LA SAL DE LA NACIÓN
Por Luis Sexto
Al enterarme del deceso de Cintio Vitier el primero de octubre, tomé de entre los libros domésticos dos de los títulos más recurrentes en mis lecturas: Ese sol del mundo moral y Vida y obra del Apóstol José Martí. Y en su homenaje empecé a repasarlos. Si en alguna ocasión reciente he dudado de mi vocación o de mi modesta persistencia en asumir la solidaridad como medio de relación con mis compatriotas, he hallado en estos libros la justificación de los días que desvivo. Cintio nos recuerda que la historia, que el pasado y la tradición prometen el sentido de la vida a quienes eligen las incertidumbres del ser ante las certidumbres del tener.
Casualmente, octubre es el mes de la cultura en Cuba. El 20 se recuerda la primera vez en que se cantó el himno de Bayamo, a principios de la primera guerra por la independencia, adoptado como himno nacional en la república. La cultura espiritual, y sus afines el arte y la literatura están ceñidamente imbricados en la formación de la nacionalidad cubana. Suele suceder así en la gestación de las sociedades. Pero en Cuba vemos lo apretada, como raíz en tierra honda, que la cultura subyace en el proceso de la conciencia cubana. Vitier, sea dicho también como oportuna casualidad, escribió en otro libro memorable que los primeros atisbos de cubana criolleidad aparecieron en la poesía cuando el verso comenzó a apropiarse del paisaje como algo entrañado, esencial, y no como forma circunstancial.
Espejo de paciencia, poema escrito por un oriundo de Gran Canaria en 1608 y estructurado en dos cantos y 145 octavas reales, no es un poema trascendente por su intrínseca propiedad estética, pero expresa la incipiente asimilación, la lenta interiorización de la naturaleza y la vida criollas en la conciencia social de la Isla. Y vale, perdura, como acta del alumbramiento cultural del diccionario autóctono de la flora y la fauna de Cuba. Porque en su lenguaje, donde prevalece el transoceánico sonido de las palabras y las imágenes leales a lo español, aparecen voces netamente cubanas como macagua, nombre de un árbol, y biajaca, de un pez de agua dulce, y maruga, de un sonajero, y siguapa, de un ave nocturna. Su tema es también criollo: el secuestro y rescate del Obispo Cabezas y Altamirano.
Y otra casualidad, por llamarla de algún modo: casi simultáneamente comenzó el reinado de la Virgen de la Caridad en Cuba, para acrecentar y consolidar la religiosidad de la isla y marcar también diferencias entre el organismo autóctono que nacía con respecto de su claustro materno, España.
Volviendo en particular a Ese sol del mundo moral, libro básico en la bibliografía del católico y matancero Vitier, habremos de notar lo que el autor señala con intensa convicción: la cultura cubana, la identidad nacional y la historia de Cuba están impregnadas de eticidad. Principalmente de eticidad cristiana. Porque si los investigadores señalan los últimos años del siglo XVIII como el principio en que la nacionalidad empieza a cuajar en la conciencia social del cubano, en esos tiempos ya existe una de las instituciones primordiales de la cultura cubana: el seminario de San Carlos y San Ambrosio, y por esos años un sacerdote, el Padre José Agustín Caballero, cuya voz nos condicionará éticamente hasta el punto de suscitar en el poeta José María Heredia el rechazo a los “horrores del mundo moral” generados por la esclavitud del negro, y después del chino, y la opresión colonial. El Padre Caballero, y también y sobre todo el Padre Félix Varela, harán definir a Luz y Caballero, años más tarde, que la justicia es “el sol del mundo moral”. Lo mismo que en la inauguración de uno de sus cursos de economía política dijo Bachiller y Morales: La economía sin justicia, sin ética, no cumple su papel en el adelanto de los pueblos. Son mis palabras, pero sus ideas.
Caballero, Varela, Luz, Martí, y tantos más, vienen a orientar el rumbo directriz de nuestra identidad y de nuestra historia. Cuba partió siendo “tierra tiranizada y de señorío”como advirtió el mestizo y humilde maestro de música y gramática Miguel Velásquez en carta al obispo Sarmiento, en 1547. Y la ética de nuestros padres fundadores -hombres que en sí mismos alentaban la virtud que creían necesaria en su patria-, fue el antídoto que fortaleció el organismo de la conciencia cubana y le facilitó nacer entre orígenes e ingredientes dispares en lo humano, y entre las circunstancias ásperas, a veces terribles de la esclavitud y la guerra.
La Historia no es una secesión de hechos sucedidos sucesivamente, como aseguraba cierta ingenua definición que aprendí en mi lejana infancia, cuando transitaba por la primaria. No quisiera ahora redefinir la historia. No hallaría la fórmula exacta. Más me gusta sentir la Historia que definirla. Y sentirla, a mi entender, equivale a voltear la vista, observar la teoría de años y siglos que nos anteceden y reconocernos en la masa de hechos y dichos que parten de nuestras espaldas hacia el pasado, y obrar por que el futuro sea fiel a las corrientes matrices de nuestra personalidad como pueblo. En esa masa pervive la cultura, y la cultura expresa nuestra identidad, nuestro cuerpo nacional, conglomerado que se beneficia con el espíritu de la tradición.
Estoy convencido: La identidad nacional brota, se apuntala, se consolida en la historia local. La gente ha de saber que en el sitio por el cual entró en la vida y donde asimiló los amores y valores primeros y decisivos, o donde reside, vivieron antes otros seres que añadieron pensamiento y acción fundacionales a viviendas y paisajes. El pasado del lar municipal no está vacío. Uno habita en el vacío que antes colmó otro. Soy, en cierto sentido, por aquel que es mi vecino y antecesor en la tradición. Mi semilla. El ombligo de la historia y la cultura no exhibe su oquedad en el abdomen del último, sino en el del primero. El cordón umbilical avanza hacia atrás. Y a él debemos el perfil iniciático. Aunque a veces lo olvidemos culposa o inconscientemente.
Fe y patria, ética y nación son valores supremos. Por ellos somos. Y por ellos, ejerciéndolos, podremos ser la sal, la sal que preserva de la corrupción.
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Normandio Ciano -
Normandio Ciano. -
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