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PATRIA Y HUMANIDAD

CONTRA LA FILOSOFÍA DE LA INCONSCIENCIA

CONTRA LA FILOSOFÍA DE LA INCONSCIENCIA

 Luis Sexto - @Sexto_Luis

Foto: http://eticaconductahumana.blogspot.com/.

  Vive la vida, recomienda la filosofía del barrio. ¿Y acaso hacemos algo distinto? Tengo vida, luego vivo. Esa es la certeza íntima e impostergable de cualquier persona. Vivir, imperativo, avalancha sucesiva de energía y conciencia. Pero la frase no es tan torpe como aparenta. Excluye el simple existir, el mero impulso de respirar y andar.

   Vive la vida, me aconsejan al lado. Y en el horizonte de tan redundante máxima, prevalece  cierta subrepticia y nociva  intención. Recomienda algo más. Y lo que pretende sugerir en tono tan inapelable, equivale a un apartamiento de las consideraciones éticas, a un cerrar los ojos ante una disyuntiva moral. Sacrifica la honradez, la verdad, el amor. A eso apunta. Porque vivir la vida para esta frase tan recurrente implica la erupción del yo y la inmersión del él, del tú, del nosotros. Exaltación, apoteosis del egoísmo, en la trama un tanto desvergonzada de una filosofía vitalista cuyo objeto es el placer y el tener.

   Vive la vida. Goza, despreocúpate, záfate. Y los principios, ah, los principios, conviértelos en tus “fines”. No partas de ellos, móntate sobre ellos. Y simúlalo. Sólo se vive una vez...

   Ahora, luego de haber conocido, alguna vez pronunciado y de haber  hecho la ficha de tantas frases de uso común, me doy cuenta de que son versiones de una única actitud; visiones presuntuosamente originales del descrédito. Vive la vida. ¿No es en su esencia igual que Déjate de escrúpulos, Échatelo todo a la espalda, Que arree el de atrás... Este diccionario ha sido un serón de redundancias, un tragante de malquerencias. El contacto con un lejano y persistente legado que utiliza la lengua para acusar su presencia.

   Y no ha de asustarnos. El hombre es mezcla. La vida es mezcla. La historia se configura con el barro y con la sangre. Y la sangre va limpiando, como el discurso de Diógenes desde su barril, las adherencias irracionales. Y la frase de Vive la vida abre, como luego de un baño profundo, otros espejos, se resuelve en otra dimensión. Y en vez de ser sinuosa, escabrosa, norma de conducta, pasa a componer un desafío. Vive la vida. Esto es, sóplale sentido: convierte el beso en luz; el trabajo en cimiento; el deber en identidad; la palabra en sinceridad; el acto en justicia; la relación en solidaridad.

   Y los principios, ah los principios, transfórmalos en fuerza, en medio de renovación. Porque, si no, por mucho que los pregones, por mucho que aparentes rendirle acatamiento, se descubre que está viviendo la vida al revés, usándolos para tu provecho. Con lo cual, además de falsearlos, los expone al desdoro. Porque otra cosa no hace quien, en nombre de de lo justo, daña a una persona por  emplear equívoca o inmoralmente sus principios .

   Simone de Beauvoir recomendaba que para vivir con plétora de satisfacción la etapa última, esa que los nomencladores llaman eufemísticamente tercera edad, hacía falta entregarse a una pasión, a una obra, a un semejante. Y me parece que no solo en el trámite final de la existencia. Entregarse a una pasión aun cuando el vigor se desparrame por hirviente y abundante; a una pasión -creo interpretar la idea de la compañera del filósofo Sastre- que rebote en otro, en un plural juego de dar una prenda, aunque del lado de allá solo retorne el vacío. Porque, al cabo, el acto de dar implica también el de recibir las certezas de que se tiene el sentido profundo de la solidaridad. Solidaridad que no espera regreso, ni pago, ni gratitud. Y olvida pronto lo que dio.

  Me he repetido, en voz alta, estas ideas aprendidas expiando tantos yerros, tantos devaneos. Y debo quizás dar gracias por intentar comprender que vivir la vida es una suma de elementos que no tienen razón natural para derivar en el egoísmo. Si así fuese, ya empezaría a ser el “bon vivant” de los franceses. El “vividor” de nuestra lengua, ese que chupa, muerde y luego se lava las manos sin sentimiento de culpa ni de responsabilidad. Me parece que para vivir plenamente  mi sueño,  también  tú el tuyo, es inevitable integrarlo al sueño del otro, tal vez propiciando el sueño del otro. Porque, de otra forma, como diría el poeta Bécquer, qué solo se quedan los muertos… de espíritu.

¿NUESTROS NOMBRES CON MINÚSCULA?

¿NUESTROS NOMBRES CON MINÚSCULA?

PERIODISMO Y ÉTICA 

Conferencia leída el 2 de noviembre de 2016 durante el Festival de la prensa, en Holguín 

Luis Sexto - @Sexto_Luis

Colegas, compañeras y compañeros:

   Con las manos bajo el mentón, viendo  llover en La Habana, se me ocurre, sin ánimo de teorizador, que nuestra época deriva de la postmodernidad, aún sin cuajar, hacia cierta post eticidad. Intenciones de indigestar aparte, ese es un signo progresivo, que no progresista, en nuestros días: la inmersión en las tinieblas de ciertos islotes de la ética, y su resurgir del ojo de agua de lo que fueron, trastornados en no-ética. Pero, ¿es posible entre nosotros la no-ética en el sentido que pretendo añadirle, esto es, una sustancia convertida en su contrario? Desde luego, la no-ética implica lo opuesto de la ética. O incluso supone una nueva ética entrecomillada que usurpa y modifica en nuestra sociedad la ética  del ser solidario,  que se extingue en este o aquel individuo, en este o aquel ambiente.

   Tal vez el periodista que soy no haya articulado el filosofema según las reglas del pensar. Ilustra, sin embargo, mi percepción de que la ética, la que hasta hoy hemos asumido aquí como justa y conveniente, experimenta un proceso de rebajamiento. No todos -es de suponer- piensan igual que este hablador. Más bien, en alguna conversación entre amigos me han dicho que cada época, o un determinado conjunto sucesivo de épocas, según sea su desarrollo científico, técnico, comunicativo, implanta nuevos mandamientos éticos, porque las circunstancias sociales y económicas condicionan cambios en las relaciones y la mentalidad de los grupos humanos. Acepto ese juicio por su más o menos evidencia teórica y práctica. Pero dudo cuando me aseguran, refiriéndose al periodismo, que hoy no necesitamos secretos, ni datos clasificados, ni respeto al derecho ajeno en lo que atañe a la información, la noticia, o  lo confidencial.

  Así lo he oído. Porque ante la velocidad misilística, y la capacidad camaleónica de los impulsos y artilugios computadorizados,   todo lo que hasta hoy fue respetable ha perdido parte de su  dignidad, para quedar bajo la caótica ejecución de la “era cibernética”. Lo digital es el nuevo dios. Y ante ese dios en minúscula, uno pregunta: ¿Qué sitio ocupa el Hombre con mayúscula? ¿Miembro programado de la servidumbre; número racional de una tripulación que sólo manipula los instrumentos, y los aparatos definen el rumbo y el comportamiento humanos?  No conozco la respuesta. Percibo, sin embargo, mi pronta involución hacia una especie de robot con un cerebro biológico alimentado mediante programas informáticos  y custodiado por sistemas de antivirus contra cualquier mal, menos contra la deshonra.

   Lo admito: El perfil delineado hasta este punto parece exagerado. No obstante, anclando en nuestro tema, el micromundo del periodismo en Cuba revela síntomas de manifestaciones no-éticas, o de una nueva ética, a la cual tendremos que variarle el nombre. ¿Ética? ¿Qué es la ética? En palabras comunes es un código, un compendio de preceptos que rige, en lo  general, además de las leyes, la conducta de los seres humanos en relación con sus semejantes, o el proceder profesional, también vinculado por decreto social a otras personas. Lo apreciamos sin mucho ahondar: la ética se articula, porque al frente o al lado,  más allá o acá de la mujer o del varón, existen otros sujetos. Y esa presencia percibida en múltiple dirección -presencia que mira y es mirada-, necesita y justifica el comportamiento ético. Por ello, hacia el año 1760 antes de nuestra era, se compuso, verbigracia, el código de Hammurabi, y más adelante el decálogo judío y luego cristiano. Esas piedras, y otros cimientos morales, coadyuvaron a encuartonar el animal de fondo que aún ruge y nos desgarra en nuestra esencia social.  

   De acuerdo estoy, por tanto, con quienes sostienen que la ética, tabla  reguladora,  no procede del orden; más bien del desorden. Porque  ética, en su raíz griega, significa costumbre, como la moral, cuya etimología latina proviene de mos, moris (si recuerdo con exactitud la declinación), y que tanto relacionamos con la ética hasta convertirlos en términos y conceptos sinónimos, aunque se diferencien en sus funciones: la moral dicta cómo debemos actuar y la ética establece por qué debemos actuar de esta u otra manera. Es la ética, sobre todo, una disciplina filosófica que intenta ordenar el desorden, equilibrar el desequilibrio, someter el libertinaje para que evolucione hacia el ejerció de la libertad mediante la opción voluntaria entre la ética y la no-ética.    

   El individuo elige, en efecto. Tal vez un sujeto, un periodista, educado con rigor en los valores de la solidaridad, le resulte casi imposible atribuirse lo sustancial del trabajo de un colega, o lo que significa lo mismo: plagiar. Tampoco se burlará  de su entrevistado, y de  los receptores, adulterando las respuestas a las  preguntas que  le haya formulado a aquel. Pero en esos ejemplo no me refiero al determinismo biológico –ser generoso por nacimiento-,  incluso ni al determinismo social -ser justo por decreto inapelable. Si nos guareciéramos en términos absolutos bajo esos toldos, hasta el castigo de los jueces no tendría ninguna justificación ante el delincuente. El pobre: nació con un defecto: es incapaz de ser honrado. No resulta determinista, en cambio, el polaco Rysiard Kapuscinski, uno de los John Reed de nuestros tiempos, cuando reconoce que los cínicos no sirven para ejercer nuestro oficio. Y me parece que el calificativo de cínicos lo aplica el autor de El emperador, a quienes eligieron practicar contra la ética, o sin ética, el periodismo. Si los periodistas promovemos valores en quienes leen, ven, oyen  nuestros enunciados, la aplicación consciente de la ética del periodismo es, por tanto,  uno de los métodos para colaborar en “la agónica rectoría moral del pueblo”, de acuerdo con frase textual de Martí.

   Por lo dicho, violar preceptos éticos implica en cierto extremo, la inefectividad o el fracaso de nuestros cimientos educativos. Cuando aceptamos que en nuestro presente, aquí en Cuba, el periodista puede ser susceptible de retroceder hacia un descomprometimiento con la ética del periodismo solidario, veraz, equilibrado, achaco  en parte a la pedagogía y a la escuela cubana, en su extensión incluso universitaria, debilidades que facilitan lo que en denominaciones de la casuística religiosa podría clasificarse como “conciencia laxa”, o carencia de escrúpulos morales. Entre paréntesis pregunto: ¿Cuenta la ética con el número suficiente de horas en el currículo de nuestras escuelas y facultades de periodismo?

Colegas:

   Ya he sugerido que existe, en primer lugar, una razón para la ética del periodista: ejercemos una profesión de servicio. Y los destinatarios de nuestro trabajo, le profesan al periodismo, y por ende al periodista, un respeto que linda con lo uncioso. Todos tenemos la experiencia de ser observados, y juzgados como personas abrillantadas por un aura de sacralidad. ¿Qué puerta por lo común no se nos abre? ¿Quién no cree que tocamos los vasos de lo exclusivo? Esa valoración popular tan extrema implica la razón máxima de nuestra ética profesional. Lectores, telespectadores, oyentes, incluso cibernautas, esperan de nosotros una actitud, un crédito, una autoestima que no supongan vanidad, o irresponsable búsqueda de noticias o inconsecuente gestión de privilegios materiales a cambio de mi letra o de mi voz ahogadas  en  la crema de apologías particulares. Obligados estamos a servir, pero sin renunciar a la honradez. Seamos  audaces y creativos sin trucos. Serviciales sin propinas.

   Nuestro único privilegio habría de ser el servir con modestia. Nuestra faena se concreta en solidaridad. Recuerdo a Félix Pita Rodríguez cuando lo entreviste un año de los 1980, a petición de la revista Bohemia, siendo yo periodista de Trabajadores. En aquella conversación -luego reeditada muchas veces entre el aprendiz y el maestro-, Félix, el poeta, el narrador de espejeante humanismo, me confesó que su divisa era: “Servir es más precioso que brillar”. Más adelante, me recordó otra de sus frases poemáticas: “En lo más alto el corazón”, que remachaba, con clavos de cordialidad, la ética del ser, del ser solidario, en el autor de Tobías..

    Afanado y afamado redactor de periódicos y guionista renovador de espacios radiales en la década de 1940, Pita Rodríguez puede ofrecernos eso versos para resumir la ética fundamental de los periodistas cubanos. Pero sospecho que algunos de nosotros preguntarán: ¿Dar tanto a cambio de tan poco? Y cuando escribo “tan poco” me refiero a las limitaciones prácticas del periodismo generadas por la regulación exógena, es decir, desde fuera. Mi edad, y mis 44 años de servicio en el periodismo revolucionario, me permiten asegurar que no siempre la prensa de la Revolución redujo tanto sus funciones. Y si lo sostengo, sostengo también que aquel uso creativo, regulado y autoregulado  desde dentro, en franca dialéctica entre la ética y la técnica, tendrá su retorno. La experiencia confirma que la regulación externa condiciona un periodismo de escasa factura y de menor rendimiento informativo y político.

   Ahora bien, periodistas, cuál será nuestro papel en el mejoramiento de nuestra prensa. De acuerdo con la experiencia, habremos de actuar de modo que merezcamos confianza. Y la mereceremos con la ética como fundamento. No; no seamos víctimas del ilusionismo en el uso de los cristales de la web como si fuese un potrero tan ancho como la pampa, donde la inteligencia, en vez de ampliar su libertad y su saber, sucumba aplastada por los cascos de la desregulación o la estolidez, o consumida por los humores impunes de los seudónimos, o sepultada por la injuria, la mentira, la verdad a medias o distorsionada. El fantasioso paraíso de la impunidad en las redes sociales pasará en el mundo, incluido el mundo del capitalismo. Ya algún medio de sociedad capitalista, ha advertido de los riesgos. Y ha comenzado el reordenamiento de esa llanura polar. De nuestro amigo Juan Marrero, presidente de la Comisión Nacional de Ética de la UPEC hasta su deceso, tomo este dato:

 “…La Dirección General de BBC, una corporación pública, dio a conocer normas que implican a todos sus empleados en las redes sociales. Y, entre esas normas, figura el consejo de ´no hagas nada estúpido…cuida tus mensajes, sean privados, directos, abiertos o públicos´. ´Aunque creas que un mensaje sea restringido, puede ser compartido muy fácil y rápidamente con un público más amplio´”. También  estas otras reglas, según Marrero: “No critiques a tus compañeros, no reveles información confidencial de la BBC”.

  Previamente, de acuerdo con la misma fuente,  la BBC emitió un documento titulado Reglas de juego para los periodistas, donde señalaba que “las normas y recomendaciones de la Guía del Productor de la BBC se aplican a todas las actividades en todos los lugares del mundo y en todos los medios de difusión de que dispone. Son parámetros para proteger la reputación de la organización a nivel internacional”.  Y finalizaba Juan Marrero:  “Otros medios como RTV Española, la prensa norteamericana y La Jornada, por solo señalar algunos, también han creado normas para sus periodistas en las redes sociales”.

   Lo hemos oído: A la prudencia convoca hasta la BBC.  Según José Martí, él éxito o la felicidad  radican en el “uso prudente de la razón”. Y un principio ético de la sabiduría oriental  nos refuerza  la recomendación del Apóstol: Nunca quieras demasiado de nada. Nunca estés demasiado seguro de nada; solo la ignorancia está segura, la sabiduría duda. Quizás hoy el periodismo urja de que al Homo sapiens sapiens, puerto de partida del Hombre actual, lo acompañe el Homo sentiens, el ser humano sensible, capaz de conmoverse y conmover; servir antes de servirse.

   La audacia, la frescura, la agilidad del periodista se fundamenta en la responsabilidad personal, encarecida por nuestra ética. Porque, parece claro, la virtud técnica de los medios no impone las normas morales; normas imponen la profesionalidad honrada, la agudeza política y el compromiso con la verdad en oposición a lo falso o inseguro, a lo que no es, en definitiva, caña de interés para los molinos de la información pública, en una sociedad convocada a relacionarse en un orden socialista, solidario en suma.

   Amigas y amigos:

   El decursar de nuestra especie enseña que el futuro no admite arrastres: arrastres de problemas, de dudas, de vicios y conductas impropias u obras incompletas. Porque significaría llevar lo peor del presente al mañana. Y el tiempo por venir vendría a ser parte de nuestro mal tiempo. O lo que es igual,  si no mejoramos, seguimos estacionados. Porque no basta con dictar nuevas leyes, modificar otras, aprobar estrategias y métodos, si carecemos de la capacidad y la voluntad de concretarlos, o los interpretamos como nos parezca o convenga, en un  acto de indisciplina que reta al orden y que retrasa o paraliza la necesidad de mejorar.

   Los periodistas cubanos estamos hoy ante una disyuntiva: ser consecuentes con lo que pensamos. Esto es, ser honrados para no quebrantar nuestro compromiso con la sociedad cubana y sus ideales. A pesar de que algo normativo he expuesto aquí, me asusta decir a mis colegas cómo han de pensar o actuar. Pero si somos leales a nuestra vocación, nuestro índice señalará el lado de la ética y del deber profesional. Lo cual sería, a mi pensar, aliarse también con el sentido común. Quizás, por ello, no debamos omitir esta cápsula en apariencias paradójica y que a veces he tenido junto a mí para preservarme de actos improvisados sin móviles, sin efectos, y sin afectos: El sentido común es la primera expresión más inteligente del periodista. Milenios antes, Salomón nos recomendó en uno de sus proverbios: El hombre cuerdo encubre su saber, mas el necio publica su tontería.

    Día a día, los seres humanos afrontamos diversas encrucijadas morales. Unos, ante la necesidad de tener algo más que lo básico -aspiración justa-, pueden intentar conseguirlo de manera poco honrada y honrosa. Por supuesto, la necesidad sólo explica la ruptura ética; nunca la justifica. Quien roba para satisfacer urgencias de índole material, no pasará el visto bueno de ningún tribunal.

   Otros, en cambio, prefieren ser consecuentes con lo que estiman sus deberes morales, incluso políticos, y acuden a métodos que preserven su entereza ética. El Hombre, en defensa de su integridad, no debe ir en contra de lo que ha creído y defendido: porque  se exponen a fragmentarse como unidad cultural y ética. Si evaluamos con criterio filial el país donde nacimos y aprendimos a vivir, incluso a hablar y a  escribir, quien pretenda usarnos en sentido opuesto a los  ideales de justicia e independencia, pivotes de la historia de Cuba, aprovechándose de nuestras carencias, habrá de oír una sola respuesta. Según una perspectiva económica, el periodista puede vender su trabajo, su talento. Eso hacemos: trabajamos y cobramos, o mal cobraremos hasta un momento, pero  mi nombre, mi firma, por pequeña que sea, no está en venta. Que tenemos necesidades  domésticas, incluso profesionales, sí; que aún no componemos en nuestros medios el periodismo que deseamos  o el país necesita, sí. Pero  quien vea la vida como una causa que exige compromisos con la ética y la  política, sabrá escribir o hablar para expresar los imperativos de su conciencia y de las urgencias sociales. Quizás  –digo quizás- el problema  actual de los periodistas cubanos no consista sólo en tener poco espacio físico y jurídico, sino en no saber usar hasta lo máximo posible el espacio puesto a nuestra elección.

   En fin, todo se trata de una opción ética o no-ética. O soy el que soy, o soy dos a la vez. Y ser dos a la vez, es decir, el periodista escindido, con dos caras, me parece que es incompatible con la moral más humanista, revolucionaria y profesional. Sobre todo cuando los tiempos nos presentan dos o tres rutas para intentar ser personas y profesionales satisfechos en sí y de sí.

   En la Unión de Periodistas de Cuba, un código de ética establece cómo debemos actuar y por qué debemos actuar de este modo. Pero es necesario que todos nos preguntemos: ¿Para qué soy periodista? ¿Para construir o para destruir, para formar o deformar? ¿Soy periodista sólo para comer, o viajar,  o ganar fama? ¿Sólo para aprovecharme de lo que yo puedo representar en la sociedad desde el ejercicio del periodismo? De las respuestas quizás dependa parte de la solución de las quiebras y tropiezos de hoy.

 Resumo: mi tinta es pálida, pero es mi tinta: la que elegí  hace 44 años y he  usado hasta hoy. ¿He de echar a perder su final? Quien comienza, quizás crea tener tiempo para elegir entre dos o tres propuestas. A mí sólo me queda una boleta: ser el que he sido, y defender lo que he vivido y soñado, aunque se interponga alguna decepción.

Muchas gracias.

lusman2@yahoo.es

DOGMA VS HEREJÍA

DOGMA VS HEREJÍA

 Luis Sexto - @Sexto_Luis

  Ideas más allá de las religiones

Es, ha sido vocación inclaudicable del hombre la de actuar en contra de cuanto pretenda ser definitivo, inexorable, o le limite el pensamiento, el criterio racional, de modo que la historia de las doctrinas políticas y religiosas podría ser también la historia de la lucha entre el dogma y la herejía. Donde se plantó la cuadriculada y hermética aspiración de constituir una verdad inapelable, se irguió la heterodoxia para destapar cajas, demoler muros, deshollinar gavetas, aunque más adelante el heresiarca de hoy se convirtiera en el dogmático de mañana.

  Fue contradictoriamente un religioso, un jerarca eclesiástico, pero a la vez un filósofo el  que legitimó la herejía y a los herejes. Conocido es el apotegma de San Agustín en que el autor de la Ciudad de Dios y de unas Confesiones en plenitud de debilidad humana, reconoce el necesario papel regulador de los herejes: “Oportet enim heresses esse”.  Esto es, el hereje opera como una rendija a través de la cual  se filtra la prueba que afianza y perfecciona el dogma. Desde luego, el obispo de Hipona cocinó la idea para servirla en su mesa. No obstante, partiendo del criterio agustino de la necesaria y plausible heterodoxia, podemos emprender una aventura hacia lo profundo del dogma y sus paradojas.

   Un escritor y periodista católico –periodista que punza, no complace-  escribió,  a fines del siglo XX, que “siempre que el hombre expone lo que ha hecho el hombre, da un juicio implícito sobre los hechos, aunque solo sea por sus omisiones o sus silencios”.  Hasta aquí  el francés Jean Guitton parece estar de acuerdo con casi todo el pensamiento de su época. Pero enseguida adopta una posición antidogmática: “Lo que a mi modo de ver lo deshonraría sería dar a entender que tiene la objetividad de un aparato, o que todo historiador debería interpretar  los hechos de la misma manera.” Y más adelante, establece que “la fuente de todas las herejías está en concebir el acuerdo de dos verdades opuestas y creer que son incompatibles”.

   Deduzco, pues, que el origen de las herejías se enraíza en la rigidez de la ortodoxia. La ortodoxia  -el pensar apegado al dogma- no ha aprendido a utilizar la flexibilización como una de las fórmulas de su invulnerabilidad y, por tanto, de la perdurabilidad de las verdades que se estiman correctas. Dogma es palabra de origen griego que, teniendo una prosapia limpia, ha venido ensuciándose en su actitud irremovible e intransigente de “cosa acabada, terminada definitivamente”, que eso significa “dokein” cuando se une a un pronombre personal, yo, por ejemplo, he acabado.

   El dogma carece de recursos. La razón no le es afín. Incluso el dogma la rechaza con un “odio lúcido”, y es lúcido porque posiblemente  los dogmas intuyan que su caída depende, en primordial medida, de la crítica. ¿De que se sirven aquellos para apuntalar su inaccesibilidad al debate y al cuestionamiento? En la autoridad. En el poder de cuantos lo establecen, imponen y sostienen. Ha sido, así,  adoptado por el autoritarismo como el garante de su poder incuestionable.

   Focalizado en el plano de la religiosidad, quizás sea ahora menos dañino, aunque en una época atizó la candela bajo los pies de cuantos pretendieron removerlo o modificarlo. Y ocurrió así determinado por los vínculos e intereses comunes del poder político y las jerarquías eclesiales. Porque, cuando el dogma pasa a la política como instrumento, como piedra fundamental, comienzan los riesgos para los grupos, sociedades y Estados que lo organizan y ubican sobre un pedestal ideológico. Una de los problemas del llamado socialismo del siglo XX, el también nombrado real, fue la aplicación dogmática del marxismo. De guía para la acción, se transformó en “señor feudal” de la acción. Un rápido paneo por sobre la historia de las sociedades socialistas europeas, nos abastecería de actos tan irracionales que podrían añadir un nuevo volumen a la Historia de la estupidez humana, del húngaro Paul Tabori. El dogma, por insuficiencias reflexivas, es incapaz de detectar las contradicciones que se generan en su nombre. Y con estas, sobreviene la parálisis. Y con la parálisis, el lento deterioro de las sociedades dirigidas por el dogma filosóficamente político, que es el me parece más actual y peligroso. El religioso ofrece, en estos tiempos modernos, la libertad de creer o no creer. Y nada pasa por norma, al menos en las sociedades occidentales.

   Pero en la política, la cerca que bordea al dogma está vidriada con picos y fondos de botellas: se hiere quien los toque. La discusión, la discrepancia, la crítica se proscriben o se toleran entre condicionamientos. Y con ello el dogma se priva de su principal aliado: los herejes. Porque los herejes anticipan con sus audacias y temeridades la verdad más completa, que ha de sobrevenir en los días próximos. Al fin llega, pero nadie reivindica a sus gestores, porque se ha de pagar el precio por anticiparse. Pagarlo, asumiendo el descrédito del revisionista o del inoportuno.

En las izquierdas, a pesar de la experiencia del socialismo europeo, de tan claras moralejas acerca del destino de los cerrojos y las mordazas, y en las derechas, no obstante los fracasos de ciertas “verdades inconmovibles”  que prometen un “estado de bienestar general”,  aún subsiste  el dogmatismo.  Es un hábito cómodo. Significa decidir en las cúpulas sin el esfuerzo que implica el debate. Y a veces, para cancelar el exceso de presión, apelan a la unidad del grupo, del partido, de la sociedad. Pero, a mi modo de ver, en la unidad propugnada por el dogmatismo no cabe la diversidad. Exige la unidad de los unánimes. Porque los dogmas no distinguen entre la necesidad y los fines, entre el derecho y la intención, entre la opinión y la oposición, la sugerencia y la impertinencia. Y por ello favorecen  el desarrollo tentacular de la doble moral y sus normas éticas encapsuladas en apariencias sin esencias. Pero la unanimidad, reducida tan solo a levantar la mano,  alguna vez empezará por resquebrajarse en nombre de los mismos derechos que el dogma  reconoce –en apariencias- defender y garantizar: la libertad y la razón.

   Parece escabroso comprender que la unidad política excluye la imposición de dogmas. Porque la unidad política se formula y reformula constantemente en torno de un programa, jamás alrededor de las abstracciones de una cosmovisión. Y su agente principal consiste en el esfuerzo de hombres libres que alcen la mano para… opinar, debatir, cuestionar sobre todo cuanto ayude a que la diversidad fortalezca la unidad. Y que debatan y opinen como herejes necesarios que impidan la dogmatización de las ideas y la burocratización de las acciones.

Ah, sí. Dogma y burocracia son afines. Como el maniquí y su vestido.

AY, LAS PALMAS...

AY, LAS PALMAS...

Luis Sexto - @Sexto_Luis

Paisaje de  Omar Díaz Guadarrama.

   Todavía hay palmas… Esta última semana viajé por carretera hasta Camagüey, y a pesar de que el ómnibus va adoptando en sus asientos la crueldad de un potro de tormento, la carretera facilita redescubrir la periferia del paisaje. Sobre todo si uno ha llevado para releer una antología de la poesía colonial y los diecinueve autores escogidos invocan, evocan o describen las líneas y los colores de la naturaleza cubana, con el fervor con que  se mira lo único y lo vital.

   Al levantar la vista, el viajero redescubre que el paisaje aún existe, aunque la poesía actual ya no lo nombre explícitamente como aquellos versos de los siglos XVIII y XIX, en que las visiones naturales simbolizaban el embrionario sentimiento de la cubanía. Y existen, en particular, las palmas. Las palmas, el detalle más frecuente y sintetizador de la poética criolla y luego cubana. Árboles recurrentes que en la llanura o las laderas semejan sílfides guajiras con sus melenas echadas al viento en un vapuleo de aquelarre, de sainete mágico,  bajo el cielo purísimo que la nostalgia  de José María Heredia vislumbró desde el Niágara.  Palma,  “vegetal arquitectura”, según Ángel Gaztelu, y que en voz de Gastón Baquero “detiene humildemente el cielo”, y a cuyo lado  la vida del hombre discurre mansamente, de acuerdo con el decir de Alfonso Hernández Catá.

   Más de 80 especies de palmas endémicas proliferan en los campos de Cuba, pero ninguna destaca por su abundancia y esplendor como la palma real, la Roystonea regia de los botánicos. Regia, porque, altiva, a la manera de un monarca, solo el rayo puede alcanzarla cuando su tronco de palillo de dientes se dispara hacia arriba hasta 20 ó 30 metros. Y si el hombre llega a tocarle las hojas -tan largas como las aspas de los molinos del Quijote- para empenachar un bohío, o para cortar el palmiche o desenrollar la yagua, es a costa del riesgo de quien se transforma en un jinete del aire, retador e inerme.

   No me empecino en componer con tanto dato elemental una versión comprimida de Cuba en la mano, el manoseado diccionario. Ha sido solo un desliz vegetalmente erudito. He hablado de poesía. Y sin embargo, lo más sensitivo, lo más entrañable escrito sobre la palma real, no lo concibió un poeta. Al menos, no un poeta en verso, pues los prosistas –tal vez los cronistas- lo son también en sus páginas de líneas llenas, cuando captan las esencias puras de un eco que retumba en el alma.

   Anselmo Suárez y Romero –pedagogo y novelista del XIX- no ha sido superado. En algún libro de lectura escolar en mi niñez, leí su estampa sobre los palmares. Quizás si hubiera que cifrarle un precursor a la crónica periodística cubana, lo sea Suárez y Romero con este y otros cuadros líricos sobre los valores naturales de Cuba. La primera frase es de por sí antológica en su capacidad de provocación. ”Hay un cosa en mi patria, que nunca me canso de contemplar.” Y antes de revelar el nombre, niega que sean presencias establecidas como la ceiba, la cañabrava, los naranjos, “nuestro sol, nuestra luna, nuestro cielo”. Y ese nuestro, dígolo entre paréntesis, ya entraña una singularidad, un matiz distintivo de patriotismo. “Son los magníficos palmares –precisa- que suspiran perennemente en sus llanos y en sus colinas. No hay árbol más bello que la palma; pero cuando la casualidad ha reunido un grupo de miles de ellas en la cresta de una loma o en un valle pintoresco y apartado, no hay pincel capaz de pintarlas, no hay poeta que pueda cantarlas dignamente en su lira”. 

   Nací en campos donde las palmas parecen una sucesión infinita de alfileres. Ninguna otra comarca supera a la de Remedios y sus zonas limítrofes en la vastedad de sus palmares. José Miguel Gómez, gobernador de Las Villas a principios del siglo XX, pretendió comprar las tierras del ingenio Dolores, pagando a peso cada palma. Cuando la pareja de soldados, encuestadores de aquel censo insólito, contó un millón, el caudillo del partido liberal abandonó el negocio. Pero si José Miguel se percató de palmares tan masivos solo cuando les puso precio, yo lo supe, y aprendí a confirmarlo con mis ojos azorados de guajiro, cuando leí a Suárez y Romero en una escuelita rural de la jurisdicción remediana. A veces la indiferencia se traga el paisaje y a su reina la palma: no los vemos hasta cuando un poeta, o un cronista, los rescata del subsuelo culpable. Y nos dice: “¡Escuchando la música de sus pencas, un poco antes de expirar, la muerte no debe ser tan amarga!”

 

LA PALANCA DE ARQUÍMEDES

LA PALANCA DE ARQUÍMEDES

Luis Sexto - @Sexto_Luis

   Va pasando  el año. Y lo sucedido ayer es cronología; lo que ocurre hoy es acción u omisión, ingredientes futuros de la historia que habremos de juzgar observando el pasado. Y aunque estas definiciones sean obvias, tengamos en cuenta que entre el pasado y el presente se establece un encadenamiento, y cuando este se olvida, quizá el camino desaparezca en el próximo recodo.

   Hoy, por tanto,  andando hacia el fenecer del año,  ha de haber espacio para la reflexión, sin que pretendamos suscribirnos al patetismo, ni convocar las lágrimas. La vida no puede reducirse a un ver pasar, con pisadas dramáticas, los números del calendario. Ni adaptarse a la resignación del condenado a vivir hasta un día.

   No acusen al articulista de filosofar. No soy filósofo en el sentido de meditar sobre las leyes generales del desarrollo de la vida y la sociedad. Quizá lo sea en el significado más común: querer explicar o interpretar las cosas más inmediatas de hoy y de ayer. Quizá pretenderlo sea una de las funciones de quien se empeña en articular propuestas periodísticas. Y, siendo claro, un periodista que entrega su opinión no ha de servirles a los lectores una compota azucarada para que la deglutan sin masticarla. Qué sentido tendría entonces escribir. O leer.

   ¿Estamos filosofando? Hasta cierto punto estamos reflexionando. Y como ya dije, qué otro momento que el fin de un almanaque resultaría más propicio para pensar en el transcurrir del tiempo, en ese amontonar los números siempre iguales de los meses, y al final reconocer que lo fundamental resulta la muda de la numeración del año, en esa convención que es la mensurabilidad de los días.

   En lo personal, me he negado a que el tijeretic y el tijeretac del tiempo —según la onomatopeya del novelista Miguel Ángel Asturias— corten la fe y la esperanza en que mañana seremos mejores a pesar de nuestra humana tendencia al error o al cansancio. Según mi parecer, lo más apropiado sería encarar el paso de un período a otro con actitud indagadora, preguntándonos para qué vivimos y a quién o a qué servimos, y al cuestionar nuestra conducta, quizá derivemos hacia una posición ética. Porque si profundizamos, nos iremos dando cuenta de que la vida en su origen y continuidad es un «milagro»  sin aspavientos, ni pirotecnia.

   Un «milagro» que en lo social incluye el éxito. Porque, cuando nos deseamos entre todos  «un próspero año nuevo», estamos refiriéndonos a tener éxito. Y esa es una de las palabras más recurrentes en el mundo. Revela, incluso, la medida de la historia personal del individuo. Lo caracteriza. Lo identifica. Pero en la generalidad del planeta, éxito es sinónimo de lujo, de mansión, cuenta bancaria, ganancias, zona exclusiva, diferenciación; más dinero, más consumo suntuario, según las definiciones de un diccionario metalista.

   Reconozco que las personas han de tener el derecho a consultar el diccionario que prefieran. Mas, alguna vez, habrá que preguntarse si la humanidad podrá seguir andando acompañada de desvalores que pretenden revalorizarse con la bolsa o en el bolsillo. Un filósofo español se refirió hace decenios a la deshumanización del arte. Ahora habría que aludir a la deshumanización del Hombre. O del trabajo, del hacer, del lograr. La civilización desespiritualizada del capitalismo ha desteñido valores propios del heroísmo ético. Y la mayor parte de lo humano se mancha con el metal o el papel que el italiano Papini tildó de «estiércol del diablo» y el español Quevedo nombró «poderoso caballero».

   Casi toda victoria sobre las torpezas físicas, casi todas las hazañas se traducen en dinero. Y a punto de perecer se hallan el ideal y la utopía. Con ambos podría morir la posibilidad de una humanidad más humana, tan humana que sufra hondamente el daño de la Tierra, que ame y proteja al hermano árbol, a la hermana agua, a la hermana nube, y al hermano hombre o la hermana mujer. Y condene la desmesura, el absolutismo monetario, como en la décima que el poeta Argelio Santiesteban puso ayer en la bandeja de entrada de mi correo: «Tú maculas cuanto tocas, /tornas la amistad letal, /el amor en tremedal, /la vida en lecho de rocas. /Mas me alegra que en tus locas /andanzas, mal caballero, /en un tiempo venidero /a ti veremos perderte /pues decretará tu muerte /la historia, sucio dinero».

   Y a dónde quiere usted llegar, escucho la reconvención de algún lector al tanto de las contradicciones. ¿Acaso los cubanos no estamos pensando y actuando en un proceso planeado en el tiempo y en sus fines, para que el dinero se revalorice, y que el trabajo se ejerza para que los individuos no solo se destaquen moralmente, sino sean capaces de superar sus ingresos y en consecuencia cada familia sea próspera, y con la prosperidad sea dichosa, como estableció Martí?

   Comprendo que he podido atizar la duda, la inquietud. Pero no voy a ningún lado: solo he dado vueltas al círculo de mis ideas. He hablado más bien de las tendencias mundiales. De esa especie de declive ético sobre el cual las cosas y su versión monetaria se erigen en ídolos y los sueños se arropan en la fermentación parásita del poder. Y tres o cuatro países muy ricos,  poderoso en lo militar, determinan quién gobierna y qué se decide en cualquier tribu, cualquier oasis, cualquier isla, cualquier pueblo donde se expongan a disminuir o perderse los intereses de una palabra en apariencias echada al olvido, y que más que pronunciarse se ejecuta como una doctrina insensible y pragmática: imperialismo. De la antigüedad occidental parece ir quedando como cultura y recurso todoterreno, solo la palanca de Arquímedes, que hoy parece presionar a los más débiles.

   Recordémoslo: a Cuba también la observan a través de una mirilla telescópica, como cazador a su presa. Y por ello concuerdo con la idea de que nuestra nación será efectivamente más fuerte, certera y dichosa, cuanto más próspera sea. Porque no habrá socialismo sin bienes que distribuir, ni tampoco lo habrá si obligamos al dinero a bajarse a destiempo en cualquier estación. En síntesis, nuestros bienes se generarán desechando los resortes idealistas que ya demostraron su inefectividad, pero sin suministrar vapor a la calentura metalista del éxito promovido por la globalización y el neoliberalismo.

   Y para afrontar los desafíos de la transformación, hemos de insistir, por tanto, en la política socialista de equidad, justicia y solidaridad, con la cual se puedan prever y detectar los granos de inconsecuencia o de perversión que, como el comején a la madera débil, intenten agujerear el empeño de salvar a nuestro héroe: es decir, al pueblo, exitoso en lo individual y colectivo. Y sería inadmisible, por esa razón, la evaluación maquinal, insensible cuando se determina quién y cuánto precisa de la asistencia o de la seguridad social. Nuestra experiencia confirma que la carencia, la pobreza material, la sensación de desamparo, azuzan la vigencia de tendencias rastreras, porque el «estado de necesidad» es una ventana a conductas que pueden saltar la valla de la moral o la política vigente.

   Todos, si es posible término tan absoluto, hemos de inmunizarnos contra el egoísmo y la corrupción mediante la ética del servir sirviendo. Y que nos midan por ese proceder. Sancho Panza, a quien solo lo preocupaban el pan y el queso, no debe derrotar a Don Quijote, más interesado en servir que en comer, aunque se sentaba a la mesa, como es necesario y justo.

   Así, al doblar el recodo, el Caballero, que aun en su aparente locura literaria es recipiente de lo mejor del ser humano, seguirá haciendo caminos al andar entre claridades.

¿ESCOBAS O ALFOMBRAS?

¿ESCOBAS O ALFOMBRAS?

Luis Sexto - @Sexto_Luis

   Aunque parezca increíble, todavía hemos de preguntarnos qué es mejor para mantener limpia la imagen pública de una entidad o una persona: la escoba o la alfombra. Y en consecuencia habría que determinar si barremos para fuera o escondemos los desperdicios. Nada nuevo digo. Esas son las recurrencias metafóricas con las que intentamos expresar los términos de un dilema que ya encanece y que en el fondo se reduce al predominio de esencias o de apariencias.

   Durante años algunos de nosotros se han adscrito a la esquina menos comprometedora a simple vista. Cuántas veces hemos oído la reconvención de “usted ha lacerado la imagen de los trabajadores de nuestra empresa con su crítica”. Y uno, que ha aprendido a discernir lo que es verdad y lo que se maquilla como verdad, responde: En efecto, puede molestar sentirse envuelto en una denuncia pública, pero lo que ha de agraviarnos e inquietarnos será ver a un cubano afectado por una acción injusta y que alguien sea capaz de justificarla u ocultarla.

   Se nota, por tanto, que tras el empeño por salvaguardar  apariencias engañosas influye la doble moral, esa mirada de la conducta  que aparentando tirar los ojos hacia lo recto, se tuerce por debajo del hombro en una finta futbolística que intenta patear un balón falso mientras el verdadero se escurre por las líneas laterales. La doble moral puede definirse como la carencia de moral; dos morales solo pueden caber en la amoralidad, porque no parece admisible ser leal a dos causas antagónicas como la simulación y la sinceridad.

   La doble moral, sin embargo, aunque pueda ser en alguna persona un don gratuito, ha tenido  un  condicionamiento en nuestras relaciones sociales. A veces ha predominado la incapacidad para clasificar la crítica como un instrumento de la dialéctica. Y sobre todo ha faltado la flexibilidad para aceptarla. ¿Qué hacer, pues, ante quien, sentado a una mesa de preeminencia, se remueve cuando oye lo que no le gusta o no le conviene, y luego manda a callar, o cuando en vez de orientar u ordenar, manda sin el matiz que admita un reparo, una salvedad? Lo sabemos: no es la primera vez que se habla o se escribe contra esa especie de alergia crítica, cuya llaga más notable es la doble moral.  

   Hemos aludido con insistencia a la crítica y, sobre todo a la ética. Y quienes han aludido a la ética saben que esta trasciende la palabra misma y, sobre todo, supera la firma de un compromiso. Un compromiso que ha de suscribirse, sobre cualquier rúbrica, haciendo coincidir leyes y conducta, esencia y apariencias.

   Admitamos –me atrevo a recomendar- que la política, la ética y la crítica han de andar como en una alianza defensiva. Las tres se entrelazan en los fines. Y serán más efectivas cuando la política, la ética y la crítica respondan a las urgencias del momento. Si alguna vez fuimos permeados, de una u otra manera, por la doblez, si algunos creímos útil decir pensando en no, hoy, en cambio, Cuba y su empeño socialista requieren de sujetos para los cuales la verdad no se cubra con un mosquitero o se eche debajo de la alfombra.

Si hiciéramos un examen a conciencia desnuda, posiblemente repararíamos en que algún gramo del polvo de ayer se ha convertido en barro de hoy. No tengo la intención de exagerar, ni generalizar. Pero la historia no necesita de amplias retrospectivas, de tiempo acumulado, para mostrarnos lo que en un momento resultó un mal paso, o para demostrarnos que lo que antes creímos provechoso, quizás ahora sea erróneo. De esa demanda de la actualidad, de ver qué es y qué no es, qué resulta conveniente o negativo, provendrá la efectividad en nuestra actualización.

   Por ello, utilizando el símil del principio de esta nota, hay que renovar y sacudir las escobas, y tal vez sea útil renunciar a las alfombras. Porque lo que no conviene repetir del pasado, sigue viviendo en la reproducción de nuestra vida como un espejismo que ve agua donde solo hay arena.  Y según creo interpretar, para borrar esas imágenes distorsionadas y distorsionadoras precisamos de la ética y de la crítica. Ambas esclarecen la política, no la limitan. Tal vez la dañen cuando faltaren. Porque entonces no sabríamos distinguir lo esencial de lo aparente.  

FINALISTAS DEL CONCURSO DE CRÓNICAS MIGUEL ÁNGEL DE LA TORRE

FINALISTAS DEL CONCURSO DE CRÓNICAS MIGUEL ÁNGEL DE LA TORRE

 


El jurado integrado por Omar George Carpi, Premio Nacional de Periodismo José Martí, Francisco González Navarro, Litzie Álvarez Santana, Ismary Barcia Leyva y Julio Martínez Molina, para definir los finalistas del concurso de la crónica Miguel Ángel de la Torre 2016 se reunió los días 19 y 24 de octubre y dictaminó los autores y crónicas finalistas

Fueron recepcionadas 79 crónicas de 12 provincias, 5 medios nacionales de prensa  escrita y 4 universidades, el jurado determinó las que consideró con mayor calidad en cada soporte para declararlas finalistas cuyos autores asistirán al encuentro previsto para el 8 al 10 de diciembre en la Perla del Sur. Además participan como invitados los ganadores en este apartado del concurso 26 de Julio que auspicia la UPEC.

Por el soporte en que fueron publicadas se agrupan 11 de la radio, 4 de televisión, 28 en prensa escrita, 29 en blogs y sitios web y 7 de estudiantes de periodismo, categoría esta que no exige un tipo de medio en específico.

Los premios serán otorgados en la sesión final del encuentro el día 10 de diciembre a partir de la decisión de un jurado que se conforma con los periodistas invitados al evento y los actuales integrantes.

Relación  de crónicas y autores finalistas del XI Encuentro Nacional de la Crónica Miguel Ángel de la Torre 2016.

Estudiantes

1.      “Un padre abandonado” de Maby Martínez Rodríguez estudiante de segundo año de la Universidad de la Habana.

2.      “Amor a prueba de olvidos” de Liannys Díaz Fundora, estudiante tercer año de la Universidad de Matanzas

Televisión

1.      Serie: Gracias, Santiago de Dayron Chang Arranz de Tele Turquino

2.      “El reloj en el tiempo”, de Anybis Labarta García de Tunas Visión

Radio

1.      “El comercio del después”,  Dunielys Díaz Hernández de Radio 26 en Matanzas

2.      “Un sueño roto”,  Yanelis Pereira García, de Aguada Radio en Cienfuegos

Prensa escrita

1.      “Veinte años” de Jesús Jank Curbelo, periódico Granma

2.      “Piedras rodantes”, de Yoe Suárez de Prensa Latina

3.      “El mismo tiempo y la misma isla” de Glenda Boza Ibarra, periódico 5 de Septiembre, Cienfuegos.

4.      ¿Carteristas honestos? de Arnaldo Mirabal Hernández, del periódico Girón de Matanzas.

5.      “Mangos” de Jesús Arencibia Lorenzo, periódico Guerrillero, Pinar del Río

6.      “Si me leyeras” de Rafael Norberto Valdés de la Revista Bohemia.

Periodismo Digital

1.      “Las luces oscuras de la Florida” de Glenda Boza Ibarra, Cienfuegos

2.      “Crímenes de lesa literatura” de darío Alejandro Escobar, Caimán Barbudos

3.      “Viaje al país del IMO”, de Susana Gómez Bugallo, Juventud Rebelde

4.      “Currículum vitae de una casa feliz” de yarislay García Montero, Radio 26 de Matanzas.

5.      “La otra jornada” de Yoandry Ávila Guerra de Cubaperiodistas, UPEC nacional

6.      “Los golpes suaves” de Melissa Cordero Novo, Cienfuegos

 

HOMBRE DE COMBUSTIÓN INTERNA

HOMBRE DE COMBUSTIÓN INTERNA

Don Eduardo Barreiros cumpliría hoy, 24 de octubre, 97 años. En homenaje a su memoria publico fragmentos de la entrevista que a fines de 1991, poco antes de fallecer, me concedió en La Habana para la revista cubana Bohemia

Luis Sexto - @Sexto_Luis

   De mis experiencias como entrevistador, me satisfizo el diálogo con don Eduardo Barreiros, el empresario gallego que trabajó varios años en Cuba en el desarrollo de la entonces proyectada industria automotriz cubana. Al menos el motor Taíno fue su creación, o partió del que fue el  reputado motor Barreiros. Es decir, puedo decir que entrevisté a un empresario muy generoso, con fama de millonario,  y si ya no lo era, lo había sido o lo era menos. Me parece que toqué los resortes de su sensibilidad. 

  Le llevé el original a su casa, en la calle 4, en el Vedado. Le pedí lo revisara por si hubiese el periodista equivocado algún dato. Lo leyó. Y me dijo que le parecía muy bien: ¿Cuánto le debo? No me sorprendí. Y le dije que yo  debía pagarle la oportunidad de haber hecho una entrevista a persona tan interesante y solidaria como él. Insistió. Y le pedí un favor: Mi hijo termina sus estudios de diseño mecánico; el muchacho lo admira y quisiera pasar el mes de práctica en su oficina y taller, aprendiendo de usted. Concedido, dijo. Y así fue. Hoy, convertido en un ingeniero de alta calificación, Luis Felipe conserva aquel período como un punto rutilante en su currículo: en su bitácora personal hay un texto que exalta al hombre que compartió su experiencia y su conciencia con los cubanos.

¿Aburriré si cito parte de aquel diálogo, y reproduzco alguna de mis impresiones?

“Don Eduardo Barreiro se detuvo sobre los arrecifes de las costas de Galicia; miró hacia el rumbo que seguían entonces millares de sus compatriotas buscando la fortuna en América. Y juró que solo viajaría allí cuando tuviera algo que ofrecer; nunca iría a pedir.

“La escena evidencia las claves que este español ha empleado en sus acciones: pujanza, firmeza y perseverancia. Con el tiempo cumplió aquel juramento, que ni las gaviotas oyeron. Y los vehículos signados por el ocho partido al medio de la marca Barreiros  vinieron a este lado del Atlántico a rodar por las autopistas de Colombia, los caminos polvorientos de América Central, las verticales carreteras de los Andes. Y demostraron la probidad con que se elaboraba cada tuerca, cada biela, cada pistón en la fábrica de Madrid, cuyos productos se impusieron en 27 países.

“A Cuba también trajo sus camiones cuando los gobiernos norteamericanos presionaban –como lo hacen todavía- para que ninguna empresa vendiera un tornillo o una medicina a la isla socialista del Caribe.

“Pero este gallego de 72 años, grueso y de andar lento y pensativo,  ofreció a Cuba mucho más que los vehículos de hocico aplastado con que se recogían los desechos de la capital durante la década de los 60. Entregó su talento, su experiencia como constructor de automotores.

“Después de vender su fábrica a la empresa norteamericana Chrysler, que lo colocó en esa disyuntiva mediante fórmulas desleales (de las cuales prefiere no hablar), don Eduardo propuso al Gobierno cubano desarrollar la industria automotriz. Para Barreiros era posible realizar en Cuba la obra que a partir de 1951, y sobre una base material escueta, él había levantado en su país.

“La empresa era honra de España y origen de riqueza nacional. Don Eduardo nunca ha trabajado solo para sí; también para su patria. Asevera: “Quien no quiere a la patria, no quiere a la madre”.

-¿Y cómo logró tanto y tan rápido, don Eduardo?  

Y responde que el trabajo está en la base de cuanto ha conquistado en la vida.

-He trabajado siempre 18 horas como promedio.

Y muestra las manos en cuyos dedos faltan algunas falanges. Fueron accidentes laborales mientras operaba dos o tres máquinas a la vez.

-¿Y la suerte, don Eduardo?

-¿La suerte? La suerte hay que saberla buscar. A todos más o menos les pasa por delante, pero hay que saberla coger. Mi suerte, en fin, está en  haber sido querido, apreciado de cuantos me han conocido.

-Usted, sin embargo, tendrá un secreto.

-Sí, se lo dije: trabajar… y digamos que siempre cumplí una regla: ganar para invertir, nunca para gastar. El gasto nada deja, la inversión crea otra riqueza; de modo que en mis principios como industrial vivía decentemente, solo decentemente, para invertir cuanto ganara.

-¿Cuál ha sido su  mayor error?

-Confiar en los norteamericanos.

(Don Eduardo nació el 24 de octubre de 1919 en Orense, y murió el 19 de febrero de 1992, en La Habana)