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PATRIA Y HUMANIDAD

Cultura

CABALLERO SIN ESCUDERO

CABALLERO SIN ESCUDERO

 Luis Sexto

La imagen del caballero vestido de alambrón, en 23 y J, en La Habana, se yergue airada, furibunda sobre un rocinante increíblemente encabritado. Pero cuando me le acerco echo de menos a una figura.  Le falta Sancho. No sabemos dónde estaba el escudero cuando el escultor Sergio Martínez tejió los hilos cobrizos de ese Caballero Andante belicoso, tan tenso como el alma de un loco.

El Quijote, parece ley, no debe andar sin su escudero. Como al gato su cascabel, hay que insertar cerca la contrafigura que exalta la figura del alucinado Caballero. Me percato que Don Quijote brilla en la medida que se opaca y apoca su pusilánime ayudante. Tal vez esa furia descuerada, esa acometividad que le obliga a representar en 23 y J una bronca perenne, espada en mano, sea su protesta por no tener a un chasquido de su retórica de armadura y lanza al Sancho dicharachero y previsor. Lo necesita. Para ello lo convocó a esa aventura donde ambos ilustran la pareja más contradictoria y más humanamente complementaria de la historia. El escudero no solo se ocupa de los bastimentos del cuerpo y que al Caballero le importan poco cuando no es hora de comer. Sancho es también el que le advierte que los molinos son molinos cuando lo son de verdad, y que chocar con ellos implica a rodar por tierra.

Pero la ausencia de Sancho parece ser otro  símbolo de la idiosincrasia nacional. No quieren los cubano que, cuando conciben la dama de sus sueños, o el ideal que justifica su vida, una voz excesivamente cauta o racional le estorbe el impulso, el ademán medio trágico y medio cómico, advirtiéndole de peligros o equívocos. Un rasgo del espíritu de Don Quijote se multiplicó entre los cubanos. Hablo de ese afán de acometer molinos de viento, salvar doncellas en peligro, de compartirse sobre la mesa de la solidaridad… Muchos entonces –los tipos de cuello rígido, abundante tanto ayer como hoy- tachaban de locura esa actitud. Y el viejo caballero respondía: “Yo sé quién soy.”

Casi  al mismo tiempo en que echó a andar sobre Rocinante por el Campo de Montiel en su primera aventura, llegó Don Quijote a América trayendo un mensaje de rebeldía entre sus aparentemente inofensivos episodios. Meses o semanas después de que en España empezara a circular la primera edición de la historia del generoso y demente don Alonso Quijano, en 1605, un número de ejemplares se embarcaron  en el puerto de Cádiz con destino a las costas americanas.  Datos dispersos y generalmente incompletos impiden determinar a quién correspondió lo que con los siglos sería el mérito histórico de haber introducido, en tierras americanas, el primer ejemplar de El Quijote. Pero si ese detalle puede mantener insatisfechos a historiadores poco ocupados, a la generalidad basta saber que El ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha fue en Hispanoamérica, una especie de “best seller”. Varios pasajeros de la misma nao, y de otras,  manifestaron haber leído durante el trayecto por el Atlántico –y “con gran contentamiento”- la entonces recién publicada novela de Miguel de Cervantes, recaudador de impuestos de la corte y sin más linaje que su trabajo y la inutilidad de uno de sus brazos, ganada en Lepanto al servicio del rey. 

Y ese hecho compone una paradoja. La censura religiosa y política de España otorgó franquicia  a la obra de Cervantes sin percatarse que no era lo que aparentaba ser ni lo que de ella decía su autor. El Quijote es –a juicio de este transeúnte- un texto en el que se expresa una nueva dimensión del hombre, capaz, según intenta demostrarlo el genial loco, de establecer la justicia en el planeta. 

No sé si alguien sabe por qué puerto, en qué barco y quién trajo a Don Quijote a Cuba; ignoro  si existe la fuente donde está escrito el viajero, o el importador del Ingenioso Hidalgo. No lo sabía Irving Leonard, el norteamericano que  acopió muchos datos sobre las peripecias del  Caballero andante en su obra sobre Los libros de los conquistadores. Puedo, sin embargo, responder esta pregunta: ¿Cuándo Don Quijote llegó a mí; cuándo entró en mí? Pasó antes de mis veinte años por el puerto ávido de mis ojos, de mi tiempo juvenil echado sobre la hierba a orillas del Almendares ya maloliente.  Leer el Quijote fue tarea lenta, constante… Aplazada hoy, recomenzada la semana entrante… Ya lo decía  Enrique Labrador Ruiz en un libro muy tierno, pero ya perdido: El pan de los muertos, en el que escribía sobre amigos fallecidos, de Cuba y de América. Y decía que a los escritores cubanos de su época y antes -a mediados de los 1950- les resultaba casi una  faena inacabable o desechable  escribir novelas. Cuentos, sí; poesía, más aún. Pero novelas… Y leerlas, en particular cuando son largas, es como, tal decía la irónica, erguida y culta prosa de Labrador, ir al país del nunca por el camino del ya voy.

¿Acompañé a Don Quijote hasta su deceso? No recuerdo. Tal vez, no hizo falta.  El Quijote es un personaje muy próximo, sin que necesariamente lo hayamos acompañado hasta la última hoja de su vida. Bastan las páginas de su primera parte, para trastornar al lector joven. Consolémonos con una  página de Somerset Maughan. Creo recordar  que el autor de Servidumbre humana dijo, al contarla en su selección de diez novelas ejemplares, que la historia del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha  era tan larga, porque en el siglo XVII imprimir implicaba un alto costo, y por supuesto los impresores precisaban el volumen justificador del acto reproductivo… Ello tal vez, nos releve de proseguir la peripecia en la lectura. Con lo sabido bastará. Y como sucedáneos menos abultados nos socorren las exégesis de Unamuno, Azorín, Madariaga, del cubano Justo de Lara. Empleando cierta economía de lector, parece que ganamos por partida doble en menos tiempo: seguir ahondando en los valores del Caballero loco mediante segundas manos y conocer de primera a los émulos e intérpretes de Cervantes, el escritor que nos enseño a escribir, según la verdad dicha por María Teresa León…. Ahora bien, Umberto Eco dice  que “Hoy en día existen dos tipos de libros: aquellos que se leen y aquellos que se consultan”. ¿Y por tanto será el Quijote de un tercer tipo de libros: esos que no se leen y se dicen leído mediante  un proceso de ósmosis entre la realidad y el deseo?

Ante el Caballero de 23 y J, puro alambrón tenso, áspero, detenido sobre un Rocinante  a punto de emprender un  salto con sus manos apoyadas en el aire de la cólera eléctrica de su jinete, pregunto nuevamente  dónde está Sancho.  ¿Habría cruzado la avenida 23, para pedir –él, tan pendiente del yantar- una ración de pescado en el restaurante Los siete mares, y por eso, en el momento de erguirse la estatua de su amo, perdió su puesto en la estampa como jinete sobre un borrico?  Posiblemente haya ido a Puerto Padre  a averiguar qué pudibundez pueblerina  le mutiló  al Quijote de los Molinos la desmesurada y erecta espada que desde su pelvis de metal aterrorizaba a la población femenina de aquella marina ciudad. O quizás el escultor Sergio Martínez  murió sin decir los móviles de su decisión de alejar al escudero de  23 y J.  O configuró al Caballero cuando el campesino sometido a la servidumbre de las reglas de la caballería se hallaba en la ínsula Barataria gobernando según las normas quijotescas el destino de aquellos isleños.  Y  si se hallaba, pues,  tan lejos de su amo, no veo el modo de haberlo puesto en este parque. Pero ya, al final de mi búsqueda,  he visto donde está el escudero que le falta al descarnado Quijote. En un sitio público, bajando por la calle de Obispo, en un parque próximo a la Plaza de Armas vive  en igual soledad inexplicable un Sancho Panza de alambre. Y tendremos que convencer  al Historiador de la Ciudad, para que lo pongan junto a ese Quijote que, en 23 y J, parece gritar peligrosamente: Aquí, en esta esquina, no hay más guapo que yo. Y Sancho, muy próximo, le podrá avisar en su sabiduría refranesca: tenga cuidado, uno nunca llega a saber. No siempre los gigantes son molinos de viento.

 

EL HUMO Y LA LECTURA

EL HUMO Y LA LECTURA

Luis Sexto

Desde los días iniciales de su nacimiento, la lectura de las tabaquerías recibió el anuncio de su  muerte inmediata, sin que alguna  cartomántica leyera tan temprano augurio.  Travestidos como portavoces de la fatalidad, los propietarios de los talleres de torcido, mediante el Diario de la Marina, previeron un riesgo para sus intereses de clase e intentaron matarla  poco después de nacer.  Temían que libros leídos en voz alta  sacudieran el polvo, ordenaran los trapos de la conciencia proletaria con la cultura que, consecuentemente, adquirirían los torcedores.

 Transcurría  1865 cuando el iletrado era el trabajador típico de la sociedad esclavista colonial. Ese año, a sugerencia de don Nicolás Azcárate — dúctil sensibilidad y empinado talento literario y jurídico—, y apoyados por el tabaquero y periodista Saturnino Martínez, los talleres de El Fígaro inauguraron la institución de la lectura. El más preparado de los torcedores, con un salario sumado con la dádiva de sus compañeros, se aplicó a leer lo mismo un novelón que un texto filosófico. Don Jaime Partagás, apellido convertido hoy en una celebérrima marca, aprobó  la iniciativa y la estableció en su fábrica.

Durante décadas, en efecto, los tabaqueros integraron el grupo más preparado de la clase obrera cubana. Y consecuentemente uno de los más beligerantes. No  podían oír la lectura de  Los miserables,  de Víctor Hugo, sin quedar convocados a conocer los extremos del mundo social: ricos y pobres. Y percatarse de que ellos, los asalariados, eran del bando o la clase menos favorecida con la riqueza creada por sus manos. Martí, conociendo que eran trabajadores intelectualmente aptos, se auxilió de los torcedores para difundir y apuntalar la idea de la independencia. Y defendió el papel de la lectura en los talleres al preguntar en uno de sus textos qué sería del torcedor si a su aburrida, aunque productiva faena, se le suprime “la mesa de pensar al lado de la de ganar el pan”.

Autobiografía de un hombre que fue de color, novela del escritor estadounidense  James Weldon Johnson (1871-1938), publicada en Cuba en 1988, por la Editorial Arte y Literatura, describe aquellos días de finales del siglo XIX, cuando los tabaqueros emigrados  en Cayo Hueso, Tampa, Jacksonville preparaban, con la habilidad de sus manos de torcedores, la guerra de independencia. El personaje narrador, negro norteamericano, hijo de una pareja interracial, cuenta su aprendizaje de despalillador. Y  al año y medio, un tanto ducho en el español dominante en la fábrica, pasó a ejercer de lector. Lo que cuenta es casi semejante  al presente. Y apunta que no solo era necesaria una buena voz. El lector  debía ser reconocido como persona inteligente e informada sobre conocimientos  de “diversa índole”.  “Como lector –narra el protagonista de la única novela de Weldon Johnson- no solo me liberé de la monótona labor de torcer tabacos (…), sino que también incrementé considerablemente mis ingresos”.

El lector de tabaquería ha de ser, según la tradición, una especie de actor. Hasta hace pocos años, al menos los lectores más antiguos actuaban el texto. Como leían para ser escuchados, la voz adoptaba tonos, ritmo, énfasis, incluso matices, para que el libro o el periódico fueran comprendidos. ¿Cómo podría el oyente determinar quién habla en un diálogo si el lector no diferencia las voces?

A pesar de la radio, que amenazó  a la lectura viva en las tabaquerías, esta institución  no pasó al olvido, como el cigarrillo no ha condenado a las memorias el consumo de la hoja de tabaco envuelta en sí misma. Durante los tres últimos siglos, el habano ha confirmado que  posee un toque, un detalle que sobrepasa la calidad natural de la hoja cubana. Posiblemente no sea solo una gracia,  o un secreto de la agrotecnia que los indocubanos, que la  cultivaban y la degustaban, legaron a los primeros vegueros canarios. Entre otras normas, los aborígenes  recomendaban que  fueran cautos con el agua, porque, si le sobreabunda,  el tabaco se vuelve muy meloso. 

El mágico poder de tabaco parece incrementarse en el proceso de  confección, desde el curado a oscuras en uno de esos rascacielos de madera o guano que surgen en los campos de Pinar del Río o en el sur de La Habana, o en las provincias del centro. El torcido es limpiamente artesanal. Como un fluido intercambio de familiaridad entre la materia prima y el obrero. Elaborado a  máquina, probablemente el puro empezaría a ser impuro. Le faltaría la poemática energía, la personalizada ternura de las manos, de esos “dedos sabios” que versificara Raúl Ferrer.

Los adelantos de la ciencia o la técnica son a veces intermediarios que en lugar de ayudar al hombre a asumir su plenitud, lo vacían de su humanidad. Ciertos actos no toleran el distanciamiento. Como el amor. Jamás un robot podrá servir una mesa con una sonrisa caliente, ni un beso podrá humedecerse mediante el teléfono o el correo electrónico. El habano genuino deriva de un proceso amoroso desde el semillero hasta el taller. El veguero trata a cada una de sus plantas como novias, o como hijas. Y quizás a media noche lo vemos arrodillado escardando las plantas de su vega, muy cerca de la casa.

El fumar un habano equivale a un acto de cultura. El fumador sabe que junto con el humo aspira también un capítulo y un emblema  de la historia nacional.  Pero fuma el que quiere o desea.  Fumarlo no compone un distintivo  patriótico. Porque si Martí elogio a los tabaqueros y empleó los sentimientos patrios que los ligaban a Cuba desde los Estados Unidos, no fumó. En cambio, Juan Gualberto Gómez, el delegado de Martí en Cuba, el mulato que usaba la palabra como sable o estilete, el independista de argumentos precursores sobre la igualdad racial, el hombre que se educó en París y comió siempre en Sabanilla, arrastraba un habano con la afilada paciencia de su patriotismo sin grietas.

El habano, por mérito propio,  ha conquistado a sus adictos, aun a los más relevantes. A Carlos Enríquez pudiera pintársele con un puro como pincel. ¿No podría intuirse acaso que esa gasa flamígera que envuelve sus cuadros es humo de tabaco, humo que algunos de cuantos lo conocieron creyeron apreciar también en su mirada?  Y si revisamos un tanto la iconografía de hombres prominentes en Cuba, famosa es la foto de José Lezama Lima, detenida por el ojo oportuno y rápido de Chinolope, donde el poeta muestra un  tabaco entre sus labios barrocos y místicos con el parece llamar a sus orígenes. Benny Moré, Cuba hecha ritmo en la voz y los gestos de un cubano, fumó también el tabaco puro, y quizás alguna vez lo humedeció en el ron, fluido entrañablemente nacional. A José Luciano Franco, visceral y longevo historiador, lo sorprendí durante nuestras entrevistas con uno entre los dedos.

La lista amerita mucho espacio. No cierro esta especie de especulación sin evocar al Che Guevara. En qué fotos no lo vemos con un tabaco, hecho un cabo, un mocho, como queriendo introducirse a Cuba en la planta combustible que junto con la caña de azúcar la ayudó a erigirse en nación. 

El habano ha seducido  incluso a enemigos de Cuba revolucionaria. John F. Kennedy violaba las prohibiciones del bloqueo impuesto por él mismo en 1962, para fumar uno de nuestros misiles de placer llegado a su mesa presidencial por mañas clandestinas.

Y  al final uno se pregunta  como el arqueólogo ante el volcán y la pirámide: ¿qué fue primero, el habano o la torre de un ingenio, tan similares ambos en geometría y espíritu cubano?  Al menos sabemos que las manos y el tabaco existían ambos antes de su confluencia. Pero ahora,  no podrá existir sin las manos del torcedor cubano. Este operario forma parte del misterio de la hoja, del humo y su mezcla con la sangre.  Y  la lectura proseguirá enriqueciendo el trabajo, porque  como nueva negación del fallecido y maldito pronóstico de sus orígenes,  las autoridades cubanas han declarado a la lectura en las tabaquerías patrimonio inmaterial de la cultura  de la nación. 

La riqueza de la lectura no se toca, no se embotella, ni se guarda en bancos. Ni se quema. Se lleva en la conciencia. Que siga, pues,  el habano humeando por el mundo, mientras las manos prodigiosas que lo tuercen, oyen  en silencio  el libro de turno…

(Publicado en Cubahora)

 

LETRA DEL AÑO 2013

LETRA DEL AÑO 2013

CONSEJO CUBANO DE SACERDOTES MAYORES DE IFA

 Signo:  Obara Ika.   

Profecía:   Ire ariku yale tesi timbelaye lese orichas ( un bien de salud escrito, firme en la tierra que lo proporcionaran todos los orichas.)

 Gobierna: Orichaoko     

Acompaña: Ochun

Bandera: Rosada y azul  (horizontal)        

 EBO: 1 chivito, 1 gallo, 2 palomas, pan, tierra de la puerta de la casa, bandera,  harina, tierra del camino, tierra arada, tierra de los zapatos, 1 flecha, 1 trampa, tierra del trabajo, 2 cocos, 2 velas, manteca de cacao, manteca de corojo, aguardiente, miel, pescado ahumado, jutia, maíz tostado, cascarilla, 1 bandera rosada y azul. Opolopowo.

 

REFRANES DEL SIGNO.

    1-  Las apariencias engañan

2-  En la tierra no hay justicia divina

3-  Todo lo que figura no es y lo que no figura es.

 

OBRAS DEL SIGNO.

Darle de comer al techo.

 

Plantas del signo:

Yagruma y Flor de agua.

 

RECOMENDACIONES.

 

Dice Ifa: Que en sus predicciones Egun juega un papel importantísimo e incluso acompaña a Orichaoko y a Ochun, para el vencimiento de las dificultades durante este año, por lo que se hace necesario prestar especial atención a todo lo relacionado  con Egun. 

Dice Ifa: Que debemos atender a Elegua.

Dice Ifa:  Que debemos cultivar el buen carácter para evitar el estrés y así mismo cuidamos la salud.

Dice Ifa:  Que debemos evitar los problemas entre parejas.

Dice Ifa:  Que los sacerdotes de ifa, deben ser humildes, respetuosos, y ejemplo ante los ahijados y la sociedad.

Dice Ifa: Que debemos ser cuidadosos y muy respetuosos con las mujeres.

Dice Ifa:  Que hay que sembrar para recoger, tanto en la vida social, en la familia y en el trabajo.

Dice Ifa: Que habrá dificultad y escases en la alimentación, sobre todo agrícola, que debemos tomar las medidas necesarias para  prevenirlo.   

Dice Ifa: Que todo ritual que tengamos pendiente, debemos solventarlo. 

Dice Ifa:  Que hay que actuar de forma clara y precisa, para evitar bochorno, falta de respeto y malos entendidos.

Dice Ifa: Que en este Odu, predomina, las envidias y las traiciones, por lo que se recomienda, estar alerta. 

Dice Ifa: Que en cuanto a la salud, debemos atender la higiene, tener cuidado con la ingestión de medicamentos vencidos o que no hayan sido prescriptos por el médico. 

Dice Ifa: Que en este Odun, predomina las afecciones de; Hígado, recto, complicaciones de partos, enfermedades de la piel, y la presión arterial, por lo que se recomienda, acudir al médico.   

Dice Ifa:  Que deben evitarse los rencores entre familias, tanto social como religiosa.

Dice Ifa: Que se deben analizar bien todos los documentos que lleguen a nuestras manos y tener sumo cuidado con firmar si no estamos seguro de lo que hacemos.

Dice Ifa: Que debemos estar pendientes de acontecimientos: climatológicos, económicos, sociales, familiares y de cualquier tipo  que puedan cambiar sustancialmente nuestra forma de vida.

Dice Ifa: Que los cambios climáticos que vienen aconteciendo desde hace varios años seguirán ocurriendo y en algunos casos se agudizarán.              

Dice ifa: Que en este Odu, Orunmila fue preso por una desobediencia, por lo que  debemos tener sumo cuidado, con actitudes que conlleven a problemas judiciales, como uso de estupefacientes, bebidas, estafas, uso de armas, etc. .

Dice Ifa: Que de la forma que seamos capaces de acatar las orientaciones de los orichas, dependerá nuestra mejoría en general.

 Para conocimiento general

 

El primero de Diciembre del 2012, con la presencia de un número significativo de Babalawos cubanos y de otros países y los miembros del consejo Cubano de Sacerdotes Mayores de Ifa, se realizaron las ceremonias correspondientes a la Pre- apertura de la Letra del año 2013 en la Asociación Cultural Yoruba  de Cuba.

 

Las recomendaciones fueron las siguientes:

Se dio lo que pidieron  las 25 posiciones fundamentales. En todos los casos la respuesta de las deidades, fueron muy  satisfactorias.

 

El día 30 de Diciembre del 2012, se hicieron los sacrificios correspondientes a las deidades que se determinó en la Pre- Apertura.

 

REALIZADO SUS CEREMONIALES EN LA “ASOCIACIÓN CULTURAL YORUBA DE CUBA”.

 

Esta hoja es gratuita.

 

EL ÚLTIMO DÍA

EL ÚLTIMO DÍA

 

Luis Sexto

El paso del tiempo se siente o se evalúa de modos distintos. Es lo normal.  Y cómo lo haría usted ?celebrando un año más o un año menos? En particular los poetas suelen pensar en la caducidad de la vida. Han  reflexionado o cantado, alguna vez, sobre estos días, incluso sobre las festividades  propias de diciembre,  en tono nostálgico, a veces lastimero. El tiempo…!  El tiempo es percibido por los poetas como en el impacto  de un estilete en la región más sensible: el lado izquierdo del pecho, según las convenciones de la tropología.

Quizás nadie como los poetas sientan, tan dramáticamente, el paso de los días. De modo directo o indirecto el tiempo suele estar presente en la obra de los poetas que en el mundo han sido. Dicho esto sin exagerar, sin generalizar. Pero el tiempo, junto con el amor y la muerte,  podría estar entre  los gigantes del alma que dijo el psicólogo español Emilio Mira y López. Esos gigantes del alma que aplastan a los individuos con  dichas o desgracias.

                                                                                                                                                                                                JorgeLuis Borges, el revisitado escritor argentino,  escribió una refutación del tiempo en la que él mismo no creía, según confesó en el propio ensayo. El autor de Historia universal de la infamia pensaba y, a veces, a la par, negaba lo pensado. Pues bien, Borges escribió en su refutación del tiempo  que “tan saturado y animado de tiempo está  nuestro lenguaje que es muy posible que no haya en estas hojas una sentencia que de algún modo no lo exija o lo invoque”.

Entre los cubanos, Eliseo Diego se regodea con el tiempo. En uno de sus poemas se lo legó a sus hijos como herencia fundamental: "Les dejo el tiempo, todo el tiempo". Por momentos, en su obra, el tiempo es una presencia invisible. Y uno lo presiente en el tono aneblado y el ritmo acompasado, como de reloj o calendario, de sus versos.  Las palabras más repetidas de Eliseo Diego en sus poemas son noche, crepúsculo, penumbra y otros afines de las tinieblas.

Acerca de estos días finales, un poeta mexicano, Juan B. Delgado, nacido en 1869, escribió un soneto tristísimo sobre la Nochebuena. El poeta se encontraba en Roma.  Y escribió. ¡Noche Buena, sarcasmo de mi vida!/ Hoy  está Roma como nunca bella;/ la luna es almo sol, y cada estrella/ rosa de nieve en el azur prendida.  El segundo cuarteto sigue en ese tono entusiasta. Pero  en el primer terceto dice: ¡Noche Buena! Y mi muerta más querida,/ mi madre, en mis recuerdos,  ¡ay! descuella/ entre blandones fúnebres tendida.  Y el último terceto, para redondear los 14 versos,  culmina así: ¡Cuán solo estoy! ¡En mi orfandad dolida/ Roma es el alma de Nerón, pues ella/ siente placer en desgarrar mi herida.

 A mí, como a cualquier hijo de hombre,el tema del tiempo me ha espoleado con la certeza de su, y mi, finitud. En mi primer libro de versos, publicado en 1989, por  Ediciones Unión, aparece este poema, como grito de rebeldía ante la evidencia de que todo pasa: El tiempo no me destruye./Anda conmigo/hiriendo al viento con las longitudes/ de mi memoria;/sobreviviendo/ en los huesos preliminares/ de mis muertos./ No me acaba; yo lo hago;/le alcanzo su mascarón/ de presunta eternidad, / y luego lo dejo/ en el polvo/ para que otros polvos/ lo apaguen,/ y desaparezca en mí... 

Me  atrevo a sugerirles, pues,  que no recemos la última noche del año, esa  noche que nos reduce el tiempo, no recitemos, digo, una rosario de reproches a la vida. Ni por lo perdido, ni por lo que perderemos. Pongamos en práctica lo que  escribió un poeta optimista y hondo, el hindú Tagore: no lloremos al sol de noche, porque  entonces no veremos las estrellas.

 

(Texto para la sección Al pie de las letras, en Radio Progreso)

CUIDEMOS LO QUE LA NACIÓN HACE

CUIDEMOS LO QUE LA NACIÓN HACE

Por Eusebio Leal, historiador de la ciudad de La Habana

No son pocas las personas que me preguntan, cuando nos encontramos en las calles: “Oiga, dígame cómo va la restauración, qué está pasando en este momento; tenemos noticias disímiles, alguien dice una cosa; otros, dicen otra, ¿pero en realidad qué nos puede decir usted?”

Yo quisiera explicarles lo siguiente: la restauración de nuestra ciudad, particularmente del Centro Histórico y de todos aquellos lugares en que nos encontramos comprometidos, es siempre, necesariamente, un proceso lento. Hay que estudiar, quitar obstáculos que quisiera que comprendiesen que no son pocos; obstáculos a veces porque los edificios están ocupados por personas naturales o por organismos, porque el orden de las prioridades está determinado muchas veces por las contingencias del tiempo. Cuando llueve mucho, como en estos días, muchos se alegran, yo también me alegro por el; pero al mismo tiempo, tiemblo pensando en los derrumbes, en las casas que están en precario, en las familias que tienen dificultades o están albergadas. Quiere decir que una cosa necesariamente me lleva a la otra.

Quizás, la más compleja visión que podamos tener del proceso restaurador es precisamente su complejidad y la cantidad de cuestiones que han de tenerse en cuenta.

A veces me preguntan -y les voy a hablar con franqueza: “Oiga, y después que usted no esté, ¿quién se va a ocupar del tema? Bueno, hay muchísimas personas que se están formando, colaboradores que a lo largo de los años recorren el mismo camino que yo una vez recorrí; pero quizás lo más importante es la experiencia, la visión integral, el sentido de oportunidad de lo que se debe decir en un determinado lugar o no; lo que es conveniente ahora o no es conveniente, lo que hasta ayer nos pareció prudente y ya hoy no lo es, es más bien indispensable. Todas esas son también mis grandes preocupaciones.

Ahora, una vez que ya hemos encarado el proceso restaurador, ¿qué pasa? Bueno, lo primero es que construir es más fácil, ¡construir es más fácil!

Me han preguntado, por ejemplo, del Capitolio de La Habana, que ya en gran medida lo tenemos, y estamos reuniendo recursos y medios para enfrentar la obra. El Capitolio fue una obra colosal en su tiempo, se construyó en poco más de 24 meses, entre el 20 de mayo de 1927 e igual fecha del año 1929. Para restaurarlo necesitaré más años, y ya no lo cuento por semanas, ni por días ni por horas, sino por años; lo cuento además por objetivos. La cúpula es un objetivo, las grandes puertas del Capitolio son otro objetivo. Para limpiar los bronces, necesito decenas de restauradores que se están formando o ya están formados; y para armarlos para su trabajo, se requieren recursos materiales específicos que, o están en Cuba, o están encargados, o están llegando.

Mi estrategia, nuestra estrategia  es actuar por partes, salvar cuanto antes la gran escalinata, las grandes esculturas que coronan la escalinata, el pórtico, la cúpula y la gran sala. Y si es posible, incluir en esa primera etapa los dos hemiciclos.

Otra pregunta: ¿cuál será el objetivo de la restauración? ¿Un nuevo Museo? Bueno, para serles sincero, resueltamente no, yo no pienso en eso. Yo no creo que sea oportuno ahora decirles para qué yo creo y para qué pienso que debe ser utilizado el gran palacio del Capitolio Nacional; pero sí creo que mi primera obligación ahora es restaurarlo. Y restaurar es el objetivo. Y para eso se preparan los equipos y se reúnen los medios; y cuando hablo de equipos, hablo de personas.

Me preguntan por otras obras grandes, por ejemplo, el Sloppy Joe´s, uno de los más famosos restaurantes, cafés, barras de La Habana, caracterizado por haber sido el centro de la vida bohemia y la vida social de artistas del cine, de peloteros norteamericanos y cubanos, de personalidades de todo el mundo. Yo creo que se culminará a fines de este año 2012. No quisiera equivocarme, pero he estado en esa obra el jueves, y creo que lo terminaremos como obra civil, a nivel de detalles y a nivel documental y de investigación histórica, y estará en servicio en los primeros meses del próximo año. Es otra obra gigantesca.

Me preguntan también por el Teatro Martí. Estuve el mismo día. ¡Qué clase de obra esa! Yo nunca pude imaginarme la magnitud que supone abrir el vientre de un teatro; de un teatro con una tradición, con una historia como la del Teatro Martí.

Hace muy pocas semanas visité la obra del Teatro Sauto, de Matanzas, muy bien organizada por cierto, patrimonio nacional, patrimonio en alto grado significativo para Matanzas; pero el Teatro Sauto está completo, quiere decir, está ahí. Ha sufrido los daños del tiempo, ha sufrido la falta de medios en algunas ocasiones; algunas cosas se le fueron de la mano; pero ya están ahí y van muy bien los del Teatro Sauto. Y aprovecho esta ocasión para felicitarlos de todo corazón desde La Habana, pensando en Jules Egavián en Daniel Dall´Aglio, en los que construyeron el teatro, y también en el autor de su primera gran restauración, el arquitecto, profesor y doctor de nuestra Oficina, Daniel Taboada Espiniella, que hace muchos años encabezó la restauración del lugar.

Pero el teatro Martí es otra cosa. Es prácticamente hacer el teatro. Allá, sobre lo alto se sube con riesgo y con temor a aquel tablón, donde están los restauradores pintando el techo. ¿Que va a ser como fue? Sí, pero hasta el punto en que las cosas pueden ser como fueron una vez. Nosotros todos, los que estamos oyendo, los que escuchan, y yo, somos los mismos, pero al mismo tiempo somos diferentes. El tiempo pasa por nosotros, y lógicamente adecuar un teatro a los requerimientos del tiempo moderno sin que se vea una tramoya nueva, aire acondicionado sin que se perciba, nuevas cortinas, nuevos recursos en el foso, iluminación más compleja, todo eso está ahí ya.

¿Qué tiempo me queda? Bueno, yo pienso que, contando por semanas, por días y por meses, un año y medio de trabajo para darle a la Habana el Teatro Martí.

Pero no es solo el Teatro Martí. He estado también de visita en el Teatro Nacional, en el Gran Teatro, y ya veo avanzando las carpinterías, que es una de las grandes preocupaciones. También las marquesinas, que hay que desmontarlas completamente, por razones de seguridad. Y posteriormente, ya dentro del teatro, en falta comenzar una labor que es lenta, cuidadosa, meticulosa, y que trata, por todas las vías, de no cerrar el teatro; que los teatros, queridos amigos, no son importantes por el continente sino por el contenido. Pongo ejemplos: un gran teatro en Barcelona se quemó hace tres años, ya está restaurado.

El Teatro La Fenice en Venecia fue destruido por un incendio, mal de males de los teatros, y ya está restaurado. Y a petición del pueblo de Venecia, ha sido restaurado al detalle por fotografías, planos, dibujos y memoria. El gran teatro de Milán, La Scala, fue destruido por bombas incendiarias durante la Segunda Guerra Mundial. Pero alguien me dijo allí: “Lo importante en el teatro no es solo la forma, es lo que ha pasado aquí”. Es como el Gran Teatro Auditórium de la Habana, Amadeo Roldán. Lo más importante para todos los que tenemos memoria de la cultura cubana es lo que pasó allí. ¿Qué pasó allí a lo largo de décadas, qué ocurrió? ¿Cuáles fueron los grandes artistas que actuaron allí, los grandes directores de orquesta, los grandes solistas? Todo lo que ocurrió y lo que ha ocurrido y ocurre en el teatro es lo importante. Por eso, en el Teatro Martí lo importante es recuperar su memoria.

También me preguntan: ¿Volverá a ser el teatro de género que fue? Bueno, el teatro va a ser un homenaje necesario a todos los artistas, a todos los actores, a todos los grandes intérpretes del teatro vernáculo, a mis dos grandes amigos: Eduardo Robreño y Enrique Núñez Rodríguez.

Lamento que Enrique y Robreño, a los que nombramos directores titulares antes de morir, cuando el teatro estaba en ruinas, no puedan ver la obra concluida. Pero ahora necesariamente hay que modificar un poco la programación, el elenco del teatro, y al margen de que se coloquen obras clásicas del teatro vernáculo cubano, será necesario darle además un empleo más amplio, porque ahora las capacidades creadas en el teatro lo permiten.

Por último, quiero nombrar obras muy hermosas como las que se están realizando en el cementerio monumental de La Habana, en la Necrópolis Cristóbal Colón.

Tienen que ir allí. Es una obra grande. Y allí hay 50 graduados de la escuela-taller de manera permanente reconstruyendo uno por uno los grandes panteones del cementerio. Primero el pórtico norte y el pórtico sur, y después, unos tras otros, los grandes panteones: el de los estudiantes mártires de 1871, el de los bomberos inmolados en Isasi, símbolo del heroísmo de los cuerpos de bomberos; los de los Presidentes de la República de Cuba; grandes monumentos y también sucesos de la historia insoslayables; la Capilla Central del cementerio, la de los intelectuales y poetas, la de los escritores y artistas, la de los líderes obreros y mártires de la Revolución, el panteón de los combatientes internacionalistas y del ejército libertador.

Esta es una obra que callada continua.

¿Y aquí qué está pasando en el Centro Histórico de la Habana? Bueno, recorran los muelles interiores y observarán la gran obra allá cerca del muelle San José; el nuevo emboque de Regla en la parte de la Bahía de La Habana, en la parte de la ciudad; van a observar también la construcción de los nuevos muelles y fondeaderos frente a la Alameda de Paula. En fin, se trabaja. Yo les quiero dar la fe y la certeza de que se trabaja.

Otro tema importante es por supuesto el Malecón. Una vez lo dije: una pelea rabiosa contra el mar, contra las ruinas y contra el mal comportamiento de muchas personas. Una pelea grande. Porque no podemos desalentarnos cuando después de un año de trabajo el mar penetra y destruye lo que hemos hecho en verano. Una gran obra que realizar cuando edificamos y construimos sobre espacios perdidos. Y ahí lo pueden ver: se están levantando edificios sobre espacios perdidos y restaurando lo que ya estaba. Muchas familias agradecidas, muchas familias contribuyendo, muchas familias viviendo de una forma enteramente nueva, ya que la restauración no es solo imagen, sino también restauración interior: los ascensores, las redes. Ah, pero hay quien, una vez concluida esa obra restauradora, en vez de colocar en la ventana el símbolo de la prosperidad, que es dedicarse a cualquier labor permitida, que es arreglar, sencillamente colocan dos clavos en la fachada, colocan una charranada en la fachada y empiezan a colgar ropa impúdicamente hacia la avenida principal de la capital de La Habana, de Cuba, que es el Malecón de La Habana.

Yo hago un llamamiento sincero, un llamamiento de corazón, a que se cuide lo que la nación hace. Y debo decir que los tiempos en que la nación lo hace todo ya no son los tiempos actuales.

Ahora, todo el mundo tiene un compromiso, a partir de nuevas oportunidades, de implicarse en nuevas tareas, buscar prosperidad en nuevos negocios y actividades lícitas y al mismo tiempo contribuir a la restauración de la ciudad.

Yo todos los meses les escribo a más de 400 familias en la Habana Vieja que están, o alquilando sus casas o creando actividades económicas, y a todas les escribo alentándolas, diciéndoles: “Casa renovada, casa restaurada. Ustedes van a contribuir de una manera eficaz, van a contribuir entusiastamente a que la ciudad se restaure y cambie.”

Hagamos todos lo mismo: un gran esfuerzo para que el trabajo iniciado y con tanta fe continuado, no se pierda.
(Fuente: Habana Radio)

LA CULTURA EN LA FORMACIÓN DE LA IDENTIDAD CUBANA

LA CULTURA EN LA FORMACIÓN DE LA IDENTIDAD CUBANA

 

Luis Sexto                                                                          

Conferencia pronunciada en la iglesia de San Pedro, Versalles, Matanzas, 11 de octubre de 2012

1. Dilatado y accidentado es el tema propuesto, y obligado por imprescindibles apremios de método, antes de recorrer los orígenes y engarces del proceso de formación de nuestra identidad y sus relaciones con la cultura, los invito a precisar, brevemente,  cuál de las definiciones del término de cultura, emplearemos en esta conversación. Es una categoría polisémica. Y por supuesto, no la  usaremos en su sentido de la acumulación de conocimientos en los individuos, ni como medio de formación de una comunidad humana, ni tampoco como la totalidad de la obra material, técnica, científica y espiritual de cualquier  sociedad. Nos ceñiremos a la cultura en sus manifestaciones espirituales contenidas en la literatura, el arte, la prosa ensayística, incluso en la religión. Pero dicho así quizás afrontemos la contradicción, porque lo hecho por el hombre desde la apropiación estética es efecto de las circunstancias históricas y materiales de su desarrollo, y a la vez, en un trámite eminentemente dialéctico, la literatura, el arte y la religión son factores influyentes en los adelantos culturales y éticos de la sociedad. La realidad condiciona la obra artística o literaria y esta devuelve el préstamo socializándolo, es decir, fijándolo en el patrimonio histórico y  trasvasándose a la conciencia colectiva  e individual.

Hablaremos, pues, de la relación entre cultura espiritual e identidad nacional. No quisiera, en ninguna circunstancia ser académico en mis apreciaciones; al menos no pretendo posar como un periodista erudito. Ambas condiciones no se llevan bien. Nuestro quehacer con la información que proviene de la actividad social, exige rapidez en su construcción noticiosa o reflexiva. Si algo quisiera describir en esta conferencia es el proceso de mi apreciación del tema propuesto, como opinión surgida de la cultura personal, ganada, no sin insuficiencias, a base de lecturas, viajes, relaciones con disímiles personas.  Tantas veces me he preguntado por la reducción del término identidad a una fórmula vitalmente periodística que he llegado a aceptar que la conciencia social de una comunidad adquiere colores y rasgos definidos en todos y cada uno de los sujetos. Incluso, la identidad establece rasgos físicos determinados en contacto con el medio natural, y gestos y movimientos que traducen lo interno.

¿Acaso podemos negar un modo cubano de andar, de hablar, de convivir?  Les cuento que, estando hace más de 35 años en la ciudad de México, caminaba por el paseo de la Reforma y al cruzarme con dos jóvenes oigo que uno le dice al otro: Fulano me tiene hasta los… calcañales. Me detuve ante el término que ustedes pudieron suponer a pesar de mi eufemismo, regresé y le pregunte a aquella pareja de transeúntes: ¡Oigan!: ¿ustedes son cubanos? Por supuesto, eran cubanos. ¿Y podrían no haberlo sido después de aquella frase tan nuestra, en tono y volumen tan nuestro?  Es decir, nuestra identidad, lo que nos tipifica a todos, con las lógicas diferencias locales o individuales, incluye color interno, sentimentalidad, movimientos físicos, habla, giros, costumbres, conceptos patrióticos, formas de asumir la religiosidad, lo político. Es decir, no somos intercambiables. Y aún después de estar muy lejos, por mucho tiempo, el cubano, como reacción normativa, sigue añorando los frijoles negros con arroz blanco, la familiaridad vecinal, la capacidad comunicativa, el tuteo emparejador, el disgusto ante el abuso, la rebeldía ante quienes intentan avasallarnos. Como dijo monseñor Dionisio García, ante el Papa Benedicto XVI en Santiago de Cuba, y cito indirectamente: A los cubanos no nos gusta que se inmiscuyan en nuestros asuntos. Somos, por ello, típicamente irreverentes y a la par abiertos y solidarios. Algunas cosas son muy buenas y otras algo molestas. Jorge Mañach, que tanto indagó en el almario nacional, estudió el choteo como manifestación en el cubano del sentido de ser parejero, es decir, de igualarse y no permitir que se le rebaje. Ante lo que no comprendemos, que es un modo de sentirse inferior, nos echamos a reír o hacemos estallar una trompetilla.

2. Por lo dicho, mi método o mi enfoque del tema propuesto es humanista. Una mirada intuitiva, un tanto afín al ensayismo literario. Es decir, un discurrir libérrimo sobre la realidad y el sujeto de la identidad nacional desde la perspectiva de la cultura. Ahora bien, precisemos otra definición: qué es la identidad nacional.  Arriba intenté acercarme a esta categoría mediante rasgos y manifestaciones; ahora emplearé una definición sicosociológica: la identidad es la autoimagen que de sí tiene una comunidad nacional en conjunto y cada uno de sus miembros, representada por valores y también antivalores.

La pregunta se torna imperativa: ¿Cuándo empezó a gestarse entre nosotros esa autoimagen, que como proceso se sucede con los siglos y sin perder las esencias de la tradición también suprime e incorpora en el tiempo nuevos valores y conceptos? Habría que regresar, pues,  a los tiempos de la colonización y detenernos en el criollo. Porque antes que el cubano, fue el criollo.  Esto es, el criollo -del portugués criadouro, según Arrom-, que es el nacido en América de padre o madre españoles o padre o madre africanos. O de ambos progenitores españoles o africanos. Y así -lo hizo notar Uslar Pietri-  lo nuevo en este aparente nuevo mundo, es el criollo: la mezcla.

El criollo empieza a distinguirse de sus padres, nacidos en el viejo mundo. El criollo es el nuevo habitante del nuevo mundo para los europeos, porque, como también apunta Uslar Pietri, para los aborígenes era viejo. Desde el último tercio del siglo XVI,  este término entonces tan diferenciador en boca española, empezó a utilizarse en Cuba para calificar a los descendientes de los conquistadores, colonizadores  y de esclavos africanos.  La transformación fue rápida. Y no podemos negar que el medio y el clima influyeron incluso en modificaciones de “la color”. Pero sobre todo, la nueva circunstancia, condicionó  nuevos hábitos, nuevas miradas hacia el pasado. Posiblemente, el criollo, como regla, comenzó a hacer su pasado según elaboraba su presente. La patria de sus padres, queda atrás, de modo que lo heredado, se transforma en otro valor más personal, propio, vivencial. Colón describió nuestro  paisaje comparándolo con parajes españoles: escribía para españoles. Y  al hacer constar el tamaño de la yerba cubana en su Diario  después de afirmar sobre Cuba que “Nunca tan hermosa cosa vido”, dice el Almirante: “…Era grande  -la yerba- como en Andalucía por abril y mayo”. Décadas más tarde, los criollos no tendrán que recurrir con frecuencia, apremiados por las palabras,  a comparaciones foráneas. Las referencias serán los mismos objetos ya apropiados en una conciencia colectiva que va independizándose  de sus matrices.

A pesar de la distancia psicológica entre el descriptor y lo descrito, el Diario de Colón es el primer documento lírico en lengua española sobre la naturaleza edénica de Cuba. Literariamente va a marcar, para los europeos y también para los criollos, un punto nodal: la singularidad del paisaje cubano. Los aborígenes lo sabían desde hacía centenares de años.  Y de acuerdo con el citado Arrom, desde tiempos prehistóricos, Cuba, para los llamados indios era “la tierra por antonomasia”. Ellos fueron, en suma, los creadores de las primeras imágenes sobre nuestra patria. Y esas imágenes ayudan a conformar también  los focos de significación de la conciencia criolla y luego cubana. Por tanto,  no seré original al decir que el primer atisbo de una nueva identidad en gestación empieza por el paisaje. Con el tiempo habrá una diferencia entre el asombro ajeno de Colón y la visión entrañada.  Ramón de Palma, mediando el siglo XIX, acusa el efecto arcádico e imantador del paisaje. Teorizando sobre los Cantares de Cuba, aseveró que, para sentir la inspiración de esa especie de poesía popular, era “menester contemplar el cielo estrellado de los trópicos en la solemne inmensidad de las sabanas, o ver los rayos de la luna platear las anchas hojas de los plátanos o quebrarse en las pencas de los palmares”.  

3. Miguel Velázquez, mestizo, joven de años y viejo en sabiduría, según el decir de quien lo presenta, Juan de Agramonte, nos lega en 1547 una carta que va a prever  en su angustiado sentir, la  próxima, aunque lejana, formación de la identidad que separa, que traza la ruptura. El cura Velázquez, de virtud ejemplarísima,  le escribe a su obispo, y quizás como en una síntesis inusual en aquella época, refiriéndose a Cuba, dice: “Triste tierra, como tierra tiranizada y de señorío”.  Ahí está, pues, la base ideológica de la futura independencia. Este lamento, pleno de la armonía de quien sabe combinar las palabras, ha definido a Cuba como dolor, como llaga, como tierra que esperará el inevitable temblor telúrico que rasga y aleja. Y en la tercera década del siglo XIX, José María Heredia repite la trágica observación, pero mirando a Cuba desde el punto de equilibrio típico de los que aman el objeto de su crítica. En la Isla, según el Cantor del Niágara, coexisten las “bellezas del físico mundo y los horrores del mundo moral”. De modo, pues, que entre el clérigo del siglo XVI y el poeta del XIX  se interpone una diferencia: aquel libera su quejumbrosa definición, particularmente desde la sensibilidad culta y conmovida del criollo, fervoroso cristiano, y este, Heredia, con una mano asida de  la herencia clásica y la otra conduciendo la renovación romántica, desde el exilio político, es decir, desde la carencia -“al parecer  una  clave de  nuestro espíritu”, según el poeta Roberto Manzano-,  nos dio la abundancia que, para  Manzano, en un ensayo iluminado sobre Heredia, equivale a  tener “cuerpo espiritual” antes de ser un organismo real.  Cuba, en la expresión poética dominante en Heredia, ya es la patria con cuyas bellezas física se goza y con cuyas penas sufre  como se sufre por lo propio: con el dolor  entrañado.  Abundando en la fértil idea de Manzano,  Cuba no es todavía una entidad política independiente de su matriz. Sin embargo, Heredia la ha convertido en un molde intangible, invisible, pero dotado de un movimiento interno que ya había empezado a encarnarse, desde un intenso acriollamiento en  la plenitud de la cubanía.

 En una aparente paradoja, el “cuerpo espiritual” tenía color, aún más cultural que epidérmico, más interior que exterior: el mestizaje. La  mezcla es, en efecto, el rasgo definitorio de Cuba, su identidad y su cultura. Existen, por tanto, un ritmo y un color cubanos. Si el paisaje fue el principio, el punto diferenciador entre los que llegaron en 1492 y los que nacieron en Cuba, la identidad y la cultura fecundan su gestación mediante el vínculo raigal con la historia, con  hechos que irrumpen en la vida común y adoptan perfiles singulares, merecedores de fijarse en letras, en versos. Vivir en la historia, reproducir y socializar la historia será otra clave de nuestro espíritu. Evoquemos a Espejo de paciencia, poema escrito en 1608, por Silvestre de Balboa, un acriollado oriundo de Gran Canaria.  Estructurado en dos cantos y 145 octavas reales, no es un poema trascendente por su intrínseca propiedad estética, pero expresa la incipiente asimilación, la lenta interiorización de la naturaleza y la vida social en la conciencia colectiva de la Isla. Y vale, perdura  como acta del alumbramiento cultural del diccionario autóctono de la flora y la fauna de Cuba. Porque en su lenguaje, donde prevalece el transoceánico sonido de las palabras y las imágenes leales a lo hispano, aparecen voces netamente cubanas como macagua, nombre de un árbol, y biajaca, de un pez de agua dulce, y maruga, de un sonajero, y siguapa, de un ave nocturna. Su tema es también criollo: el secuestro y rescate del Obispo Cabezas y Altamirano. Y, sobre todo, Balboa cita la palabra criollo, como la citan los sonetistas que le alaban su poema épico, poema criollo de la tierra. Y Balboa llama “negro honrado”, y también criollo, al esclavo que venció en combate  al pirata Gilberto Girón, secuestrador del obispo. Ya podemos reconocer el proceso de diferenciación con respecto de los españoles y pulsar además la incipiente  integración racial, tan básica para el nacimiento de la nación. No afirmo que con Espejo de paciencia y sus alusiones cuasi igualitarias se resolvieron las diferencias de razas, ni se abolió la esclavitud en fecha tan temprana. Repito solo lo evidente: Silvestre de Balboa registra atisbos de  unidad racial, que derivará en mestizaje,  durante un episodio bélico en que pelearon juntos negros y blancos, amos y esclavos. Y sobre todo apreciamos la exaltación del negro Salvador, doblemente salvador, por valiente, en aquel lance.

En Espejo de paciencia uno no sabe qué predominó más en el poeta: si el apego a la verdad o el servicio a la justicia. Es decir, notemos que se realza el heroísmo del esclavo. Y ello era verdad. Pero la verdad, dentro de la acción de  un grupo, puede adoptar la unanimidad o el anonimato, sin que la verdad se maltrate. Lo sabemos los periodistas. Sin embargo, el vencedor del pirata se construye ante  ese épico Espejo, por encima de quienes se consideraban superiores. Silvestre de Balboa prefirió ser justo antes que diluir la verdad particular en la verdad general. Y esa inclinación posiblemente condicionará el aforismo de Luz y Caballero cuando encapsule la justicia en una definición luminógena: “ese sol del mundo moral”. Y que secundará José Martí al determinar que “…solo hay honra en la satisfacción de la justicia”. Y Antonio Bachiller y Morales, la actualizará  cuando la convierta en hecho político aseverando, al inaugurar uno de sus cursos de economía política en el Seminario de San Carlos, que la economía sin justicia no cumple su papel en el adelanto de los pueblos.

La justica, pues, es originario  ideal ético de la nación. Y fue el venerable Félix Varela  el pensamiento, la voz y la letra  que formuló con sus Cartas a Elpidio, los principios que, basados en una raíz de ascesis cristiana, se mezclaron con la política y la civilidad como factores de crecimiento ético.  Decía Luz y Caballero que el Padre Varela fue el primero que nos enseñó en pensar; “en pensar”, no a pensar, como equívocamente se acostumbra a decir. Y fue también uno de los primeros en ejemplificar el sufrimiento causado por  la hostilidad de unos hombres hacia los actores del bien colectivo.

El reformador de la enseñanza filosófica en Cuba, el precursor de la abolición y la independencia, el  crítico del anexionismo, nos enseñó, en particular, a reconocer y respetar  la arcilla esencial, el genio que  distingue nuestra identidad: el pueblo. A Luz y Caballero, en 1839, le escribe el Padre Varela apremiado por las carencias del exilio en los Estados Unidos: “Al fin, el desprecio con que han sido miradas mis Cartas a Elpidio, que contienen mis ideas, mi carácter, y puedo decir que toda mi alma, es un exponente del desprecio con que soy mirado ¿Y por qué cree Usted que escribo esto? ¿Por vía  de duelo o de queja tonta? No, mi amigo; yo reconozco en los pueblos una inmensa superioridad sobre los individuos”. Años antes, anotó una norma definitiva, en Observaciones sobre  la Constitución Política de la Monarquía Española: “El hombre libre que vive en una sociedad justa, no obedece sino a la ley: mandarle invocando otro nombre es valerse de uno de los muchos prestigios de la tiranía, que sólo producen su efecto en almas débiles. El hombre no manda a otro hombre; la ley los manda a todos”. Anticipada está desde la cultura y la política, pues,  nuestra ética solidaria, siempre deseada y una veces conseguida y otras, golpeada. Y teóricamente compactada también está la justicia, carnalidad social de nuestra autoimagen.  

4. En Lo cubano en la poesía, Cintio Vitier, entrañable maestro de cubanía, señala que la apreciación de los frutos de la flora en los poetas cubanos de la colonia pasa de los sentidos más superficiales a los más espirituales, según la naturaleza llega a los estadios más enraizados del sentimiento. Y en sumaria definición, debo intentar aclarar que la vista es más bien un sentido elemental, el gusto es utilitario, y el oído y el olfato, más sutiles. Hoy, hagamos el paréntesis, no echamos de menos la casa de ingenio de los centrales demolidos; más bien, extrañamos el olor del melado y el zumbido del vapor, esto es, los sentidos más espiritualmente ligados a la identidad nacional. Resumiendo ahora parcialmente lo dicho previamente: el paisaje natural fue uno de los ingredientes primordiales de la poesía y la prosa creativa cubana hasta el siglo XIX. El propio Vitier reveló a la apreciación crítica que Cuba poseía una naturaleza paradisíaca que conmovió a los fundadores y posteriormente a los continuadores del movimiento poético cubano. Quizás por esa capacidad de atracción que seduce sin destruir y deslumbra sin cegar, el sentimiento de lo nacional fue primigeniamente condicionado por el entorno paisajístico y manifestó sus primeros acuses  de existencia en la poesía, lenguaje predilecto de la emoción.   

Otra casualidad, por llamarla de algún modo, sucede casi simultáneamente al despertar consciente del criollismo: se inicia el reinado de la Virgen de la Caridad en Cuba, para acrecentar y consolidar la religiosidad de la Isla y subrayar además diferencias entre el organismo autóctono que nacía con respecto de su claustro materno. Ahorro toda la historia, todo cuanto de mítico, o legendario puedan  suponer algunos autores sobre el hallazgo de la imagen de Nuestra Señora de la Caridad. Una precisión es suficiente: La Virgen del Cobre es. Pero en la  conciencia cotidiana, es decir, acriollada, ciertos datos se modificaron con el tiempo para acomodarlos a la evolución de la identidad cubana. Y así los tres personajes  que divisaron el bulto sobre las aguas de la bahía de Nipe, viajan en canoa –nombre aborigen que cobra expresión simbólica de integración cultural-, y al final de un incalculable período sus nombres se convierten, para el pueblo, en Juan Indio, Juan Blanco y Juan Negro. Y para los afrodescendientes y también para hispanodescendientes –si los hay puros-,  la Virgen de la Caridad comenzó a ser  Ochún, ortodoxia religiosa aparte, en el milagro del mestizaje, el sincretismo y la síntesis de nuestra identidad. Y permanece ligada a la historia. A sus pies, en el Cobre, Carlos Manuel de Céspedes, el padre de  la independencia, le tributó acatamiento y le suplicó apoyo en la lucha tan audazmente emprendida en Demajagua. Ese hecho, reconoce y confirma a María de la Caridad como  Madre de la nación, nación que asomaba ya en su geometría de organismo real, entre el estruendo y el fuego de la Guerra de los 10 Años. Todavía en el santuario que protege su imagen, Nuestra Señora continúa mezclada en los asuntos terrenales del país y su gente, por voluntad del pueblo también para siempre mezclado.  El Cobre, aunque no se quisiera, se yergue como atributo de la identidad. El cobre, metal de las alianzas con otros metales. El cobre, dúctil y mestizo símbolo de cuanto somos.

5. La Historia no es una sucesión de hechos sucedidos sucesivamente, como aseguraba cierta ingenua definición que aprendí en mi adolescencia, cuando transitaba por el primer año de latín entre los Salesianos. No quisiera ahora redefinir la Historia. No hallaría la fórmula exacta. Más me gusta sentir la Historia que definirla, como confesó Juan Ramón Jiménez respecto de la poesía. Y sentirla, a mi entender, equivale a voltear la vista, observar la teoría de años y siglos que nos anteceden y reconocernos en la masa de hechos y dichos que parten de nuestras espaldas hacia el pasado, y obrar por que el futuro sea fiel a las corrientes matrices y motrices de nuestra personalidad como pueblo. En esa masa pervive la cultura, y la cultura expresa, en un intercambio dialéctico con la circunstancia material y natural, nuestra identidad, nuestro cuerpo nacional, conglomerado que se  beneficia con el espíritu de la tradición.

La esclavitud del negro, principalmente, y  la peculiar y aparente libre esclavitud de chinos, incluso de trabajadores canarios, compuso la rémora de nuestra identidad. Esa “gran pena del mundo”, según la definió Martí, retrasó nuestro proceso de integración espiritual y social. Y los horrores morales propios del régimen de plantación esclavista, superada su etapa patriarcal, convierte a la caña de azúcar en un símbolo negativo dentro del paisaje natural y social, a pesar de cuanto significaba y significó en la historia económica de Cuba.  Tengamos en cuenta también que, desde un punto de vista de la estética del paisaje, unas cuantas caballerías de caña ofrecen una visión monótona: hojas mecidas por el viento y la llanura verde como un mal tranquilo de verano.  Registrando en poetas del siglo XIX, he hallado que es usualmente denostada en la evocación o la descripción de los cañaverales. Notamos reticencia en poetas significativos y otros de menos recurrencia en la crítica y estudio de la poesía del XIX.  

Por ejemplo, Mercedes Matamoros, ante el paisaje desolado de un ingenio en ruinas, impregna su mención a las cañas  de una frágil mirada donde la nostalgia  que devela el alma adolorida  de la poetisa. Pero en su Canción de las cañas, aunque  parece que nos va a dar una visión favorable,  los versos que enseguida citaré, terminan de una manera inesperada. Según la Matamoros, las cañas se ufanaban de ser cubanas: “Nosotras somos, dicen, las favoritas bellas/ del más hermoso suelo que fecundara el sol; / nacimos bajo un manto de vívidas estrellas, / sin embargo somos las hijas del dolor”. Hijas del dolor, siluetas dolientes como las llamó otro poeta que oía el chasquido del látigo sobre espaldas esclavas. El Cucalambé juega a veces con las cañas. Al narrar el corte en el cañaveral dice festivamente que la gente, volcada al campo con entusiasmo, “a echar trozos al montón/ Con loco furor empieza”.  Más adelante, en el mismo conjunto de espinelas, el gozo hace una mueca: “Brilla el sol, sopla el terral, / la atmósfera está serena; / y a cada instante resuena/ la cuarta del mayoral”.

Menos conocido, Francisco Sixto Piedra, natural de Cárdenas, poetiza la molienda en días de esclavitud: “Entre las férreas mazas comprimida/ cruje la caña; la gigante torre/ como humeante volcán se ostenta erguida, / dulce guarapo en los canales corre/ y en su oleada de miel no logra al cabo/ endulzar la amargura del esclavo”.

Y como lo absoluto suele despeñarse por sus pies, Gabriel de la Concepción Valdés,Plácido, en su letrilla dedicada a la flor de la caña, pasa a convertirla, según  mi modo de ver, en  una metáfora de presumible y oblicuo doble sentido político, con cierto tono jocoso. En esos versos reclama a la “veguera preciosa de la tez tostada”: Ten piedad del triste/ que tanto te ama; / mira que no puedo/ vivir de esperanzas, / sufriendo vaivenes/ -como la flor de la caña”. Puesto a reanudar la polémica de Manuel Justo de Rubalcaba con las frutas españolas, José de Jesús del Ocio –escasamente mencionado en resúmenes literarios del siglo XIX, salvo José Manuel Carbonell en su gruesa Evolución de la cultura cubana-, Del Ocio  utiliza a la caña de azúcar, no como elemento paisajístico, sino como jugo dulce y elemento de beligerancia en lo que ya implica la ruptura con la metrópoli. Y proclama: “Yo no dejo el San Juan por el Henares/ ni un solar de mi Cuba por España, / ni por su pera nuestra dulce caña/ ni por montes de olivo mis palmares”.

6. Al mencionar los palmares, podemos repasar una especie de polémica paisajística entre la caña y las palmas. Anselmo Suárez y Romero, cronista, esto es, poeta en prosa, toma pugnaz partido contra la caña de azúcar, siendo él, incluso, propietario de un ingenio, quizás en contra de sus verdaderos intereses intelectuales. Como asegura Moreno Fraginals, Suárez y Romero, fue un inepto dueño del ingenio Surinam, en la jurisdicción de Güines. Fue, con más fortuna, un beligerante cantor de la palma. Recordemos la postal escrita en un álbum durante 1852, que resulta hoy como una expresión de cubanía en la prosa del XIX: “Hay una cosa en mi patria que nunca me canso de contemplar; no es la ceiba de hojas infinitas que se levanta en la llanura, ni la cañabrava que mece sus penachos con la brisa, ni los naranjos cargados de azahares, ni nuestro sol, ni nuestra luna, ni nuestro cielo tan azul y tan hermoso, ni el hirviente mar que ruje en nuestras playas; son los magníficos palmares que suspiran perennemente  en sus llanos y sus colinas. No hay árbol más bello que la palma; pero cuando la casualidad  ha reunido un grupo de miles de ellas en la cresta  de una loma o en un valle pintoresco y apartado, no hay pincel capaz  de pintarlas, no hay poeta que pueda cantarlas dignamente en su lira. (…) ¡Escuchando la música de sus pencas, un poco antes de expirar, la muerte no debe ser tan amarga!

Con la primera línea de este párrafo, el autor inaugura un estilo más próximo a ese creciente proceso de divorcio de España. Es la diferencia dentro de la herencia. Y, sin forzar excesivamente el papel de Suárez y Romero, nunca he dudado en afirmar que sus estampas, en particular las tituladas respectivamente  Palmares y El guardiero, componen los primitivos orígenes de la crónica periodística cubana.

Escribió también una novela, Francisco, con perfiles abolicionistas, de un abolicionismo quizás sentimental. Y no nos extrañemos. La vida social y el papel de individuo inserto en ella no pueden someterse a comportamientos rígidos. Las paradojas –lo sabemos- son ingredientes de la historia. Pero en términos de identidad, en este escritor y pedagogo,  también profesor del colegio El Salvador de Luz y Caballero, el paisaje y la gente de Cuba ganan un espectro más luminoso y por tanto es más auténtica la emotividad con que lo refleja y lo recrea. Uno nota en Suárez y Romero, pues, el paso de lo criollo a lo cubano, que vemos incluso en el empleo de la palabra “casualidad” cuando se refiere a los palmares.  Las palmas se aglomeran como efecto de la casualidad, término  más conversacional, más cubano, en contraste con  “azar”,  palabra más propia de la retórica española.

Pero oigamos a Suárez y Romero  batir sus tambores contra la caña y su correlato industrial: el ingenio. Lo estimo como un resumen del criterio de entonces, época en que Villaverde exalta al guajiro y escribe la primera parte o la primera versión de Cecilia Valdés. Es decir, la literatura penetra en el interior de la sociedad y de la naturaleza, buscando entenderla, explicarla para adelantar el parto de la autoimagen de cada uno y a la vez de todos los que habitan el mismo espacio y hablan la misma lengua. Escribe Suárez y Romero sobre los ingenios: “Visto uno puede decirse que se han visto todos. No más que cañaverales inmensos de color verdegay (vivo y claro, LS) que forman horizontes, divididos en cuadros de diverso tamaño por estrechas guardarrayas, a cuyas orillas no ostentan, como en las de los cafetales, sus anchas copas ni el mamey, ni el mamoncillo, ni el aguacate, ni difunden tampoco su fragancia los azahares de los limones y naranjos”.

Poetas y prosistas tuvieron, pues, los sensores suficientemente aguzados como para reparar en el medio donde residían. Suele ser común que uno no vea los árboles cuando se halla inmerso en el bosque, o no valore la belleza que disfruta todos los días. Ahora bien, resulta una experiencia compensadora revisar las impresiones de los visitantes extranjeros sobre el paisaje de Cuba. Coincidían con los cubanos más sensibles y de sentidos más delicados. Siglos después, aún se les pulsa el pasmo de Colón: Heinrich Schliemann, el arqueólogo alemán que extrajo del polvo y de la leyenda la ciudad de Troya, confirmando así el carácter histórico de la poesía de Homero, visitó nuestro país cuatro veces en el XIX. En cierta página de su diario de viaje estampó esta observación: “En todas partes se ve una cantidad sin número de palmas-reales, que vistas de lejos parecen formar grandes bosques y selvas y que dan al paisaje un aspecto de hechizo y encanto.”  Y precisa: “No hay monotonía en ningún lado...” Abiel Abbot, pastor  norteamericano, que recorrió a Matanzas y parte de occidente hacia 1828, describía entusiasta que la naturaleza cubana es tan bella  tal como si una mano artística lo hubiera hecho.

7. Entre los poetas y poemas registrados, muy pocos se refieren a la caña de azúcar con júbilo, o con ánimo de destacar su presencia sin que de alguna manera no quede una imagen, una palabra que recuerde el infierno verde del cañaveral. Para los propietarios de ingenios el concepto de prójimo era sustituido por el de utilidad. Y así el negro es solo “fuerza de trabajo”  y “el campo deja de ser paisaje para ser medio de producción. En el cañaveral se aglutinaba la riqueza esta clase poderosa, dominante, cruel, insensible  que –sigue  recordándonos Moreno Fraginals-  fue capaz de derivar hacia el anexionismo, porque consideraba que era “más conveniente sacrificar la nación al azúcar que el azúcar a la nación”.  José Antonio Saco, a pesar de sus limitaciones reformistas, pudo decir de los hacendados que “no tenían más patria que su ingenio ni más compatricios que sus esclavos”.  La literatura también coadyuvó a extender la conciencia antiesclavista en Cuba. El ejemplo mayúsculo, Cecilia Valdés o La loma del Angel, de Cirilo Villaverde, que el 28 de octubre de 2012, redondeó el bicentenario de su entrada en este nuestro país que el pretendió cambiar con su fundacional novela. Tal vez nadie sintetizó en letras la contradictoria, mezclada, soberbia y a la par injusta sociedad cubana signada por la esclavitud. Y de acuerdo con Villaverde, Cecilia Valdés recogió el testimonio que este, el autor, legó al futuro. En verdad, no componen poca cosa las letras de intención artística en la existencia de un país. Como hemos someramente recordado en esta conferencia, el arte y la literatura reciben la influencia del medio y de la existencia social, la codifican estéticamente  y la socializan como expresión de la autoimagen colectiva.

8. Quizás tengamos que convenir en que los románticos en Cuba  adelantaron la ruta hacia una expresión nacional. Los pintores románticos “descubrieron” el paisaje cubano, aunque, según mi opinión,  posiblemente por limitaciones técnicas o  por  escasa interiorización de la mirada, no lograron apoderarse de la luz propia de nuestro archipiélago. A la vez, los poetas y prosistas enfatizaron en  los términos más criollos,  nacionalizando el verso; por ejemplo, José Jacinto Milanés. El poeta  se regodea en  el  autóctono y sonoro “cauto jubo del manigual” en la fuga de la “cimarronzuela de rojos pies”. Pero es también el poeta que, consciente de habitar un país de esclavos, bendice la fuga, bendice las ansias de ser libre. El autor de La madrugada se empalma  con el lejano Silvestre de Balboa, y este engarce –uno más entre tantos-  sirve para demostrar que la gestación de la cultura no es un proceso de exactitud matemática, de dirección lineal, sino impreciso a veces, discontinúo por momentos, incluso redondo de modo que de un principio se vuelve a él para cerrarse o, como sucedió en nuestra cultura,  para dejarlo abierto y partir en un giro de espiral.

Renunciando repetir lo sabido,  parece que  la identidad nacional es mucho más profunda en La Zafra, de Agustín Acosta, en el siglo XX. ¿Ya acaso ha cuajado la autoimagen del cubano, autoimagen en que también se percibe la ideología nacional, la conciencia de la injusticia? Faltaba aún el envión definitivo en nuestra personalidad nacional. Y este mismo poema, uno de los dos grandes poemas civiles cubanos -el segundo en el tiempo, a mi juicio, es Elegía a Jesús Menéndez, de Nicolás Guillén-, entraña un  impulso para  que la nación, durante los años decisivos de los  1920 y 1930, se empine. La Zafra no es, en esencia, un poema hermoso. El adjetivo sería baladí, minimizador. Merece elogios,  sobre todo, sin soslayar sus aciertos poéticos, por haber sido un grito, la síntesis poetizada de los contravalores de la caña de azúcar. Nunca será válido, ni justo, excluir a Agustín Acosta de entre los poetas nacionales. Que no haya sido revolucionario en política, no impidió que fuera revolucionario en cubano, en poeta. Sus facultades creadoras, vertidas en versos dolientes, sonoros, cromáticos, como postales dibujadas con el incausto parecido a la sangre, acusan, señalan el mismo estorbo que, cien años antes de 1926, lastraba la concreción de la nacionalidad. En su conciencia y su obra se pulsa la ideología básica que particulariza a la identidad cubana: defensora de la justicia y apegada a la independencia. Y por ello,  aunque en su  poema-libro evoca tristemente el pasado de la colonia y la esclavitud, no evade el momento crítico de su presente: nombrar al nuevo culpable de la tragedia nacional: “Mientras lentamente los bueyes caminan, / las viejas carretas rechinan, rechinan…/Lentas van formando largas teorías/ por las guardarrayas y las serventías…/ Vadean arroyos, cruzan las montañas/ llevando el futuro de Cuba en las cañas…/ Van hacia el coloso de hierro cercano: / van hacia el ingenio norteamericano…”.

La Zafra es un hito de esa época crucial en que la nacionalidad, confusa, extraviada, se halla a sí misma en circunstancias limitadoras heredadas de la república intervenida y oficializada el 20 de mayo de 1902. La cultura nacional logró la síntesis evidente y beligerante frente al mimetismo neocolonial. Los poemas de Guillén brotan como consorcio de lo negro y lo blanco por encima de modas negristas, y más tarde, el poeta de Motivos de son conquista históricamente, en Elegía a Jesús Menéndez, la justicia definitiva para el esclavo, ascendiendo a “General de las cañas” a un dirigente sindical negro, ante cuya muerte, en décimas improvisadas  en la radio, El Indio Naborí cantó: “Oíd ha caído un cedro/ talado por un gatillo/ ahora sí que Manzanillo/ midió el dolor de San Pedro”.

Presentes también en esos años de los 20 y los 30, la música de  Amadeo Roldán y Alejandro García Caturla, con lo afro en lo sinfónico. Y  además el apogeo del son en la voz de los Matamoros. Y la pintura de Gattorno, Abela  Carlos Enríquez, que deslumbraban exaltando lo cubano sobre influencias extranjeras. Después,  el esplendor de cubanía  barroca en Lezama Lima,  y también lo popular en los cuentos renovadores y hondamente cubanos de Onelio Jorge Cardoso,  y la pervivencia y desarrollo de la música en el ritmo de Benny Moré,  y la extensión de la danza clásica con acentos de cubanía en Alicia, Alberto y Fernando Alonso... O la nueva y vieja cubanísima trova de Silvio Rodríguez y Pablo Milanés.

Antes de esos ejemplares momentos, y he de recordarlo sin que se tome como una caricia a  Matanzas,  panacea de tanta cubanía en la cultura que nos expresa; he de recordar, pues, que si el Himno Nacional inflamó el aire de Bayamo en medio del fuego de la guerra independentista y abolicionista de Céspedes,  y si los versos  y la música de Perucho Figueredo  escribieron el acta del nacimiento de nuestra patria, el parto  de nuestra cultura, cultura de resistencia, vuelta para sí  siendo ya en sí; después de todo ello, tras el  Pacto del Zanjón entre cubanos y españoles, en 1878, un músico mulato matancero concibió simultáneamente el danzón, género bailable nacido de la contradanza europea, pero con células sobre las cuales se erguía la síntesis de lo cubano que en esos momentos sufría su primer revés político más que bélico. ¿Y acaso no hay mucho de la frustración patriótica de aquel momento en el empaque, la solemnidad melancólica del danzón que Miguel Faílde nos legó como baile  y música nacionales?

9. Esta aproximación a los orígenes de los sentimientos que nos unen y se imponen cubanamente a las diferencias efímeras, ha de concluir parcialmente con una décima, la estrofa nacional, estrofa imbricada con  la tierra nuestra, esa tierra nuestra que Carilda Oliver quiere toda sobre sí. Es de El Indio Naborí, cuando ya ciego siguió viendo en lo vivido: “Estoy viendo, como quien/ sueña en una noche triste, / paisaje que ya no existe/ con ojos que ya no ven. / Magia de supremo bien/ hay en el recuerdo mío, / cuyo visual poderío/ desde un mirador profundo, / está repoblando el mundo/  que se me quedó vacío”. En el poeta, la identidad, luz del espíritu,  sustituye la luz física. Y ve, aunque no vea.

Cerremos con Lezama Lima. Este párrafo es aplicable a nuestro tiempo, cuando creemos que el pesimismo del deterioro nos sepulta. Por momentos olvidamos que somos y que aún nos estamos haciendo y rehaciendo. Esto dijo Lezama el  11 de septiembre de 1957, en días de angustia:

“Al fin, estamos en el caos consecuente de la desintegración, confusión e inferioridad de la vida cubana de los últimos treinta años. (Igualmente se puede decir: de todo el período republicano.) Por un lado, susto, sorpresa, perplejidad. Por el otro, desesperación. Falta de lazos históricos, de sentido arquitectónico en la nación, de metas a llenar por las generaciones.

“No se puede decir que el cubano carezca de energía, de resolución. La tiene. Tan sólo que su punto de inserción entre el individuo y lo histórico, es fofo, ligeramente hedonista, con ribetes ingenuos de conquistador impotente.

 (…)

“Lo que nos falta es gravedad esencial, medianoche con Dios, orgullo que desprecia lo insignificante social. Gravedad, orgullo, Dios; nos parece que es bastante lo que nos falta. Nos falta un fragmento, ¨una cosa¨, pero en ese fragmento y en esa cosa están todas las cosas esenciales, verídicas, eternas”.

Hasta ahí, Lezama. Y este periodista, suplicándole la a veces teatral venia del poeta,  se atreve a decir: todas esas cosas esenciales, verídicas, eternas  que afirma el maestro de Paradiso, están en nosotros. En nosotros, hermanos, que, como ha recomendado Tagore, no debemos llorar el sol de noche, porque no veríamos las estrellas.

BIBLIOGRAFÍA BÁSICA

Arias, Salvador, El reto perenne, ed Unión, La Habana, 2008.

Arrom, José Juan , Certidumbre de América, ed. Letras Cubanas, 1980.

--En el fiel de América, ed. Letras Cubanas, la Habana, 1985.

Fornet, Ambrosio, En blanco y negro, ed. Colección Cocuyo, La habana, 1967.

Ichaso, Francisco, En defensa del hombre, ed. Trópico, 1939.

Manzano, Roberto, en La letra del escriba, abril de 2012, No. 105.

Mañach, Jorge, Ensayos, ed. Letras Cubanas, la Habana, 1999.

Moreno Fraginals, Manuel, El ingenio, ed. Ciencias Sociales, La habana, 1978

---Orbita de Moreno Fraginals, ed.Unión, La Habana,  2009.

Uslar Pietri, Arturo, Las nubes, Monte Ávila Editores Latinoamericana, Caracas, 1997.

Varela, Félix, Cartas a Elpidio, ed. Cubana, Miami, 1996.

Vitier, Cintio, Lo cubano en la poesía, ed. Instituto Cubano del Libro, La Habana, 1970.

 






 



 



 



 

 

 

 

 

 

 

 

 

ÉPICA Y LÍRICA MEZCLADAS

ÉPICA Y LÍRICA MEZCLADAS

 

Luis Sexto

Una obra teatral se escribe para verse sobre un tablado, es decir, para escenificarse. Pero no quiere decir que un drama, una tragedia, incluso una comedia no se puedan leer, y al leerse, imaginar la puesta en escena.  Ello acabo de hacer: he entrevisto a los personajes de un texto teatral  hablando y moviéndose, bajo el litigio, antiquísimo en Cuba, de El huracán y la palma.

No es la primera vez, sea dicho como recordatorio, en que esos vientos  y  ese árbol se juntan para titular una obra de arte. Recordemos la canción homónima de Sindo Garay; evoquemos también un poemario con el mismo nombre de Helio Orovio… Y sumemos ahora, con todo derecho de originalidad, a Carlos Padrón, reconocido actor y también reconocido escritor e investigador, nacido en 1947 en Santiago de Cuba, que ha publicado recientemente, con el sello de Colección Sur editores, una pieza con este título: El huracán y la palma.  

No podría, aunque se intentara evitar la repetición, inventar otro título más adecuado para la obra que recrea la figura del Lugarteniente general Antonio Maceo, en uno de sus combates más candentes: su final como guerrero y hombre. Qué fue Maceo, sino una palma en perenne estatura de hidalguía. Qué fue su crónica personal, sino el afrontamiento del ciclón, del "juracán", según  el cortante nombre en lengua  aborigen.

 Intentemos explicar que esta obra teatral en dos actos es, a mi parecer, un poema en que la lírica y la épica se confunden, se mezclan hasta derivar hacia lo poético escenificable.  El núcleo de El huracán y la palma, parte del sueño: Antonio Maceo sueña con el juicio que le hará la Historia. Carlos Padrón parte de aquella noche difícil, previa a la caída del Titán,  cuando el imbatido General, que ha tenido fiebre, sueña con sus familiares ya muertos  que le dicen: ¡Basta de Gloria, Antonio!

Si mis lecturas no me han abandonado, el general José Miró Argenter narra este episodio onírico en Crónicas de la guerra. Y Carlos Padrón, poeta tanto como actor y guionista, sabe valerse del misterio, de la ensoñación, para ubicar  a Maceo en una batalla sin machete, afrontada solo con palabras y con la ética y el desinterés que lo movieron en sus 52 años.  Hay, pues, a mi criterio, tres planos en El huracán y la palma: el plano de lo onírico; el plano de lo psicológico del personaje central, y el plano de la Historia,  que avanza y retrocede defendiendo al prócer sometido injustamente a ese rendir cuentas que resulta, conscientemente o sin percatarnos de ello, el fin de todo Hombre.

Es difícil construir en una pieza de teatro a un personaje que vive en la Historia y toda su riqueza está en la Historia.  Carlos Padrón vence la prueba. Y con tanta eficacia que no niego que, por momentos, mis ojos se aguaron. Sobre todo en los monólogos del General. Cuánta poesía acarreó el autor para dibujar, en plenitud de humanidad puesta en el extremo, al estratega de la Invasión de Oriente a Occidente, al rebelde del Zanjón, al hombre que acompañó a Cuba como si la patria fuera la mujer de sus ideales románticos.

El teatro no se cuenta. Por lo común se ve. Y se lee, como acabo de hacer. Y he podido imaginar la lucha entre El huracán y la palma, el viento y el árbol. El viento que bate al árbol, y el árbol, la palma, que sirve de “espada  y doblada hacia el suelo, / besando la tierra/ batió el huracán”.   

(Difundido por Radio Progreso, en la sección Al pie de las letras, en el noticiario Epigramas. A esta nota se le han suprimido algunas repeticiones del estilo radial)           

 

 

 

 

CARTAS SON CARTAS

CARTAS SON CARTAS

 Luis Sexto

Tengo la impresión de que ya apenas escribimos cartas. El teléfono, el correo digital y el chateo han sustituido al intercambio epistolar. No voy a decir si ahora somos más inteligentes, más profundos, o en cambio, la velocidad y la facilidad de los canales digitales, nos quitan eso mismo: profundidad y agudeza a nuestra inteligencia. En fin,  lamento que ya no escribamos  cartas o las escribamos en menor medida. En una época, que se va alejando, las cartas fueron entre muchos intelectuales un medio de intercambio de ideas y de confesiones. Y los ojos ajenos, al leerlas, asisten al  proceso de aprendizaje  de una época, y adquieren conocimientos íntimos de ese o aquel autor a quien leen y admiran.

En el año 2011 asistí en Cienfuegos al sexto encuentro de cronistas. Y tiempo hubo, al menos un poquito, para llegar a la librería del bulevar de la Perla del Sur, sita muy cerca del Prado, y hallé, publicado por Ediciones Mecenas, un epistolario de Florentino Morales, poeta e historiador de seguros méritos y reconocido  investigador que aportó  a Cienfuegos parte de su identidad histórica. El destinario con quien  se cruzaba cartas Florentino era José María Chacón y Calvo, uno de los grandes hispanistas cubanos.

En verdad, no puedo sino repetir lo que dije al inicio. Gracias a estas cartas incrementamos el conocimiento de ambos escritores. Vemos parte de su peripecia diario, de sus dudas, de los juicios críticos de uno para el otro y de este para aquel. Estas cartas vienen siendo como lecciones vivas y espontáneas.  Una vez entrevisté a Florentino Morales para completar un reportaje sobre el cementerio de Reina, luego publicado en Bohemia,  y fui alumno doméstico de Chacón y Calvo, visita asidua a su casa, quiero decir. Y al leer las cartas cruzadas entre ambos,  he incrementado el conocimiento que poseía de uno y otro. Y he visto, en particular, la grandeza humana de Florentino al someter sus poemas al juicio siempre sabio de Chacón y Calvo y aceptar las sugerencias de quien aquel reconocía como maestro, siendo él también un maestro.  

Confieso que entre mis lecturas preferidas están las cartas, además de las memorias y los diarios. Hace  poco también leí unas cartas de viaje de Angel Augier, poeta, ensayista, biógrafo de Nicolás Guillén, fallecido en  2010, con cien años de edad. Las cartas fueron dirigidas  a su primera esposa desde París a mediados de la década de 1950, cuando Augier  viajó a París para incrementar sus conocimientos de tipografía e impresión e investigar sobre cuatro poetas cubanos que escribieron en francés. 

Nacido en 1910,  no llegaba entonces   Angel Augier a  los 50 años. Y sus cartas familiares fueron escritas como crónicas de viaje. Describía cuanto de interés veía en París o en los países que, desde allí, y en virtud de su beca, pudo visitar.

 La lectura de Cartas de viaje, de Angel Augier, en edición de Letras Cubanas, ofrece, pues, un interés que va más allá de lo que entre 1952 y 1955  quedó en el ámbito familiar. Hoy, a pesar del tiempo transcurrido resulta útil y agradable leer las impresiones del autor de Isla en el tacto, un hombre culto, atento siempre a las revelaciones  que la vida le suministraba para  enriquecer el desván donde el escritor ha de guardar cada una de sus experiencias. Con los años, Augier recibió el premio nacional de literatura. Estas cartas, quizás, no aporten nada singular a su obra poética, ensayística, crítica, incluso periodística, porque periodista fue y lo confirma cuando en parís Charles Chaplin le pasó por el lado y Augier no dudó en entrevistarlo brevemente para la revista Bohemia. Me parece que  fue el primero, si no el único, periodista cubano que en le dirigió varias preguntas al archifamoso actor y director cinematográfico.

 Las cartas de viaje de Angel Augier tuvieron el mejor destino: ser conservadas para  esperar la ocasión de convertirse en un breve libro que este comentarista no duda en recomendar.

Desde mi modesta experiencia,  he llegado a concluir que un escritor o un periodista nunca deben de romper una cuartilla. Si al momento de escribirla, no fue destinada a la publicación, uno habrá de guardarla, porque tal vez mañana le veamos valores dignos de afrontar, como mínimo, la salida a las librerías o a las páginas de la prensa. Puede ocurrir con las cartas. Un escritor suele regularmente escribir bien, aunque sea una carta íntima. Incluso, ha habido escritores que sacaban copias  para luego  publicarlas. Otros, sin embargo, nunca pensaron que cuanto decían o contaban en una carta familiar, podía aspirar a convertirse en libro. El terreno, en fin,  es movedizo: nadie puede suponer las intenciones de un escritor. Pero de cualquier manera, el que domina el oficio de escribir debe regularmente mostrarse como lo que es, sobre cualquier papel o sobre el cristal de computadora.

Ah, tiempos dichosos aquellos en que escribíamos cartas. ¿Podrán convertirse los mensajes electrónicos en documentos perdurables y repletos de interés? El tiempo dirá… (Tomado de Cubahora)