SI BREVE...
Luis Sexto
En su libro titulado en español Mientras escribo, el novelista estadounidense Stephen King revela secretos y opiniones del oficio de escribir. Yo recomiendo, si algunas vez lo encuentran en los cristales de Internet, que bajen a Mientras escribo porque King, a veces condenado en las enciclopedias a ser sobre todo autor de novelas de terror, expresa juicios muy atinados acerca de las trampas de la literatura.
Lo primero que nos explica en las primeras páginas de Mientras escribo es que ha escrito un texto breve. Según argumenta, a la mayoría de los libros sobre la intimidad de la escritura les sobra paja y tonterías. La edición española, que un amigo me envió por correo electrónico, cuenta 111 páginas. Y Stephen King, cerró tanto grilletes en sus manos, fue tan avaro en cuartillas, porque, confiesa, a menos páginas, poca hierba seca. Y para eliminar la paja de un libro, hay que cumplir una regla, una regla entre otras: omitir palabras innecesarias. Voy a intentarlo, prometía. Y ya dije que en Mientras escribo sólo llenó 111 páginas.
Uno, si fuese escritor, pensaría en las recomendaciones de Stefen King. Y se preguntaría. Qué es mejor. Un libro largo o un libro breve. Tal vez, alguno diga: esa opción debe de estar condicionada por las necesidades del asunto o tema. Un proyecto literario orgánico, digamos una novela, puede requerir de muchas páginas. Otros, tal vez, necesiten menor volumen. Pero imprescindible es que el espacio se justifique por el interés, aunque se explaye, y sobre todo, que el enunciado se distinga por la concisión y la síntesis. Sólo las palabras necesarias, y el contenido en su esencia. Desde luego, el volumen de un libro puede estar también condicionado por el dinero. Si la editorial paga por el número de cuartillas, posiblemente este o aquel autor estire su historia o su asunto hasta más allá de lo recomendable, y por ello rellene con yerba seca sus capítulos, incluidos los circunloquios, los diálogos sin sentido, y las descripciones parásitas.
Los lectores, al menos los atentos, se percatarán del fraude. Cuando uno salta páginas tras páginas buscando empatarse con lo sustancioso, es porque la cáscara de arroz ha pavimentado algunos tramos de la obra. Aclaremos, en cierta época, en particular a inicios de haberse inventado la imprenta, la tirada de un libro debía estar justificada por el grosor.
En esos tiempos del siglo XVI y XVII, costaba tanto esfuerzo y recursos imprimir que hasta Miguel de Cervantes tuvo que rellenar a El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha con aventuras extrañas. Como sabemos, muchas páginas de más recibieron la visa de Cervantes en su obra principal. Y si a pesar del relleno, Don Quijote continúa cabalgando sobre Rocinante, ello significa que este libro posee una esencia y una existencia inclaudicables.
(Texto de la sección Al pie de las letras, del programa Epigramas, que trasmite cada día, a la 1 pm, Radio Progreso.)