ASÍ NO, COMPAY, ASÍ NO
El pasado viernes 13 de mayo, en la revista A primera hora de Radio Progreso, leí en mi columna Puntos sobre las íes, este comentario. Aprovecho la ocasión para añadir que, horas después de difundirlo, algunos oyentes me informaron que este vestuario había ganado premio en los carnavales recientes. Pero por conocer el escaso interés, la ausencia de participación genuinamente popular y la escasísima calidad que los va distinguiendo, no concurro a los carnavales de La Habana. Tal vez, si hubiera visto el mismo vestuario que aparece en la foto, habría expresado la misma crítica. Dicen que después de la reacción casi unánime de la prensa, han regañado, o despedido, a alguno de cuantos decidieron ese espectáculo de bienvenida al primer crucero norteamericano, en tocar el puerto de la Habana. Posiblemente, tanto como exigir responsabilidad, necesitamos reeducarnos, convocar una discusión masiva sobre la urgencia de recordar que la cultura empieza por saber qué somos y de dónde venimos, y hacia dónde queremos ir. La historia no puede ser letra muerta. Tampoco aula muerta ha de ser la escuela que todos pasamos.
Luis Sexto
EN ESTOS MOMENTOS de cambios en Cuba, hace falta ser mucho más zahorí, tener más rigor ético, más profundidad intelectual para saber qué puede hacerse y qué, si se hace, perjudica. Ahora hace falta que la cultura actuante, previsora, sabia, nos alerte del disparate, del acto incongruente, y sea menos diploma y más acción racional. La lucha en nuestro país por la pervivencia de la revolución y de sus sueños, o de sus mejores sueños, ha cambiado de escenario. No niego que para algunos pudiera resultar más fácil la defensa de la revolución con un arma en la mano. Sí, resultaba fácil a pesar de los riesgos, porque sabíamos donde estaba el enemigo.
Ahora las condiciones han cambiado. El enemigo ya no dice que lo es; se enmascara. Las relaciones diplomática sustituyeron a relaciones enconadas. Por ello, ahora no podemos olvidar la cautela inteligente. Ahora la escolaridad debe convertirse en cultura. Porque la cultura, que incluye la cultura política, nos ha de ayudar a diferenciar lo conveniente de lo inconveniente… Y para ilustrar estas ideas, me referiré a la fotografía que me enviaron por correo electrónico donde aparecen bailarinas cubanas recibiendo a viajeros del Adonia, primer crucero norteamericano, con visitantes norteamercanos a bordo, en atracar en el puerto de La Habana. Esas muchachas, que bailarían bien, estaban vestidas con el consabido traje de bailarina: una trusa confeccionada con la bandera cubana.
Válgame la patria. Hasta dónde iremos a parar o hasta dónde irán a parar algunos en su descoco. Sí, descoco. ¡Cómo usar la enseña nacional para ataviar a bailarinas y recibir a viajeros. Pero cómo, cómo pudo ser posible, si por preservar esa bandera independiente y soberana han muerto centenares, miles de compatriotas, y que ahora se use para tapar las partes pudendas de varias bailarinas por respetables que ellas puedan ser.
Ah, cultura es también cultura política, es saber respetar los símbolos de la patria. Cultura equivale a discernir lo útil de lo inútil, lo moral de lo inmoral, lo razonable de lo absurdo. Tal vez hace falta tanto rigor en la disciplina pública como en el ejercicio de funciones públicas para que quienes tengan espacio para decidir decidan conforme a las leyes, a la ética y a la política de nuestra república.
No, amigos míos, con la bandera, no, no se juega, ni con las mejores intenciones. Toda nuestra historia de nación independiente ha discurrido alzando esa bandera, luchando porque como poetizó Bonifacio Byrne, donde esté ella no hace falta ninguna otra que la escolte. Cómo ha sido posible… ¿A dónde podría llegar una conciencia festiva, aparentemente innovadora. A dónde podría llegar el uso festivo o irresponsable de nuestros símbolos nacionales. Incluso, a dónde se podría llegar con las mejores intenciones. Tendríamos que precisarlo tajante y claramente, en una nueva ley sobre los símbolos nacionales.
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