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PATRIA Y HUMANIDAD

Cultura

SI BREVE...

SI BREVE...

  Luis Sexto

 

   En su libro titulado en español Mientras escribo, el novelista estadounidense Stephen King revela secretos  y opiniones  del oficio de escribir. Yo recomiendo, si algunas vez lo encuentran en los cristales de Internet, que bajen a Mientras escribo  porque  King,  a veces condenado en las enciclopedias a ser sobre todo autor de novelas de terror, expresa juicios muy atinados acerca de las trampas de la literatura.

   Lo primero que nos explica en las primeras páginas de Mientras escribo es que ha escrito un texto breve. Según argumenta,  a la mayoría de los libros sobre la intimidad de la escritura les sobra paja y tonterías.  La edición española, que un amigo me envió  por correo electrónico, cuenta 111 páginas. Y Stephen King, cerró tanto grilletes en sus manos, fue tan avaro en cuartillas, porque, confiesa,  a menos páginas, poca hierba seca. Y para eliminar la paja de un libro, hay que cumplir una regla, una regla entre otras: omitir palabras innecesarias. Voy a intentarlo, prometía. Y ya dije que  en Mientras escribo sólo llenó 111 páginas.

   Uno, si fuese escritor, pensaría en las recomendaciones de Stefen King. Y se preguntaría. Qué es mejor. Un libro largo o un libro breve. Tal vez, alguno diga: esa opción debe de estar condicionada por las necesidades del asunto o tema. Un proyecto literario orgánico, digamos una novela, puede requerir de muchas páginas. Otros, tal vez, necesiten menor volumen. Pero imprescindible es que el espacio se justifique por el interés, aunque se explaye, y sobre todo, que el enunciado se distinga por la concisión y la síntesis. Sólo las palabras necesarias, y el contenido en su esencia. Desde luego, el volumen de un libro puede estar también condicionado por el dinero. Si la editorial paga por el número de cuartillas, posiblemente este o aquel autor estire su historia o su asunto hasta más allá de lo recomendable, y por ello rellene con yerba seca sus capítulos, incluidos los circunloquios, los diálogos sin sentido, y las descripciones parásitas.

   Los lectores, al menos los atentos, se percatarán del fraude. Cuando uno salta páginas tras páginas buscando empatarse con lo sustancioso,  es porque la  cáscara de arroz ha pavimentado algunos tramos de la obra.  Aclaremos, en  cierta época, en particular a inicios de haberse inventado la imprenta, la tirada de un libro debía estar justificada por el grosor.

    En esos tiempos del siglo XVI y XVII, costaba tanto esfuerzo y recursos imprimir que hasta Miguel de Cervantes tuvo que rellenar a El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha con aventuras extrañas. Como sabemos, muchas páginas de más recibieron la visa de Cervantes en su obra principal. Y si a pesar del relleno, Don Quijote continúa cabalgando sobre Rocinante, ello significa que  este libro posee una esencia y una existencia inclaudicables.

 

(Texto de la sección Al pie de las letras, del programa Epigramas, que trasmite cada día, a la 1 pm, Radio Progreso.)

LA FIEBRE DEL LIBRO NO MATA

 Luis Sexto

   Como muchos, me parezco a aquel personaje de Rubén Darío, en “El pájaro azul”, que sufría ante un anaquel de libros deseando poseerlos todos. Y aunque no puedo decir con Rilke que he leído mucho, algunos libros me acompañan desde los 16 años. Por sus títulos puedo precisar los días cruciales de mi existencia.

    Leí al Juan Cristóbal a los veinte. Entonces me rebelaba contra una educación familiar inflexible, quietista, desgarradora. Cruz y raya, peso y límite. Y leí Adiós a las armas cuando afrontaba la primera e inevitable frustración de amor. Recuerdo el último párrafo. Terminé la lectura con una punzada en el lado cordial del pecho. Quizás por la intensidad emocional de la novela. O porque al igual que el teniente Henry, me despedía de la mujer amada como si dijera adiós a una estatua.

   Ambos libros fueron psicólogos que colaboraron en mi curación, revelándome en el código de las parábolas el modo en el que ellos actuaban en circunstancias semejantes. Nunca he leído por placer. El placer va implícito, soterrado, en la comunión del papel y los ojos. Leo para hacerme hombre. Lectura a lectura. Y con ese empeño elijo mis libros y los conservo en mi biblioteca. Y los manoseo.

   A mamá le inquietaban aquellos libros que poco a poco iban congregándose en la sala. Polvo. Cucarachas... ¡Hijo! Y le angustiaba mi desaforado apego a la lectura. Sobre todo los domingos, cuando las sesiones comenzaban a la misma hora que los programas infantiles de la Televisión. Temía que yo enloqueciera.

   ¡Mamá! ¡Qué cosas!

   Ella desconocía que la locura de los libros es un empezar a ser cuerdos. Porque sólo cuando uno está loco así, intenta ordenar lo revuelto. Don Alonso Quijano perdió los frenos leyendo. Y salió a los caminos disfrazado de héroe para vengar insultos, devolver palizas. Y convertir aldeanas en princesas. Ese acto de trocar a Aldonza Lorenzo, apestada con el ajo y el humo de cocina pobre, en una señora de castillo y caballero, me parece la gesta más perdurable de Don Quijote. Con ella reivindicó el ideal. Salvó la magia del sueño. Descabezó diferencias. Porque lo habitual es que no haya demasiados varones decididos a ser magos. Ni tantas mujeres dispuestas a mudar de vestidos en la copa de un sombrero.

   Ya mi biblioteca, subdesarrolladamente doméstica, reclama un inventario discriminador. Pero intuyo que no podré. No me alcanzaría el local de acero que, para preservar la cultura humana de una demolición atómica, recomendó construir el paradójico, incisivo y a veces un tanto ingenuo Giovanni Papini en su Libro negro. Son tantos los que deseo retener. Ni podría seleccionar qué títulos echaría en una mochila, con capacidad para 10 volúmenes, si eligiera vivir en una isla desierta. Mis libros simbolizan momentos, suspiros, que deseo memorizar en el fetiche palpable de un objeto.

   Pero algo más me lo impide. Cuando veo libros se me extravía la cordura. Me vuelvo ambicioso. Abro los brazos. Los quiero todos. Y un creyón de tristeza me emborrona la cara. Porque entonces lamento que mi dinero no proceda de Las mil y una noches. De todos modos, seguiré leyendo. La fiebre de libros no mata.

EL LIBRO DE LOS QUE NUNCA MUEREN

EL LIBRO DE LOS QUE NUNCA MUEREN

Luis Sexto

 

   Juan Antonio Martínez de Osaba  ingresa un nuevo título en su ya abultada bibliografía. Y con este nuevo libro titulado Inmortales del beisbol cubano, Juanito, más que Martínez de Osaba, es Martínez Osa, quiero decir, que “osa”, que su osadía sigue desafiando el tiempo y continúa acumulando méritos como historiador del deporte.

   Martínez de Osaba es admirable como ser humano: cordial, generoso, y sobre todo dedicado al trabajo, prueba ejemplar de su generosidad. Como escritor que es, además de profesor, permanece doblado muchas horas del día sobre el teclado o sobre antiguos periódicos o raros libros buscando el dato para sus proyectos.

   Ahora, con Inmortales del beisbol cubano, publicado con el sello de Hermanos Loynaz, y recién presentado en la Feria Internacional de Libro de La Habana,  ofrece a los  aficionados a la pelota, un volumen, profusamente ilustrado, de unas 260 páginas, que sintetiza, en rasgos cualitativos, la crónica o la historia beisbolera de nuestro país. No dudo de que algún conocedor pueda añadir algún nombre más a esta vitrina de letras y papel; vitrina de una especie de "salón de la fama" creado desde la literatura sobre el beisbol.

    Desde luego, Martínez de Osaba -nacido en Pinar del Río en 1947- no ahíla nombres a capricho o según el parecer personal. Su relación parte del momento en que los peloteros que aparecen en este libro inscribieron su nombre y plasmaron su rostro, unos en el salón de la fama abierto en los Estados Unidos, y otros bajo el techo de los fundados en Cuba, incluido el último,  en 2014.

   Además, cada pelotero calimbado con el título de “inmortal”,  descansa  en este libro sobre la base de sus hechos, y sobre juicios especializados, entre estos los del propio Osaba, que legitiman la exaltación al terreno paradisiaco de los que no mueren en el beisbol. Esto es, siguen vigentes ejemplificando cómo se ha  de jugar a la pelota para perpetuarse en la memoria de la conciencia nacional.

   Aquí, en Inmortales del beisbol cubano, el lector hallará nombres muy conocidos, y se topará, al menos el lector menos avezado en las interioridades del diamante,  con jugadores no tan mencionados hoy. Por supuesto, cada personaje, como ya dije, está justificado, no sólo con el brillo del salón de la fama, de aquí o de allá, sino por las cifras conquistadas con el bate, el guante o la bola. Pero tantos números se reaniman mediante la alquimia de la vida que distribuyen los textos de índole biográfica con que Martínez Osaba enriquece su obra.

   Osaba sabé qué le interesa al lector y cómo entregárselo.

   En fin, a mi me placen los libros de Juan Antonio Martínez de Osaba y Goenaga. Este ex pelotero, que “generosamente” le cedió la segunda base a Urquiola en un equipo pinareño, tiene el derecho a lanzar nueve innings, o a ser cuarto bate en la novena de los historiadores.  

   Amigos: Mi última recomendación: Inmortales del beisbol cubano es un volumen que, después de leído, uno debe conservar entre los textos de consulta.

EMOCIONO, CONMUEVO, LUEGO CRONICO

EMOCIONO, CONMUEVO, LUEGO CRONICO

                                  Luis Sexto y Julio Acanda comparten la emoción de una crónica. /Foto: Ismary

 

Por Ismary Barcia Leyva

   Luis Sexto fue uno de mis profesores de crónica. Hace más tiempo del que quisiera estuvo frente a mí en las aulas de la Facultad de Periodismo de la Universidad de La Habana.

   Julio Acanda nunca me ha dado clases, en el sentido literalmente académico, pero mis condiscípulos y yo no faltábamos a sus pedagógicos reportes desde la Isla de la Juventud y luego “Al Mediodía”, el noticiario vespertino que sentó academia y aún es referente inalcanzado.

   Sexto nos enseñó que la crónica es la forma inspirada, personal y por ello única de narrar un suceso, sin endulzamientos innecesarios, “concisa y sintética, que no son los mismo aunque se parezca. La síntesis es dar la esencia del fenómeno, y la concisión es hacerlo con el menor número de elementos expresivos”.

  Acanda mostraba con cada entrega televisiva, auténticas puestas en escena, el poder de seducción de una buena historia en pocos minutos.

  Durante las sesiones teóricas del XI Encuentro Nacional de la Crónica, ambos profesores regresaron al ejercicio académico anual al que los convoca la Unión de Periodistas en Cienfuegos.

   Acanda narró con su lenguaje innato, imágenes y sonidos, la obra inmensa de Alicia Alonso, desde un punto de vista peculiar: detrás del escenario, y lo hizo de forma sucinta, extractadamente.

  Sexto sentenció que la crónica que hace sentir y llorar, por su alto valor estético perdura, más allá de fusiones de géneros y de tendencias clasificatorias, tan disímiles de la época en que fuera mi profesor por nómina, hace más tiempo del que quisiéramos…

   Para Julio la crónica será lo que conserven de nosotros los espectadores- lectores del futuro urgidos por la vertiginosa vida moderna. Con 45 años de entrenamiento periodístico, Luis reconoce que es la preferida de las audiencias porque la emoción la define y “a través de ella se conmueve; y quien se conmueve, está presto a convencerse”.

   “Es lo que hacía Martí cuando escribía una carta, ¿Cómo le ofrece a Máximo Gómez alejado por recelos y diferencias, la jefatura del Ejército Libertador para reiniciar la contienda de 1895, en una carta que es una pieza antológica del uso de la emoción para convencer a un hombre? ‘Yo ofrezco a Vd., sin temor de negativa, este nuevo trabajo, hoy que no tengo más remuneración que brindarle que el placer de su sacrificio y la ingratitud probable de los hombres (…)’ Después de esa palabras, sólo se podía responder, dígame usted dónde me pongo. Esa es la emoción que despierta una crónica”.

   Fue una clase de esas de las que uno no se escabulle ni quiere que la concluya el timbre.

   Luego de esta charla vespertina que acogió el Centro Cultural Benny Moré, los jóvenes, mayoría entre los finalistas de esta edición del concurso, fueron hacia el cementerio de Reina, a rendirle honores a Miguel Ángel de la Torre, cultor del género que nos inspira aún a un siglo de distancia existencial.

   Iban aprehendiendo la fórmula infalible de Acanda-Sexto: emociono, conmuevo, luego cronico.

(Tomado del periódico 5 de Septiembre, de Cienfuegos, 11 de diciembre de 2016)

NOTA: Por mi parte, como titular de este blog, sólo puedo bajar la cabeza y dar las gracias por tan generosa opinión. Acanda haría suya y nuestra esta manifestación de gratitud.

AY, LAS PALMAS...

AY, LAS PALMAS...

Luis Sexto - @Sexto_Luis

Paisaje de  Omar Díaz Guadarrama.

   Todavía hay palmas… Esta última semana viajé por carretera hasta Camagüey, y a pesar de que el ómnibus va adoptando en sus asientos la crueldad de un potro de tormento, la carretera facilita redescubrir la periferia del paisaje. Sobre todo si uno ha llevado para releer una antología de la poesía colonial y los diecinueve autores escogidos invocan, evocan o describen las líneas y los colores de la naturaleza cubana, con el fervor con que  se mira lo único y lo vital.

   Al levantar la vista, el viajero redescubre que el paisaje aún existe, aunque la poesía actual ya no lo nombre explícitamente como aquellos versos de los siglos XVIII y XIX, en que las visiones naturales simbolizaban el embrionario sentimiento de la cubanía. Y existen, en particular, las palmas. Las palmas, el detalle más frecuente y sintetizador de la poética criolla y luego cubana. Árboles recurrentes que en la llanura o las laderas semejan sílfides guajiras con sus melenas echadas al viento en un vapuleo de aquelarre, de sainete mágico,  bajo el cielo purísimo que la nostalgia  de José María Heredia vislumbró desde el Niágara.  Palma,  “vegetal arquitectura”, según Ángel Gaztelu, y que en voz de Gastón Baquero “detiene humildemente el cielo”, y a cuyo lado  la vida del hombre discurre mansamente, de acuerdo con el decir de Alfonso Hernández Catá.

   Más de 80 especies de palmas endémicas proliferan en los campos de Cuba, pero ninguna destaca por su abundancia y esplendor como la palma real, la Roystonea regia de los botánicos. Regia, porque, altiva, a la manera de un monarca, solo el rayo puede alcanzarla cuando su tronco de palillo de dientes se dispara hacia arriba hasta 20 ó 30 metros. Y si el hombre llega a tocarle las hojas -tan largas como las aspas de los molinos del Quijote- para empenachar un bohío, o para cortar el palmiche o desenrollar la yagua, es a costa del riesgo de quien se transforma en un jinete del aire, retador e inerme.

   No me empecino en componer con tanto dato elemental una versión comprimida de Cuba en la mano, el manoseado diccionario. Ha sido solo un desliz vegetalmente erudito. He hablado de poesía. Y sin embargo, lo más sensitivo, lo más entrañable escrito sobre la palma real, no lo concibió un poeta. Al menos, no un poeta en verso, pues los prosistas –tal vez los cronistas- lo son también en sus páginas de líneas llenas, cuando captan las esencias puras de un eco que retumba en el alma.

   Anselmo Suárez y Romero –pedagogo y novelista del XIX- no ha sido superado. En algún libro de lectura escolar en mi niñez, leí su estampa sobre los palmares. Quizás si hubiera que cifrarle un precursor a la crónica periodística cubana, lo sea Suárez y Romero con este y otros cuadros líricos sobre los valores naturales de Cuba. La primera frase es de por sí antológica en su capacidad de provocación. ”Hay un cosa en mi patria, que nunca me canso de contemplar.” Y antes de revelar el nombre, niega que sean presencias establecidas como la ceiba, la cañabrava, los naranjos, “nuestro sol, nuestra luna, nuestro cielo”. Y ese nuestro, dígolo entre paréntesis, ya entraña una singularidad, un matiz distintivo de patriotismo. “Son los magníficos palmares –precisa- que suspiran perennemente en sus llanos y en sus colinas. No hay árbol más bello que la palma; pero cuando la casualidad ha reunido un grupo de miles de ellas en la cresta de una loma o en un valle pintoresco y apartado, no hay pincel capaz de pintarlas, no hay poeta que pueda cantarlas dignamente en su lira”. 

   Nací en campos donde las palmas parecen una sucesión infinita de alfileres. Ninguna otra comarca supera a la de Remedios y sus zonas limítrofes en la vastedad de sus palmares. José Miguel Gómez, gobernador de Las Villas a principios del siglo XX, pretendió comprar las tierras del ingenio Dolores, pagando a peso cada palma. Cuando la pareja de soldados, encuestadores de aquel censo insólito, contó un millón, el caudillo del partido liberal abandonó el negocio. Pero si José Miguel se percató de palmares tan masivos solo cuando les puso precio, yo lo supe, y aprendí a confirmarlo con mis ojos azorados de guajiro, cuando leí a Suárez y Romero en una escuelita rural de la jurisdicción remediana. A veces la indiferencia se traga el paisaje y a su reina la palma: no los vemos hasta cuando un poeta, o un cronista, los rescata del subsuelo culpable. Y nos dice: “¡Escuchando la música de sus pencas, un poco antes de expirar, la muerte no debe ser tan amarga!”

 

MEMORIAS DEL CAMINO

MEMORIAS DEL CAMINO

La radio, Leonardo Moncada y yo

Luis Sexto - @Sexto_Luis

   A veces me imagino, con  cinco o seis años, de pie sobre un taburete, para que mi oreja derecha alcanzara la bocina del radiorreceptor, adosado a la pared. Mis programas predilectos eran entones  “Los tres  Villalobos” y,  sobre todo, “Leonardo Moncada, el titán de la llanura”. La voz única de Eduardo Egea sigue resonando en mis recuerdos. Y resuena aún el tema musical que lo presentaba. Hace un tiempo, Radio Rebelde u otra emisora, que no recuerdo, difundió la música de presentación de Leonado Moncada, y sentí como la daga de la nostalgia me sajaba el pecho, y me retrotrajo hacia las 7 de la tarde de días ya innombrables.

   Días dichosos aquellos en que  la inocencia de niño pobre en pueblito paupérrimo, escenificaba a solas,  sobre un caballito de palo lo que le comunicaban por radio sus héroes, héroes justos, defensores del pobre. Por los callejones de mi pueblo, yo galopaba disparándoles a mil bandidos, a mil explotadores del pobre.

   Ahí, en esa radio medio ingenua, pero concebida con un afán superador recibí mis primeras lecciones de justicia social. Leonardo Moncada me trasmitió un mensaje: siempre a favor del desvalido, a favor de tus semejantes menos aptos, de menos valimiento. Y ahora lo digo  sin exagerar, ni envaneciéndome: cuando estuve becado, mis amigos eran aquellos que los demás dejaban solos. Y esa actitud, además de la educación posterior en los Salesianos -que alguien pagó por ayudar a hijo de casa pobre-, partió de aquellas aventuras donde los héroes lo eran por favorecer a los menos felices: los pobres, víctimas de los poderosos.

   Toda mi conducta posterior  tuvo base en los libretos de Leovigildo Díaz de la Nuez, y más tarde de Enrique Núñez Rodríguez, y que Eduardo Egea y Ramón Veloz convertían en voces entrañables, en figuras cercanas que uno imaginaba de mil manera de acuerdo con la dimensión de la voz: Moncada, alto, fuerte, bello; y Pedrito Iznaga, juvenil, sincero, bueno, fiel.

   La radio hoy  en Cuba está, a mi parecer, menospreciada, para favorecer a un medio hipnótico como la TV. Creo que parte de mi desarrollo mental en los primeros años, más que a las escuelas primarias,  que escaseaban en mi infancia, se lo debo a la radio, en particular a Leonardo Moncada, y a sus libretistas, y repito sus nombres: al primero, Leovigildo Díaz de la Nuez, y luego a Núñez Rodríguez. Es mi orgullo reconocerlo, y nunca haberlo olvidado.

ASÍ NO, COMPAY, ASÍ NO

ASÍ NO, COMPAY, ASÍ NO

 

 

 

 

 

 

 

 

El pasado viernes 13 de mayo, en la revista A primera hora de Radio Progreso,  leí  en mi columna Puntos sobre las íes, este comentario. Aprovecho la ocasión para añadir que, horas después de difundirlo, algunos oyentes me informaron que este vestuario había ganado premio en los carnavales recientes. Pero por conocer el escaso interés, la ausencia de participación genuinamente popular y la escasísima calidad que los va distinguiendo, no concurro a los carnavales de La Habana. Tal vez, si hubiera visto el mismo vestuario que aparece en la foto, habría expresado la misma crítica. Dicen que después de la reacción casi unánime de la prensa, han regañado, o despedido, a alguno de cuantos decidieron ese espectáculo de bienvenida al primer crucero norteamericano, en tocar el puerto de la Habana. Posiblemente, tanto como exigir responsabilidad, necesitamos reeducarnos, convocar una discusión masiva sobre la urgencia de recordar que la cultura empieza por saber qué somos y de dónde venimos, y hacia dónde queremos ir. La historia no puede ser letra muerta. Tampoco aula muerta ha de ser  la escuela que todos pasamos.

 

Luis Sexto

   EN ESTOS MOMENTOS de cambios en Cuba, hace falta ser mucho más zahorí, tener más rigor ético, más profundidad intelectual para saber qué puede hacerse  y qué, si se hace, perjudica. Ahora hace falta que la cultura actuante, previsora, sabia, nos alerte del disparate, del acto incongruente, y sea menos diploma y más acción racional.  La lucha en nuestro país por la pervivencia de la revolución y de sus sueños, o de sus mejores sueños, ha cambiado de escenario. No niego que para  algunos pudiera resultar más fácil la defensa de la revolución con un arma en la mano. Sí, resultaba fácil a pesar de los riesgos, porque sabíamos donde estaba el enemigo.

   Ahora las condiciones han cambiado. El enemigo ya no dice que lo es; se enmascara. Las relaciones diplomática sustituyeron a relaciones enconadas. Por ello, ahora no podemos olvidar la cautela inteligente. Ahora la escolaridad debe convertirse en cultura. Porque la cultura, que incluye la cultura política, nos ha de ayudar a diferenciar lo conveniente de lo inconveniente… Y para ilustrar estas ideas, me referiré a la fotografía  que me enviaron por correo electrónico  donde aparecen bailarinas cubanas recibiendo a viajeros del Adonia, primer crucero norteamericano, con visitantes norteamercanos a bordo, en atracar en el puerto de La Habana.  Esas muchachas, que bailarían bien, estaban vestidas con el consabido traje de bailarina: una trusa  confeccionada con la bandera cubana.

   Válgame la patria. Hasta dónde iremos a parar o hasta dónde irán a parar algunos en su descoco. Sí, descoco. ¡Cómo usar la enseña nacional para ataviar a bailarinas y recibir a viajeros. Pero cómo, cómo pudo ser posible,  si por preservar esa bandera independiente y soberana han muerto centenares, miles  de compatriotas, y que ahora se use para tapar las partes pudendas de  varias  bailarinas por respetables que ellas puedan ser.

   Ah, cultura es también cultura política, es saber respetar los símbolos de la patria. Cultura equivale a discernir lo útil de lo inútil, lo moral de lo inmoral, lo  razonable de lo absurdo. Tal vez hace falta tanto rigor en la disciplina pública como en el ejercicio de funciones públicas para que quienes tengan espacio para decidir decidan conforme a las leyes, a la ética y a la política de nuestra república.

   No, amigos míos, con la bandera, no, no se juega, ni con las mejores intenciones. Toda nuestra historia de nación independiente ha discurrido alzando esa bandera, luchando porque como poetizó Bonifacio Byrne, donde esté ella no hace falta ninguna otra que la escolte. Cómo ha sido posible… ¿A dónde podría llegar una conciencia festiva, aparentemente innovadora. A dónde podría llegar el uso festivo o irresponsable de nuestros símbolos nacionales. Incluso, a dónde se podría llegar con las mejores intenciones. Tendríamos que precisarlo tajante y claramente, en una nueva ley sobre los símbolos nacionales.

LA FERIA DEL LIBRO EN EL PABELLÓN CUBA

LA FERIA  DEL LIBRO EN EL PABELLÓN CUBA

 

La editorial Pablo, de la UPEC, abre presentaciones

Por Jorge Gorgoy Crespo

 

La Editorial Pablo de la Torriente, de la Upec, comenzó a poner a disposición del público sus novedades que estarán presentes en la XXV Feria Internacional del Libro de La Habana, cuya inauguración oficial tuvo lugar este jueves.

Entre los presentadores y presentados, en esta oportunidad, prestigiaron al Pabellón Cuba, sede de este primer evento ferial, los Premios Nacionales de Periodismo José Alejandro Rodríguez y Luis Sexto. El primero tuvo a su cargo la tarea, según él, nada fácil, de presentar el libro Historias de bolsillo, obra de su también laureado colega.

Un libro que, al decir del presentador, vindica la palabra y el alto vuelo del periodismo cubano a pesar de sus máculas y detractores. “La historia de este país necesita salirse de las cláusulas y las frías exposiciones, el libro es una joya porque está escrito con maestría, busca hechos reales y los mezcla con la ficción”, aseguró Pepe Alejandro.

En 41 anécdotas, leyendas o relatos, el autor nos ofrece un recorrido por la historia de Cuba, desde antes de la llegada de Colón, para continuar viaje a lo largo de cuatro siglos donde, según Luis Sexto, “solo cuento lo que he descubierto, no lo juzgo”.

Al establecer un diálogo con los presentes el autor contó que demoró casi cuatro años en terminar su libro, al tiempo que llevaba de la mano otros proyectos, porque todo tiene una interrelación, “nada es descoyuntado, todo tiene un ciclo”.

 

La tarde de este primer día de la Feria la Editorial Pablo también presentó el volumen Caballeros andantes, del periodista Luis Hernández Serrano, hombre que según Ricardo Ronquillo, presentador del libro, debe medirse “no de los pies a la cabeza, sino de la cabeza al cielo”.

Es que Hernández Serrano, afirmó Ronquillo, sigue persiguiendo la noticia. El poeta, como el periodista, no tienen tiempo, no se jactan nunca de lo que hacen y este es un hombre de los que aportó mucho al ejercicio del periodismo cubano.

El Pabellón Cuba, fue escenario también de la presentación de cinco libros de historietas editados por la Pablo. Entre ellos “Contar con Arte”, una antología de historietas y el libro “Juan Delgado, un relámpago a caballo”, donde se narran las peripecias de ese intrépido mambí, cuando trasladó los cadáveres de Antonio Maceo y Panchito Gómez Toro, hasta que les logró dar sepultura.

Entre las novedades presentadas estaban la nueva historieta “Kukuy el Güije en Yola, la precuela”; “Hongos, un mudo diferente”, y “El mundo de los Dinosaurios” libros para colorear y aprender, otra historieta para niños es “Wankarani, el robot asesino” y la versión del libro de Jack London “El Mexicano”.

A partir de este viernes y hasta el próximo 21 de febrero La Habana será referente de la producción editorial y la lectura, pues múltiples instalaciones acogerán presentaciones de libros y diferentes actividades culturales.

 

En la foto, José Alejandro Rodríguez (izq); a la der. Luis Sexto, autor del libro Historias de bolsillo.