Blogia
PATRIA Y HUMANIDAD

Cultura

NOVEDAD! LA ORTOGRAFÍA ESPAÑOLA CAMBIA

El alfabeto se renueva oficialmente con dos letras menos a finales de año y el cambio se incluirá en el nuevo texto básico de ortografía para adaptarse a los nuevos tiempos modernos y unificar el español como lengua universal de los hispanohablantes.
Así lo ha decidido en la ciudad riojana de San Millán de la Cogolla, la Comisión Interacadémica de la Asociación de Academias de la Lengua Española, encabezada por Víctor García de la Concha, director de la Real Academia Española (RAE) y presidente de la Asociación de Academias de la Lengua.

En primera instancia se discutió la eliminación de las letras ch y ll de nuestro alfabeto para ajustarse más a las pautas del alfabeto internacional. Ya en 1999, el par de letras eran consideradas dígrafos (un grupo de dos letras que representan un solo sonido) y no letras independientes.
Otro de las nuevas normas de ortografía que se propusieron en la reunión fue la denominación de la letra y para decirle de ahora en adelante ye y no y griega. Entretanto, las s minúsculas para mencionar las siglas en plural también fueron desestimadas del uso corriente del idioma español, así que a no se van a decir más DVD’s, ONG’s, como lo habían propuesto el equipo redactor del nuevo texto.

 La b y v

La denominación de las letras b y v, también fueron un gran motivo de discusión durante la cumbre. Aquí en el país ibérico se les llama b alta y a la v baja o uv. En América hispanoparlante se le dice b alta y v baja ó b grande y v pequeña. En Venezuela, también se les conoce popularmente como b de burro y v de vaca. Los académicos quieren denominarlas de una misma manera, pero el uso arraigado mencionado anteriormente prohibió que les quitarán las denominaciones de un solo plumazo. Las palabras guión y truhán pierden la tilde.

 La nueva edición de la ortografía es un proyecto ambicioso que será ratificado en una sesión plenaria con la presencia de los veintidós miembros de las academias hermanas de la RAE este 29 de noviembre en Guadalajara, México y publicado oficialmente antes de navidad por la editorial Espasa. Salvador Gutiérrez Ordóñez, en calidad de coordinador de las mesas de trabajo de los doctos durante los 4 días, informó que la nueva obra tendrá unas 800 páginas, que van dirigidas a todos los hispanohablantes y que huye de tecnicismos y será muy sencilla.

 Cabe destacar que la Ortografía, la Gramática y el Diccionario son los tres pilares fundamentales de la codificación lingüística del idioma de Cervantes y la RAE siempre ha manifestado que no abdicará a su espíritu progresivamente reformista siempre en beneficio de nuestra común lengua española.

Otros cambios importantes

El uso de la q ya no será un dolor de cabeza para escribirlo como antes. También se pueden escribir con c y con k. por ejemplo. Quórum, se puede escribir ahora cuórum, Qatar se puede escribir Catar; Queso ó Keso. Ahora bien, los más puristas que prefieran la grafía originaria tendrán que escribirlo como si fueran extranjerismos donde se suele emplear la cursiva y sin tilde.

 El prefijo ex

 El prefijo ex se escribirá unido a la base léxica si afecta a una sola palabra: exmarido, exministro, exdirector y continuará escribiéndose separado cuando preceda a palabras compuestas: ex capitán general. (Verónica González M. Noticia al Día)

PEDRO LUIS LAZO, EL RASCACIELOS DE CUBA

PEDRO LUIS LAZO, EL RASCACIELOS DE CUBA

Por Luis Sexto

Presentación del libro del mismo nombre, en el Parque Central de La Habana, el 27 de agosto de 2010

En cuarenta años ejerciendo el periodismo, he escrito hasta de jockey sobre césped; nunca de béisbol. Sin embargo,  mucho he gritado en el estadio Latinoamercano del Cerro, en La Habana, ante el milagro de mis ídolos, que han podido ser también los mismos dioses venerados por los centenares de aficionados aquí presentes. Cuántas veces adiviné el jonrón por el crujido del bate al golpear la esférica. Y antes de sobrepasar el batazo la tercera base, ya yo estaba en pie, como por obra de un chuchazo, celebrando la nueva decoración de la pizarra.  Es decir, nunca he escrito de pelota, pero he sentido la pelota hasta llorar, hasta incluso quebrar mi promesa juvenil de nunca escribir de pelota, porque, amigos míos, de pelota sabemos todos en Cuba. Y hacer el ridículo es como una raya más para quien aspira a tigre y solo se queda en gato doméstico.

Pero el periodista ha de estar siempre dispuesto a morir, es decir, preparado para asumir el riesgo aunque en ello le vaya el crédito. Y cumplo hoy, ante tantas personas ilustradas en los saberes del béisbol, la petición del autor del libro que voy a presentarles, hombre este, en su condición humana, tan redondo como la Batos o la Mizuno; tan recio como un bate, y tan audaz como el guante que aparece de súbito, inexplicablemente,  más allá de la media luna deteniendo un seguro jit. Ese hombre, Juan Antonio Martínez de Osaba y Goenaga, nombre con  distancia de jonrón,  es mi amigo en la simplicidad de la vida guajira y en la dedicación al oficio de escribir, oficio que suele ofrecer la incertidumbre y la inconformidad como secuela.

Nunca escribí de pelota, pero sé que en este libro titulado Pedro Luis Lazo, el rascacielos de Cuba, publicado por la editorial Hermanos Loynaz, está desarrollado el conflicto esencial del béisbol. Como es sabido, ese conflicto es la guerra entre un lanzador que se propone anular al bateador y un bateador que elucubra el modo de quitarle, al menos, una base, una modesta base, al lanzador. El ex pelotero Osaba,  como bateador tiene más libros que veces al bate; y Lazo, ah, Lazo, el pítcher derecho estelar del equipo Cuba,  le ha dado algún pelotazo a más de un número o a una letra. Es este libro, en fin, un desafío dominical. Sí, uno de esos juegos que, luego de su final, deben dejar espacio para la discusión.

Tajantemente he de decir, ante todo, que este libro titulado Pedro Luis Lazo, el rascacielos de Cuba, no es una biografía. ¿Y qué quiere ser este libro? A mi modesto parecer, este libro quiere ser un monumento, la exaltación de un jugador excepcional al salón de la fama que la mayoría de los cubanos llevamos dentro, porque sentimos el béisbol como la gran parábola de nuestra historia, historia nuestra que  constantemente ha estado remontando pizarras adversas a batazo limpio o mediante  el cambio de velocidad o la bola escondida.

Amigos:

Imaginemos que soy un narrador portentoso y por tanto voy a decir, antes de que ustedes lo lean, el porqué Osaba incrementará con abundancia sus numeritos individuales al terminar este juego. Lo primero que nos cautivará es que Osaba, previamente vive lo que habrá de escribir. Hay en este libro una vocación por ir al sitio donde el héroe nació, a meterse entre las personas que alguna vez significaron algo para el héroe. Es como el mejor periodismo, ese que se moja los pies, investigando en el terreno y luego trasladándonos al terreno, de modo que lo veamos y lo toquemos. En lenguaje de medios, puedo decir que este libro emplea mayoritariamente la transmisión televisiva, aunque de vez en cuando acude a la radio. 

Este libro es, en suma,  un reportaje coral, a muchas voces; un vívido, vivido coloquial documento periodístico. Y en verdad, el tino con que Osaba escribe no le podría dictar otra técnica que no fuese presentar a Lazo en plenitud de noticia, en logro aún actuante, en ser humano haciendo rebosar de gloria sus 37 o 38 años de edad. Esta es la mejor virtud de Pedro Luis Lazo, el rascacielos de Cuba: pintar al ya mítico Lazo de cuerpo y vida enteros,  como sol en su cenit, león en su pradera,  cañón en batalla. Y es así, porque no estamos evaluando, ni evocando  la cola de un cometa que pasó, sino el astro que todavía dispone de muchos años de luz.

La tradición judeocristiana nos recomienda que se elogie a los seres humanos después de fallecidos. Lauda post mortem, dice el latín bíblico. Y esta cultura tan antigua está teniendo en cuenta a ciertas figuras que, luego de ser elogiadas, empiezan a “creerse cosas”, y se desparraman en medio del mareo de la fama. Pero en ese sentido, Lazo gana este juego que lo enaltece, que lo encumbra poniéndolo para siempre en un libro que nunca habremos de  quemar o descontaminar. El talento de Lazo, la efectividad de Lazo, la ética de Lazo, la simpatía humana de Lazo como pelotero, nunca correrán el peligro de echar hacia atrás hasta el punto de contradecir o negar  todos los hechos y las opiniones que el autor, Martínez de Osaba, recoge en las páginas de este libro. Y la certeza se apoya en la confianza de que Pedro Luis Lazo quedará en la historia del béisbol cubano como Osaba demuestra con devota capacidad gráfica: como un rascacielos del coraje, la habilidad, el carácter de quien, mejorándose cada día,  honra a sus semejantes y en particular a la patria que lo recibió y le dio el nombre y la tradición.

Amigos:

No podemos hablar de un libro enfatizando solo en su contenido, o en su tema. Tengo ineludiblemente que juzgar las palabras y con las palabras medir la eficacia con que el escritor las junta. Y lo digo con placer: Osaba es un escritor, que además de saber qué dice, sabe también cómo lo dice. No dudo que cuando cualquiera de nosotros escriba, un editor o un corrector vengan luego y nos tachen este o aquel gazapos. Pero lo que lamentablemente no pueden dar un editor o un corrector, a pesar de la utilidad que los editores y correctores tienen, y a pesar de cuanto hemos de agradecerles;  no pueden dar, ni añadir, digo,  la disposición esencial de ser claro, de poner una palabra junto a la otra de modo que en vez de arrastrarse, caminen como sobre  el aire. Y de acuerdo con mi experiencia en este oficio de  escribir, la prosa de Osaba nos arrastra como una conversación. Esto es, no tiene el lector que halarla, porque a fin de cuentas se desliza hasta llegar a jon…

Luego detengámonos en la estructura. Este libro es sobre Lazo. Pero Lazo no es Lazo en abstracto. Lazo es, fundamentalmente, el producto de una tradición, de una cultura,  además de un sistema. Y de pronto el escritor detiene el libro, como si se fuera a primera, tras de haber ganado la base por bolas. Y sobre la almohadilla, pasa revista a la historia del pitcheo en Cuba en sus figuras básicas. Y nos va presentando, como en una emisión de radio –sin ver, pero oyendo- los horcones sobre los que descansan el brazo, la técnica y la sabiduría de Pedro Luis Lazo. El lector lo agradece: el poco ducho en el béisbol, lo agradece porque aumenta su caudal histórico, y el que conoce la crónica numerosa de la pelota, lo agradece porque le recuerdan y precisan lo sabido. Así, así vamos avanzado hacia el final de este juego escrito, y al final Osaba le da voz y espacio en el terreno a los que no aparecen comúnmente: a los aficionados, a los espectadores. Leyendo estos juicios uno se percata de que, sin que las distintas personas que hablan –escritores, poetas, abogados, periodistas, historiadores-  se hayan puesto de acuerdo,  todas coinciden, sin dudar,  en que el béisbol es un manifestación de cultura y que Pedro Luis Lazo agrega una dosis de arte a la técnica y los movimientos del lanzador.

Después, en las últimas páginas, después de terminado el desafío, salen del “dogaut” los compañeros de Lazo, directores y jugadores que confirman cuanto vale Pedro Luis. El libro, como es natural, se remata con las estadísticas. Un pelotero es él y sus estadísticas. Pero sobre todo es su valor y su honra. Y del valor y de la honra de Pedro Luis Lazo, de su erguirse ante las dificultades y los errores, está lleno este rascacielos que el mismo Lazo es y ha permitido que le construyan con la sencillez de la verdad.

 

 

 

 

 

CAMBIO DE NOMBRE

CAMBIO DE NOMBRE

Por Luis Sexto

Miguel de Unamuno intentó sistematizar una fórmula complaciente, más bien una paradoja compensadora del sentimiento universal de culpa por la medianía o la frustración, cuando acometió la idea de que el individuo no se salva -al menos para la inmortalidad- por lo que fue, sino por lo que quiso ser. Lo juzgarán por su soterrado y a veces inconsciente empeño de desdoblarse en otro que resultará mejor que la persona vieja. Ante esa propuesta del arisco y agónico vasco uno pregunta si habremos penetrado en los resortes que liberan la invención de un seudónimo. Y acordemos ahora, quizás provisionalmente, que cuando sustituimos nuestro nombre legal con un seudónimo, es porque nos empuja el deseo de oponer el “Yo” que uno desea ser a la primera persona que realmente es.

No lo olvido: dentro del alma humana he de andar a tientas, con el sigilo de un ladrón nocturno que teme, no solo despertar peligrosamente a cuantos duermen, sino afrontar un riesgo estéril al entrar en la habitación equivocada. ¿Dónde está la lámpara de láseres que nos facilite recorrer los pasadizos interiores sin introducir los dedos en algún enchufe que nos electrocute con el ridículo? Freud lo intentó. Y a veces rozó el desacierto con la presunción de convertir a la psique sensitiva y complicada del Hombre en un amasijo de determinismos oníricos o postraumáticos.

¿Qué mueve a una persona a adoptar un seudónimo? Quizás lo que he dicho: el propósito de ser distinto al que se es, de definirse en la otredad para la percepción pública y también la íntima. O también influyen los acertijos artísticos que suponen que un nombre ficticio, sugerido por asesores de propaganda, o aprobado por ellos, porta más gracia, más atractivo, que el que se obtuvo en la declaración paterna ante el encargado del Registro Civil. Gardel por Gardes; Marilyn Monroe por Norma Jean Becker; Moliere por Juan Bautista Poquelin; Fray Candil por Emilio Bobadilla; Almafuerte por Pedro Bonifacio Palacios, Gabriela Mistral por Lucila Godoy. Un seudónimo implica también un misterio. Y ante su arcanidad –término del barroco jesuita Baltasar Gracián- puede sucumbir la curiosidad o la admiración.

Tal vez un irreducible complejo de inferioridad, o un conflicto de timidez insuperable perviven en el lecho movedizo de un seudónimo de escritor, poeta, dramaturgo, actor o actriz, cuyo nuevo nombre lo representa en la nueva vida de la fama. Puede ser solo eso, o posiblemente sea más: ¿el miedo escénico, o las conveniencias sociales o políticas? Veamos un ejemplo en que una valoración muy aguda de los beneficios publicitarios sugiere el cambio de identidad.  El reconocido pintor cubano Víctor Manuel fue uno de esos ejemplos en que el interés de impactar tanto con sus cuadros como con el apelativo, lo asedió con insistencia. Sus amigos, incluso, especializados en las relaciones entre público y artista, le aconsejaban un nuevo bautismo en las aguas de un seudónimo que limpiara el pálido e inexpresivo nombre original de Manolo García. ¿Quién respetaría a un pintor con esa firma? En París regeneró su nombre. Y se lo informó por correo a su compatriota y colega Domingo Ravenet, que lo cuenta en sus apuntes autobiográficos: Ahora me llamo Víctor Manuel.

En Gabriela Mistral no lo veo de ese modo tan práctico. En su poema “La otra”  deja filtrar el interés de renacer de la natal envoltura como otra: “Una en mí maté: yo la amaba (…) yo la maté. Vosotros también matadla.” Los amigos y críticos de Gabriela coinciden en afirmar que el tejido de su psique estaba tramado con los estremecimientos aciclonados del genio. Esa naturaleza no cabía en la identidad común de Lucila Godoy, de modo que la maestra rural asume el nombre irrepetible que la identificará en la sobrevida de la poesía, orbe donde únicamente cabría la superabundancia de su espíritu. Lucila Godoy, la muchachita frustrada, zurcidora de recuerdos, no alcanzaba para tanta gloria. Era tan ancho su corazón que solo podía habitar en el nombre de un ángel acompañado por el viento.

Parece que ciertos seres humanos -al menos en los que el espíritu rige también como una razón contra la mediocridad- viven sometidos a un litigio interno en que la visión externa del interior de sí mismos, no concuerda con la visión desde el interior de lo que está fuera. Es decir, quisiera exiliar al que soy, para empezar a ser el que quiero y el espejo de mi subjetividad no refleja. O el sonido de mi nombre y mis apellidos no concuerda con la eufonía que me gustaría sentir como consonancia entre lo sentido, o creído, dentro y lo que resuena afuera de uno mismo. Hay, pues, más que un asesinato, un suicidio, un suicidio espiritual, indentitario cuya sangre no rueda más allá del escueto sacrificio de habituarse a responder al seudónimo ya adoptado como nombre verdadero.

Cosa complicada resulta esclarecer las causas de los seudónimos. Y quizás, como ya he dicho, tal vez muchas pretensiones de profundidad nos desvíen y soslayemos una causa mucho más humana y definitiva, como esta: me da la gana de asumir un nombre supuesto; el propio me cae mal. Con lo cual podríamos explicar, al menos en varios casos, el porqué en la literatura cubana, desde la aparición del primer autor en el siglo XVII, la historia registra más de tres mil seudónimos, según el ensayista Elías Entralgo. En el periódico El Mundo, de La Habana, hacia los años de 1960, firmaba una autora con el nombre claramente aparente de Clara del Claro Valle. Sonaba como a fiesta, a jocosa impertinencia de la imaginación. Y yo, joven adicto a la página de opinión de ese diario hasta cuando ese El Mundo se acabó en 1968, me empeñé en descubrir quién se amparaba detrás de hombre tan soleado.

Una mañana en un pie de foto de la página cultural se decía que el escritor José de la Luz León leía un panegírico ante la tumba de un tal famoso personaje. Y en la correspondiente a los artículos aparecía el texto bajo la firma desafiante de Clara del Claro Valle. Bastó asociar los datos. Ahora la curiosidad persiste en otra dirección. Y me pregunto porqué el autor de Amiel o la incapacidad de amar necesitó protegerse bajo un seudónimo para firmar aquellas crónicas ágiles, habitualmente interesantes por el estilo y por cuanto acarreaban en las referencias culturales e históricas. No llegué a conocer a De la Luz León, de quien también leí un ensayo biográfico sobre Benjamín Constant. Perdí tal vez la oportunidad al no insistir con José María Chacón y Calvo, pues ambos se llamaban frecuentemente por teléfono, y yo visitaba cada sábado al autor de Hermanito menor. No obstante, especulemos: ¿Habría pensado José de la Luz León que la crónica casi diaria en El Mundo lastimaba su crédito de autor rotundo, consagrado a las honduras ensayísticas, o le pareció que, figura de una época recién clausurada por la Revolución, su nombre no debía aparecer en un periódico revolucionario, aunque el periódico que dirigía Gómez- Wangüermert estaba sabiamente concebido, según parecía demostrarlo cada día, para conceder espacios a temas y firmas menos comprometidos con la política dominante en Cuba?  Si responder valiera el esfuerzo, si en verdad algo básico se consiguiera, tendríamos que inmiscuirnos en la papelería de José de la Luz León para quizás ensartar una frase, un testimonio, un juicio esclarecedores de móviles tan personales y particularmente sicológicos.

Estamos, pues, al final como al principio: inquietándonos por saber secretos de otros. Miro dentro de mí para hallar un eco de sentires ajenos, y nunca me ha preocupado, en conciencia, renunciar a mi identidad nominal, salvo aquel momento de mis 17 años cuando creí que con mi nombre no llegaría muy lejos en las letras. Fue verdadera la premonición. Ahora bien, lo que me parece evidente es que si me juzgaran, habrán de atenerse los jueces a lo que afirma Unamuno, y emitir el fallo absolutorio teniendo en cuenta el que quise ser y no el que soy con el mismo y modesto nombre.

 

 

 

 

 

 

¿EN QUÉ QUEDAMOS?

¿EN QUÉ QUEDAMOS?

Apostillas de un ciudadano ingenuo

 

El último informe sobre el tráfico de personas

 

El embajador Luis CdeBaca (con B de burro), funcionario del departamento de Estados de los Estados Unidos, acusó  a Cuba de promover el tráfico de personas. La razón es que  Cuba ocupa un lugar entre los13 países con la calificación más baja en el informe anual que sobre ese asunto compone Washington. El Departamento de Estados es un aventajado listero, organizador de listas, aunque no incluye en ninguna a los Estados Unidos.  Luis CdeBaca (con B de burro), de la Oficina de Supervisión y Combate de Tráfico de Personas, no escatimó críticas contra el gobierno cubano.

Dice El Nuevo Herald: "No hay una ley específica contra el tráfico de personas en Cuba’’, indicó CdeBaca en una conferencia telefónica con periodistas en respuesta a una pregunta de El Nuevo Herald. "Una de las preocupaciones que seguimos teniendo es que la prostitución sigue siendo legal para menores de 16 a 17 años en Cuba y eso es un problema’’.

Según El Nuevo Herald “el gobierno cubano no emitió ningún comentario de inmediato, ni en La Habana ni a través de la Sección de Intereses en Washington. El gobierno en Cuba prohíbe la prostitución, aunque por lo general no hace cumplir la ley”.

“Aunque CdeBaca dejó la impresión de que Cuba hace muy poco para combatir el tráfico de personas, el informe menciona cierta evidencia de que Cuba ha tomado medidas para prevenir la explotación sexual de menores de edad.”

"El gobierno (de Cuba)  negó que tenga un problema de turismo sexual de menores, pero ha prohibido la entrada de menores de 16 años a los centros nocturnos, y según documentos del gobierno cubano ha capacitado a empleados del sector hotelero para identificar e informar [a las autoridades] sobre potenciales turistas en busca de relaciones sexuales ilegales’, según el informe”.

Veamos qué pregunta el ciudadano ingenuo ante la jerigonza de esto sí, pero no, te digo pero me desdigo. Refiriéndose al tráfico de emigrantes, que el informe parece no tocar, el ciudadano ingenuo pregunta: ¿De dónde proceden las lanchas rápidas que trasladan emigrantes cubanos a la Florida por una altísima cifra de dólares? ¿En qué puertos están matriculadas? ¿Puertos cubanos o norteamericanos? ¿Qué hacen de manera efectiva las autoridades norteamericanas por impedir que esas embarcaciones salgan o lleguen  a sus costas?  ¿A qué país pertenece la ley de ajuste cubano que  da ventajas migratorias  únicas al ciudadano de Cuba que pise suelo norteamericano sin importar la vía o los medios?  ¿No es esa ley un instrumento de estímulo a la emigración ilegal desde la Isla?

En otro aspecto, el señor CdeBaca (con B de burro) dijo que “Cuba hace también muy poco por combatir la prostitución, en particular la infantil”. El Nuevo Herald, periódico especialista en cocina negra –esto es, experto en cápsulas propagandísticas sin el ajo de la verdad- asienta, sin embargo,  al final de su notícula lo único que parece verdadero. El informe del Departamento de Estado señala  que a pesar de cuanto dicen sus papeles se observan avances. Y cita: "El alcance del tráfico de personas dentro de Cuba es difícil de evaluar debido a la naturaleza cerrada del gobierno y la poca información que emiten organismos no gubernamentales o independientes’’.

¿En qué quedamos?  ¿Es legal la prostitución o Cuba la persigue, que ambas cosas afirman, por separado, el informe y el funcionario? ¿Hay o no hay tráfico de personas y turismo sexual con menores? ¿Se puede evaluar o no se puede evaluar? Y si no se puede evaluar porqué evalúan… Miren ustedes que poco cuidado tienen al comer el pescado de la mentira. Por ello tal vez escriban Vaca con B de burro.

En fin, el bloqueo económico es también político. Pero hay quienes lo ignoran… Por ejemplo, no se extrañe que en cualquier otro momento aparezca un informe poniendo a Cuba en la lista de los países que violan los derechos de las… prostitutas y de los turistas depravados. (De la redacción de este blog)

 

 

REQUIEM POR BARCELÓ

REQUIEM POR BARCELÓ

Por Luis Sexto

 Hace unos días, el 27 de mayo,  murió en Córdoba, Argentina, el escritor y fotógrafo cubano Tomás Barceló Cuesta.  Murió de modo inverosímil, según las noticias: una reacción alérgica a una inyección de dipirona.  Tomasito, a quien alguna vez la posibilidad de la muerte lo inquietó un tanto hipocondríacamente, tal vez no la esperaba en ese momento en que asistió a un cuerpo de guardia  de hospital para remediar una gripe. Tenía  60 años ágiles y creadores. 

 

Debo, pues, pagar una deuda moral con el amigo y el compañero. Debo despedirlo, aunque haya fallecido lejos. Lejos, pero no desentendido de su patria ni de sus amigos. Yo tampoco lo olvidé. Comenzamos juntos el ejercicio del periodismo. En 1972, coincidimos en el departamento de divulgación de la dirección provincial del Instituto Nacional de Deportes, Educación Física y Recreación (INDER), en la ciudad de La Habana. Tomasito empezaba a practicar la fotografía; yo intentaba aprender a escribir. Juntos vivimos nuestra primera misión periodística de importancia: un campeonato nacional de lucha –libre y grecorromana- que se efectuó en Nueva Gerona,  cabecera de la entonces Isla de Pinos, al sur y por el occidente de la isla mayor de nuestro archipiélago.

 

Nunca, ni en nuestros últimos encuentros cada vez que venía de visita, luego de radicarse en Córdoba en 2001, casarse y haber experimentado la paternidad de una segunda hija; ni siquiera en tantos años de andar juntos en misiones reporteriles, hablamos del chasco en que terminó nuestro primer trabajo de mayor responsabilidad. De mi texto,  el semanario deportivo LPV publicó 15 líneas para justificar el gasto del viaje, y de las fotos de Tomasito, una. Esa vez fue también la primera en que viajamos en avión: diez minutos sobre las aguas del golfo de Batabanó.

 

Meses más tarde,  en 1973, me trasladé hacia el propio Semanario LPV  y él buscó acomodo en el entonces incipiente periódico Trabajadores, órgano de los sindicatos cubanos. Pasaron cinco años, y en 1976, volvimos a coincidir en ese periódico por unos diez años. Ya Tomasito era un sensible y certero fotógrafo; lector avezado y empeñado en acompañar, de vez en cuando, alguna de sus fotos con textos que fueron haciéndose  cada vez más sabios. Más tarde, en distintos momentos nos desgajamos de Trabajadores y, al cabo, confluimos nuevamente; esta vez, en Bohemia, la revista más antigua de América Latina, colmada de una tradición periodística que entonces se imponía a cuantos entrábamos en su nómina. A mí me pareció que me recibían en el Olimpo. Algo de ello debió pensar Tomasito.

 

No puedo ahora si no admirar a Tomasito; encomiar su constancia en hacerse mejor. Se fue armando día a día. Y su apego a la cultura desentonaba entre los fotógrafos. Y con ello no quiero desmejorar a los gráficos, pero la tradición venía imponiendo entre nosotros una norma: fotógrafo es fotógrafo, y periodista, periodista: dimensiones diferentes. Tomasito es de los primeros que modificó esa ecuación. Se graduó en la escuela de periodismo de la Universidad de La Habana y publicó crónicas que sentaban de un tirón  a los más atentos lectores. Ya, en Argentina, su vocación literaria irrumpió triunfante. Ganó un concurso de cuentos en España; publicó una novela y un volumen de cuentos–que hablan, como todo lo suyo, de Cuba- y para los días en que le tocó morir se había anunciado la presentación de la segunda novela.

La noticia de su deceso me la dieron, me parece el mismo día por la noche. La portadora me preguntó si yo era hipertenso, porque la noticia era mala. No importa, noticia mala es mala aunque estés sano. Dímela, le pedí. Y uno sabe que el hilo del teléfono no pudo trasmitir el estremecimiento. Morir fuera de Cuba, suele ser común: miles de cubanos residen en el extranjero. Pero la muerte de Tomasito circuló en un vértigo de pesar. Había emigrado, pero permanecía entre nosotros. Ahora se nos adelantó en ese otro viaje, en ese vuelo que para él y para nosotros fue inesperado por despegar a destiempo. Voló. A dónde. La pregunta por ahora no tiene respuesta objetiva, salvo la de la fe. Para mí, su vida útil, solidaria, sincera merece el vuelo del águila: hacia las cumbres.

LA SAL DE LA NACIÓN

LA SAL DE LA NACIÓN

Por Luis Sexto

Al enterarme del deceso de Cintio Vitier el primero de octubre, tomé de entre los libros domésticos dos de los títulos más recurrentes en mis lecturas: Ese sol del mundo moral y Vida y obra del Apóstol José Martí. Y en su homenaje empecé a repasarlos. Si en alguna ocasión reciente he dudado de mi vocación o de mi modesta persistencia en asumir la solidaridad como medio de relación con mis compatriotas, he  hallado en estos libros la justificación de los días que desvivo. Cintio nos recuerda que la historia, que el pasado y la tradición prometen el sentido de la vida a quienes eligen las  incertidumbres del ser ante las certidumbres del tener.

Casualmente, octubre es el mes de la cultura en Cuba. El 20 se recuerda la primera vez en que se cantó el himno de Bayamo, a principios de la primera guerra por la independencia, adoptado como himno nacional  en  la república.  La cultura espiritual, y sus afines el arte y la literatura están ceñidamente imbricados en la formación de la nacionalidad cubana. Suele suceder así en la gestación de las sociedades. Pero en Cuba vemos lo apretada, como raíz en tierra honda, que la cultura subyace en el proceso de la conciencia cubana. Vitier, sea dicho también como oportuna casualidad, escribió en otro libro memorable que los primeros atisbos de cubana criolleidad aparecieron en la poesía cuando el verso comenzó a apropiarse del paisaje como algo entrañado, esencial, y no como forma circunstancial.

Espejo de paciencia, poema escrito por un oriundo de Gran Canaria en 1608 y estructurado en dos cantos y 145 octavas reales, no es un poema trascendente por su intrínseca propiedad estética, pero expresa la incipiente asimilación, la lenta interiorización de la naturaleza y la vida criollas en la conciencia social de la Isla. Y vale, perdura,  como acta del alumbramiento cultural del diccionario autóctono de la flora y la fauna de Cuba. Porque en su lenguaje, donde prevalece el transoceánico sonido de las palabras y las imágenes leales a lo español, aparecen voces netamente cubanas como macagua, nombre de un árbol, y biajaca, de un pez de agua dulce, y maruga, de un sonajero, y siguapa, de un ave nocturna. Su tema es también criollo: el secuestro y rescate del Obispo Cabezas y Altamirano.

Y otra casualidad, por llamarla de algún modo: casi simultáneamente comenzó el reinado de la Virgen de la Caridad en Cuba, para acrecentar y consolidar la religiosidad de la isla y marcar también diferencias entre el organismo autóctono que nacía con respecto de su claustro materno, España.

Volviendo en particular  a Ese sol del mundo moral, libro básico en la bibliografía del católico y matancero Vitier, habremos de notar lo que el autor señala con intensa convicción: la cultura cubana, la identidad nacional y la historia de Cuba están impregnadas de eticidad. Principalmente de eticidad cristiana. Porque si los investigadores señalan los últimos años del siglo XVIII como el principio en que la nacionalidad empieza a cuajar en la conciencia social del cubano, en esos tiempos ya existe una de las instituciones primordiales de la cultura cubana: el seminario de San Carlos y San Ambrosio, y por esos años un sacerdote, el Padre José Agustín Caballero, cuya voz  nos condicionará éticamente hasta el punto de suscitar en el poeta  José María Heredia el rechazo a los “horrores del mundo moral” generados por la esclavitud del negro, y después del chino, y la opresión colonial. El Padre Caballero, y también y sobre todo el Padre Félix Varela,   harán definir a Luz y Caballero, años más tarde, que la justicia es “el sol del mundo moral”. Lo mismo que en la inauguración de uno de sus cursos de economía política dijo Bachiller y Morales: La economía sin justicia, sin ética, no cumple su papel en el adelanto de los pueblos. Son mis palabras, pero sus ideas.

Caballero, Varela, Luz, Martí, y tantos más,  vienen a orientar el rumbo directriz de nuestra identidad y de nuestra historia. Cuba partió siendo “tierra tiranizada y de señorío”como advirtió el mestizo y humilde maestro de música y gramática  Miguel Velásquez en carta al obispo Sarmiento, en 1547.  Y la ética de nuestros padres fundadores  -hombres que en sí mismos alentaban la virtud que creían necesaria en su patria-, fue el antídoto que fortaleció el organismo de la conciencia cubana y le facilitó nacer entre orígenes e ingredientes dispares en lo humano, y entre las circunstancias ásperas, a veces terribles de la esclavitud y la guerra.

La Historia no es una secesión de hechos sucedidos sucesivamente, como aseguraba cierta ingenua definición que aprendí en mi lejana infancia, cuando transitaba por la primaria. No quisiera ahora redefinir la historia. No hallaría la fórmula exacta. Más me gusta sentir la Historia que definirla. Y sentirla, a mi entender, equivale a voltear la vista, observar la teoría de años y siglos que nos anteceden y reconocernos en la masa de hechos y dichos que parten de nuestras espaldas hacia el pasado, y obrar por que el futuro sea fiel a las corrientes matrices de nuestra personalidad como pueblo. En esa masa pervive la cultura, y la cultura expresa nuestra identidad, nuestro cuerpo nacional, conglomerado que se  beneficia con el espíritu de la tradición.

Estoy convencido: La identidad nacional brota, se apuntala, se consolida en la historia local. La gente ha de saber que en el sitio por el cual entró en la vida y donde asimiló los amores y valores primeros y decisivos, o donde reside, vivieron antes otros seres que añadieron pensamiento y acción fundacionales a viviendas y paisajes. El pasado del lar municipal no está vacío. Uno habita en el vacío que antes colmó otro. Soy, en cierto sentido, por aquel que es mi vecino y antecesor en la tradición. Mi semilla. El ombligo de la historia y la cultura no exhibe su oquedad en el abdomen del último, sino en el del primero. El cordón umbilical avanza hacia atrás. Y a él debemos el perfil iniciático. Aunque a veces lo olvidemos culposa o inconscientemente.

Fe y patria, ética y nación son valores supremos. Por ellos somos. Y por ellos, ejerciéndolos, podremos ser la sal, la sal que preserva de la corrupción.

 

 

 

 

LA MUERTE NO ES VERDAD

LA MUERTE NO ES VERDAD

Por Luis Sexto

Ha muerto ayer, primero de octubre el escritor cubano Cintio Vitier. Nacido en Cayo Hueso, Estados Unidos, en 1921, quizás pocas veces  el gentilicio cubano  ha sido tan exacto y tan justo. Porque Vitier se dobló sobre cuartillas frescas y documentos viejos para  dar a Cuba una visión clara, ancha de sí misma a través de la literatura. Escribió versos, ensayos, estudios críticos, novelas. Fue habitualmente un  poeta de aproximaciones lúcidas al investigar y evaluar la papelería de cinco siglos concerniente al pasado literario cubano. No dudo en llamarlo el último de nuestros humanistas. También, por ello, asumió en estilo y verdad la talla de los  descubridores.

Al saber de su deceso, he tomado de entre los libros domésticos, dos de los títulos más recurrentes en mis horas: Ese sol del mundo moral y Vida y obra del Apóstol José Martí. Tal vez ninguno de los cubanos que hallan en la lectura la justificación de su ser y su circunstancia, pueda permanecer impasible ante estos volúmenes. Si en alguna ocasión reciente he dudado de mi vocación o de mi modesta persistencia en asumir el destino de mi patria, he  hallado en estos libros la justificación de los días que desvivo. Cintio me recuerda que la historia, que el pasado y la tradición prometen el sentido de la vida a quienes eligen las  incertidumbres del ser ante las certidumbres del tener.

Muy joven me convertí en lector asiduo, admirador lejano y anónimo de Cintio y de su esposa Fina, pareja  tan ejemplar en lo artístico como en lo ético. De Cintio leí cuanto podía hallar. Al adentrarme en sus letras sabía que era un autor en plenitud de sinceridad y cultura. Aun en cuanto podía estar en desacuerdo, encontraba yo una razón de aprendizaje. Su clásico texto Lo cubano en la poesía me trasmitió otra dimensión de la historia. Y la vida y la obra de José Martí me alcanzaron desde un mirador  íntegramente eticista, sin la cual -me parece que  Cintio lo demostraba- no es posible juzgar ni entender a Cuba y su historia

Esta nota no puede, sin embargo, transitar por el resumen de todo cuanto Cintio escribió. Su muerte me toca como si muriera con él uno de mis miembros más útiles. No he de decir que me apareé al pie de sus jornadas, como un centinela o un vecino de puerta con puerta. ¿Pero acaso ha de ser necesaria la proximidad espacial  para  estar próximo? ¿No tienen los afectos más entrañados el pudor que los distancia del objeto querido a la vez que los exalta y los acendra?  

En 1968, tenía yo casi 23 años. Un sábado visité, como de costumbre, al ensayista, investigador, polígrafo José María Chacón y Calvo. Y mientras esperaba por la lentitud de su pierna enferma, registraba sus libreros de modo que tropecé con el polémico libro de don Ramón Menéndez Pidal sobre el Padre Las Casas. Me lo regaló. Otra noche, encontré Temas Martianos, de Cintio Vitier y Fina García Marruz. Pero me lo negó. Está dedicado, le oí alegar en cierta protesta de su generosidad.

Entonces opté por pedírselo a los autores, en una carta cuya línea inicial recuerdo: “Husmeando en la biblioteca de nuestro común amigo Chacón y Calvo…” Ellos no me conocían ni de nombre: no había ninguna razón; tampoco las hubo en lo sucesivo. A poco, el cartero me entregó un ejemplar de Temas Martianos, firmado por Cintio y Fina: “A Luis Sexto Sánchez con saludos martianos de sus amigos”.  .

Lo que quiero decir, pues, es que aquel gesto de 1968 fue el anticipo, la piedra fundacional, el imán, de la dicha que  en 2005 merecí sin merecerla. Momento es para volver a contarla. Un día de ese último año Cintio y Fina me invitaron y recibieron  como amigo tangible. Leían mis prosas periodísticas, y querían decírmelo como si fuesen lectores comunes deseosos de conocer al autor predilecto. ¿Sabían que premiaban la lealtad de un lector? 

Experimento, desde luego,  cierta desazón al contar este episodio. Mi escasa relación personal con Cintio y Fina a quien honra es a mí. Ellos pudieron seguir nutriendo su crédito, su prestigio de personas y artistas, sin haberme conocido en cuerpo y alma. Yo, en cambio, gané el estímulo, el reconocimiento de dos poetas a los que había querido, enconchado en la incógnita, durante casi dos tercios de mi existencia. Los empecé a querer primeramente, como quería Martí, por su integridad y  por su sabia y lírica sustancia cubana. Luego, por su obra literaria de quintaesencias humanistas. Y siempre con la misma intensidad del discípulo que necesita maestros y los asume en actos y libros ajenos.

A esa entrevista –a la que faltó Fina involuntariamente; después nos veríamos- llevé un libro: Prosas leves, de Cintio. Al final, le pedí que me lo dedicara. Es mi predilecto entre sus libros, le advertí. Yo también lo prefiero, confesó. Su dedicatoria fue para mí la plenitud de aquella inicial, tan delicada y sobria, de 37 años antes. Ahora sí podría estar seguro, satisfecho, de que tanto Cintio como Fina –o tanto Fina como Cintio, el orden del binomio no alteraba la sensibilidad- conocían, en la acepción de “poseer”, al Sexto a quien le autografiaban un libro. Los días se habían amontonado larga, despaciosamente, para favorecer esta confluencia que traté de presagiar y disponer en mis años liminares como aprendiz de letras y estilos. Cintio escribió esta dedicatoria: “Para Luis Sexto, periodista de prosas leves…” Y lo demás, lo guardo en ese lado izquierdo donde afirma nuestra lengua, tomándolo del cor, cordis latino, que radica lo más entrañable del ser humano. Y en ese mismo nicho conservaré aquel modo tierno, sincero, inesperado, quizás inconsciente, con que Cintio, en mitad de nuestra charla, me dijo: Hijo mío.

¿Podría ahora no llorar o lamentar la muerte de Cintio? Puedo llorarlo. Y puedo prometerme continuar leyéndolo, reencontrándome con el estilo de un escritor cordialmente de cubano. Sobre mi mesa continúan abiertos sus libros. En hombres como Cintio Vitier, la muerte carece de tinta para poner el punto final. Como dijo Martí: no es verdad.

BREVE RESUMEN

VITIER BOLAÑOS, Cintio (Cayo Hueso, Estados Unidos, 25.9.1921). Es hijo del educador Medardo Vitier. Inició sus estudios en el colegio «Froebel», fundado por su padre en Matanzas. En 1935 se trasladó a La Habana. Estudió en el colegio La Luz, donde conoció al poeta Eliseo Diego. Se graduó de Bachiller en Ciencias y Letras en el Instituto de La Habana. Editó los cuadernos Clavileño (1942-1943). Se graduó de Doctor en Derecho Civil en la Universidad de La Habana en 1947, pero nunca ha ejercido la carrera. Durante sus años de estudiante hizo amistad con Lezama Lima y con Fina García Marruz, con la que contrajo matrimonio en 1947. Formó parte del Grupo Orígenes junto con Lezama Lima -su figura central-, Eliseo Diego y otros poetas. Entre 1947 y 1961 ejerció como profesor de francés en la Escuela Normal para Maestros de La Habana. Ha ofrecido conferencias en diversas instituciones culturales, como el Ateneo de La Habana, el Círculo de Amigos de la Cultura Francesa, el Lyceum, las universidades de La Habana, Las Villas y Oriente. En la Universidad Central de Las Villas fue profesor de literatura cubana e hispanoamericana y director de su Departamento de Estudios Hispánicos (1959-1960). En 1959 dirigió la Nueva Revista Cubana. En la Biblioteca Nacional, donde trabaja como investigador literario, ha sido director de la Revista de la Biblioteca Nacional «José Martí» (1962), del Anuario Martiano (1968-1972) y de la Sala Martí (1968-1973). Participó en el Coloquio Internacional José Martí, celebrado en la Universidad de Burdeos en 1972. Ha viajado además a Estados Unidos, Italia -como participante en el congreso Terzo Mondo e Comunitá Mondiale (Génova, 1965)-, España, México, Unión Soviética y Checoslovaquia. A todo lo largo de su trayectoria intelectual ha colaborado en numerosas publicaciones periódicas: Espuela de Plata, Poeta, Orígenes -revista del grupo del mismo nombre, en la que colaboró asiduamente y dio a conocer sus traducciones-, Lyceum, Revista Cubana, Boletín de la Academia Cubana de la Lengua, Prometeo, El Mundo, Diario de la Marina, Grafos, Luz, Magazine Social, Mensajes, Cuadernos de la Universidad del Aire, Islas, Cuba en la UNESCO, Lunes de Revolución, Casa de las Américas, Unión, La Gaceta de Cuba, Bohemia, Signos, Taller Literario, Santiago, todas cubanas. Ha colaborado además en las publicaciones extranjeras Cuadrante, Cuadernos Americanos, Revista Mexicana de Literatura, Asomante, Sin Nombre, Diálogos, Cuadernos Hispanoamericanos, Europe, Courrier du Centre International d’Etudes Poétiques, Journal des Poètes, Odissey Review. Es autor de las antologías Diez poetas cubanos. 1937-1947 (La Habana, Orígenes, 1948), Cincuenta años de poesía cubana. 1902-1952 (La Habana, Ministerio de Educación. Dirección de Cultura, 1952), Las mejores poesías cubanas (Lima, Organización Continental de los Festivales del Libro, 1959), Los grandes románticos cubanos (La Habana, Organización Continental de los Festivales del Libro, 1960) -reeditada con el título Los poetas románticos cubanos (La Habana, Consejo Nacional de Cultura, 1962)-, La crítica literaria y estética en el siglo XIX cubano (La Habana, Biblioteca Nacional «José Martí». Depto. Colección Cubana, 1968-1974. 3 t.), José Martí. Antologia di testi e antologia critica a cura e con una introduzione di [...] (Roma, Edizioni di Ideologie, 1974). Editó y prologó la Obra poética de Emilio Ballagas (La Habana, 1955), Espejo de paciencia (La Habana, Universidad Central de Las Villas. Depto. de Estudios Hispánicos, 1960 y La Habana, Publicaciones de la Comisión Nacional Cubana de la UNESCO, 1962, ésta en facsímil), de Silvestre de Balboa, y el Epistolario (La Habana, Academia de Ciencias. Instituto de Literatura y Lingüística, 1966. 2 t.), de Juana Borrero. Prologó el cuento de Tristán de Jesús Medina, Mozart ensayando su requiem (La Habana, Biblioteca Nacional «José Martí». Depto. Colección Cubana, 1964), y la antología de Jean Lamore, José Martí. La guerre de Cuba et le destin de l’Amérique Latine (París, Aubier Montaigne, 1973). Es autor de diversos ensayos sobre Martí, recogidos en Estudios críticos (La Habana, 1964), donde se incluyen también trabajos de Fina García Marruz, y en Temas martianos (La Habana, 1969), también en colaboración con su esposa. Ha traducido a Paul Valéry («Primer fragmento de Narciso»), Stéphane Mallarmé («Un golpe de dados»), Paul Claudel (El canje y poemas), Arthur Rimbaud (Iluminaciones, publicado en Ebro en 1961 con un ensayo introductorio). Una parte importante de su obra poética fue antologada en De la poesía cubana contemporánea (Regino E. Boti, José Manuel Poveda, Emilio Ballagas, Cintio Vitier, Eliseo Diego) (Moscú. Progreso, 1972), traducida al ruso por Pavel Grushkó. También ha sido traducido al inglés, francés, italiano, alemán. Ficha tomada del Diccionario de la Literatura Cubana)

UN SAN DIEGO APELLIDADO NÚÑEZ

UN SAN DIEGO APELLIDADO NÚÑEZ

Por Luis Sexto

El pueblo donde nació el autor de "Cecilia Valdés"

Junto con Cirilo Villaverde he llegado a San Diego de Núñez  el 20 de marzo de 1839. Esa mañana subimos al tren en la estación de Garcini, próxima al punto donde en La Habana se cortan hoy las calles de Oquendo y Estrella. Por primera vez viajamos en el medio de transporte que dos años antes había concluido su primer tramo de vía hasta Bejucal, en ruta hacia Güines. Atravesamos la campiña a unos 18 kilómetros por hora.

El  tren paró en la Aguada del Cura, y luego nuevamente en El Rincón. Y casi sin percatarnos de la rapidez, bajamos. Seguimos  a caballo hacia San Antonio de los Baños. Más tarde pasamos por Ceiba del Agua, y por Guanajay; rozamos el poblado de Quiebra Hacha, antiguo bosque de ese árbol homónimo y duro, desenraizado para solidificar ingenios azucareros.  Vimos las alturas del Rubí; nos adentramos en las lomas de la Sierra del Rosario. Y llegamos a San Blas, cerca de donde poseía una finca Francisco Estévez, el rancheador, cuya fama de hábil y terrible cazador de cimarrones rebotaba en las paredes de la sierra y corría por el llano. Seguimos el curso encaracolado del río, que brotaba del tronco de un jagüey y mojaba a San Diego de Núñez.

Una hora más tarde entramos en el pueblo.

Esta es mi primera impresión: el lomerío le ha prohibido el espacio a San Diego de Núñez para desbordarse y diversificarse en su configuración alargada y escueta. Tuvo, sin embargo, cierto auge. Su única calle, en una época de tráfico, compuso un tramo del camino real que conducía del norte de Vueltabajo a La Habana. Y por ello, cuando en 1805 los vecinos de San José de Granadillar, asentamiento costero, empezaron a mudar sus enseres y techos para procurar la seguridad de las lomas ante el corsario o el pirata, fueron edificando junto con las casas, a partir de la iglesia, tres o cuatro tiendas para servir a los viajeros. Entonces esa zona, cerca de  Bahía Honda, hervía de trapiches y de azúcares en un entusiasmo que provenía del este hacia el oeste.

Del pasado permanece aquí el paisaje que, visto desde la colina donde se aplana el pueblo, reluce con sus hondonadas y alturas como la certificación histórica de que los hombres pasan, se suceden, y la visión natural persiste inmóvil e imponente. Y permanecen también dos panteones, cuatro paredes ruinosas y algunos pedazos de mármol del primitivo cementerio. Ya no es un camposanto. Tan sólo maleza. Yermo que se afinca sobre una huesa ya innombrada e innombrable. Arrinconados, como monumentos colindantes de patios vivos de humanidad y cloqueos, los dos panteones, en forma de nichos o de gavetas, aptos para un par de ataúdes, uno arriba y otro abajo, se alumbran el día de difuntos con las velas que los convecinos les encienden en último culto a sus anónimos antecesores. Más acá, una lápida de piedra, recostada a un árbol, anuncia que  identificó la tumba de don Agustín Peyret, fallecido el 2 de junio de 1850. Entre esos vestigios luctuosos, ante la crónica sobria de la muerte, uno comprende, por la presencia del mármol y la solidez de las tumbas sobrevivientes, que ciertamente el pueblo respiró días de prosperidad.

El pueblo y el templo se arruinaron entre las candelas de la guerra. Dice el rumor  que lo destruyó el Ejército Libertador. Sin embargo, el oficial de Voluntarios que lo defendía el 10 de enero de 1896, al paso de la Columna Invasora, se rindió sin cargar los fusiles, a pesar de la posición estratégica del poblado, jinete en  una colina. El jefe era un catalán que se creyó muy afortunado al rendirse a otro catalán, José Miró Argenter, jefe del Estado Mayor de Antonio Maceo. Al parecer, guerrilleros o bandoleros lo quemaron más tarde.

San Diego de Núñez languideció, adscrito como barrio a Bahía Honda, y luego a Cabañas, y otra vez a Bahía Honda. No aparece, ni como excreta de mosca, en el mapa de la geografía política. Se extravió en la modorra del campo. Y en la toponimia sin importancia. Olvidamos, incluso, que San Diego de Núñez es  una de las capitales, uno de los poblados matrices de la literatura cubana. Su nombre, sus paisajes, la rispidez de sus tierras, perviven en las obras fundadoras del escritor que, amando a su mínimo y opaco lar, aprendió a querer a Cuba. “Nuestro coterráneo Villaverde”, afirman allí donde, a cambio de la desmemoria que olvida al pueblo, preservan el recuerdo precario y  el busto pobre del autor de Cecilia Valdés.  

El propio Cirilo Villaverde confesó en su Excursión a Vueltabajo que la gloria de San Diego de Núñez radicaba en haber encantado la infancia inocente y juguetona del escritor. Quizás Villaverde escribió el relato de su excursión para perpetuar los valores humanos y paisajísticos del pueblo donde residió su niñez.  El mejor novelista cubano del siglo XIX no nació en  el mismo San Diego de Núñez, sino en su jurisdicción. En época de esplendor fue partido de tercera clase, y lo componían las haciendas de San José de Granadillar, La Seiba, San Blas y Santiago.

Ingenio fundado a fines del siglo XVIII a la vez que el Nazareno, El Recompensa, el San Juan de Dios, en  el Santiago vino al mundo el novelista el 28 de octubre de 1812. De aquella fábrica azucarera, surgida en  la explosión de caña y dulce que entonces encandiló a los cubanos, perdura  el nombre: Santiago, batey al borde de la carretera entre Cabañas y Bahía Honda, donde aún se conserva una casa renqueante de ladrillos acostados y techumbre cubierta con tejas francesas, edificada mucho más de un siglo atrás, y en cuyo patio se oxida un antiquísimo tacho metálico, caldero enorme donde se cocinaba el guarapo.

El padre, don Lucas Villaverde, era médico del ingenio. Los primeros años el niño los vivió frente a la Sierra del Rosario. Oímos al historiador Máximo Vieyto. Desde la parte trasera de la casa, espacio que hoy ocupa otra vivienda, el párvulo pudo arrobarse, embobarse, ante un valle abrupto, alfombra que de pliegue en pliegue se empalmaba con la base de la sierra, azulenca, neblinosa, en un fondo un tanto lejano, pero asible por los ojos. Ante esa visión, la sensibilidad del escritor  no tuvo tal vez  otra opción que  poetizar, en su prosa minuciosa y leal, aquellos parajes en los que germinó su cubanía.

Villaverde pasó en 1819 con su familia a la cabecera del partido. Aún San Diego de Núñez era un caserío escuálido como perro sin casa, estimulado en su aburrimiento por el paso de algún viajero sobre una bestia de monta, o a pie con un gallo de lidia acunado en un sombrero de guano. En torno: café, cañas, ganado. Más de 400 caballerías de tierra lo rodeaban pregonando riquezas que uno de los propietarios, Núñez, al ceder un área para el poblado, posibilitó que se acrecieran. Núñez, dicen, también se llamaba Diego. Y de esa coincidencia proviene el nombre del pueblo. Y del santo patrón de la iglesia, San Diego de Alcalá, cuya cabeza de madera sobrevive magullada en el museo de Bahía Honda.

La oscuridad nocturna en medio de la serranía inspiraba al niño nostalgias de cualquier parte, miedos de cualquier cosa. Opresión de la noche que se vuelve más desolada en la soledad. El pueblo comenzó a despegar en 1832. En 1846 el censo indicaba 260 habitantes. En 1863, 701. Pero Cirilo, el niño, ya lo había abandonado. Cinco años después de haberse trasladado desde el Santiago a la casa cómoda que el padre construyó en el pueblo entonces tan prometedor, el muchacho, con 11 años, partió hacia La Habana a estudiar. En la iglesia había aprendido a leer y escribir. Mas, faltando el cura, el doctor Villaverde envió hacia la capital a aquel hijo, uno entre nueve, en quien tal vez el padre previó cualidades que el tiempo confirmó.  Más tarde, don Lucas será uno de los supervisores de la cuadrilla de Estévez el rancheador.  Cirilo, su hijo, escritor antiesclavista…

La luz benigna del atardecer se va astillando por el occidente. Y desde mi alma sola, la melancolía observa el paisaje amodorrado, silente, incoloro de un día que se pareció a otros días iguales más de 150 años antes. La gloria elige cualquier lecho como cuna...