ÉPICA Y LÍRICA MEZCLADAS
Luis Sexto
Una obra teatral se escribe para verse sobre un tablado, es decir, para escenificarse. Pero no quiere decir que un drama, una tragedia, incluso una comedia no se puedan leer, y al leerse, imaginar la puesta en escena. Ello acabo de hacer: he entrevisto a los personajes de un texto teatral hablando y moviéndose, bajo el litigio, antiquísimo en Cuba, de El huracán y la palma.
No es la primera vez, sea dicho como recordatorio, en que esos vientos y ese árbol se juntan para titular una obra de arte. Recordemos la canción homónima de Sindo Garay; evoquemos también un poemario con el mismo nombre de Helio Orovio… Y sumemos ahora, con todo derecho de originalidad, a Carlos Padrón, reconocido actor y también reconocido escritor e investigador, nacido en 1947 en Santiago de Cuba, que ha publicado recientemente, con el sello de Colección Sur editores, una pieza con este título: El huracán y la palma.
No podría, aunque se intentara evitar la repetición, inventar otro título más adecuado para la obra que recrea la figura del Lugarteniente general Antonio Maceo, en uno de sus combates más candentes: su final como guerrero y hombre. Qué fue Maceo, sino una palma en perenne estatura de hidalguía. Qué fue su crónica personal, sino el afrontamiento del ciclón, del "juracán", según el cortante nombre en lengua aborigen.
Intentemos explicar que esta obra teatral en dos actos es, a mi parecer, un poema en que la lírica y la épica se confunden, se mezclan hasta derivar hacia lo poético escenificable. El núcleo de El huracán y la palma, parte del sueño: Antonio Maceo sueña con el juicio que le hará la Historia. Carlos Padrón parte de aquella noche difícil, previa a la caída del Titán, cuando el imbatido General, que ha tenido fiebre, sueña con sus familiares ya muertos que le dicen: ¡Basta de Gloria, Antonio!
Si mis lecturas no me han abandonado, el general José Miró Argenter narra este episodio onírico en Crónicas de la guerra. Y Carlos Padrón, poeta tanto como actor y guionista, sabe valerse del misterio, de la ensoñación, para ubicar a Maceo en una batalla sin machete, afrontada solo con palabras y con la ética y el desinterés que lo movieron en sus 52 años. Hay, pues, a mi criterio, tres planos en El huracán y la palma: el plano de lo onírico; el plano de lo psicológico del personaje central, y el plano de la Historia, que avanza y retrocede defendiendo al prócer sometido injustamente a ese rendir cuentas que resulta, conscientemente o sin percatarnos de ello, el fin de todo Hombre.
Es difícil construir en una pieza de teatro a un personaje que vive en la Historia y toda su riqueza está en la Historia. Carlos Padrón vence la prueba. Y con tanta eficacia que no niego que, por momentos, mis ojos se aguaron. Sobre todo en los monólogos del General. Cuánta poesía acarreó el autor para dibujar, en plenitud de humanidad puesta en el extremo, al estratega de la Invasión de Oriente a Occidente, al rebelde del Zanjón, al hombre que acompañó a Cuba como si la patria fuera la mujer de sus ideales románticos.
El teatro no se cuenta. Por lo común se ve. Y se lee, como acabo de hacer. Y he podido imaginar la lucha entre El huracán y la palma, el viento y el árbol. El viento que bate al árbol, y el árbol, la palma, que sirve de “espada y doblada hacia el suelo, / besando la tierra/ batió el huracán”.
(Difundido por Radio Progreso, en la sección Al pie de las letras, en el noticiario Epigramas. A esta nota se le han suprimido algunas repeticiones del estilo radial)
0 comentarios