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PATRIA Y HUMANIDAD

VIVIR EN LO VIVIDO

VIVIR EN LO VIVIDO

Luis Sexto - @Sexto_Luis

Foto: TV Santiago 

No hay patria sin virtud. Sabemos que esa es parte de la síntesis con que el padre Félix Varela intentó someter a tratamiento ético los hilos que articulan nuestra identidad. El “primero que nos enseñó en pensar” –“en pensar”, así lo escribió textualmente Luz y Caballero en sus Aforismos-, fue también el primero en establecer la fórmula jurídica para el sostén de Cuba: “El hombre no manda a otro hombre; la ley los manda a todos”.

   Cuando  sus Cartas a Elpidio circularon en La Habana hacia 1839, supo, según escribió al propio Luz y Caballero, “el desprecio” con que había sido juzgado este libro, y admitió que ese rechazo a su suma ética se traducía en “un exponente del desprecio con que soy mirado”. Pero negó que se doliera o se quejara. Porque “yo reconozco en los pueblos una inmensa superioridad sobre los individuos”.

   El pueblo de Cuba, desde cuando empezó a escribir su crónica dolorosa por la independencia y la justicia, no ha dado la espalda a la virtud como fundamento de nuestra historia. Hoy somos. Tenemos una autoimagen, y en términos utilizados por el poeta Roberto Manzano, si vivimos en un cuerpo espiritual con cuerpo geográfico de nación, es porque la patria se mantuvo apegada a la doctrina de sus precursores.  Más tarde, Martí –relevo de Varela en el apostolado de darnos patria construida- reavivó la virtud desde varios ángulos, entre ellos la cultura, estuche dorado del bien, como medio y forma de ser libres de extraños y de la propia perversión.

   Hoy  falta virtud  en muchos de nosotros. Y digo muchos, aunque podríamos ser menos, porque el mal suele resultar tan escandaloso como si arrastrara una cola artillada con latas vacías que repiquetean contra el pavimento incrementando la percepción del número.

   Aceptemos, pues, que  Raúl Castro, en alguno de sus discursos más recientes,  ha  identificado con exactitud las tablas carcomidas de nuestro piso moral y legal. No lo dudemos. Porque enumerar nuestros quebrantos desde la jefatura del Estado y del Gobierno, resulta  más elocuente y preciso por abarcador que la percepción individual.

   Por ello, me apego al criterio de que ese reconocimiento sin almíbar compone un acicate para el optimismo. La enfermedad es doblemente tremenda antes de ser diagnosticada y empezada a tratar. Después, suele ocurrir que el diagnóstico y la terapéutica avivan cargas de esperanza. Peor hubiera sido si no oyéramos la descripción de cuanto enrarece nuestro ambiente social. Persistirían la duda, la desconfianza, la indiferencia y en ciertos extremos la desesperación. En cambio, la confianza, que sólo se afinca con acierto en la verdad, ha de recorrer con su certeza desde arriba hasta abajo y de lado a lado. Nada, por ello, podrá estar perdido: hay espacio para la perseverancia en nuestro mejoramiento.

   ¿Y en qué acción u omisión hallar al culpable? Ciertas teorías del descoco opinan que las circunstancias materiales justifican la inmoralidad, la indisciplina, el descomprometimiento. Y me parece que las carencias podrían explicar en parte el descenso humano, nunca justificarlo. Porque, en la pobreza tan poco absoluta de Cuba, ladrón es ladrón aunque el sueldo no le alcance. Lo contrario equivaldría a desconocer a los tantos cubanos que han mantenido su honradez sin quebrarse.

   Pero hemos de hallar irresponsabilidad y culpabilidad entre nosotros mismos, como seres conscientes de nuestros actos. Y también en instituciones donde, en los últimos 20 años,y más, se cobijaron el deshonor, la indisciplina, la indiferencia, incluso las actitudes pusilánimes. Hemos de insistir en la educación. Porque si hemos de afincarnos en la historia para extirpar actos quebrantadores de la ética que condujo a los cubanos a ganar la independencia en harapos, urgimos de vivir de lo vivido. Lo vivido en esa verdad que niega tajantemente que haya patria sin virtud.

Por tanto, la escuela tendrá que renunciar a impartir una historia para ser oída, y escenificar y dramatizar la historia para ser revivida y reasumida. Y para ello, propongo pasar de la historia auditiva a la historia vivencial. Y que Varela, Martí, Céspedes, Maceo, Gómez, Mella, el Che, y Demajagua, Bayamo incendiado, Mal tiempo, Playita de Cajobabo, Dos Ríos, San Pedro, el Moncada, el Granma, la toma de Santa Clara no sean solo portadores de títulos como valientes, estrategas, decisivos, sino personajes y acontecimientos en que sobrevive  la honradez, la modestia, la abnegación a favor de la patria que todavía se construye y reconstruye. Esta es la hora del intercambio intenso entre lo que fuimos, somos y todavía construimos y recomponemos.   

UNA MANO EN EL CAUTO

UNA MANO EN EL CAUTO

Luis Sexto - @Sexto_Luis

A propósito del Matthews, una estampa del Flora

Foto de prensa latina

EL TENIENTE JESÚS FELIPE Valdés Pérez empezó a experimentar una sensación que le ensanchaba el pecho y le estiraba su estatura, pareja a la de un adolescente a pesar de sus brazos y su tórax cubierto de vellos negros y tupidos. Su estatura interna  se acrecía mientras recibía las precisiones de una nueva misión. Nunca olvidará aquella orden, y muchos años después podrá repetirla palabra a palabra. El propio Comandante Fidel Castro, colocándole la mano derecha sobre el hombro izquierdo, le  orientó que cargara en ese “barco” varias cajas con latas de carne y leche condensada y las distribuyera en los lugares donde la situación fuera más apremiante. Ah, la leche, sobre todo,  repártela  a los niños...

   -Yo me voy en el otro “barco”. 

   Ese nombre había sido un modo de llamar a  vehículos anfibios de orugas, inscritos en la nomenclatura de la tecnología militar soviética como K-61. Su fisonomía, compuesta de una cabina con la nariz achatada y una cama, lo asemejaban a un camión. Un camión que navegaba. Fidel subió, y se sentó junto al operador. Los demás -William Gálvez, Carlos Rafael Rodríguez y el Jefe de la escolta- montaron en la plataforma donde el anfibio, diseñado para desembarcar 20 soldados desde un buque de transporte de tropas sin cambiar de medio en la playa, les facilitaba sentarse sobre un banco. Luego el carro se introdujo con la suavidad de un cocodrilo en el Rioja, afluente del Cauto cuyo caudal se desahogaba, al igual que otras corrientes de la zona, sobre la llanura, como si la asperjara con el agua incontenible de la desolación.  

   El teniente Valdés Pérez había traído los medios desde La Habana.

   El día 5 de octubre por la mañana, el jefe de la unidad 2030 de ingeniería militar, subordinada a las 1054 que a su vez respondía al Estado mayor General, le ordenó preparar una caravana para partir inmediatamente hacia la provincia de Oriente.

   -¿De qué tiempo dispongo, capitán?

   -Dos horas, teniente.

    Sobre el mediodía, tres K-61 ya estaban puestos encima de rastras, y listos una grúa, y talleres móviles de reparación y mantenimiento, y un pelotón donde alineaban exploradores dotados de motosierras manuales, artilugio apenas utilizado en Cuba.

   Valdés Pérez encabezaba la columna en un yipi Gas 69.

     La tarea encajaba en su vocación por lo riesgoso y lo imprevisto. Desde niño, en su natal San Luis, en Pinar del Río, se había embelesado viéndose dentro de selvas borrosas o sobre caballos gigantescos en aventuras inconcebibles como, en efecto, suelen ser las aventuras. Quizás por esa inclinación tumultuosa por el peligro, pudo desempeñarse en la lucha clandestina contra la tiranía de Fulgencio Batista, en ese espacio rural y urbano que se extiende entre San Luis y Guane. En 1959, desde el mismo triunfo de la Revolución, se había alistado en el Ejército Rebelde donde su pericia en la manipulación de equipos pesados y ciertos conocimientos de ingeniería lo habían recomendado para ejercer la jefatura técnica de su unidad.

   Al partir, espoleado por la violencia que el ciclón Flora descargaba en la zona oriental de la Isla, embargaba al teniente el íntimo regusto por el desafío. Miraba hacia delante y se evocaba calculando el peligro, evadiendo las sombras, domeñando las aguas movidas por la furia o la inconsciencia de la naturaleza. Pero, sobre todo, trasladando la esperanza a miles de personas aisladas, hambreadas, ateridas, golpeadas, apesadumbradas. Los valores de la solidaridad le transformaban el riesgo en un acto con el máximo de sentido posible. Una misión de salvamento y rescate implicaba que la vida de sus actores pudiera cambiar. La muerte o la mutilación coleteaban también, bajo la lluvia o dentro de las aguas, en torno de  cuantos se adentraran ahora en el valle del Cauto.

   -¡El Flora! Ese sí fue un ciclón.

   Lo vivió. Vio su ensañamiento, su honda pujanza, sus cabriolas desconcertantes en el mapa, yendo adelante y luego volteándose para girar otra vez y completar a arriba, al norte, el cierre de aquel lazo que más parecía un número 8 trazado con el tino de un miniaturista. Vio la herida en la tierra, y la angustia destechada de los damnificados, y la perplejidad de los cadáveres.

    No previó que allí, entre aquellas escenas de desolación y muerte,  iba a encontrar a la persona que de un  modo inconcebible le modificará la vida con un signo que muchos años después empezará a juzgar con modestia, pero con exactitud y justicia: un niño solo, asediado por las aguas. Cuando lo rescató se convirtió en su hijo.

AVISO

Estoy convencido de que Internet y sus casi infinitas facililidades de comunicación e intercambio, necesitan de un comportamiento ético. Ignoro las razones de por qué los comentarios a mis post se caractizan por lo contrario: la falta de ética. Me doy cuenta, incluso, de que los comentarios inteligentes, con sentido común, son los menos, mucho menos que cuantos se amparan tras un seudónimo para enrarecer lo que debe de usarse con honradez. El problema es viejo. Tal vez disgusto a algunos con mis post, o quizás alguno piensa que la lucha política es ajena a todo lo que implique decencia. Tomo, pues, nuevamente, la decisión de suprimir la opción de comentar. Si en realidad, uno pudiera discutir con quienes entran y leen,  pero posiblemente los más no lean mis post, pero se sienten obligados, como si cumplieran una norma impuesta no se sabe por quién, ni para qué. aunque uno pudiera imaginarlo, a apostillar con insultos o lugares comunes lo que escribo. En verdad, de esa manera será muy difícil que alguien pudiera sentir simpatía por esas actitudes.  Luis Sexto

@Sexto_Luis

VAMOS A…

VAMOS A…

Luis Sexto - @Sexto_Luis

Vamos hoy a pescar. A quién no le gusta tirar el anzuelo y esperar tranquilo, con la cabeza coleteando por los aires del no me importa, a que un «peje» pique. Por tanto, me van a dispensar que no desee introducirme en algún tema polémico. Alguno de mis generosos lectores podrá sentirse defraudado. Pero uno también se fatiga de litigar. Y se toma un día para pescar y dulcemente reposar... Tenemos derecho, ¿no?

Les comento, pues, un libro que se titula Pescando recuerdos. El autor, quizá un día en que notó que se ponía viejo, o por momento se hallaba cansado, comenzó a tirar la carnada entre las pocetas y depresiones de su vida, y enganchó estos recuerdos antes que las aguas del río —oh, la imagen clásica de Jorge Manrique— se los llevara al destino supremo de toda corriente: desaguar en el mar y perderse confundida en la inmensidad donde la pequeñez humana desaparece.

Hablo, sea dicho ya, de un libro de Enrique Oltuski. Y es oportuno que lo comente cuando apenas unos dos meses nos separan del aniversario 58 del triunfo de la Revolución. Oltuski es uno de sus actores. Cuántas cosas —experiencias, dificultades, cargos, dolores— se juntan en este hombre nacido en 1930 y que trabajó  como viceministro de la Industria Pesquera hasta su deceso, hace pocos años como. Lo conocimos públicamente  durante más de 50 años.

Oltuski, el primer ministro de Comunicaciones de la Revolución, y antes, durante la guerra de liberadora, el coordinador del 26 de Julio en la antigua  provincia de Las Villas; Oltuski, el ingeniero, el director de empresas. Oltuski, el revolucionario honrado, franco; Oltuski, el escritor, que le sustrajo tiempo a sus constantes ocupaciones laborales y a sus compromisos políticos para escribir, por ejemplo, esa crónica ejemplar, única, insuperable en su intensidad emotiva, donde el autor se pregunta Qué puedo decir del Che.
No puede sorprender que en un individuo se junten tantas fuerzas, a veces disímiles. Y la de escritor no es la menor. Enrique Oltuski es un escritor, un narrador cuya obra, a pesar de no ser numerosa, habrá que tener en cuenta. Gente del llano, otro de sus libros, compone un texto al que el lector retornará varias veces para succionarle el interés, que parece una mina inagotable.

Fíjense, no exagero. Si alguna duda habría, salgamos a pescar con Oltuski estos recuerdos que lo recomiendan como un autor especialmente dotado para la evocación y la memoria. En Pescando recuerdos —de la Casa Editorial Abril— el autor se nos presenta como un memorialista que elude la enumeración fría, tediosa de mil peripecias agolpadas, y nos construye sus recuerdos —esos recuerdos de  medio  siglo de vocación revolucionaria— como en una visión lírica, temblorosa del tiempo que se ha ido,  como ya sabemos, para no volver.

Relatos que parecen cuentos, cuentos que se asemejan a la crónica, prosa que se trasunta en poesía. Así está escrito este libro donde la historia beneficia, como un hilo de agua clara el subsuelo, pero sin trocarse en un texto histórico. Es la historia que al convertirse en memoria pasa a ser, en el talento de un narrador, una aventura insólita, en un período donde muchos hombres y mujeres hallaron la justificación de su vida. Y Oltuski fue, sobre todo, un escritor honrado.

Estas memorias, o más bien, estas prosas de evocación en que él es el personaje principal, no se entretienen en exaltar los méritos de quien recuerda. Ahí está Oltuski con sus errores y sus frustraciones. Pero sobre todo con su vocación intacta, perseverante en cualquier sitio, haya sido oscuro o iluminado.

Fue un hombre leal. Él no lo afirma con palabras. Uno lo descubre cuando lee lo que cuenta. Y cuenta y nos deleita; nos informa; nos hace ver que estos últimos 57 años, con todo, con la estrella o con el trueno, han resultado un lapso marcado por la excepcionalidad.  Uno lee este libro titulado Pescando recuerdos  y se percata de que Enrique Oltuski no parecía estar arrepentido. Tampoco yo me arrepiento de haber leído este libro más de una vez. Ni de que, apartándome de mis asuntos habituales, lo comente. Y lo recomiende.

MEMORIAS DEL CAMINO

MEMORIAS DEL CAMINO

La radio, Leonardo Moncada y yo

Luis Sexto - @Sexto_Luis

   A veces me imagino, con  cinco o seis años, de pie sobre un taburete, para que mi oreja derecha alcanzara la bocina del radiorreceptor, adosado a la pared. Mis programas predilectos eran entones  “Los tres  Villalobos” y,  sobre todo, “Leonardo Moncada, el titán de la llanura”. La voz única de Eduardo Egea sigue resonando en mis recuerdos. Y resuena aún el tema musical que lo presentaba. Hace un tiempo, Radio Rebelde u otra emisora, que no recuerdo, difundió la música de presentación de Leonado Moncada, y sentí como la daga de la nostalgia me sajaba el pecho, y me retrotrajo hacia las 7 de la tarde de días ya innombrables.

   Días dichosos aquellos en que  la inocencia de niño pobre en pueblito paupérrimo, escenificaba a solas,  sobre un caballito de palo lo que le comunicaban por radio sus héroes, héroes justos, defensores del pobre. Por los callejones de mi pueblo, yo galopaba disparándoles a mil bandidos, a mil explotadores del pobre.

   Ahí, en esa radio medio ingenua, pero concebida con un afán superador recibí mis primeras lecciones de justicia social. Leonardo Moncada me trasmitió un mensaje: siempre a favor del desvalido, a favor de tus semejantes menos aptos, de menos valimiento. Y ahora lo digo  sin exagerar, ni envaneciéndome: cuando estuve becado, mis amigos eran aquellos que los demás dejaban solos. Y esa actitud, además de la educación posterior en los Salesianos -que alguien pagó por ayudar a hijo de casa pobre-, partió de aquellas aventuras donde los héroes lo eran por favorecer a los menos felices: los pobres, víctimas de los poderosos.

   Toda mi conducta posterior  tuvo base en los libretos de Leovigildo Díaz de la Nuez, y más tarde de Enrique Núñez Rodríguez, y que Eduardo Egea y Ramón Veloz convertían en voces entrañables, en figuras cercanas que uno imaginaba de mil manera de acuerdo con la dimensión de la voz: Moncada, alto, fuerte, bello; y Pedrito Iznaga, juvenil, sincero, bueno, fiel.

   La radio hoy  en Cuba está, a mi parecer, menospreciada, para favorecer a un medio hipnótico como la TV. Creo que parte de mi desarrollo mental en los primeros años, más que a las escuelas primarias,  que escaseaban en mi infancia, se lo debo a la radio, en particular a Leonardo Moncada, y a sus libretistas, y repito sus nombres: al primero, Leovigildo Díaz de la Nuez, y luego a Núñez Rodríguez. Es mi orgullo reconocerlo, y nunca haberlo olvidado.

NUEVA CONVOCATORIA DE CONCURSO DE CRÓNICAS

 

La Unión de Periodistas de Cuba en la provincia de Cienfuegos convoca al XI Encuentro Nacional de la Crónica que se efectuará del 17 al 19 de noviembre del 2016 en homenaje al escritor y periodista cienfueguero Miguel Ángel de la Torre, uno de los más destacados cultores del género en la primera mitad del siglo XX en Cuba y al 90 cumpleaños del Comandante en Jefe Fidel Castro.

 El cuerpo teórico del encuentro contará de  talleres, conferencias y  paneles cuyas temáticas serán la vida y obra de Miguel Ángel de la Torre y el género crónica. Otras acciones colaterales constituirán la presentación de libros, visitas a centros de trabajo y estudio,  lugares de interés histórico y lecturas de crónicas.

 En el concurso podrán participar todos los periodistas de la prensa escrita, digital, radio, televisión y estudiantes de periodismo, con obras publicadas entre el mes de octubre de 2015 y el 30 de septiembre del 2016. Los estudiantes pueden presentar obras inéditas. Este año se adiciona una nueva categoría: trabajos investigativos sobre la crónica.

En cuanto a las investigaciones, el remitente debe especificar el tipo de investigación (bibliográfica, monográfica, trabajo de tesis, o cualquier otra modalidad).  En cualquier caso, se acompañará un documento, no mayor de diez cuartillas,  con el nombre del autor,  el  Tema, Título, Objetivos Generales,  Metodología (breve explicación); resultados principales, conclusiones y bibliografía básica empleada.    

 Se admitirán hasta dos crónicas, por concursante en cada uno de los tipos de medios en los que fueran publicadas.

 La presentación de los trabajos será de la siguiente forma:

  • En periodismo impreso se remitirán original y dos copias, utilizando la valija de la UPEC o el correo postal.
  • Para la radio en CD, o en formato mp3 por correo electrónico a la siguiente dirección: cip307@cip.enet.cu.
  • Para la televisión en CD o DVD.
  • En la categoría de periodismo digital deben enviar la URL donde fue publicado o el trabajo por cualquier vía
  • Los trabajos investigativos podrán enviarlos por correo electrónico a la siguiente dirección cip307@cip.enet.cu

 La dirección postal es: “Casa de la Prensa Calle 37 No. 5807 e/ 58 y 60, Cienfuegos.

 Se premiará la crónica que con mayor creatividad y eficacia se apropie del tema desde la subjetividad del periodista, en cada medio (prensa escrita, digital, radio, televisión y estudiantes de periodismo) y el trabajo investigativo más destacado.

 La Revista Alma Mater se suma a la premiación del mejor trabajo entre los estudiantes de periodismo con libros, folletos y la publicación del texto en su revista.

 Se constituirán dos jurados, uno de admisión que determinará los finalistas y el otro para otorgar los premios, integrados por periodistas de reconocido prestigio en la prensa cubana. En la sesión final se darán a conocer los premios, consistente en diploma y 400.00 pesos CUP.

 Los ganadores del concurso 26 de Julio de la UPEC en el apartado de crónicas serán invitados al encuentro.

 Las crónicas para el concurso deberán entregarse en la Unión de Periodistas de la provincia de Cienfuegos, antes del 30 de septiembre del 2016.

 Para aclarar cualquier duda pueden llamar a los teléfonos 43-513371 y 43-551292 en Cienfuegos y por el e-mail: cip307@cip.enet.cu

 

 

 

 

VINDICACIÓN DE LAS VACACIONES

VINDICACIÓN DE LAS VACACIONES

Luis Sexto

Mis vacaciones pecarían de presuntuosas si aspiraran a un crédito en el  libro Guinnes  o a merecer el recordatorio de una efeméride. Tienen, sin embargo, un mérito, casi un récord: apenas cuestan. No necesitan playas, ni moteles, ni campamentos bucólicos, ni ríos, montañas y otros etcéteras. Solo exigen el pasaje y las chucherías gastronómicas que completan el diario yantar en casa ajena.

Desde hace 35 años mis neuronas fatigadas, mis músculos abrumados por la tensión –como le ocurre a cualquiera que vive con el jadeo en el alma- se recuperan y distienden en el ingenio azucarero donde vivieron mis suegros hasta  su deceso reciente. Allí, en la dispersa soledad del batey, a orillas de bosques en potencia, entre cayos de silencio, me desintoxico de la ciudad y sus rumiantes sonidos. Todo muy barato. Tan barato que ni cargo con los libros. En el ingenio los hallo en una cita cotidiana que, a pesar de tantas recurrencias, reserva cada vez una sorpresa. La lectura resulta más bien el baño en el mar, el paseo campestre, el jaibol vespertino. Me gusta leer. Que me perdonen los demás. Y cada tarde, visito a mi amigo José de Jesús Márquez para conversar de libros, pero sobre todo para escoger el título del día siguiente. “¡Cómo Márquez tiene libros!”, comentan los que entran en aquella rengueante casita, cuya debilidad de madera y tejas ha devenido fortaleza frente a los últimos ciclones, incluso el Michelle. Los libros son casi los únicos valores materiales de aquella chabola.

Tengo, pues, un concepto poco festivo de las vacaciones, contrariamente a mucha gente -¿mucha?- que las convierte en una interminable feria de los sentidos menos edificantes, en un banal uso de ese tiempo cuyo recto uso implica el descanso más que  la holganza. En la diferencia semántica entre estas dos palabras casi iguales en su significado radica la esencia de cualquier reflexión sobre las vacaciones. No es lo mismo vacar creadoramente que holgar sin provecho. En el mapa de la personalidad –sabemos- abundan los trazos de las circunstancias familiares y las escuelas de la niñez. Y yo agradezco que mi madre, cuando quería que yo no saliese a mataperrear, ponía en el piso un paquete de comics: los  muñequitos de Los Halcones Negros, El Llanero Solitario, Dick Tracy y otras lecturas igualmente “non sanctas”, pero que indujeron en el pequeño, echado en el fresco mosaico de la sala, una inclinación a la lectura como antídoto contra el aburrimiento. Desde entonces empecé a aprender cómo estar a solas conmigo o a conversar,  según el verso de Antonio Machado,  “con el hombre que conmigo va”. Después, a mis 15 años, el Seminario Salesiano mejoró las técnicas de lectura, la puntería para escoger los libros y, sobre todo, a asumir el concepto latino del Otium, como espacio apropiado para descansar aprendiendo o aprender descansando.

Ocio fecundo lo llamaron los clásicos. Pero los siglos corrompieron tantos los valores positivos del ocio que lo obligaron a merecer el título de “padre de todos los vicios”. Y  mis maestros, por tanto,  también me enseñaron a guerrear contra la pérdida, el derroche, del tiempo libre en las temporadas del descanso.. Y fue en esa pelea contra el no hacer nada cuando escribí mi primer poema, pues como carecía de habilidad manual para acometer un trabajo plástico en madera, o plastilina, o sobre  acuarela, me propuse rimar ciertas sensaciones paisajísticas. No me atrevo a reproducir los versos. Pero si no me gustaron por ingenuos, si me agradó el trabajo de componerlos. Y me declaré adicto.

Ya ven, pues, de donde procede ese hábito de pasar las vacaciones en un ingenio, invirtiendo las horas en la lectura que uno aplaza el resto del año por falta de sosiego. De vez en cuando, alguna salida a la Ciénaga, Varadero, Cienfuegos, si hay medios. Pero el habitar entre el silencio, la sombra de la arboleda, la conversación familiar o entre amigos, y la reflexión individual, han integrado mi batería vacacional, y las de mis hijos en su infancia, y la de mi esposa, cuyos intereses han coincidido con los míos, en particular porque en las vacaciones ella volvía a reeditar sus días en “casa de mamá y papá”. Cuánto vale esa vuelta al hogar del comienzo. Tanto vale, que he confirmado que uno empieza a ser verdaderamente adulto cuando ya no puede decir: voy a casa de papá.

Cada cual, desde luego, ha de bailar en la feria como le guste. A nadie recomiendo mi técnica. Y resumiendo esta evocación -que me causa tristeza por no poderla vivir nuevamente al pie de la letra- recomendaría revalorar el sentido de las vacaciones. ¿Nos hemos fijado que algunos, por asumirlas entre frívolos excesos, no las repite, o las termina con sus valores humanos y morales un tanto deteriorados? Vacaciones y banalidad  no suponen la igualdad de los sinónimos. Quizá quepa la separación de los antónimos. Y para terminar sin excederme  en un sermoneo que no se ajusta a mi estilo, ni a mi papel, comparto esta imitación de los célebres versos de nuestra amiga Carilda Oliver. En las vacaciones me desconecto, amor, me desconecto…  de la rutina. Solo eso.

 

 

ORACIÓN

ORACIÓN

Luis Sexto

 

Déjame  la tarde, bronce melancólico,

cicatriz,  casi ya quejumbre

sobre una faz decapitada.

Tantas veces mi rótula lavó

 la circunstancia benigna de tus zapatos,

bajo el candil con que apenas

el  cuchillo

en  tus ojos se escondía.

 

Ante la entrejunta paciencia

de la puerta, déjala

como ademán de un relámpago,

borrón de luz que no regresa,

pleonasmo de tu mirada,

la tarde.

Luis Sexto

lusman2@yahoo.es