SIN EMBARGO, EXISTE
Por Luis Sexto
“¿El embargo? ¿Qué embargo?'', respondió Juan Clark a El Nuevo Herald y luego añadió: “Las compañías estadounidenses ya envían arroz, pollos, y ahora postes del alumbrado eléctrico a Cuba. El embargo es un mito”. En cambio, el ciudadano Luis Manuel Sánchez, desde un hospital cubano pregunta: “¿Dice eso?” Y enseguida desafía al conocido sociólogo, ex miembro de la Brigada 2506: “Pues que venga aquí y asuma la paternidad de un niño enfermo de cáncer para que sufra las angustias de no saber si en el próximo ciclo de quimioterapia su hijo podrá contar con los medicamentos citostáticos.” La empresa extranjera suministradora, quizás filial de una norteamericana, podría anular el contrato si el gobierno americano se percata que “comercia con el enemigo”.
Habría, pues, que concederles una estancia en La Habana a cuantos en Miami y en Washington elucubran, gestionan, mienten, gruñen, votan, deciden para que el Congreso y el gobierno de los Estados Unidos sigan clasificando al gobierno de Cuba y por extensión al país, como enemigo, y comprobarán que muchos de las agobios y las limitaciones materiales de los cubanos del archipiélago provienen del bloqueo llamado eufemísticamente embargo.
¿Qué respuesta merece Juan Clark y cuantos hablan como este hábil profesor? ¿La disculpa del desconocimiento? Más bien habría que empezar a objetar su criterio: manipula la realidad. No ignora este experto en asuntos cubanos que lo que ciertos empresarios venden hoy a Cuba, tras un todavía reciente ciclón devastador, resulta un gesto aparentemente caritativo de la Casa Blanca, condicionado por el pago al contado, previo a la entrega de la mercancía –solo proveniente de la agricultura-, y con reglas comerciales de una sola dirección, es decir, Cuba solo compra; se le niega la oportunidad de vender alguno de sus productos exportables a los norteamericanos.
No hemos de forzar la razón para comprender que con un total de 1 400 millones de dólares de pollo, arroz, cebollas y postes de la electricidad, entre otros rubros minoritarios, Cuba puede trascender sus dificultades de abastecimiento, estimular sus inversiones, reparar y equipar sus hospitales ante cuyos consultorios muchos esperan por que se adquiera un componente de repuesto o se compre un tomógrafo que ningún fabricante se atreve a vender bajo el riesgo de una multa. Todo cuanto Cuba ha comprado desde 2001 en los Estados Unidos ha servido para la supervivencia; nunca para el desarrollo. Preguntémonos si es acaso falso que el gobierno cubano no pueda acceder a créditos del Fondo Monetario Internacional o del Banco Mundial para reproducir sus bienes de capital, modernizar su tecnología y acometer suficientes obras sociales. ¿Quién lo impide? El bloqueo, el “mitológico”embargo, que como Argos, tiene cien ojos. Y también cien brazos. Uno de ellos lo estiró el presidente Obama el pasado 11 de septiembre para renovar por un nuevo año la aplicación a Cuba de la Ley de comercio con el enemigo, título que solo, hoy, ostenta Cuba desde 1963. Ha de sentirse Goliat sumamente “amenazado” por el ínfimo y raquítico David para entregarle tal privilegio.
Es cierto, pensando también sensatamente, que en varios períodos de los últimos 46 años el bloqueo pareció a algunos como la broma del pastor travieso que asustaba a sus colegas de pastizales con el grito falso de “ahí viene el lobo”. O envejeció adquiriendo las sábanas de un fantasma. Apenas era visible. Las relaciones comerciales con el que fue “campo socialista” atenuaron las insuficiencias materiales producidas por las prohibiciones norteamericanas. Pero, al obligar a la reconversión tecnológica, cerrar las ventanillas de los créditos, y prohibir el comercio bilateral entre Cuba y su mercado más cercano, el bloqueo facilitó el anudamiento de una nueva y lejana de dependencia.
El bloqueo ha sido una receta de añoso origen en la política externa de los Estados Unidos. Lo ha ejercido más de una vez, al menos contra los cubanos, como fórmula más convenientes a sus intereses. Leyendo un libro viejo –ah, cuánto enseñan los libros viejos- me enteré que el gobierno de Washington pretendió imponerle a la zafra de 1918 un precio que se conciliara con los cálculos de Wall Street. Y ante cierta especuladora negativa de los hacendados cubanos, decidió el embargo de los alimentos que La Habana había comprado a empresas del Norte. Era un modo de persuadir a la Isla que, entre otras dependencias, dependía alimentariamente del mercado estadounidense. El episodio terminó con el triunfo de mister Wilson, el presidente, y mister González, el embajador en la Habana, aunque el apellido sonara a latinidad de prosapia popular, como nombres de hoy. Liberales y conservadores, generales y doctores, sacarócratas y mayorales se dejaron persuadir. Y los baúles azucareros de los Estados Unidos se rellenaron con 600 millones de dólares más a costa de “nuestra colonia de Cuba”, como decía Harold H. Jenks, en un libro cuyo título, descarada y posesivamente, describía una situación tan posesiva y descarada.
Concepto tan antiguo como la guerra, el bloqueo y sus sinónimos de asedio, cerco, sitio, implican la estrategia de rendir al enemigo mediante el asilamiento, el hambre, la sed. A ras de bronca domestica, entre vecinos, se habla de negar la sal y el agua al otro como medio irresistible de agraviarlo y dominarlo. Las crónicas del mundo cuentan del asedio a Troya, Jerusalén, Numancia, Leningrado... Y citarán el bloqueo a Cuba recordándolo tal vez como el más prolongado, y harán notar que se diferencia de los conocidos en que no acordona una fortaleza o ciudad con aparatos bélicos. Se vale, en cambio, de leyes extraterritoriales, circulares, cartas, advertencias, amenazas... Y se ejerce en época de paz contra un país entero sin discriminar víctimas ni objetivos, empleando los bienes económicos, financieros y comerciales como males.
Ante este hecho, trasmutado en proceso de agresión, Suárez, Vitoria, Vives –fundadores del derecho internacional- escribirían, espantados, nuevos textos que quizás los poderosos no sabrían leer enceguecidos por la prepotencia y por la apuesta a una estrategia estranguladora que, al igual que la bolita en una ruleta, empujada por las carencias, alguna vez logrará el resultado previsto. Pero en Cuba, más que leer la vida, se la sufre. Y aunque sepamos que cierta resistencia interna a renovar y reajustar el modelo socialista heredado es también responsable del estancamiento económico, las cubanos menos permeables a verdades aparentes como los de Juan Clark, saben también que las leyes extraterritoriales de bloqueo y la hostilidad política de los Estados Unidos han coadyuvado, además de causar daño material, a generar en Cuba una mentalidad de asedio, de atrincheramiento defensivo cuyo alcance ha convertido las iniciativas internas en rehenes de la cautela frente a los forcejeos desestabilizadores estadounidenses.
Cautela en parte justa. Porque a la enemistad no se le ha de responder con agasajos, ni al prejuicio con la confianza. En tanto, Luis Manuel Sánchez y su esposa, en el hospital, ruegan por que en el próximo ciclo del tratamiento anticancerígeno de su hijo menor los medicamentos lleguen sin contratiempos. (Tomado de Progreso semanal)
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