

(6) Emilio Fernández Romo (1904-1986), quizás el más famoso cineasta mexicano, director de medio centenar de filmes,  era capaz de cualquier cosa para llamar la atención sobre su persona, desde formar balaceras en los bares hasta declarar que él había enseñado a bailar a Rodolfo Valentino, o que había posado desnudo para que diseñaran la estatuilla del Oscar. Entonces, no ha de extrañarnos su declaración irrespetuosa.

(7) Su socio Lizaso era también muy apetente de pesos. En carta de junio 8 de 1943 se le insinuaba al doctor Antonio Bravo Acosta, ministro de Gobernación, para que le proveyera nada menos que un milloncejo con el cual filmar una película sobre Martí. Prometía emplearlo “como es debido”. (En el expediente 209 de l943, Ministerio de Gobernación, actualmente archivado en la Cinemateca de Cuba).

(8) Jorge Smith Mesa: “La Rosa Blanca, momentos de la vida de José Martí en la televisión cubana”, Portal Cubarte, febrero 8, 2012).

(9) No fue La Rosa Blanca el único caso de maltrato a la figura martiana en la pantalla grande. Hubo otros adefesios aquí filmados, como La que se murió de amor (1947) y Los zapaticos de rosa (1953). En la película norteamericana Santiago, Martí es un alcohólico obeso, que dirige la guerra desde su palacio en Haití.

 

 

 

"CASI GASTAMO UNA CAJA DE CONDONE"

"CASI GASTAMO UNA CAJA DE CONDONE"

Por Carlos Tamayo Rodríguez*

Por su interés y por la calidad del que firma, el titular de Patria y Humanidad reproduce este artículo que mantiene viva la polémica contra el mal gusto de cierta música

¿Alguien recuerda si, anteriormente en Cuba, hubo tantas opiniones divergentes sobre un subgénero musical? Me refiero a lo que sucede desde la entrada por el  éter del reguetón; luego llegaron los discos y casetes audiovisuales salidos de las cajas de la globalización acomodadas por Pandora, a centros recreativos, urbanos y rurales, y se apoderaron de la radio, la televisión, las discotecas, las casas de cultura, los rascacielos y los bohíos, hasta dejarlos casi sin música campesina.

En centros educacionales, playas y bases de campismo, universidades y cuarterías, los niños y las niñas, las y los adolescentes, hasta personas de la tercera edad,  y quizás más allá, danzan esa música fusión surgida en el reino de este mundo; a  lo mejor la misma que escuchan quienes ya se fueron para los otros: el supramundo en el cielo y el inframundo en el infierno, con reguetón,  en la salud y la enfermedad, en la pobreza y la riqueza, en la vida y la muerte, reguetón, para quien lo disfruta y lo defiende, para quien lo padece como tortura cada día, a toda hora, en los rincones de  nuestro archipiélago y del planeta azul espanto, reguetón..

Luego pasó a la ejecución en vivo por agrupaciones profesionales y de aficionados, comenzaron las grabaciones de discos por  quienes tienen acceso a ese soporte, y backgrounds destinados a  los que no pueden fundar una banda, y la abrumadora  reiteración del diskjockey.

Recuerdo una larga conversación con el manzanillero ilustre Wilfredo Pachy  Naranjo, director de la orquesta Original de Manzanillo, quien recientemente ha sido reconocido con el Premio Nacional de Música, cuando viajábamos  por la Carretera Central para asistir a una reunión del Consejo Nacional de la UNEAC, junto al eminente trombonista bayamés Augusto César Odio, el Emperador de la Música, director del cuarteto Metales en Concierto e integrante de la banda cubana Compacto. Pachy y Odio se referían  a los elementos morfológicos que han atrapado a los bailadores del ritmo al cual considero invasor, porque ha desplazado a otros reconocidos como parte de la identidad musical cubana, por el exceso de difusión acrítica; ambos se han mantenido fieles a la promoción de ritmos originarios de la cuenca del Cauto. Yo criticaba la pobreza de las letras.

 Amable lector, ¿te imaginas que ese ritmo ostinato continúe sonando otra década más en nuestros atormentados oídos,  con el desmedido volumen que nos acosa por todos lados? A este paso, los otorrinolaringólogos diagnosticarán sordera por reguetón y todos nos sentiremos como si fuéramos Beethoven al final de su carrera. Sin embargo, sordos de remate, no tendríamos que decodificar ciertos sintagmas versos que acompañan esa rítmica; para mí, algunos son  verdaderos ejemplos de lo peor que le ha ocurrido a la cultura cubana.

   Varias “voces” comparten esta avalancha de grosería que causa furor en cientos de miles de fans jóvenes y viejos:  Mira que pasa el tiempo /  como nos trae sorpresa / no sé cómo analizo y luego pienso /  que me falta sentimiento, /  yo soy el hijo ’e p_ _a / de este movimiento. (El Chacal)

   Un segmento del movimiento reguetonero  ofrece gajitos de marabú: Oye no me estrese, /  sácame la leche, /  abre la bodega /  que queda gente afuera. (Osmani García)

    Con espinas así: Tremenda noche, candelone con tostone, / hubo apretone y hubo chupone, / tremendo rato y una pila ’e posicione, / casi gastamo una caja de condone. (El Chacal y Kategoría 5)

    He aquí algunas muestras de lo más pegado y pagado, probablemente, en la historia de la música y de la economía cubanas. Nuestro pentagrama nunca escuchó chancletazos como estos.

    Asistentes a fiestas de reguetoneros me cuentan que cuando están bailando no entienden a los cantantes por la rapidez de las frases. A las mujeres les gritan que son unas locas   y entonces muchas se menean y remenean con una coreografía propia del reguetón, de movimientos pélvicos desenfrenados, como si estuvieran haciendo el acto sexual. ¿Recuerdas, lector, que en la colonia los españoles prohibieron el danzón porque lo percibieron como  un baile pornográfico? ¡El danzón pornográfico…!

   Pero, “no os asombréis de nada”, como dijo el poeta Manuel Navarro Luna. Los defensores a ultranza del reguetón como un todo, es decir, música y texto incluidos, deben haber visto el video  o escuchado el disco La Masacre*, del cual transcribo unas líneas provenientes de un lenguaje tropeloso, por momentos ininteligible al igual que la realización fonética en varios compases,  pertenecientes al realismo sucio:

   Hablado: ―Atención. Silencio. Comienza la ceremonia de La Masacre, para los presos números 7 y 13, nombrados Ramón La O y Javier Cedaño, acusados de regalar p_ _ _ _ í a  musical […]

   Cantado: Cumple que te veo patinando / que por educación no me voy a quedar callao, / ustedes son unos s_ _ _ _ o  /  y nadie me va a quitar, chama, /  lo que Dios me ha dao.

   Sobre las palabras transcritas con letras inicial y final, les recomiendo completarlas y,  a la vez, les pido que no se insulten: esas son las que cantan, para sus fans, con  gestualidad ofensiva: en actuaciones en vivo los cantantes se agarran los genitales y emiten sonidos guturales: Te ha dado por hacerte el mafioso / y tú no vas a ser na’ mentiroso / te faltan  c_ _ _ _ e mocoso. / Brinco, brinco, brinco. / / A nadie le pido rima / para subir a tarima / porque tengo lo que hace falta / y no me sale de la p_ _ _ a.  (El Chacal y Yakarta)

   Aquí no pueden faltar líneas de El chupi chupi, que en el concurso del programa LUCAS  (televisión cubana) logró seis nominaciones a premios: Dame un chupi chupi / que yo lo disfruti, / abre la bocuti, / y trágatelo tuti. //Dame un chupi chupi, /dale ponte cuqui, / y apaga la luqui / que se formó el balluqui. (Se repite seis veces durante la ejecución.)

   […] Póngase calentuqui mamuqui / pa q me chupe el platanuqui  /  ambran paso pa’ que chupe un poco / Sin jockey la niña está sin jockey / se baja el calentoki pa que papi se lo toqui / Chupi chupi chupi ma que se pone brava mama / Yo soy tu loco descarado, / el mal criado / yo sé que tú carece de lo que presume, / tú sabes que conmigo se te cae el blume. / Ve bajándote el ciper / te voy a quitar la ñique / te gusta mi meñique / yo te lo voy a meter […] (Osmani García) [Se ha respetado la cacografía.]

   Mientras caminaba por una pacífica calle cubana, en una reproductora de música, a todo volumen, se escuchaba la violencia: Te meto un palo por la cara, y más tarde: Mámameloconto. “No pasa nada, es la vida que pasa”, como dijo el poeta Eliseo Diego.  No martirizaré más a lectoras y lectores decentes con fragmentos de  la peor de las parcelas, la del mal reguetón. A Cuba la distingue la creación inteligente.

 (Ver también del propio autorel artículo titulado Esto es una masacre musical, en  www.tiempo21.cu)

 

EL PRESENTE SUPERA AL PASADO

EL PRESENTE SUPERA AL PASADO

Luis Sexto

Como por la historia andamos, todos cabemos

Casi al final de los días  en que se mezclaron alternativamente la devota euforia y la plegaria unciosa,   uno duda en componer la idea, el rasgo definitorio en una frase, una síntesis de los momentos durante los cuales la imagen  de la Virgen  de la Caridad del Cobre, no la original sino la conocida por Virgen Mambisa,  recorrió ciudades, poblados, bateyes y caseríos, y hospitales, prisiones y escuelas.

Desde su salida de Santiago de Cuba el 8 de agosto de 2010, todo consistió en un sucederse vertiginoso de muchedumbres que expresaban su fe en  Cristo mediante María. Una mirada común, superficial podría notar la repetición de los mismos actos, los mismos gestos, el mismo júbilo, las mismas lágrimas y las mismas palabras. Pero al mirar  desde el interior, desde ese ámbito inaccesible donde el alma lee la realidad latiendo en comunión con lo que no se ve con los ojos,  los actos repetidos alcanzan la dimensión de lo inédito, porque podemos decir que la peregrinación de la imagen de Nuestra Señora de la Caridad era, para cada uno de los participantes,  un acto único que revestía el gozo interior de la primera vez.  

Qué hemos visto, pues, más allá de la misma liturgia, de los mismos cánticos, en cada lugar donde la  imagen sagrada pasó recibiendo  la veneración de miles de cubanos de múltiple color, de culturas distintas, incluso de maneras diversas de creer o de practicar la fe católica. ¿No vimos acaso entre la muchedumbre las manifestaciones de una fe intensa, culta, o de una fe en que se mezclaban tradiciones sincréticas amalgamadas durante siglos en el mestizaje de colores, de culturas, ideas? Ante el concierto de voluntades claras, abiertas como el convocado  por el paso de la Madre de Jesús bajo la advocación de la Caridad del Cobre, cualquier diversidad implicaba necesariamente la unidad. La unidad en torno de la Patrona de Cuba que se transforma en símbolo de  un corazón que vigila amoroso, advierte maternal e implora clemente por el pueblo de Cuba.

Hay una visión que no puede envejecer en quienes la observaron: el Virgen-móvil -como lo nombró Monseñor Domingo Oropesa, obispo de Cienfuegos- rodando por el campo cubano bajo la comba azul y ardiente del cielo insular, y detrás los fieles, los mismos que se doblan sobre la tierra. Pasaba el móvil anunciado la buena nueva de la resurrección de nuestra fe, nuestra esperanza y nuestra  caridad  ligada en simbiosis civil con la solidaridad. 

Tampoco podremos olvidar  esta otra estampa, quizás la menos afortunada en apariencia y la más provechosa desde el punto de vista de las contradicciones providenciales. En San Miguel de los Baños, en la diócesis de Matanzas,  la imagen la Virgen Mambisa cayó al piso. Cayó desde la mesa delante de la cual  le cantaban sus hijos. ¡Oh, nuestra Madre dañada! ¡Oh, desgracia! Posiblemente ese era el sentir unánime. Y tocaba a los matanceros ser escenario de lo menos esperado y  nunca deseado. Pero en el propio pueblo  estaba la sanación de las  maderas sagradas, ahora como en naufragio. Y como el hallazgo de casi 400 años antes, en que la imagen flotaba sobre las aguas, expertos de la provincia, miembros de la asociación de artesanos artistas, fueron convocados y  la convirtieron nuevamente en el símbolo de la Madre más invocada y venerada de nuestra nación. 

Ese hecho, si lamentable, parece la metáfora  de que la posibilidad de recomponer a Cuba  y conciliar su diversidad en democracia e igualdad, sin exclusiones por creencias o por la ortodoxia del credo religioso o  político,  alienta en su mismo pueblo, en su capacidad de unir las maderas de  la lengua, la cultura, la justicia, la independencia y la fe. La causa de la nación partió también de un mestizaje en que confluyeron creyentes, masones, descreídos, religiones de origen africano, y cristianos. Si hubo un Luz y Caballero anticlerical, formador de patriotas en su colegio El Salvador,  también existió un Padre Varela que afrontó el exilio para evitar la ejecución de su condena  a muerte por España por abogar la libertad de los esclavos  y la independencia de Cuba y desde su periódico El Habanero fomentó la virtud laica del patriotismo y la actitud irreductible ante la colonia o la anexión. Si hubo masones fusilados, también sacerdotes insurrectos comparecieron ante el paredón. Si hubo un socialista como Carlos Baliño,  también a su lado  un Martí deísta enarboló la religión de la virtud y la cultura, como condición necesaria para ser libres. 

Ha sido largo el recorrido de nuestra nación. Y hoy, cuando tras muchos años de espera paciente, todos, todos los nombres de la geografía física de Cuba y la geografía espiritual fueron tocados por la imagen de la Caridad, nunca antes como ahora se observa en el horizonte la pervivencia de nuestra Cuba múltiple y unida. Al finalizar su bojeo, la Madre no ha sentido diferencia entre los brazos que la recibieron y aclamaron en el oriente y siguieron por el centro hasta  el occidente en Pinar del Río donde  comienza o termina el archipiélago, que es lo mismo en términos de nuestra insularidad surgida del  mar, y con Madre celestial hallada en el mar. Luego  y luego volvió sobre sus pasos para concluir en La Habana donde por ley de la civilidad se juntan los poderes y confluyen los caminos.

Uno, pues, mira hacia atrás y busca la síntesis de esa reedición inédita de cada momento, de cada plegaria, de cada lágrima, de cada propósito  de ser mejores amando a todos, a todos en la caridad. Uno busca. Y la caridad brota  -convertida en sinónimo de solidaridad- como palabra principal de esa síntesis en que se adhieren, no menos primordialmente, la fe y la esperanza. El presenta supera al pasado. Porque dentro de  la historia andamos. Y en la historia todos los que aman y fundan deben de caber. (Tomado de Progreso Semanal)



 

EL IMÁN DEL IMPOSIBLE

EL IMÁN DEL IMPOSIBLE

 Por Jesús Arencibia Lorenzo*

Palabras en la presentación del libro Nosotros que nos queremos tanto,en Pinar del Río, el 14 de diciembre de 2001.

 

Nada atrae más la intuición poética que las cumbres de lo inaccesible. Bécquer, que sabía algo de estas cosas lo dejó magistralmente dicho: mientras haya un lugar que al cálculo se resista, habrá poesía.

El Periodismo —borrador diario del gran poema del futuro— a veces no halla en sus agobiantes rutinas un espacio para la conquista de quimeras, para el desnudamiento público de tesoros lejanos mediante el bisturí de «la palabra precisa»; esto es, documentada y bella.

Acaso sea ese el primer y gran acierto del libro que hoy nos reúne: Partir de un mito, explorarlo en sus recónditas esencias y llegar nuevamente a él, para dejarlo allí, incólume al oído del corazón y del tiempo.

Pedro Junco, con sus magníficos 23 años, intocados por el óxido de la vejez, es el novio eterno de esta tierra, como Polo Montañez es su esposo maduro, un romance a deshora signado igualmente por el ángel trágico de la felicidad efímera.

Y ahora que escribo “efímera”, advierto la redundancia. ¿Qué felicidad no lo es? ¿Cuánto dura la dicha de un beso, el sol de una aventura, la caricia de una fuga? Pero al mismo tiempo, ¿cómo renunciar a imaginarlos perennes en el turbión de las penas diarias?

23 años tenía Pedrito. Y un talento. Y una vocación. Y un misterio. Su Nosotros, pieza redonda, magistral donde las haya, es el guión perfecto de un melodrama: pasión, intriga, ruptura inexplicada, y, más allá, para siempre, Amor, doloroso Amor irrenunciable.

Luis Sexto y Pedro Viñas, jóvenes maestros del oficio, conocen bien el paño de lágrimas que cortan. Y lo hacen con el asombro, la honestidad y el rigor que solo es dado a los buenos sastres de la prensa. Así, siguen el hilo invisible de la melodía; se detienen cada vez que resulta necesario en las puntadas de la historia; consultan los tejidos similares al que palpan; y empatan aquí, bordan allá, para develarnos las costuras de la leyenda.

Reportaje. Ese el único membrete que reclaman para su obra. No investigación musicológica, ni tratado academicista. Y hemos de recordar que en ese género se consuma el máximo escalón de la pirámide periodística, según confesara el colombiano Gabriel García Márquez, otro que conoce «el secreto profundo de la emoción». Reportaje, porque quienes escriben tienen la humildad de escuchar muchas voces para hallar la voz; porque admiten cuando una nota se les escapa del pentagrama; porque asumen el reto de nadar a contracorriente de prejuicios y edulcoraciones; y porque después trenzan en armonioso relato, sus desvelos más íntimos.

¿Cómo no emocionarse ante la canción trunca de una existencia? ¿Cómo evadir el milagro de una flor en la chata geografía de la cotidianidad? ¿Cuánto alentaba y pudo ser en el joven seductor que haría fiebre en las vitrolas? ¿Hasta dónde alcanza, para enamorar, la vida, y para encumbrar, la muerte? ¿Lo sabes tú, Julio Antonio Mella? ¿O acaso tú, Alberto Yarini?...

Preguntas. Preguntas. Y ahí está el otro gran mérito del libro. Nos deja más inquietudes que certezas y unas pocas certezas en hombros de muchas inquietudes.

Ya casi no digo más. Solo que cuando un manojo de páginas como las que Sexto y Viñas nos proponen —cosidas y cocidas por años y esmeros— conversa tan fluidamente con quien se les arrima, bien vale la pena escucharlas. No sé otros, pero Nosotros, que nos queremos tanto, no nos perderíamos esta travesía.

*Jesús Arencibia Lorenzo (1982). Poeta; periodista de Juventud Rebelde y profesor de la facultad de Comunicación Social de la Universidad de La Habana.

 

 

 

"NOSOTROS" EN LA MIRA

"NOSOTROS" EN LA MIRA

Por Juan A. Martínez de Osaba y Goenaga*

A propósito de la presentación del libro Nosotros que nos queremos tanto, efectuada el 14 de diciembre de 2011, en la sede de la Unión de Periodistas de Cuba en Pinar del Río.

Luis Sexto y Pedro Viñas Alfonso, son un par de viejos zorros del periodismo, que saben encontrar agujas en pajares y noticias donde las haya; o se puedan crear. Y ahí radica lo esencial de sus obras. Nada rehúyen ni escapa a sus pupilas afiladas en busca de horizontes poco o mal trillados, esenciales para localidades perdidas en la bruma y en aquellas donde la luz es más opaca por el bullicio. Ahora nos presentan una especie de océano en el desierto, porque la existencia azarosa, precoz y acelerada de Pedrito Junco, ha sido tratada, pero es bueno decirlo, sin la necesaria separación entre esencia y fenómeno, única forma de hallar la ciencia, al decir de Carlos Marx.

   En Nosotros que nos queremos tanto*, el lector enfrenta una nueva forma de decir acerca del bardo, aquel que con influencias románticas de varias latitudes, bien pudiera haberse erigido en nuestro Agustín Lara, porque llevó una carga enorme de sensibilidad musical, con letras capaces de hacer diana en corazones desamparados, hambrientos de amor y fe, venturas, desventuras, remembranzas de requiebros y, sobre todo, dolor, mucho dolor del bueno y del menos bueno, que solo almas enamoradas pueden ofrecer.

   Complace la entrada a los ocho capítulos, con letras de las canciones de Pedrito Junco, que abren la senda para llegar al Pinar del Río de la época, entre figuras entrañables como El Niño Rivera, Miguelito Cuní, Tebelio Rodríguez del Haya y su Comité Todo por Pinar del Río, el doctor Pedro González Batlle, y tantos otros, que surcaron el espacio vueltabajero para abrir sendas al futuro de las presentes generaciones. En ellas se anida como el más fuerte exponente universal y, para colmo, por una canción.

   He ahí la trama de este reportaje-novelístico-poético y narrativo, de exquisita factura. El libro sigue la huella de Nosotros. Escarba con lupa de orfebre los resquicios, para entregarnos un fresco literario inédito, más abarcador y, hasta donde ha sido posible, científico. Y digo hasta donde ha sido posible, porque son escasas y a veces poco fidedignas las fuentes primarias, como suele suceder con alguien que solo comenzó a vivir la tercera década de vida.

   Los hermanos Amado y Aldo Martínez Malo, con Pedro Junco: viaje a la memoria, y Pedro Junco, soy como soy, abrieron la senda. El primero, fiel y entrañable amigo, culto, profesor insigne de Educación Física en el Instituto de Segunda Enseñanza donde aquel había estudiado; él tuvo el placer inmenso, y así me lo confesó en más de una ocasión, de presentarle a María Victoria Mora, la mujer que, entre tantas, más amó el músico. Aldo era un niño y llevaba sus cartas de amor. Pero ellos, en ese par de libros que debemos leer para acercarnos a una personalidad tan entrañable, en su intimidad para amamantar el mito, no pudieron estudiarlo de la mano de la ciencia. Imposible, por serles tan cercano. Entonces nos llega este libro, con un manojo de criterios bien calzados y argumentos irrebatibles, que nos llevan de la mano hacia vericuetos poco conocidos de una vida preclara y disipada en corto espacio.

   En Nosotros que nos queremos tanto, los autores nos introducen en amores, desamores y sueños del compositor, de puño y letra y en la de aquellas que lo amaron, donde descollaron dos: María Victoria y Rosa América Cohalla, poetisa matancera que lo quiso con locura, un alma donde Pedrito encontró el consuelo de la confidencia sobre un amor imposible. Imbuidos en las vicisitudes del artista, echamos a un lado el dolor de aquella que supo, por encima de todo, serle sincera y amiga, aunque desgarrara su sensible corazón.

   Alguna vez Pedrito le escribió: “Tú sabes bien que hay ‘alguien’ que sobre todas me gusta y ansío, pero debes saber que algo en ti también me atrae, algo que realmente no puedo explicar, quizás sea lo sincera, lo buena, lo dulce…” Estremece aquella mujer echada a un lado por “alguien”, que el hombre de su vida prefirió. No obstante, fue capaz de responder: “Te dije que soy tan sincera, que a veces soy ruda…” Y a continuación, apartándose del mal momento, requiere: “¿No has escrito nada?...” Bello título de novela.

   Dos encrucijadas nos asaltan en esta obra: ¿Para quién Nosotros? Y la verdadera causa de muerte. Acaso, quizás, como afirman los autores, pudo ser una inspiración entre novelones, boleros y canciones, que dejaran desierta la ofrenda. Todo es posible en corazón sensible y apasionado de poeta. Ejemplos sobran en la desidia, el desamor, el renunciamiento, el dolor y la ignorancia, abundantes en boleros y la vida misma.

   ¿Acaso Pedrito se sintió morir? Paradojas disímiles acompañaron su vida, llena de dudas, cual Hamlet en su laberinto. No solo en Nosotros delinea amargura existencial. En Santuario, dedicada a María Victoria Mora Morales, profundiza en la imposibilidad de ese amor. “Llegaste, / cuando menos lo esperaba yo. / Porque el destino quiso que sufriera yo…”

   No pueden los autores, casi siete décadas después, darnos la última palabra, no la tienen, por las cosas de la vida y la trascendencia, pero nos acercan a una personalidad que salta del mito a la leyenda. ¿La dedicó a María Victoria? ¿A Rosa América? ¿Al resumen femenil de su vida? Pudo ser a una o la otra, o a todas. Queda al lector escoger destinataria. Acierto de este libro con campos expendidos.

   ¿Y la muerte? ¿Cómo, por qué, dónde, repercusión? En el capítulo final se dice la que hoy es última palabra, en Certificado de Defunción: “Pedro José Buenaventura de Jesús Junco Redondas, falleció a consecuencia de anoxemia, bronconeumonía…” Por consiguiente, hasta que se demuestre lo contrario, queda excluida la tuberculosis que alimenta el mito hasta nuestros días. Esclarecedor hallazgo de los investigadores.

   Por último, porque siempre es así, quisiera disentir: Extrañé la iconografía, necesaria en cualquier acercamiento biográfico. Y también un párrafo en la página 103, donde se afirma: “Podemos concluir, pues, que Pedro Junco solo sintió amor a su ego, a su espléndido sentido del Eros…”

   Faltaría acercarse a la Divina Providencia, si es posible, para descubrir hasta dónde puede amar el corazón de un hombre. Por la propia oferta de este libro, se puede constatar que Pedrito fue un eterno enamorado de la vida, de sus semejantes, familia, amistades y, sobre todo, del sexo opuesto, aunque bien se afirme que en una suerte de rebelión hacia su fe religiosa. Fue tan grande su amor, que en una canción recorre el mundo y, con ella, nos lleva de la mano a los pinareños y a todos los cubanos.

   Quisiera disculpen el atrevimiento, pero cumplo con amigos a quienes reverencio y deseo, cuando sea mayor, ser como ellos.  Mucho se hablará de este libro. Algunos saltarán, otros lo mimarán, pero nadie podrá soslayarlo. Y es batalla ganada para el villaclareño Luis y el vueltabajero Viñas.

 

*Juan Antonio. Martínez de Osaba y Goenaga, escritor, autor de numerosos libros sobre deportes, el último se titula Lazo, el rascacielos de Cuba.

 *Editorial Bablo de la Torriente Brau, La Habana,2011

 

 

CABALLEROS: ¡A ESTO LE RONCA LOS EPIPLONES!

CABALLEROS: ¡A ESTO LE RONCA LOS EPIPLONES!

Por ARGELIO SANTIESTEBAN
 

Conato de polémica que aparece en este blog, porque el que lo administra no vacila en tomar partido a favor de Santiesteban, un intelectual respetado por más de un libro, por más de un premio y por un corazón que no se vende en las carnicerías

 Decididamente, resulta espinoso hablar de sí mismo.
  Mucho más cuando uno se ha criado de la mano de Argelio Santiesteban
Senior –hombre del 26 de Julio, líder masónico, ser muy respetado en la
comunidad bautista--, quien era la humildad  con dos pies.
   Pero a veces no queda más remedio que ejercer tal desempeño, sobre
todo cuando se es objeto de gratuita agresión, pues, como me enseñó El
Viejo, uno no debe quedarse da´o.
   En una publicación de la Academia Peruana de la Lengua –que se
reproduce en Internet--  Aurora M. Camacho Barreiro, del cubano Instituto
de Literatura y Lingüística, la emprende contra mi diccionario (1) con
todos los hierros.
   En primer lugar, soy uno de los “aficionados a recopilar palabras”, o
sea, no me he graduado de lingüista en parte alguna. Y, en efecto,
pertenezco a esa espontánea tropa gloriosa que paró la oreja para
escuchar qué habla el pueblo. Como, por ejemplo, Esteban Pichardo –sólo
un infeliz cartógrafo--, con ese primer gran paso que fue su  Diccionario
provincial (2).  O Constantino Suárez, El Españolito –un cagatintas de la
prensa--  con el Vocabulario cubano(3). O Fernando Ortiz –un oscuro
jurista que escribía “glosas folklóricas”--,  quien nos regaló sus
catauros(4).
   Ninguno  matriculó en la Universidad Carolina o en la Lomonosov, para
que checos o soviéticos le enseñara qué significa guajiro, o
rebambaramba. De seguro ellos también incurrieron en “la falta de
sistematicidad, la perspectiva teórica errada” que la ilustre lingüista
le achaca a mi diccionario.
   Pero hay más. Mi libro intenta “ser ligero y desenfadado y utiliza una
cuerda humorística”, pecado mortal a los ojos de los académicos, para
quienes es imprescindible parir un ladrillo indigerible que además, al
ser masticado, sabe a estopa.
   Otra fue la opinión de aquel chispeante santiaguero, José Antonio
Portuondo, quien mucho se divertía con mi diccionario, y presidió el
jurado que le concedió el Premio de la Crítica, en su primera
convocatoria.
   Tampoco se le perdona a este miserable autor que cite, como apoyatura,
a escritores no cubanos, como Las Casas. Pero da la puñeterísima
casualidad –bien debe saberlo la erudita crítica--  que fue el dominico
sevillano quien primero dejó constancia de voces como hamaca, biajaca o
jutía.
   Otros pecados: doy rienda suelta a  la “subjetividad y valoraciones de
tipo personal”, lo cual hace que brote mi “ideología de forma
descontrolada”. O sea, hay que escribir como un fantasma, un ente
ectoplasmático, un no persona, un ser incoloro carente de criterios.
   Ah, pero aquí viene el crimen supremo: yo soy un macho oriental, y no
alguna otra cosa que esperaba mi despiadada crítica. Por eso despliego
una “mirada androcéntrica, machista, vulgar y hasta ofensiva”. La
compañera Camacho me pasa la cuenta por recoger en mi diccionario
expresiones que son, a todas luces, misóginas. Pero ya desde el Siglo de
Oro algún corrosivo clásico señalaba que no se debe culpar al espejo,
sino a la cara fea. Yo no inventé esas palabras y modismos. (Aunque me
esforzase, me sería imposible hablar en contra de esos seres etéreos que
tienen mucho de hospitalarios, como dijo Antonio Machado).
   En fin, comadres y compadres, no es tan grave ser agredido. Lo
imperdonable, lo que le ronca es que lo hagan con tanta torpeza.
   Al menos, mi fustigadora tuvo que reconocer en mi diccionario
una “extensa y valiosa recopilación de voces cubanas, la más completa
después del Léxico… de Rodríguez Herrera y la primera nacida en el
período revolucionario”.
   Quizás por eso hasta me perdone la vida, y me permita consumir un
buchito del oxígeno atmosférico mientras respiro.
(1)El habla popular cubana de hoy. Ciencias Sociales. La Habana. Tres
ediciones: 1982, 1982 y 1997.
(2)Diccionario provincial de voces cubanas. Imp. de la Real Marina.
Matanzas. 1836. Reeditado en 1849, 1862, 1875, 1953 y 1976.
(3)Vocabulario cubano. Librería Cervantes. La Habana. 1921.
(4) Un catauro de cubanismos. Apuntes lexicográficos. Extracto de la
Revista Bimestre Cubana. La Habana, 1923;  Glosario de afronegrismos.
Prólogo por Juan M. Dihigo. Imp. El Siglo XX. La Habana. 1924; Nuevo

 

GUAJIRO NO HABLA INGLÉS

GUAJIRO NO HABLA INGLÉS

Por Luis Sexto

La palabra guajiro tentó  mi inclinación indagadora, como si por primera vez reparara en un término que nombra mi origen y el de muchos cubanos. Soy guajiro, aunque no vista “calzón de dril y chamarreta”, ni monte en “una yegua trotona”  “por la orilla floreciente que baña el río de Yara”.  Lo soy porque nací en un pueblito de tierra adentro, y crecí deseando montar una carreta cuando pasaba tras el patio de casa hacia el trasbordador del ingenio. Busco por tanto el fluido seminal de este vocablo tan recurrente, pero se escabulle entre la maleza y la neblina de un tiempo que pocos pueden enlazar entre las trampas del análisis.

De dónde proviene guajiro. Y  porqué me preocupa ahora. Porque recientemente, durante una breve visita a Miami, una persona,  culta y honrada, me dijo que había leído que  el vocablo guajiro se había fundido en dos palabras inglesas, durante la guerra hispano cubana americana, en 1898.  Según esta información, guajiro es la síntesis de warhero, es decir, warhero cuya pronunciación viene a asemejarse a guajiro, y significa literalmente héroe de guerra. Según esa especulación etimológica,  así llamaban los soldados norteamericanos a los mambises, harapientos y casi desarmados luchadores por la independencia de Cuba.

Considerando el menosprecio de los  generales del ejército de ocupación estadounidense  hacia las fuerzas del Mayor general Calixto García, al negarles la entrada en Santiago de Cuba, dudo que los mambises fueran considerados warhero. Pero admitamos que entre los soldados de filas del Norte, pudo expresarse respeto y admiración por la abnegada efectividad combativa de soldados descalzos.

Inadmisible resulta, en cambio,  que se diga que los estadounidenses inventaron la palabra guajiro, como se afirma también que Cuba les debe la independencia. De lo último, existe un libro clásico de Emilio Roig que demuestra, que nada debió el Ejército Libertador a las “tropas americanas”. Más bien, estas deben la ayuda prestada por aquel para no terminar en sucesivos descalabros Y le debe, sobre todo, el haber intervenido para arrebatar la victoria a los independentistas.

En cuanto a la palabra guajiro, un solo argumento bastó. Caramba, le dije a mi interlocutor, Cirilo Villaverde escribió un relato con ese título: El guajiro,  muchos años antes de que se iniciara la guerra. El autor de Cecilia Valdés murió incluso, en 1894. Mas, si el dato sirvió para desechar la irresponsable teoría sobre el origen de una palabra ya existente en el léxico de Cuba, no me pareció suficiente. Y en una pronta ojeada por la literatura cubana del siglo XIX, surgieron estos testigos.

Francisco Pobeda y Armenteros,  nacido en 1796 y muerto a los  85 años,  compuso varias décimas tituladas  Descripción de los guajiros, y cita este término, además de en el título, en el cuerpo de su canto:  “Para pintar al guajiro/ con la mayor perfección,/ quiero hacer la distinción/ que en todas sus clases miro;/ escribir lo cierto aspiro/ , aunque mísero coplero,/ y la espinela prefiero/ al estilo altisonante,/ para que después me cante/ en la sabana el montero”. 

Domingo del Monte (1804-1853), una de los más influyentes intelectuales de la primera mitad del siglo XIX, ferviente instigador de una literatura sabia y criolla,  en el  tercer romance de El guajiro repite esta la palabra: “Tras la alta sierra de Cuzco/ ya sus rayos escondía/ el sol, y el gallardo Alfonso/ su raudo alazán ensilla. / Es el apuesto guajiro/. Honor de su patria, Alquízar, / y arrendador de los hatos/ del conde de Fernandina”.

Ramón Vélez Herrera (1809-1886)  también fija su sensibilidad en este personaje de los campos cubanos, y expresa en el romance  titulado La peleas de gallos: “Monta el bizarro guajiro/ un caballo de piel negra, / casco liso, fuerte pecho, / ojos vivos, crin espesa…’

Por fuerza he de citar quizás al más guajiro de los poetas cubanos del siglo XIX, Juan Cristóbal Nápoles Fajardo, el Cucalambé famoso, oriundo de Las Tunas, que con apenas 40 años desapareció en 1862  sin haberse averiguado hasta hoy la causa de su muerte o su destino  minutos después de que lo vieran por última vez... En un soneto con olor  y color entrañables de hierba y luz cubanas, describe a Mi guajira  y canta: “Cuando en los prados de mi Cuba hermosa/ mi guajira gentil llena su falda/ de frescas hojas de jazmín y gualda, / para jugar con ellas primorosa…”  Y el último terceto resume: “Los guajiros adóranla de hinojos, /  y yo embriagado de pasión vehemente, / de amor me abrazo a sus divinos ojos”.

 Las citas excusan de cualquier otra búsqueda. Quizás faltaría precisar el el étimo exacto y ubicar la primera vez que un documento literario cubano la empleó. Quede, sin embargo,  para un propósito futuro. Por ahora hemos de terminar consultando el Diccionario provincial casi razonado de vozes y frases cubanas, de Esteban Pichardo y Tapia.  Nacido en 1791, en Santiago de los Caballeros, actual  República Dominicana, y llegado a Cuba en brazos de sus padres durante 1801,  articuló, sin ser lingüista,  lo que los expertos llaman “la primera recopilación sistemática dentro de la lexicografía latinoamericana”.  Fue más bien geógrafo, además de poeta,  pero el perfil de su inteligencia no se ciño a la especialidad que lo distinguía. En la entrada correspondiente a guajiro, guajira, Pichardo expone: “Según autores, entre los indios de Yucatán significa Señor. En Chile se llama Guaso al campesino.  Un Yucateco fidedigno  me asegura que hoy en Yucatán no se usa tal vocablo, mientras que en la Isla de Cuba, principalmente en la parte occidental es mui común y distinta su significación. Aquí Guajiro es sinónimo de Campesino, esto es, la persona dedicada al campo con absoluta  residencia en él, y como tal usa el vestido, las maneras y demás particularidades de los de su clase”. 

Pichardo es minucioso en la descripción del guajiro, y remata con esta definición: “Este es el Guajiro, el hombre peculiar de la Isla de Cuba, que bien merece ser descrito con alguna extensión”. Y señala que en otras regiones de Cuba dicen también Montuno.

La edición príncipe del  diccionario de Pichardo se compuso e imprimió en Matanzas, durante 1836. Aún vivo su autor, mereció en total, cuatro ediciones;  la última en 1875. Y con estas fechas y definiciones, la especie de que guajiro habla inglés queda, y posiblemente no por primera vez, como otra derrota de las fuerzas de intervención en 1898.