EL PRESENTE SUPERA AL PASADO
Luis Sexto
Como por la historia andamos, todos cabemos
Casi al final de los días en que se mezclaron alternativamente la devota euforia y la plegaria unciosa, uno duda en componer la idea, el rasgo definitorio en una frase, una síntesis de los momentos durante los cuales la imagen de la Virgen de la Caridad del Cobre, no la original sino la conocida por Virgen Mambisa, recorrió ciudades, poblados, bateyes y caseríos, y hospitales, prisiones y escuelas.
Desde su salida de Santiago de Cuba el 8 de agosto de 2010, todo consistió en un sucederse vertiginoso de muchedumbres que expresaban su fe en Cristo mediante María. Una mirada común, superficial podría notar la repetición de los mismos actos, los mismos gestos, el mismo júbilo, las mismas lágrimas y las mismas palabras. Pero al mirar desde el interior, desde ese ámbito inaccesible donde el alma lee la realidad latiendo en comunión con lo que no se ve con los ojos, los actos repetidos alcanzan la dimensión de lo inédito, porque podemos decir que la peregrinación de la imagen de Nuestra Señora de la Caridad era, para cada uno de los participantes, un acto único que revestía el gozo interior de la primera vez.
Qué hemos visto, pues, más allá de la misma liturgia, de los mismos cánticos, en cada lugar donde la imagen sagrada pasó recibiendo la veneración de miles de cubanos de múltiple color, de culturas distintas, incluso de maneras diversas de creer o de practicar la fe católica. ¿No vimos acaso entre la muchedumbre las manifestaciones de una fe intensa, culta, o de una fe en que se mezclaban tradiciones sincréticas amalgamadas durante siglos en el mestizaje de colores, de culturas, ideas? Ante el concierto de voluntades claras, abiertas como el convocado por el paso de la Madre de Jesús bajo la advocación de la Caridad del Cobre, cualquier diversidad implicaba necesariamente la unidad. La unidad en torno de la Patrona de Cuba que se transforma en símbolo de un corazón que vigila amoroso, advierte maternal e implora clemente por el pueblo de Cuba.
Hay una visión que no puede envejecer en quienes la observaron: el Virgen-móvil -como lo nombró Monseñor Domingo Oropesa, obispo de Cienfuegos- rodando por el campo cubano bajo la comba azul y ardiente del cielo insular, y detrás los fieles, los mismos que se doblan sobre la tierra. Pasaba el móvil anunciado la buena nueva de la resurrección de nuestra fe, nuestra esperanza y nuestra caridad ligada en simbiosis civil con la solidaridad.
Tampoco podremos olvidar esta otra estampa, quizás la menos afortunada en apariencia y la más provechosa desde el punto de vista de las contradicciones providenciales. En San Miguel de los Baños, en la diócesis de Matanzas, la imagen la Virgen Mambisa cayó al piso. Cayó desde la mesa delante de la cual le cantaban sus hijos. ¡Oh, nuestra Madre dañada! ¡Oh, desgracia! Posiblemente ese era el sentir unánime. Y tocaba a los matanceros ser escenario de lo menos esperado y nunca deseado. Pero en el propio pueblo estaba la sanación de las maderas sagradas, ahora como en naufragio. Y como el hallazgo de casi 400 años antes, en que la imagen flotaba sobre las aguas, expertos de la provincia, miembros de la asociación de artesanos artistas, fueron convocados y la convirtieron nuevamente en el símbolo de la Madre más invocada y venerada de nuestra nación.
Ese hecho, si lamentable, parece la metáfora de que la posibilidad de recomponer a Cuba y conciliar su diversidad en democracia e igualdad, sin exclusiones por creencias o por la ortodoxia del credo religioso o político, alienta en su mismo pueblo, en su capacidad de unir las maderas de la lengua, la cultura, la justicia, la independencia y la fe. La causa de la nación partió también de un mestizaje en que confluyeron creyentes, masones, descreídos, religiones de origen africano, y cristianos. Si hubo un Luz y Caballero anticlerical, formador de patriotas en su colegio El Salvador, también existió un Padre Varela que afrontó el exilio para evitar la ejecución de su condena a muerte por España por abogar la libertad de los esclavos y la independencia de Cuba y desde su periódico El Habanero fomentó la virtud laica del patriotismo y la actitud irreductible ante la colonia o la anexión. Si hubo masones fusilados, también sacerdotes insurrectos comparecieron ante el paredón. Si hubo un socialista como Carlos Baliño, también a su lado un Martí deísta enarboló la religión de la virtud y la cultura, como condición necesaria para ser libres.
Ha sido largo el recorrido de nuestra nación. Y hoy, cuando tras muchos años de espera paciente, todos, todos los nombres de la geografía física de Cuba y la geografía espiritual fueron tocados por la imagen de la Caridad, nunca antes como ahora se observa en el horizonte la pervivencia de nuestra Cuba múltiple y unida. Al finalizar su bojeo, la Madre no ha sentido diferencia entre los brazos que la recibieron y aclamaron en el oriente y siguieron por el centro hasta el occidente en Pinar del Río donde comienza o termina el archipiélago, que es lo mismo en términos de nuestra insularidad surgida del mar, y con Madre celestial hallada en el mar. Luego y luego volvió sobre sus pasos para concluir en La Habana donde por ley de la civilidad se juntan los poderes y confluyen los caminos.
Uno, pues, mira hacia atrás y busca la síntesis de esa reedición inédita de cada momento, de cada plegaria, de cada lágrima, de cada propósito de ser mejores amando a todos, a todos en la caridad. Uno busca. Y la caridad brota -convertida en sinónimo de solidaridad- como palabra principal de esa síntesis en que se adhieren, no menos primordialmente, la fe y la esperanza. El presenta supera al pasado. Porque dentro de la historia andamos. Y en la historia todos los que aman y fundan deben de caber. (Tomado de Progreso Semanal)
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