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PATRIA Y HUMANIDAD

Literatura

ORACIÓN

ORACIÓN

Luis Sexto

 

Déjame  la tarde, bronce melancólico,

cicatriz,  casi ya quejumbre

sobre una faz decapitada.

Tantas veces mi rótula lavó

 la circunstancia benigna de tus zapatos,

bajo el candil con que apenas

el  cuchillo

en  tus ojos se escondía.

 

Ante la entrejunta paciencia

de la puerta, déjala

como ademán de un relámpago,

borrón de luz que no regresa,

pleonasmo de tu mirada,

la tarde.

Luis Sexto

lusman2@yahoo.es  

RIESGOS DE UN POEMA DE AMOR

RIESGOS DE UN POEMA DE AMOR

 Luis Sexto - @Sexto_Luis

Un poema de amor asusta si usted se decide a componerlo. Leerlo es un trance  suave, silencioso, compensador; escribirlo, como cruzar por los bordes de una tembladera donde pueden sumergirse los zapatos del más incauto, o del menos experto. Es un resbalón que obliga al sonrojo en unos, y en otros, o tal vez produzca una sonrisa agónica. Porque no consiste la arquitectura del poema en combinar imágenes, que a veces son joyas oxida­das por su mala ley, sino que se trata de hallar la originalidad y la calidad poéticas entre el tumulto de sensaciones e ideas, comunes al patrimonio de los enamorados.

   El lector con oficio quizás no lea con frecuencia versos de amor. Al menos, pregunta primeramente por el autor. Ahora bien, el amor puede estar presente en cualquier poema, sin que tengamos que clasificarlo entre los versos relacionados con el Eros. Según mi parecer, “La niña de Guatemala”, de José Martí,  es y no es un poema de amor. Es tanta la intensidad que sus estrofas no pueden considerarse como de amor, sino más bien de dolor, de pérdida, de frus­tración, de ternura limpiamente zaherida: “Allí en la bóveda helada / la pusieron en dos bancos; / besé su mano afilada, / besé sus zapatos blancos. // Callado, al oscurecer, / me llamó el enterrador: / nunca más he vuelto a ver / a la que murió de amor”.

 Muy joven, intenté escribir uno versos de amor. Y todavía la sangre me colorea la cara cuando recuerdo aquellos versos mal compuestos de mis 16 o 17 años. El verso catorce  con­cluía con una de las paradojas, afín a los poetas barrocos. “Dile –le encomendaba a la rauda y blanca paloma, cartera de mis quejas; dile “que en mis noches sin sueño con ella he soñado”. ¡Ella! ¿Quién era ella? No me comprometan, por favor. Hecha mi confesión y expuesto los huesos de mi experiencia, debo esconder el nombre de la víctima. Según crecí en edad y algo de cultura, nunca más escribí poemas de amor. Y en mis tres li­britos publicados, esas palpitaciones se mezclan, se disimulan entre sentimientos y tropos menos específicos.

   El lector, en cambio, ha seguido activo. Recientemente leí una Antología de la lírica amorosa de nuestra lengua, y repasé las distintas épocas: Edad media, edad de oro, barroquismo, romanticismo y modernismo, hasta la contemporaneidad. En unos tiempos predominaron la queja suave y el juego in­genioso, como en Madrigal, del español Gutierre de Cetina: “Ojos claros, serenos, / si de un dulce mirar sois alabados, / ¿por qué si me miráis, miráis airados? Si cuanto más piado­sos / más bellos parecéis a aquel que os mira, / no me miréis con ira / porque no parezcáis menos hermosos. / ¡Ay, tormen­tos rabiosos! / Ojos claros, serenos, / ya que así me miráis, miradme al menos”. Luego, los poetas acusaron el eurítmico impacto de las formas femeninas, y siguieron con la desme­sura barroca, y más adelante se destacaron por los extremos románticos, y después, a fines del siglo XIX, invadieron la lí­rica con la afición modernista a los amores enfermizos, hom­bres y mujeres llamados a la muerte; qué decía, si no, Julián del Casal Ante el retrato de Juana Samary: “Porque al saber que de tu cuerpo yerto / oculta ya la tierra tus despojos, / siento que algo de mí también ha muerto / y se llenan de lágrimas mis ojos”.

   Debo confesar que me estacioné, hasta nuevo aviso, en la poesía amatoria del siglo XX. Cuánta intensidad exprime la imagen, cuánta distancia alcanza la palabra poemática de ese pasado tan cercano. El español Miguel Hernández me tira al piso cuando leo Canción del esposo soldado: “He poblado tu vien­tre de amor y sementera / he prolongado el eco de sangre a que respondo / y espero sobre el surco como el arado espera: / he llegado hasta el fondo. Morena de altas torres. Alta luz y ojos altos, / esposa de mi piel, gran trago de mi vida, / tus pechos locos crecen hacia mí dando saltos/ de cierva concebida…”.

   Pero mi favorito es aquel poema del peruano César Vallejo: “Amada, esta noche tu te has crucificado / en los dos made­ros curvados de mi beso / y tu pena me ha dicho que Jesús ha llorado / y que hay un viernes santo más dulce que este beso…”. Leería mil veces los catorce versos de esta pieza. Como leería igualmente una y otra vez, por todo el espacio intuitivo que le concede al lector, este intensísimo poema de Dulce María Loynaz: “¿Y esa luz? / –Es tu sombra”.

TODO POR LA PALABRA

TODO POR LA PALABRA

  Luis Sexto - @sexto_luis                             

 

EN LA ESCUETA SOLEDAD DE una celda, el poeta y dramaturgo uruguayo Mauricio Rosencof confirmó la perdurabilidad del único dogma literario que ha resistido el tiempo: la poesía no puede ser encarcelada.

Libre desde 1985,  Rosencof continúa escribiendo y de vez en cuando recordando cuando, en 1972, junto con Raúl Sendic y otros siete miembros del movimiento Tupamaros,  fueron confinados a una celda de dos metros de ancho por un metro de largo. Allí permaneció trece años, acompañado tan solo de un camastro y un tosco recipiente donde oficiaba sus más apremiantes urgencias fisiológicas. Si sobrevivió al aislamiento y la tortura fue gracias a que la imaginación –como el Hada Madrina viste de seda a Cenicienta- convirtió en poesía la opresiva circunstancia que lo acosó con la lentitud de lo que parecía nunca terminar.

Cada mañana se levantaba conversando con sus camaradas, insultando a sus verdugos y luego paseaba con su mujer por el malecón: así logró permanecer vivo, porque “los sueños son el motor de los revolucionarios”. Diría yo, sin embargo, que los sueños son el impulso de todo el que vive trasegando lo verosímil intocable  por sobre lo real ultrajado.

Lo conocí en La Habana, recién liberado. Su pelo, blanco; rostro avejentado, que conservaba cierto fulgor de adolescente. Mientras bebía mate en una bombilla que había traído de Montevideo, me contó detalles de su prisión. En su celda escribió poemas y obras de teatro. Objetivamente no podía hacerlo. Sus carceleros se lo tenía vedado, y varias obras viajaron a las cenizas. Pero algunos de sus textos pudieron esquivar el destino del fuego, burlando la vigilancia en los dobladillos de la ropa usada. Así escaparon indemnes las estrofas que integran sus libros Conversaciones con la alpargata y Canciones para alegrar a una niña.

La poesía no puede ser encarcelada. Los poetas, sí, en apariencias. Porque hallan su libertad dentro, aún más adentro de su celda: en la sensibilidad que deglute la opresión y el dolor y los devuelve metabolizados en un desahogo que fortalece el ánimo afligido y justifica el tiempo cercenado. Es la resurrección mediante la imagen eterna de instantes que habrán de ser perecederos. La poesía es el arte de permanecer buscando, registrando la raíz del deseo más allá de lo posible. ¿Podrá la poesía ser ingenua, podrá descubrir que la engañan? Sabe que la pueden engañar, pero persiste, porque su justificación radica en perseverar humeando sobre el instante soñado. Hemos de permanecer, pues, difuminados por la ilusión de la luz, incluso por la ilusión del cuerpo ajeno que uno presiente como soldado a nosotros.

El poeta es un referente del Homo Demens, del hombre imaginativo, mágico cristal que refleja un modo más sutil de explicar, superar o de entender su circunstancia. Al raciocinio seco, objetivo, lógico, le resultará trabajoso trascender las paredes limitadoras de una cárcel. Para el poeta, la libertad se cristaliza, sobre todo, en su facultad de encapsularse en un verso, en el hondo removerse hacia lo más interno, como si los caminos de la salida viajaran al centro del universo. ¿Podrá palparse mayor paz que las del poeta que acaba de componer los versos que, para él, son la suprema forma de la concreción humana? Quizás  el acto poético sea la contemplación, o autocontemplación, del individuo, como sugería François Mouriac al valorar la función de los diarios íntimos, refiriéndose al de Amiel.

La poesía, según un poema del dominicano Manuel del Cabral -que Paul Eluard reconoció como la mejor definición de poesía que había leído-, es agua tan pura, limpia, “casi nada”, “que da trabajo mirarla”. Del otro lado, el mundo. Pero –deduzco- el mundo pulimentado por la materia iluminada del poema: agua intuitivamente lúcida, dolorosa, que fluye durante esa “conversación en la penumbra” que dijo Eliseo Diego que es un poema: coloquio con la sombra, levedad de la palabra, que salta y huye entre los pliegues de una libertad irreprimible. El abate Bremond preguntó ante los académicos franceses, qué era en fin la poesía. El poeta ecuatoriano Miguel Sánchez Astudillo, terminó un ensayo sobre esa incógnita aceptando que quizás sea lo más humano del Hombre.

De un viaje reciente a lo que fue un ingenio azucarero, fábrica de azúcar ya apagada, traje unos versos de un hombre madurado en el aprendizaje y el ejercicio del trabajo. Sabe de caña: la ha sembrado, cortado, regado. También de nubes: es observador meteorológico. Y sabe de lecturas y finezas del espíritu. Por ellas persevera en el campo sin que lo desajusten venenos migratorios. El poema sintetiza despojadamente los días, y la pasión con que los vive el poeta: “Doy todo/ a cambio/ de la palabra. / Que no me falte. / Doy hasta la voz. / Doy hasta el silencio. / Doy hasta el ocaso.” La palabra para él es eso: la salvación. La prefiere incluso a la voz, requisito primigenio de la palabra que se oye. Pero el poeta elige la palabra, porque se escribe y puede  permanecer dormida hasta cuando unos ojos silenciosos la besan y le espantan el encantamiento, no importa  en qué año o siglo. Y es capaz de comerciarla, incluso por cuanto es y cuanto lo rodea.  Sin la palabra, base y medio de la cultura y de la poesía, nada, ni su persona, tendría sentido. Ni cimiento. Qué dialéctica la de este poeta alejado de las ínfulas de gran revista y rígidos círculos. Vacunado paciente contra la vanidad. Anónimo residente del ritmo interior de la plenitud.

No existe, pues, espacio hermético, mazmorra limitadora para la libertad interior del poeta, del hombre o la mujer con la conciencia fermentada en la cultura. Cotidianamente, la prisión suele halar al recluso hacia atrás, lo impele a caminar de espaldas en un retroceso hacia la perversión de las costumbres. La conciencia moral se le embota; solo, el preso, como hábito, se transforma en una bestia de presa: si quiere sobrevivir, sobre todo ante sí mismo, ha de aparentar ser el más fuerte de la jauría. La conciencia se le exilia si la cultura o la poesía en lo particular no lo sostienen. Ambas poseen el mismo valor que la fe religiosa. Dimana de sus instrumentos de percepción y expresión, el soplo fecundante que genera la vida verdadera del espíritu sobre la elemental circunstancia de la cárcel. He lamentado no saber cómo Fray Luis de León vivió cuatro años en las mazmorras de la Inquisición española. De fuente buena se afirma que la mitad de las páginas de Los nombres de Cristo se cuajaron entre los muros carcelarios. Habrá tenido el lírico ocasión de replegarse tanto en su interior que por ello, al salir inocente, regresó a su cátedra universitaria en Salamanca y pudo decir, como dicen que dijo con el natural tono del que nunca se ha ausentado: Decíamos ayer…

En la palabra, pues, en el Logos constructivo e inmarcesible de la sensibilidad, el Homo Demens reencuentra aquello que no tiene y que paradójicamente no ha perdido. Porque la poesía, al no poder ser jamás encarcelada, preestablece una actitud de digno erguimiento: como la oración del creyente, palabra, pura palabra filtrada, agua de angustia decantada por el dolor, que al humillarse ante la propia impotencia, fortalece la entereza para trascenderla. Y sale al sol por las compuertas del sótano.

NO ME QUIERAS MATAR, CORAZÓN

NO ME QUIERAS MATAR, CORAZÓN

Un libro y mi opinión

Luis Sexto

He leído en estos días, si no una suma, al menos una selección de los libros publicados e inéditos  del poeta Ricardo Riverón, nacido en Zulueta, en 1949, y hoy residente en Santa Clara. Está de más decir que Riverón nació villareño y sigue villareño, aunque hoy, las nueva división político administrativa lo haga villaclareño. Pero villareño o villaclareño es lo mismo, para quienes nacimos en el centro del país hace más de 60 años. Antes de proseguir, digo que Riverón y yo nacimos muy cerca uno del otro,  en la misma década de 1940,  y algunos de sus poemas recuerdan el mismo ambiente en que también ambos nos criamos.

Este libro titulado No me quieras matar, corazón, recoge poemas de los once  libros escritos por Riverón, en un lapso de 30 años. Es una especie de autoantología que el propio poeta considera que le resultó una tarea de íntimo padecer. Porque, me parece que el poeta, poeta entero, debió ser acuciado por  la duda, y el temor del equívoco. En fin, empeño tímido y temido, pues el autor,  cualquier autor consciente, sin campanillas de vanidad,  nunca estará seguro de haber elegido el poema más significativo o el más profundo. Suele ocurrir que el poeta seleccione los versos que lo son más entrañables.

Pero el lector no necesita pensar en lo que pudo elegir el poeta; más bien necesita leer, y introducirse en el temblor del poeta, para participar de la misma experiencia. La lectura, aunque parezca paradójico, es un proceso colectivo, aunque leamos individualmente y en silencio. Más de un lector, leen a la vez posiblemente el mismo libro, tal vez repasen las mismas páginas, y en este libro compuesto de otros libros quizás relean los mismo poemas, los poemas que más los conmovieron.

En fin, si colectiva la lectura, el poeta  tampoco parte de la soledad para escribir. El poema, la poesía, cuando merece ese nombre, es una experiencia que se suscita en el acompañamiento interior. Evoca el poeta un conglomerado de rostros, querencias, ambientes y experiencias,  que le punzan y le piden un vuelo, desde las sombras, al nicho, aún no del todo iluminado, donde han de perdurar con la luz plural de la letra y la lectura.

 No me quieras matar, corazón, poemario publicado por Ediciones Unión, nos trae los olores suaves de un reino donde lo que ha sido deambula sobre el caballito de palo de la infancia que el poeta nos ofrece como medio de solidaridad y limpieza permanente.  Este libro de Ricardo Riverón, este ofertorio de poemas, libres o en estrofas clásicas como el soneto y la décima, escritos y publicados en diversos momentos, encajan, como concierto lírico de una sensibilidad nunca falsificada, ni egocéntrica. Una sensibilidad que persiste en sus orígenes, y se reparte,  de acuerdo con un verso  de Riverón, como “lluvia hipnotizada”.*

 

*Difundido  el 16 de marzo de 2016, en Epigramas, Radio Progreso, la Habana

LA PALABRA EN EL AIRE

LA PALABRA EN EL AIRE

  Luis Sexto

Un libro y mi opinión

   Durante la feria  internacional del libro  de La Habana, en febrero de este año,  llegó, con el sello de Ediciones  Loynaz  La palabra en el aire, de Dulce María Loynaz, nombre que insiste afortunadamente en perdurar, no apartarse de sus lectores, y tal vez crear nuevos lectores.

   Desde luego,  el trabajo de estudio y promoción del centro Hermanos Loynaz, con sede en la ciudad de Pinar del Río, ayuda a mantener en el aire, es decir, en la atención de los lectores,  a  la autora de Poemas sin nombre y de Un verano en Tenerife, nacida en La Habana en 1902 y fallecida en la misma ciudad en 1997. Leer la prosa de Dulce María  equivale a toparnos con la poetisa en líneas largas. Hay tantas delicadezas en la prosa de la novelista de Jardín.  Me parece que el lector resbala sobre la prosa de Dulce María. Resbala en el fluir arremansado, claro, contenido de lo que se puede llamar el estilo de Dulce María.

   En La palabra en el aire aparecen conferencias, ensayos, artículos y discursos. Incluso se hallan también páginas de memorias, esto es, páginas que evocan episodios del pasado, como el dedicado a Gabriela Mistral, o a Enrique Loynaz, hermano poeta de Dulce María.  !Cuánto! llegamos a saber de Gabriela Mistral, esa mujer fuerte, tan recia y compacta como los Andes, cuando Dulce María recuerda las jornadas que la poetisa de Tala pasó en la casa habanera de la Loynaz. Son pocas páginas, pero muy relevadora, porque Dulce María cargaba sus palabras de un sugerente profundo sentido, de modo que lo poco nos pareciera mucho.

   La palabra en el aire nos permitirá conocer  además los enfoques de Dulce María sobre Gertrudis Gómez de Avellaneda, Rafael Marquina, José de la Luz León, Julián del Casal, Regino Pedroso, escritores cubanos, de los siglos XIX y XX, y Delmira Agustini, poetisa uruguaya. Dispondremos, además, de los  sendos discursos que la autora de Juegos de Agua leyó  cuando le entregaron el premio nacional de literatura y el premio Cervantes.

   Vayamos, pues, a leer La palabra en el aire, con la certeza de que no será aire impuro  lo que leamos, ni paja que arderá ante nuestros ojos. Más bien en estas páginas iremos sobre el agua… Agua,  palabra recurrente en la obra  de Dulce María Loynaz: agua de la prosa fluida y mansa de la escritora que piensa y valora; agua dulce que limpia y sana como un milagro bíblico; agua cuya corriente nos lleva por parajes poco conocidos sobre la barca segura de la inteligencia y la sabiduría de esta poetisa en verso y en prosa: Dulce María Loynaz, gloria de Cuba, aunque ya el término gloria nos parezca raro. Pero Cuba,  tierra que  la poetisa prefería a cualquier otra tierra, la llama hija.  Dulce María Loynaz merece el  título. 

 

 Texto difundido el 6 de abril de 2016, en  el espacio Epigramas, de Radio Progreso, La Habana.                                                                              

RAÍCES EN EL BOLSILLO

 Por ENRIQUE MILANÉS LEÓN

 

SE supone que, al menos para el público, no deberíamos escribir de nuestros maestros, pero en el mundo de la sensibilidad, al menos en ese, la poesía manda todavía, así que de vez en cuando podemos elogiar la virtud entrañable y, ante la probable suspicacia de algún detractor del modelo o del alumno, echar mano al argumento salvador de que aun el segundo no ha aprendido la cauta lección de la prudencia.

Tal impulso me rondó tras beberme las Historias de bolsillo de Luis Sexto Sánchez(Editorial Pablo de la Torriente Brau), título marcado por el dilema de los buenos libros: el disfrute apura su lectura, pero nos precipita a un punto final que deja el deseo de zarpar en pos de otras estampas.

Rara mezcla la suya: con apellido de dinástico conquistador de historias y personalidad de sencillo cubano de a fe, Sexto rastrea y teje hebras interesantes en «pieles» del cuerpo identitario donde (otros) ilustres cronistas cubanos, anteriores y actuales, parecían haber esquilmado la lana de la singularidad insular.

Animado por la misión del escritor citada al inicio del libro, en frase de Antonio Soto Paz («no dejar perder las cosas»), Sexto sabe, dice y escribe que el cómo se cuenta un texto decide el salvamento de las cosas, un pensamiento coherente con un hombre que ha hecho del estilo periodístico su carrera en la carrera.

Justo en la primera línea de un prólogo capsular —en la cuerda de las historiasque introduce— el autor blasona de su condición de periodista y revela que el librole «surgió así», tras más de 40 años de conversaciones y cuidadosas lecturas, zapateando la Cuba verdadera con atento oído del mundo, en una época de meticulosa sordera.

Para mostrar trozos del alma nacional desde disímiles pasajes, el Premio Nacional de Periodismo José Martí pidió silencio al hombre de criterio que es y dejó al lector a solas con la anécdota. Acostumbrado a sensibilizarnos con su capacidad de análisis y con la belleza de su repertorio lexical, el maestro indiscutido de la crónica y el comentario cubanos entrega por 176 páginas esas «armas» y presenta 73 historias desnudas, de dos o tres páginas, sin ornamentos, mas conserva en el lance la fuerza de su verbo.

Así, inicia su paseo por la Cuba precolombina, nos sumerge en viñetas colonialesde cuando La Habana «mataba» la insalubridad… a cañonazo limpio, nos cuenta singulares pasajes eclesiales, bromas de antología, razonamientos hilarantes (¿cómo puede ser sabio Alejandro de Humboldt si no hace más que anotar y escuchar?), progresos terroríficos como la «escandalosa» velocidad del primer ferrocarril cubano, pasajes de cuando el machete mambí fue, por Cuba, finísima arma de duelo… pasando por embriagantes aventuras del ron y sus parientes, avatares de piratas, detalles del ingenio criollo y los criollos ingeniosos.

Además, se incluyen en el texto la estampa en que un amante en Santiago confunde el temblor de la ciudad con un orgasmo de su compañera de lecho, controversias espléndidas, largos silencios de hombres del batey, encuentros entre los héroes y el pueblo de la Revolución, y las quejas de una señora porque casi no puede vivir… con solo 118 años. Claro que no adelanto nada: recuerden la alcurnia del cómo, y el de Luis Sexto es más alto que el mío.

Historias de bolsillo se levanta sobre retazos, oídas, oraciones reconstruidas con devoción arqueológica, murmullos medio rulfianos… El autor no tiene reparos en admitir que aquí o allá el dato está incompleto o que alguna fuente fue sepultada bajo el polvo de mil versiones. Porque de eso se trata la leyenda; el lector tendrá que poner su línea en cada historia.

Estas viñetas enseñan, más nítidamente que cualquier otro de sus textos, el hábil manejo de la suspensión y la gran capacidad de humor de un hombre muy serio —con esa seriedad que tanto ayuda a Cuba aunque no quepa en los estereotipos del «cubano cubano»— que, tras larga escritura en prensa impresa, asume a diario, en Radio Progreso, un espacio de opinión sobre los grandes asuntos de Cuba que se inscribe entre los más altos ejercicios periodísticos de la actualidad nacional.

Luis Sexto sabe que el dilema de los titulares de prensa de hoy y los sueños del niño de mañana están conectados con las anécdotas del ayer. Es lo que dice, junto con él, el diseño en la portada de Historias de bolsillo: un árbol vigoroso enraizado en libro amarillento. Envueltos entre las páginas y las raíces, estamos todos los cubanos.

 

YA NO ESTÁ UMBERTO, QUEDA SU ECO

YA NO ESTÁ UMBERTO, QUEDA SU  ECO

 

El 19 de febrero tendrá desde ahora un nuevo significado en el decursar de los años. Murió Umberto Eco. Nacido Alejandría el 5 de enero de 1932, sobresalió como intelectual, escritor, semiólogo y filósofo. Ejerció  notable influencia en su país y el extranjero.

Entre sus obras maestras, destaca El nombre de la rosa (1980), un éxito de ventas ambientado en el siglo XIV, que narra la investigación que realizan fray Guillermo de Baskerville y su pupilo Adso de Melk alrededor de una misteriosa serie de crímenes que ocurren en una abadía. Ocho años después publicó El péndulo de Foucalt, también una de sus mejores títulos que narra la historia de tres intelectuales que inventan un supuesto plan de los templarios para dominar el mundo.

Fue un criticó del l mal periodismo. En uno de sus últimos títulos, Número cero, abordó los misterios que rodearon la muerte el dictador italiano Benito Mussolini. En esta novela realizó una feroz e irónica crítica al mal periodismo, la mentira y la manipulación de la historia.

 Si criticaba al mal periodismo, era defensor del oficio. Siempre fue fiel a la convicción de que el periodismo es el oficio necesario en sociedades que pretenden ser democráticas. Por eso, ante la debacle que han tenido los medios impresos con la llegada del formato digital, Eco aseguraba: "Una de las alternativas que se abren para los diarios es profundizar en las noticias y generar un debate sobre ellas. Hegel dijo que la lectura de los diarios por la mañana eran el rezo matutino del hombre moderno, pero no sé si mi nieto querrá rezar de esa manera", precisó Eco.

 A juicio de Eco, "los nuevos medios de expresión que han surgido a lo largo de la historia no han matado a los anteriores". Así, ni el cine terminó con el teatro ni la televisión obligó a desaparecer a la radio.

 El libro, sus propios libros, también sufrieron la llegada de Internet. Eco no apoyaba el invento de Gutenberg por razones nostálgicas, sino por variados argumentos que desgranaba en su libro No esperéis libraros de los libros."Si tuviera que dejar un mensaje de futuro para la humanidad, lo haría en un libro en papel y no en un disquete electrónico", afirmaba Eco para la prensa italiana. "He visitado la Biblioteca Nacional y he visto libros que tienen 500 años de antigüedad y manuscritos de hace mil años. Ahora bien, no sabemos cuánto puede durar un disquete de ordenador. Los llamados discos flexibles han muerto antes de agotar su capacidad de almacenamiento de datos", comentaba.

"Desconocemos todavía la dimensión del fenómeno de Internet. Pero en un libro o en una obra de teatro sabemos quién es el autor o la tendencia ideológica, mientras que Internet se presta a una especie de mermelada comunicativa en la que todos hablan igual, como sucedió con las emisoras de radio hace unos años".

En una entrevista publicada por del diario turinés La Stamp, afirmó queLos enemigos de los libros son "principalmente los hombres, que los queman, los censuran, los encierran en bibliotecas inaccesibles y condenan a muerte a quienes los han escrito. Y no, como se cree, Internet u otras diabluras", afirmó.

Galardonado con el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades en el 2000, Eco además de ser conocido por novelas como La isla del día antesBaudolino o La misteriosa llama de la reina Loana, a lo largo de su vida profesional también fue responsable de numerosos ensayos sobre semiótica, estética medieval, lingüística y filosofía.

Nombrado por la Mesa del Consejo de la UNESCO (1992), miembro de su Foro de Sabios, junto a otros intelectuales es miembro de la Academia Universal de Culturas, Eco fue nombrado Doctor “honoris causa” por más de 25 universidades de todo el mundo, entre ellas, la Complutense de Madrid, Tel Aviv, Atenas, Varsovia y Berlín.

 Legión de Honor de Francia desde 1993 y premio austríaco de Literatura Europea por toda su obra en 2004, en Salzburgo, en sus últimos años de vida compaginó su actividad académica y literaria con conferencias, coloquios, debates y colaboraciones en los medios de comunicación.

Con datos fundamentales tomados de El PortalVoz

@elportalvoz

LUIS SEXTO: “SOY SOLO UN HOMBRE QUE CUENTA LO QUE HA DESCUBIERTO”

LUIS SEXTO: “SOY SOLO UN HOMBRE QUE CUENTA LO QUE HA DESCUBIERTO”

Por Maykel Paneque

 

La Editorial Pablo de la Torriente, que abrió el programa literario del Pabellón Cuba, subsede de la 25 Feria Internacional del Libro de La Habana, logró repletar el Salón de Mayo con la presentación del libro Historias de bolsillo, del periodista Luis Sexto (Villa Clara, 1945).

Se trata de un volumen de relatos, anécdotas y crónicas de un observador persistente y sagaz que hace un alarde certero de cómo el periodismo logra sabotearle a la literatura sus recursos para elevarse, dijo José Alejandro Rodríguez en las palabras de presentación.

Con una destreza difícil de alcanzar, Luis Sexto ha escrito estos relatos trepidantes de emoción basándose en la famosa técnica del iceberg, propuesta por Hemingway, donde logra sugerir más de lo que dice.

En esta joya escrita con maestría las crónicas nos remiten a rasgos de cubanía e idiosincrasia donde su autor ha sabido reconstruir, desde la ficción, curiosidades pocos conocidas de personajes y hechos significativos de una historia nacional que abarca más de cuatro siglos, subrayó Alejandro Rodríguez. El también corresponsal del diario Juventud Rebelde resaltó la capacidad de Sexto para superarse así mismo, quien ha ejercido el periodismo de investigación por más de cuatro décadas con hondura y sensibilidad, por lo que “puede llamársele sin exageración uno de los grandes periodistas cubanos de todos los tiempos”. Libro que resiste varias lecturas prometedoras, donde se entrelazan drama y humor, ironía y sarcasmo, azar, misterio y enigmas. Estas crónicas ejemplares, que contienen una verdad universal, respiran libres de cualquier sensacionalismo ramplón, acotó.

Por su parte, Luis Sexto confesó que escribir, más que un acto ocasional, ha sido la razón de su vida. “Me llevó cuatro años terminar Historias de bolsillo, pero eso ya no cuenta, este libro estará en sus manos desde hoy, lo que cuenta es lo que escribiré mañana. Lo que intenté en estas crónicas, relatos o viñetas, como se les llame, fue encerrar el mundo en cincuenta líneas, un desafío que me hace feliz porque soy solo un referencista, un hombre que cuenta lo que ha descubierto, una persona que no cree haber llegado a parte alguna, todo lo contrario, se empecina por empezar cada día”.

Luis Sexto, Premio Nacional José Martí 2009 por la obra de la vida, ha publicado por la Editorial Pablo de la Torriente, entre otros, los títulos El cabo de las mil visiones; Periodismo y literatura, el arte de las alianzas; Asunto de opinión y Con luz en la ventana.