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PATRIA Y HUMANIDAD

Literatura

EL BESO Y EL GALLEGUITO

EL BESO Y EL GALLEGUITO

 

Polvos de archivo

 

Luis Sexto

 

   IGNORÁBAMOS en aquellos días  que  Luis Gonzaga Urbina  fue el padre de Silvia Pinal, la actriz mexicana cuyo esplendor físico encabritaba, desde la pantalla de los cines, a nuestra adolescente varonía. En cambio, recitábamos de memoria un poema de Urbina, titulado “Metamorfosis”: “Era un cautivo beso enamorado/ de una mano de nieve que tenía/ la apariencia de un lirio desmayado/ y el palpitar de un ave en agonía…”

   Hoy,  casi 60 años después, de vez en cuando llamo por teléfono a alguno de mis coetáneos –ah, mi hermano Argelio Santiesteban-, le recito esa primera estrofa, y éste, con la voz lacrimosa, continúa con el resto de la letra, como si la estuviera leyendo:   “Y sucedió que un día, / aquella mano suave / de palidez de cirio, / de languidez de lirio, / de palpitar de ave, / se acercó tanto a la prisión del beso, / que ya no pudo más el pobre preso / y se escapó; mas, con voluble giro, / huyó la mano hasta el confín lejano, / y el beso, que volaba tras la mano, / rompiendo el aire se volvió suspiro”.

     Tal vez  este poema date de los primeros años del siglo XX. Publicado en Glosario de la vida vulgar, libro impreso en España, en 1916, uno puede preguntarse hoy por qué nos seducía ese cautivo beso enamorado hasta el punto de fijarlo en la memoria  de nuestra adolescente inquietud erótica e intelectual, y recordarlo en la madurez como el padrenuestro aprendido de la abuela o en las escuelas de  nuestra época. Quizás lo recordamos, por la misma razón que recordamos “La fuga de la tórtola”, de José Jacinto Milanés, o “A una golondrina”, de Juan Clemente Zenea. Y aunque entre los tres poetas se interponen distancias generacionales, de influencias literarias y de ambientes formativos, los tres poemas coinciden en el conflicto azuzado por el  despojo  y en la sutil musicalidad con que se habla de una tórtola en fuga, de una golondrina pasajera cuyo vuelo deja al poeta doblemente cautivo en la prisión del castillo del Morro  y en la nostalgia familiar, y  de un beso que se escapa, planea en el deseo  y muere sin llegar a ser beso.

   Urbina, nacido en 1867 -otras fuentes aseguran que en 1868-,  murió durante 1934 en  Madrid.  Residió un año en La Habana, entre  marzo de 1915 y marzo o abril de 1916. Luego pasó a la capital española como corresponsal de El Heraldo de Cuba. Discípulo filial y ex secretario privado de Justo Sierra, justipreciado en México como secretario de Instrucción Pública, llegó a Cuba, a la par que otros intelectuales y artistas de aquel país-José M. Ponce entre ellos- para eludir los riesgos, incluso la muerte, en  las revueltas caudillistas, las venganzas políticas y las sublevaciones campesinas. 

   Sensible, musical, y abierto, es decir,  sin hermetismos ni conjuros esotéricos, en su modo de concebir el verso, y democrático en su acercamiento a la realidad, Urbina sentía peculiar atracción por el mar habanero. En su andariega manera de pensar el próximo poema, recorría el Malecón. Y tanto le placía que reprochó a los habaneros  –y cito a Yoel Cordoví[1]-  no estimar los valores del muro del litoral, frontera comúnmente apacible donde el mar deposita, trasmutado en espuma, su cansancio.

  Fue, entre nosotros, como un teórico de la crónica contemporánea, enunciado periodístico en que se prueban las facultades para apartarse de la prosa maquinal que alguna vez predomina en los periódicos y exaltar el lenguaje transformándolo en  patio de lo subjetivo. Conocí esa faena del poeta mexicano cuando solicité en la Biblioteca Nacional  Los ojos de Argos, libro de crónicas de Ruy de LugoViña, según dije en otro momento.  Y a la par que abría la verja de hierro dulce del volumen, impreso en 1915, decía Urbina en el prólogo que el libro resultaría durable, porque Lugo-Viña no era cronista de ver lo que pasaba y enseguida correr a reproducirlo “en un estilo atropellado y simplón en el que se deslizan frases hechas, metáforas gastadas, muletillas corrientes, tropos de cuño borrado, y moldes léxicos con abolladuras en los relieves”.

   Luis G. Urbina  estableció en su obra una alianza entre el poeta y el cronista. El poema titulado “Confidencia” muestra, con más apego a la vida real, la identidad consonante entre el cronista y el poeta: entre el cronista que observa y penetra  con la prosa en el alma de la gente y las cosas, y el poeta que los traslada entre los paños húmedos de la emoción. Posiblemente estas estrofas se refieran  a un personaje habanero muy popular, muy recurrente en  libretos del teatro bufo, y  más trajinado  aun después de 1926,  cuando la radio mordió el aire de Cuba, y de La Habana en particular: el gallego.

   Urbina lo enalteció así: “¡Pobre galleguito, rubio y candoroso,/ que a América vino sin ir a la escuela!/  Tiene torpes andares de oso/ y apacible mirar de gacela./ 

“Su ademán es brusco, pero ¡qué sincero!/  Su palabra es ruda, pero ¡qué leal!/ Tiene el galleguito corpachón de acero/ y alma de cristal./

 “¡Madera de santo, carne de héroe... pero/ será ¨bodeguero¨, /ganará dinero,/ y hará capital./ 

“Una vez nos vimos, y simpatizamos: / y en el ¨bar¨ humilde, muertos de calor, / charlamos, charlamos,/ con los codos puestos sobre el mostrador. 

“Y pasan los días, y siempre le digo, / después de probar/ mi vaso de "Láger":/ -Si ustged  (sic) viera, amigo,/ qué linda mi tierra; qué bueno mi hogar!

“Y él me dice: -Señor, qué delicia/ es sentarse a cuidar el rebaño/ a la sombra de un viejo castaño/ o a la vera de un río, en Galicia!

“Y así vamos, el hombre y el niño, / viendo, viendo...: él, la sierra; yo, el valle;/ su aldea, él; yo, mi calle;/ yo, mi lago; él su Miño.

“Y así enmudecemos, casi aletargados,/ atisbando el recuerdo que vuela/por frente a mis ojos, negros y cansados,/ por frente a sus grises ojos de gacela.

 “Lo que yo te digo, lo que tú me dices, /  de mi hermosa tierra, de tu ancha campiña, / abre y emponzoña nuestras cicatrices.../¡pobre galleguito, somos infelices!/ ¡Yo tengo nostalgia; tú tienes morriña!".

    Cuántos de nosotros tuvimos un abuelo o abuela gallegos. Por momentos he intentado rescatar de la morriña a mis abuelos paternos. En fecha borrosa o desgarrada ya en los álbumes familiares, desembarcaron en La Habana, solos, cada uno desde su nave, y por su muelle a fines del siglo XIX con un sobrio bulto en las manos. Apenas sabían firmar. Y por ignorar desconocían incluso el lugar dónde pasar la primera y las siguientes noches. Y cuántos también nos hemos ilusionado con liberar aquel “cautivo beso enamorado”  en una cuartilla capaz de reanimar al lirio y calentar la nieve.

 

 



[1] Revista Temas, trimestre de enero-marzo de 2010.  

DE TRAMPAS, TIEMPOS Y CONDUCTAS

DE TRAMPAS, TIEMPOS Y CONDUCTAS

Texto de presentación de la novela Las trampas del tiempo, de Hugo Chinea, publicada por la editorial Capitán San Luis, 2015

por Luis Toledo Sande

   Como cuentista ha ganado Hugo Chinea dos premios  relevantes:Escambray’60 (1969) le granjeó el David, que la Unión de Escritores y Artistas de Cuba destina a autores que no hayan publicado libros; Contrabandidos(1972), el Luis Felipe Rodríguez, que, otorgado por la misma UNEAC, apuesta por la consagración.

   Además de los citados, a él se deben otros libros del mismo género:Los hombres van en dos grupos (1975), una selección representativa de los anteriores, y De las raíces vive el árbol (1982), que también aparecieron en colecciones editoriales prestigiosas para el ámbito más ceñidamente literario: Cocuyo, del Instituto Cubano del Libro, y Contemporáneos, de la UNEAC. Narraciones suyas se han incluido en antologías que han visto la luz en Cuba y en otros países, y preparó una de cuentistas de distintas naciones, publicada con el título de Lo mejor de la literatura universal (1999).

   Sus inquietudes no se han limitado a la narrativa. Con la pieza teatral Elementos (2012) triunfó en el Concurso Literario Benito Pérez Galdós, convocado por el Gobierno de Canarias y la Asociación Canaria de Cuba. También participó en la realización de La tierra más hermosa (2000), volumen al cual aportó los textos que acompañan a las imágenes, tomadas por diversos fotógrafos.

   Mientras espera por la publicación de otra novela, ofrece la primera suya que se edita, Las trampas del tiempo. Para llegar a ella lo prepararon sus libros de cuentos centrados en el tema sobre el cual vuelve: la lucha contra bandidos, especialmente en la zona del Escambray, y dispuso asimismo de su experiencia como combatiente en el terreno de operaciones. Se diría que aquellos relatos reclamaban de él una interconexión argumental y un abarcamiento de miras mayores que los reservados al cuento.

   En Las trampas del tiempo —publicada por la Editorial Capitán San Luis y con cubierta diseñada por Jorge Martell, quien encarna toda una escuela— desde las “Palabras preliminares” reconoce haberse basado en documentos. Los sometió a un tratamiento literario que, más que permitirle, le exigía disfrutar los recursos de la ficción narrativa, que lo puso en condiciones de trazar personajes que son seres humanos complejos: sacuden por la soltura del novelista en lo que pudiera definirse como “romper esquemas”. Vidas y hechos transcurren en situaciones propias de la guerra.

   Al final del breve pórtico el autor declara: “Ese singular mundo de instintos, inteligencia y muerte, de claros y de oscuros, me involucró entonces en su turbulencia para escribir esta novela”. En ella —le agrada al presentador apuntarlo con sinceridad y con un lugar común justiciero— desde el comienzo atrapa al lector, o a la lectora. La voz omnisciente fluye con dinamismo, entreverada con textos de sesgo epistolar y con lo que testimonian de sí algunos personajes: en forma de confesiones lo hace Aland Sender, y Estela Santarosa Julianez “a manera de un diario”. De algún modo ambos constituyen polos entre los cuales se desarrolla la acción y transitan las otras vidas. Pero el presentador no incurrirá en la impertinencia de contar la novela.

   El autor consigue bregar felizmente con lo que, parafraseando el título de un maestro del género, podría considerarse crónica de una muerte anunciada. La eficacia de Las trampas del tiempo radica en que recreacon valor literario un fresco histórico cimentado en tensiones dramáticas, en recursos de la conspiración y el espionaje —y el contraespionaje—, en la violencia bélica, en actos de venganza y sed de justicia, en apetencias sexuales y en retratos sicológicos vigorosos, logrados con pinceladas ágiles y fuertes. Así pueden mantener el interés del público, aun cuando este conozca realmente la historia recreada.

   Todo se mueve en el arranque de las transformaciones de un país que, para acometerlas, tuvo que derrotar a la vez enemigos armados por una potencia extranjera, y, entre los males internos, la carcoma de la ignorancia que la realidad precedente sembró hasta los extremos de un analfabetismo de grandes proporciones. La aparición fortuita de la novela cuando sobre hechos tratados en ella se está poniendo en la televisión cubana un serial, La otra guerra,pudiera abonar las posibilidades de disfrute de ambas obras. Es incluso una circunstancia que cabría aprovechar para la promoción de las dos.

   Chinea acierta al situar aquella contienda en un contexto internacional que vincula con ella y entre sí hechos del siglo XX, presentados con brío literario, no como denuncia tribunicia. En ellos estuvo la participación del gobierno de los Estados Unidos —CIA y traidores mediante—en la insurrección terrorista recreada, que no fue el único recurso puesto en función de doblegar a Cuba. También estuvo, igualmente al servicio del imperio, el intento del dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo de enviar una legión de mercenarios en apoyo de los bandidos.

   Otro de los obstáculos levantados contra la Revolución Cubanafue la actitud de ciertos representantes de la jerarquía católica, a menudo exponentes de la España franquista. La criminal Operación Peter Pan fue uno de los capítulos en que intervinieron algunos de los sacerdotes que alimentaron las contradicciones surgidas entre expresiones religiosas —especialmente el catolicismo, pero no solo él— y la nueva política del país.

   Hace años que aquí se dejó atrás el espíritu fomentado a partir de aquellas contradicciones, y, además, junto con el crecimiento o la proliferación de religiones hasta desconocidas antes en el país, la desmemoria asoma como un peligro que no cabe justificar echando mano a los excesos de distinta índole —incluidos los, más que ateos, ateocráticos— que puedan haberse cometido antes. En las nuevas circunstancias habrá quienes se sorprendan ante los modos como el novelista caracteriza a determinados religiosos —en particular sacerdotes— que sirvieron a las fuerzas criminales, a diferencia de los que no traicionaron a su pueblo ni torcieron la fe.

   Para apreciar la solidez de la Revolución, y del apoyo popular que la llevó al poder y la ha mantenido en pie, bastaría su victoria contra los escollos que la hostilidad de sus enemigos le han puesto en el camino. Puede así el novelista ahorrarse entusiasmos oratorios al recordar el saldo de aquella Lucha Contra Bandidos: el solo recuerdo de ese triunfo de Cuba, y de la forma como fue asumido por la dirección revolucionaria y el pueblo —que en alumbradora mayoría la respaldó—avala suficientemente el peso, el valor, la calidad de la sucesión de triunfos revolucionarios.

   Hasta aquí se han apuntado algunas de las características llamadas a garantizarle a la novela una buena acogida por parte del público y de la crítica. No se ha intentado hacer de ella, en ningún plano, una valoración exhaustiva, que tampoco se planteó el novelista al recrear los hechos. Otros serán los modos y las perspectivas de un historiador. Procede recordar —y ello pudiera traslucirse en la novela y su contrapunteo con la realidad tratada— que aquella Lucha Contra Bandidos no se circunscribió al Escambray y a sus alrededores, sino que se extendió a varias partes más del territorio nacional.

   La novela muestra algo que siempre valdrá tener en cuenta: aquella guerra no se libró como un mero enfrentamiento entre dos fuerzas armadas. En quienes intentaron aplastar a la Revolución se aprecia la participación foránea, sobre todo —ya mencionadas— la estadounidense y la del dictador dominicano, que se valieron de elementos del ejército vernáculo que la Revolución había derrotado, y de terratenientes a quienes—dígase con un vocablo que hizo época— ella siquitrilló. En lo tocante a las tropas que defendieron y salvaron la Revolución, acaso el papel de las organizaciones revolucionarias desborde las posibilidades de una novela que ni siquiera se caracteriza por ser extensa.

   Pero si el autor y su novela no podían permitirse abordajes exhaustivos, mucho menos debe esperarse que trate de tenerlos el comentador. Además de cumplir con el deber de reservar para el público el acto valorativo por excelencia —la lectura misma, que le será placentera—, acosado por las exigencias del tiempo confía a ese mismo destinatario el placer de enjuiciar el título. Apenas dígase que las trampas aludidas no terminaron en aquel tiempo y con la derrota de aquellos bandidos.

   Quedan en pie otras trampas, y la menor no será la que pudiera encarnar el olvido de lo que significó para el país aquella contienda, como parte de lo mucho y arduo que ha tenido que hacer para mantener en pie un proyecto revolucionario asediado por las mismas fuerzas enemigas cuyos voceros lo llaman hoy a olvidar la historia. No todas las convocatorias en ese sentido son tan desfachatadas. Hay procedimientos más sutiles, como la proliferación de banalidades y representaciones brumosas que tienden a confundir la realidad, a velarla con mantos que pudieran parecer obra de tejedores ingenuos, pero no lo son, aunque incautos no falten.

   Si más de una vez en los presentes apuntes se habla de aquella Lucha Contra Bandidos, es porque hoy la nación está llamada a otras, para las que tiene vigencia literaria e histórica, y moral, la convicción que en su momento Rubén Martínez Villenaproclamó: “Hace falta una carga para matar bribones,/ para acabar la obra de las revoluciones”. Esa carga no podrán acometerla quienes, aunque sea solo y nada menos que por ingenuidad, terminarán siendo cómplices de los mismos bandidos contra las cuales urge lanzarla. Y menos aún estarán en condiciones de asumirla quienes cambian de casaca.

   Es igualmente claro que entre las trampas tendidas por el tiempo —término que, fuera del título de una obra literaria como la que nos reúne, vale sustituir también por vida, por historia, por realidad—se hallan el acomodamiento a la molicie ideológica, a las complacencias afincadas en la renuncia a los ideales de la salvación colectiva y, ¿hará falta decirlo?, en la corrupción. Nadie piense que son trampas demasiado abstractas. Lejos de serlo, toman cuerpo y afincan sus peligros en terrenos y actitudes que las favorecen: allí donde se empieza a brindar a los escollos de la inmediatez el servicio de creer que la lucha por la dignidad y hasta por la supervivencia misma de la especie humana es algo que carece de sentido porque se trata de un imposible histórico.

   La Academia imperial —que en el siglo XX se desplazó de Europa a la potencia de Norteamérica donde radica el estado mayor del imperio— se ha empeñado en imponer conceptos convenientes a sus intereses. Entre ellos figuran el presunto fin de la historia, o la reducción de esta a mero simulacro. Es algo que se aprecia fuera incluso de las ciencias sociales. Para que se confunda con el caos el movimiento universal y perpetuo de la materia, y que a la vez se imponga la resignación, se han dicho, como cuestión de ciencia, cosas de este corte: si se llena de bolas una vasija y esta se tapa, en su interior ellas se moverán caóticamente hasta el momento en que la vasija vuelva a abrirse. Para entonces habrán retornado a la misma ubicación en que se las había dejado.

   Tal afirmación pudiera tomarse como una tontería o un pésimo chiste, si no fuera una burda falsificación conceptual, cuando no una maniobra perversa. Recientemente un periódico cubano difundió de modo acrítico una interpretación de lo que significa que no se debe confundir la realidad con la percepción de esta. Claro que una piedra es una piedra, y lo que el observador ve es la representación, en su cerebro, de esa piedra, en lo cual impone mediaciones el mayor o menor grado de capacidad que tenga para captarla con sus matices. Pero una piedra es una piedra, aunque la noticia aludida glosara de este modo lo dicho por los autores del supuesto descubrimiento científico: “Las predicciones se basan en una serie de factores, incluyendo experiencias individuales y estado emocional. Lo que percibimos es un simulacro de la realidad”.

   Quienes en el mundo se sometan mansa o interesadamente a esas trampas, serán los aceptados por los medios imperantes, no quienes se propongan seguir defendiendo el afán de justicia y equidad. Si se trata de escribir y publicar novelas, los primeros serán los beneficiados por editoriales y sistemas de promoción poderosos. A los segundos, que serán devaluados, calificados de fuera de moda, les satisfará desafiar trampas, no sucumbir a ellas. Hugo Chinea sabe cuál es el camino digno. Sabe que, en último caso, estar entre los vencidos podrá ser doloroso, pero digno. Lo que no tiene remedio moral es figurar entre los vendidos, o coquetear con las fuerzas compradoras.

 La Habana, Unión de Escritores y Artistas de Cuba, 8 de junio de 2017

PRESENTARÁN NOVELA DE HUGO CHINEA

El 8 de junio, a las 11am, en la Sala Caracol de la UNEAC, en 17 y H, Vedado, La Habana.

El texto de cootracubierta informa que Las trampas del tiempo es una novela política de espionaje, donde secuenta la historia, por supuesto, ficcionada, como le cuadra a toda literatura,de la agresión trujillista contra la revolución cubana entonces incipiente.

Muy bien escrita, con acertado manejo del lenguaje, combina la narración en primera persona del personaje protagónico, con la tercera persona del narrador omnisciente.

Los planos temáticos se dan adecuadamente, y se observa que hay una buena investigación detrás, y un profundo conocimiento de la historia. A veces adopta un tono testimonial muy realista que hace suponer que el narrador fue testigo de muchos de los acontecimientos narrados.

DEL AUTOR

Hugo Chinea Cabrera (Sancti Spiritus 1939). Narrador y periodista.
Es miembro de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba y Licenciado en
Ciencias Sociales
Ha publicado los siguientes títulos:
Escambray 60 (Premio David de la UNEAC); 1969
Contrabandidos (Premio Cuentos UNEAC); 1972
Los hombres van en dos grupos (Colección Cocuyo I.C.L.); 1975
De las raíces vive el árbol (Contemporáneos UNEAC); 1982
Lo Mejor de la Literatura Universal (Colección de antologías de cuentos
juveniles. Editorial SIMAR S.A.); 1999
La Tierra Más Hermosa (Editorial SIMAR S.A.); 2000
Obtuvo el Premio de Teatro del Concurso Literario Benito Pérez Galdós,
auspiciado por el Gobierno de Canarias y la Asociación Canariade Cuba
Leonor Pérez Cabrera. 2012. Es Doctor Honoris Causa. Universidad
Simón Bolívar. Colombia (1985).
Parte de su obra ha sido publicada en antologías cubanas,
latinoamericanas y en países del otrora campo socialista.

LUIS SEXTO, EL AZÚCAR Y EL DINOSAURIO

Por Enrique Milanés León



   Como Juan Preciado, que un día, según Rulfo, se fue a Comala buscando a su padre —«un tal Pedro Páramo»—, Luis Sexto suele viajar por su Isla buscando un central. Ingenioso como es, decidió sumarnos a todos al periplo colocando en el catálogo de la editorial Pablo, de la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC), su último libro: La aparente cordura de las cosas, en el que se enfrasca en salvar disímiles voces de bateyes azucareros antes de que la brisa se las lleve, como hizo con extintas chimeneas.

   El autor, Premio Nacional de Periodismo José Martí por la obra de la vida, acogido a una jubilación también aparente, nos asoma al impacto que tuvo, en la vida de miles, el proceso de restructuración azucarera que obligó a muchos cubanos a realfabetizar sus manos para el ejercicio de nuevas labores desde el momento mismo en que comprendieron que también los gigantes —los centrales, en este caso— pueden caer vencidos en el campo de batalla.

   En una ínsula llena de Quijotes tan porfiados como el original, Sexto sigue, desde centrales que conoció de lejos o de cerca, incluyendo algunos donde comenzó como técnico su extensa cuartilla laboral, ese rastro que, cual los viejos molinos de La Mancha, evocan aquí glorias centenarias no menos hidalgas: las del trabajo.

   Literatura hecha con la constatación periodística, expone, a partir del perenne preguntar del reportero, historias y trazos de vidas que, aunque pertenecen a uno u otro, alcanzan la verosimilitud requerida para encajar en el paisaje de relaciones vitales de cualquier central. Y como 40 y tantos años de ejercicio periodístico marcan las letras del autor, él no se anda con rodeos para intercalar, en las peripecias de personajes nobles como el guarapo, estampas de la ponzoña que la errada conducción empresarial y/o la mala fe causaron aquí, allá y acullá.

   Aunque se corte una rama, queda intacta la raíz. Pese a las bajas de decenas de colosos, somos todavía un país de azúcar, y así como casi todos lamentamos la defunción abrupta de un central, una parte importante de los cubanos tiene familias o afectos a la vera de una chimenea, de modo que los tres personajes principales de La aparente cordura de las cosas —el topógrafo, el periodista y Cuchú Marcos— cuentan cosas interesantes en campo y ciudad.

   Luis Sexto recrea el complejo —agrícola e industrial, pero principalmente humano— mundo de estas fábricas. No faltan entonces las desgarraduras del amor, los conflictos laborales, las estampas humorísticas y los matices de honda implicación política en un gremio que ha resumido, como pocos, el nacimiento y avance de una nación que no repite a otra ni deja margen a su réplica.

   Los pasajes sobre la nacionalización y la búsqueda de cuadros directivos en tiempos en que cambiaron los nombres en las torres porque cambiaba el país, pueden asumirse como páginas del largo reportaje que es nuestra historia, pero escritas con la sensibilidad de quien siempre ha dicho, en los medios y en las aulas, que en periodismo vale tanto el qué se dice como la manera de hacerlo.

   Es este un libro de vistas y entrevistas, de diálogos ásperos y tibios susurros, de interesantes controversias. Entre estas últimas pueden citarse la que la locomotora —en su momento, algo así como la computadora actual— sostuvo con el fotingo que llegara después, el duelo entre la caña y el paisaje, y hasta la manera dispar en que la poesía cubana cantó y lloró a esa novia esmeralda que, a su modo y en sus días, se convirtió en la mayor terrateniente de la Isla.

   Mientras cuenta como narrador, en La aparente cordura de las cosas Luis Sexto se cuida del más delicado enemigo que pueda tener un periodista: el azúcar. No compuso un texto almibarado porque con semejante recurso mal podría enhebrar la fina aguja que se necesita para tejer historias humanas de un mundo que a menudo —prensa «de informes» incluida— creímos un mero parte de números.

   Así como el sabio cubano Álvaro Reynoso decía que «el azúcar se hace en el campo», Sexto sabe que su historia y su literatura también nos invita, desde un batey cualquiera —¿será Comala?—, a encarar con valentía una angustia contraria a la de Augusto Monterroso. Porque cuando muchos despertaron, el central, ese dinosaurio criollo, ya no estaba allí.

9 de Febrero del 2017

LA APARENTE CORDURA DE LAS COSAS EN LA FERIA INTERNACIONAL DEL LIBRO

LA APARENTE CORDURA DE LAS COSAS EN LA FERIA INTERNACIONAL DEL LIBRO

 

Por Yoandry Ávila Guerra

   Con el periodista y escritor Luis Sexto Sánchez conversó Cubaperiodistas.cu, referente a La aparente cordura de las cosas, título que bajo el sello de la editorial Pablo de la Torriente llega a la 26 Feria Internacional del Libro, Cuba 2017, y será presentado el lunes 13 de febrero a las 2 de la tarde en el Pabellón Cuba.

   “El título está encaminado hacia aquellos actos humanos, incluidos los políticos o los económicos, que suelen dar, primeramente, una impresión de ser meditados, colegiados o cumplidos en plenitud de la edad, el raciocinio; pero a veces, la vida nos demuestra que algunas de las cosas que aparentan ser cuerdas, no lo son.

   “Y claro, para saber que algo que pasa por cuerdo no lo es, uno necesita  investigar, estar cerca de esos hechos; de una forma o de otra, haberlos vivido”, compartió el también Premio Nacional de Periodismo José Martí.

   Este texto centra su argumento en un ingenio ficticio, que es a su vez la sumatoria de muchos otros en los que el autor vivió y trabajó durante su primigenia profesión, pues antes de convertirse en periodista, fue topógrafo.

   “La industria del azúcar desapareció en una parte considerable. En un momento, alguien decidió recomendable disminuir el número  de centrales; eliminar los más ineficientes, los más pequeños, para  concentrar la zafra, y así sucedió la llamada reestructuración azucarera debido a que el azúcar iba perdiendo impacto en las economías mundial y cubana.

   “Yo digo que mi vida estuvo vinculada en sus orígenes al azúcar: Mi primer trabajo, mis primeras preocupaciones. Eso me permitió también conocer mi país, pues laboré en distintas regiones (Artemisa, Matanzas, Camagüey, Oriente); y yo que quería ser periodista y escritor, guardaba todas esas experiencias, porque siempre creí que para poder escribir hay que vivir, hay que acumular vivencias.

  “Eso está en la base de este libro, que se llama La aparente cordura de las cosas, y que tiene un subtítulo que dice quejas  y razones de ingenio, y por lo tanto, las tesis de sus personajes están avaladas por mi experiencia personal como autor, como ex azucarero, y además, por todas las personas que conocí allí y cuyos criterios usé”.

  Sexto Sánchez señaló que el texto intenta ser una mezcla de periodismo y literatura; asimismo, una visión de la psicología y de la vida de los azucareros: “Trata de dar esa perspectiva mediante voces testimoniales”.

   “Hay dos testimoniantes que son personas que existen; está el periodista que va  al ingenio a hacer un gran reportaje, va a encontrar las causas de por qué desapareció el ingenio; a descubrir por qué aún la gente lo llora.

   “Su misión es encontrar las tesis fundamentales o las hipótesis que puedan  explicar el por qué, supuestamente, aquello que era tan próspero y tan cuerdo, de pronto se “desvaneció” como en un acto de locura.

   “Más o menos ese es el libro, con una alternancia de las voces: habla el topógrafo; habla Chuchú Marcos, otro de los habitantes del ingenio; el periodista interviene; es como la Trinidad católica, el autor se subdivide en tres personas distintas, pero iguales. Aquí, a modo de relato novelado, trato de mostrar el papel de la caña como sostén de nuestra historia”, concluyó.

DE REGRESO... A SOBREVIVIR

DE REGRESO... A SOBREVIVIR

 

Luis Sexto

   Ediciones La Luz, dirigida por afiliados  a la asociación Hermanos Saíz de jóvenes escritores y artistas, publicó en 2015 la poesía completa de Gastón Baquero, grueso volumen compilado y prologados  por Pío E. Serrano y con epílogo de Manuel García Verdecia.

   Baquero nació en 1914, en Banes, antigua provincia de Oriente, hoy perteneciente a Holguín -ciudad donde radica Ediciones la Luz-,  y falleció en Madrid en 1997. Este grueso volumen titulado Como un cirio dulcemente encendido, es la obra de un poeta cubano, sea dicho para evitar equívocos, poeta cubanísimo, aunque el periodista y el político se exiliara al triunfarla revolución en 1959.                                                                                                              

   Estimo, pues, que Ediciones la Luz acaba de ofrecerle un servicio a la cultura cubana. Porque Cuba, su poesía, su literatura no pueden prescindir de la obra de Gastón Baquero. Y creo, además, que esa acción está en plena concordancia con la justicia, ese sol del mundo moral que dijo Luz y Caballero.

   No puedo en este espacio exponer un estudio de la poesía de Gastón Baquero, como tampoco de sus ensayos, publicados por Ediciones la Luz un tiempo antes. Puedo sí,  opinar sobre  su verso. Que es, por lo común, ancho, orquestado sobre una tropología neobarroca que recurre a referencias mitológicas e históricas. La poesía de Baquero es la expresión de un poeta culto, que trasciende el culto al desahogo para ahondar en el instante lírico ligado a lo exterior, sin ser exteriorista.                         

   Muchos han dicho que la vida es riesgo, lucha, imprevistos. También riesgo, lucha, imprevistos debió de implicar para  el poeta adueñarse de la poesía, esa sustancia apenas definible. Y entre tantos riesgos y trampas de la lengua, el poeta afrontará una disyuntiva entre otras: que lo escrito o compuesto sea una visión perecedera de lo eterno, como sentenció alguien que ahora no recuerdo, o desde la condición de poeta llamado como ser vivo a la caducidad, resulte el poema una visión eterna de lo perecedero. 

   Comprobemos si podemos leer hoy, todavía, estos versos, sin sentir el aire subterráneo de la poesía. Oigamos los primeros versos del soneto titulado "Retrato". Este pobre señor, gordo y herido,/ que lleva mariposas en los hombros/ oculta  tras la risa y el olvido/ la pesadumbre de todos los escombros".  Y continúa. "Él dice que lo tiene merecido/ porque aceptó vivir, que no hay asombro/ en flotar como un pez muerto y podrido/ con la cruz del vivir sobre los hombros". Y el último terceto  revela sobre este señor, que podría ser el mismo poeta: “Sólo quiere una cosa, solo una:/  descubrir el sendero que lo lleve/ a hundirse para siembre en las estrellas”.

   Como sabemos, Gastón Baquero ya no está de este lado del río de la vida. Sin embargo, está como quería: bajo las estrellas, donde sobrevive su poesía como visión perenne de lo que perece.

A FIDEL

A FIDEL

A partir de la exposición de un Retrato a Fidel en el Museo de Artes decorativas de la ciudad de Santa Clara,realizado por la eminente pintora y dibujante espirituana,  Adela María Suárez González, el poeta Leonardo Albeo Valdés Ferrer (Isidrito de El Santo) escribió la décima que se reproduce:

Metáfora de un poeta

Pincelazos. La pintura

muestra su matiz intenso,

y como boca del lienzo

dice de un hombre y su altura.

Pincelazos. La figura

 —metáfora de un poeta,

símil de una voz repleta

de amor y aliento que vive

en los colores—  describe

lo inmortal que es un profeta.

 

VAMOS A…

VAMOS A…

Luis Sexto - @Sexto_Luis

Vamos hoy a pescar. A quién no le gusta tirar el anzuelo y esperar tranquilo, con la cabeza coleteando por los aires del no me importa, a que un «peje» pique. Por tanto, me van a dispensar que no desee introducirme en algún tema polémico. Alguno de mis generosos lectores podrá sentirse defraudado. Pero uno también se fatiga de litigar. Y se toma un día para pescar y dulcemente reposar... Tenemos derecho, ¿no?

Les comento, pues, un libro que se titula Pescando recuerdos. El autor, quizá un día en que notó que se ponía viejo, o por momento se hallaba cansado, comenzó a tirar la carnada entre las pocetas y depresiones de su vida, y enganchó estos recuerdos antes que las aguas del río —oh, la imagen clásica de Jorge Manrique— se los llevara al destino supremo de toda corriente: desaguar en el mar y perderse confundida en la inmensidad donde la pequeñez humana desaparece.

Hablo, sea dicho ya, de un libro de Enrique Oltuski. Y es oportuno que lo comente cuando apenas unos dos meses nos separan del aniversario 58 del triunfo de la Revolución. Oltuski es uno de sus actores. Cuántas cosas —experiencias, dificultades, cargos, dolores— se juntan en este hombre nacido en 1930 y que trabajó  como viceministro de la Industria Pesquera hasta su deceso, hace pocos años como. Lo conocimos públicamente  durante más de 50 años.

Oltuski, el primer ministro de Comunicaciones de la Revolución, y antes, durante la guerra de liberadora, el coordinador del 26 de Julio en la antigua  provincia de Las Villas; Oltuski, el ingeniero, el director de empresas. Oltuski, el revolucionario honrado, franco; Oltuski, el escritor, que le sustrajo tiempo a sus constantes ocupaciones laborales y a sus compromisos políticos para escribir, por ejemplo, esa crónica ejemplar, única, insuperable en su intensidad emotiva, donde el autor se pregunta Qué puedo decir del Che.
No puede sorprender que en un individuo se junten tantas fuerzas, a veces disímiles. Y la de escritor no es la menor. Enrique Oltuski es un escritor, un narrador cuya obra, a pesar de no ser numerosa, habrá que tener en cuenta. Gente del llano, otro de sus libros, compone un texto al que el lector retornará varias veces para succionarle el interés, que parece una mina inagotable.

Fíjense, no exagero. Si alguna duda habría, salgamos a pescar con Oltuski estos recuerdos que lo recomiendan como un autor especialmente dotado para la evocación y la memoria. En Pescando recuerdos —de la Casa Editorial Abril— el autor se nos presenta como un memorialista que elude la enumeración fría, tediosa de mil peripecias agolpadas, y nos construye sus recuerdos —esos recuerdos de  medio  siglo de vocación revolucionaria— como en una visión lírica, temblorosa del tiempo que se ha ido,  como ya sabemos, para no volver.

Relatos que parecen cuentos, cuentos que se asemejan a la crónica, prosa que se trasunta en poesía. Así está escrito este libro donde la historia beneficia, como un hilo de agua clara el subsuelo, pero sin trocarse en un texto histórico. Es la historia que al convertirse en memoria pasa a ser, en el talento de un narrador, una aventura insólita, en un período donde muchos hombres y mujeres hallaron la justificación de su vida. Y Oltuski fue, sobre todo, un escritor honrado.

Estas memorias, o más bien, estas prosas de evocación en que él es el personaje principal, no se entretienen en exaltar los méritos de quien recuerda. Ahí está Oltuski con sus errores y sus frustraciones. Pero sobre todo con su vocación intacta, perseverante en cualquier sitio, haya sido oscuro o iluminado.

Fue un hombre leal. Él no lo afirma con palabras. Uno lo descubre cuando lee lo que cuenta. Y cuenta y nos deleita; nos informa; nos hace ver que estos últimos 57 años, con todo, con la estrella o con el trueno, han resultado un lapso marcado por la excepcionalidad.  Uno lee este libro titulado Pescando recuerdos  y se percata de que Enrique Oltuski no parecía estar arrepentido. Tampoco yo me arrepiento de haber leído este libro más de una vez. Ni de que, apartándome de mis asuntos habituales, lo comente. Y lo recomiende.