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PATRIA Y HUMANIDAD

Historia

¿QUÉ PRETENDIÓ SER EL CANAL VÍA CUBA?

¿QUÉ PRETENDIÓ SER  EL CANAL VÍA CUBA?

 

Desde 1954, la revista Carteles,  de La Habana, interviene para facilitar  el debate entre comentaristas de este blog. Reproducimos fragmentos del reportaje aparecido en el número extraordinario de Navidad, en 1954. Páginas 102-108 y 110.

 

“…El pasado 24 de agosto salió publicado en la Gaceta Oficial el texto de una Ley-decreto por la que se propicia la construcción de un canal llamado Vía Cuba –el cual atravesará la Isla de norte a sur, partiendo de Cárdenas y desembocando en la Bahía de Cochinos.

(…)

“De ser construido de acuerdo con los proyectos oficiales, el Canal Vía Cuba sería el segundo del mundo en extensión y el primero en profundidad. (…) Tendría 102 kilómetros de longitud y no menos de 15 metros  de fondo.

(…)

“El canal no sería construido por el Estado cubano, sino por una empresa privada. A ese efecto, ya se celebró una subasta  a la que se dice concurrieron tres entidades interesadas en la concesión de la obra, otorgándosele finalmente la misma a una empresa titulada ‘Compañía del Canal del Atlántico al Mar Caribe, S.A.’ (…) Esa compañía tendrá toda clase de facilidades para poder llevar a término el proyecto (…) l. Derecho a expropiar las zonas que estime convenientes para la construcción del Canal y derecho a desalojar a cualquier arrendatario, subarrendatario aparcero o precarista que ocupe las mismas. 2. Exención en el pago de todos los impuestos del Estado, la Provincia o el Municipio. La empresa concesionaria del Canal sólo tendrá que abonar al Estado, como royalty, el 1% de sus entradas brutas.

(…)

“De acuerdo con lo declarado oficialmente, la construcción de Canal Vía Cuba tiene dos objetivos distintos: Estratégicos y Económicos.

“1) Los fines estratégicos

“El objetivo esencial del Canal (…) es de índole militar.

“Así, en el cuarto Por cuanto del decreto 1618, se dice: Si innecesario resulta encarecer la significación que como fuente extraordinaria de riqueza y trabajo representan la construcción primero y el mantenimiento  y operación después del Canal proyectado, con la secuela de puertos habilitados , construcción de buques, movimiento comercial y posible establecimiento de áreas turísticas, mucha mayor significación habrá de tener desde el punto de vista estratégico para nuestra seguridad y la del Hemisferio Americano, en caso de conflicto bélico contra un enemigo común.

“(…) 2) Los fines económicos

“Los gestores del proyecto hacen especial hincapié en que el mismo será la base para un prodigioso desarrollo industrial y comercial de Cuba. (…) De acuerdo con los planes estudiados, a lado y lado del canal, dentro de la zona de 300 metros  para margen que pertenecen a la Concesión, se podrán establecer numerosas industrias y empresas comerciales.

“(…) El argumento  fundamental que se esgrime  a favor de la apertura del Canal Vía Cuba es el de que acortaría las rutas de navegación entre  el hemisferio Norte y el hemisferio Sur, ahorrando 400 ó 500 millas náuticas  a las embarcaciones  que tengan que bordear a Cuba por el oeste, y alrededor de 800 millas, para los que tengan que hacerlo por el este.

“(…) Cuba está ubicada, en efecto, como un obstáculo en medio del Caribe. Ahora bien, como un obstáculo interpuesto ente la Florida  y digamos el Canal de Panamá. Pero no como un obstáculo interpuesto entre los puertos  del sur y del este de los Estados unidos y el propio Canal de Panamá. Cuba, por ejemplo, no es un obstáculo colocado en medio de la ruta  de los barcos que hacen el tráfico de Nueva York-Panamá. Y no lo es, porque esos barcos, haciendo su viaje  normalmente, siguiendo el círculo máximo de navegación pasan muy lejos de las costas de Cuba y no tienen necesidad  ninguna de bordearla ni eludir su presencia.

”Por el contrario, atravesar un canal construido en medio de la isla  de Cuba, si implicaría  para esos barcos el tenerse que desviar.

“Otro tanto podría decirse  de los barcos que comercian entre los distintos puertros del este de Centroamérica  y Nueva Orleáns. Ellos tienen sus rutas por el interior del Golfo de México, y para nada tienen que pasar frente a las costas de Cuba.  Utilizar el canal proyectado representaría paa ellos un inútil, absurdo e inconcebible desvío.

“Ý nótese que hemos mencionado a Nueva York y Nueva Orleáns.

“El ejemplo está justificado, puesto que el 90% de todo el tráfico marítimo entre el hemisferio Norte y el hemisferio Sur se realiza entre ellos y Panamá.

“¿Justifican estas posibilidades la inversión de 400 millones?

“Los editores de la revista norteamericana Times (…) parecen pensar que no, puesto que en una nota publicada bajo el título de ¿Una grandiosa inutilidad? El pasado 13 de septiembre, decían: ‘La idea completa tiene la envergadura suficiente como para provocar la pregunta de por qué un canal semejante  no ha sido construido desde hace mucho tiempo. (…) Lejos de tenderse  en medio de decenas de rutas comerciales  de importancias, Cuba no bloquea  ningún tráfico de significación, excepto aquellos existentes  entre el Canal de Panamá y los puertos de la Florida y Carolina. Pero aun en este caso, el ahorro que ocasionaría el canal cubano sería de 200 millas o menos (el Canal de Panamá le ahorra a la navegación más de 9 000 millas). Y la distancia de navegación entre Nueva York y Panamá, la de mayor consideración, difícilmente sería acortada en nada por el canal proyectado’.”

 

 

 

YO NO MATÉ A CELIA MARGARITA MENA

YO NO MATÉ A CELIA MARGARITA MENA

  El caso de la trucidada de la calle Monte en La Habana, aunque sellado, sigue   aún sin esclarecer. Las evidencias y enfoques presentados en este reportaje, nunca fueron tenidos en cuenta. René Hidalgo, el presunto asesino,  actuó contra la lógica del delincuente al no presentar una coartada. Otros detalles sugieren la duda: No estudió medicina; los forenses hallaron sales de cocaína en las vísceras de la descuartizada.

Por Luis Sexto

Los pormenores que convirtieron la muerte de Celia Margarita Mena en una especie de novela de terror permanecen tan frescos que el cronista duda si ceder a la demanda de repetirlos. Clasificó en 1939 como uno de los crímenes más excitantes de La Habana. Durante once meses los periódicos, la radio, y las noticias fílmicas mantuvieron en la calles una réplica de los folletines del siglo XIX, con un título que ningún experto dejará de reconocer como efectivo: La descuartizada de la calle Monte.

El reparto Buenavista, en Marianao, aún no estaba totalmente urbanizado. Había espacios para el misterio, la impunidad. El 8 de marzo de 1939, un transeúnte descubrió una pierna humana envuelta en un saco de yute, en el interior de una alcantarilla. Ante el estupor, y los comentarios y preguntas del público allí aglomerado, varios agentes de la policía extrajeron el despojo y lo trasladaron hacia la morgue donde empezaría a componerse el rompecabezas de cuyo cuerpo aquella pierna era la pieza inicial.

Las suposiciones y las explicaciones audaces aderezaron la mesa del suspenso, alimentado suculentamente por episodios de nuevos hallazgos. El resto de las extremidades, el torso... Ocho meses más tarde, apareció la cabeza sin carnes, en una letrina doméstica del Surgidero de Batabanó, litoral sureño de la provincia de La Habana. Con la calavera, el mercurio morboso de la curiosidad pública ascendió unos números más. Y lo que parecía hallazgo macabro y componía un tanto a favor del suspenso, resultó favorable para los forenses, porque los doctores Jorge Castroverde y Carlos Criner García establecieron la identidad de la descuartizada mediante el estudio de sus arcos dentales y el análisis del trabajo previo en la boca de la mujer por un dentista, cuyo nombre no ha trascendido. De acuerdo con el doctor Castroverde, el expediente de Celia Margarita Mena inaugura la estomatología legal en Cuba.

Precisado el nombre de la víctima, apareció el primer y único sospechoso: René Hidalgo Ramos, el amante, un ex policía. Ambos residían en el edificio Larrea, calle de Monte número 969, entre Pila y Matadero, en la habitación marcada con la letra D, en la azotea. Los alcanzaba el ruido y el olor de fruta y vegetales podridos del Mercado Único, en Cuatro Caminos, una de las encrucijadas principales de La Habana. Los vecinos de la pareja pudieron haber hecho verosímil esta historia, tal como la presentó la prensa en los diversos momentos en que desgarró la mortaja de papel que la envuelve.

Vecino Uno: Ana Margarita estaba obsesionada por los productos Mac Factor; se conocieron en una academia de baile, sí, en Marte y Belona; era del campo, pero suelta, presumida…

Vecino Dos: Claro, no nos consta que engañara al hombre.

Vecino Tres: Pero la mató por celos. Una tarde, no encontró en el cuarto a Celia Margarita y la buscó en un apartamiento vecino. Se encerraron, y de inmediato oímos una de las habituales peleas de la pareja. Dicen, que yo no lo oí, que en medio del escándalo ella exigía dinero para comprar sus cosméticos…

Vecino Cuatro: Como Hidalgo era quien habitualmente escribía a los familiares de la mujer, pudo engañarlos dándoles noticias falsas de Celia Margarita que apartaran las sospechas de la desaparición de la mujer...

Vecino Cinco: El asesino compró el papel y la cabuya para envolver los pedazos de la mujer, en la ferretería García del Río, frente al edificio Larrea.

Esos datos empezaron a construir la historia criminal de René Hidalgo Ramos, hasta definirlo hasta hoy como uno de esos lombrosianos ejemplares de sangre fría, cruel, inexorable. El el acusado, en cambio, desde el momento de su detención, guardó el fondo de su historia y solo confesó las circunstancias en que murió Celia Margarita. Haberse preguntado el porqué de tal proceder, de tanto interés por parecer culpable hubiera sido un punto de partida, una clave para sospechar que las apariencias podrían estar encubriendo un secreto…

Los periodistas, sin embargo, coincidieron en describir el acto y la escena con la certeza propia de los testigos. Ciego por los celos, según la frase ritual en los crímenes pasionales, golpeó a la mujer; la víctima se tambaleó y al caer se fracturó la base del cráneo. Pretendió reanimarla. Fue inútil. Supuso que estaba muerta. El miedo lo ofuscó y decidió hacer desaparecer el cadáver. Arrastró a Celia Margarita hasta el baño, la desnudó y la metió en la bañera. Con una navaja de afeitar le trazó un corte profundo en la parte superior de la rodilla. La mujer se quejó del dolor. Y al saber que estaba viva, la degolló.

El 3 de febrero de 1940, los voceadores del periódico El Mundo intentan avivar el interés de los transeúntes gritando el titular básico de la primera plana: ¡Vaya, vaya, miren por qué la mató! Ávidos, los lectores se encontraban con este titular: “Parece que fueron los celos el móvil del crimen de Hidalgo”. Una foto de Fernando Lezcano presentaba al presunto criminal, al Jefe de la policía, al Jefe del 5to. Distrito Militar, y al fiscal José Manuel Fuentes.

El sospechoso admitió haber matado a su amante la noche del 2 de marzo de 1939.

-Sin querer-dijo.

Años después, encanecido y encorvado a sus 40 años, Hidalgo confesó como en una confidencia: Yo no maté a Celia Margarita Mena. El porqué no lo declaró así, tan rotundamente, durante el proceso penal y en cambio aceptó su condena resignadamente, como el que, arrepentido en lo más secreto de sí mismo vive para exculparse mediante el castigo, es todavía un secreto o una verdad solo sugerida. Durante más de trece años de reclusión no se defendió. Y lo más que alcanzó a decir, dentro de su paciente y callada estancia en el presidio, como un monje desasido de cualquier ilusión mundana, fue una frase con la que reconocía que los pueblos eran muy injustos, porque aun después de condenado se persigue al preso, se le niegan sus derechos y se le entierra en vida. Fue, quizás, un instante en que traqueó el granito bajo el cual protegía aquella tozuda forma de vivir en el silencio.

TESTIMONIO REVELADOR

El detective Rodolfo Ortiz conservaba sospechas sobre la culpabilidad de René Hidalgo Ramos. Después de aquel crimen en cuya investigación Ortiz participó con el doctor Israel Castellanos, director general del Gabinete Nacional de Investigaciones, más de una vez se había preguntado por qué el presunto asesino había actuado de manera tan opuesta a la lógica del culpable que pretende protegerse. A Ortiz le reconocían inteligencia y sagacidad. Y tanto era su crédito policial que seis años después del escandaloso proceso de la trucidada revaluó su pericia presentando la ponencia Medios represivos del crimen en uno de los primeros encuentros latinoamericanos de criminología (1). Sin embargo, no pudo penetrar en los móviles secretos del presunto culpable tan empeñado en no actuar como suele indicar la psicología del delincuente.

Ahora, en 1954, Ortiz, explicita sus dudas. No había olvidado los detalles de un caso tan difundido y recargado por los periódicos, la radio y las cintas cinematográficas de Manolo Alonso(2) en La Noticia del día, y luego legitimado por los tribunales. A una pregunta de un reportero de la revista Bohemia, respondió precisando las características criminales del caso y la incapacidad de los jueces para tenerlas en cuenta. Oigamos a Ortiz; pero con la atención que en aquellos días no tuvo…

“René Hidalgo Ramos fue juzgado prematuramente por la opinión pública, ya que sin estar identificado como autor del hecho se concibió un personaje repulsivo, de instintos sádicos, perversos y carente de sentimientos humanos. La opinión pública sancionó colectivamente al autor del hecho sin analizar las circunstancias que habían concurrido en el suceso, ni los antecedentes personales que necesariamente debían de tenerse en cuenta, para hacer un juicio sobre la personalidad criminal de mayor o menor peligrosidad de René Hidalgo.”

Preguntemos, como tal vez le preguntó el periodista: ¿No valora usted el acto tan primitivo de descuartizarla?

“El hecho de desmembrar el cadáver de la víctima con el aparente propósito de ocultar su ulterior identificación y transportarlo desde la casa habitada por numerosos vecinos, no refleja la personalidad criminal depravada y repulsiva del sujeto. Cualquier persona, sin distinción de clase social, gozando de buen concepto público, en un caso similar bien por accidente o por acción dolosa, sin la intención de ocasionar la muerte de un semejante, puede intentar, a posteriori, encubrir u ocultar el delito por ese medio u otros, de acuerdo con el estado psíquico alterado del individuo. Antes del crimen, Hidalgo Ramos tenía prestigio de hombre afable, respetuoso, sin manifestaciones violentas…”

Tras un silencio en que el policía espero una pregunta, un reparo del reportero de Bohemia, añadió: “Hidalgo no pensó en la coartada, pues de haberlo hecho hubiera trasladado el cuerpo de Celia Margarita Mena a la casa de socorros más próxima, quedando su versión única como relativa a un accidente, sin otras pruebas en contrario, que a mi entender serían de muy difícil obtención”.

OTRA CARA

 Uno de los pocos periodistas que no sucumbieron al escándalo aventado tras el hallazgo sucesivo del cadáver descuartizado de Celia Margarita Mena, aparecía en el directorio periodístico como Manuel de Jesús Hernández González, nacido en Cienfuegos durante 1901. Treinta años más tarde, integró allí la plantilla del periódico El Comercio. Fue corresponsal de El Mundo. Y en 1943 recibió certificado de aptitud profesional de la escuela Manuel Márquez Sterling. Ahora, en 1954, sentado a su máquina, concibió esta declaración para un reportero de Bohemia: “El proceso fue largo y hasta escribí un folleto, donde hacía resaltar los juicios más notables de hombres de leyes, de ciencia e investigadores policíacos. El caso puede resumirse en pocas palabras. René, Celia Margarita y posiblemente dos personas más, estaban en una fiesta íntima en la casa de apartamentos de la calzada de Monte. Celia, bajo los efectos de drogas narcóticas -según la prueba científica de las vísceras, tenía en su organismo sales de cocaína- sufrió en el baño un accidente y murió a consecuencia de un golpe. Los asistentes sufrieron un espantoso pánico. Uno de los amigos de Hidalgo no quiso dejarlo solo y ambos trucidaron el cadáver.

“Cuando se hizo público unos opinaban que era un homicidio; otros, un asesinato, y se fueron ensañando con el ex policía, hasta que llegó al banquillo de los acusados. La Audiencia lo condenó por asesinato –con tesis equivalente a 26 años de presidio. Se presentó recurso ante el Supremo y este máximo organismo judicial calificó el delito por homicidio, pero mantuvo la misma pena, cosa que hizo promover otra vez comentarios de los juristas más distinguidos de la época. René Hidalgo ha sido condenado por dos delitos distintos a la misma pena, de una base que desde su inicio resultaba contraproducente.

“Soy periodista y el periodista debe ceñirse a los hechos probados, y contra René Hidalgo el único delito probado fue repartir los paquetes de una mujer trucidada cuando ya estaba muerta. Una infracción justificada, nunca un asesinato”.

MÁS DETALLES Y PREGUNTAS

 En esos días de 1954, luego de tantos años de encierro, se hablaba del indulto A René Hidalgo. El presunto descuartizador podía aspirar al perdón presidencial tras haber cumplido la mitad de su condena. Pero la prensa recurría a su caja de hipérboles, tensaba su furia y añadía nuevas fórmulas descriptivas que parecían renovar el listado de monstruosidades, tan lozanas en su capacidad de conmover como en aquellas jornadas de 1939. ¿Cómo los periodistas lograron conocer tantos detalles de de la muerte de Celia Margarita Mena, sin que hubiese espacio para sospechar que cada uno de sus elementos se montaba sobre una armadura de truculencias? ¿Por confesión del propio Hidalgo? ¿Por una investigación desprejuiciada? La instrucción de Ortiz, ya vimos, no fue atendida por los tribunales.

En el Reclusorio Nacional para Varones de Isla de Pinos –antes de l938 llamado Presidio Modelo-, René Hidalgo se comportaba como un hombre excepcional, un recluso ejemplar. En su cara fue burilándose la máscara de una resignada frustración. Triste y sereno; amargado y noble. Esa era la conjunción de líneas que ovalaban su retrato. El historiador podría preguntarse: ¿Hipocresía? Y si así hubiese sido, con qué intensidad había logrado reprimir los instintos salvajes que su crimen hacía creer. Porque ninguno de sus compañeros de reclusión guardaba una queja, o atizaba venganza, envidia contra él, ni las autoridades podían dejar de estimarlo como el preso discreto, pacífico, laborioso que rompía la uniformidad de aquel ambiente de hombres habitualmente abyectos, a pesar de la historia que lo hacía indigno de haber nacido de mujer. Si el presidio entonces solía envilecer más a los reclusos, René Hidalgo pasó por esos soterrados inhumanos sin contaminarse. Pedía para otros: redactaba solicitudes de indulto, cartas familiares…

Varios especialistas, entre ellos el juez doctor Waldo Medina, lo habían observado en secreto. Empeñados en averiguar la psicología de aquel preso tan poco común, intentaron confrontar la índole aparente del llamado “descuartizador” y la más recóndita condición del convicto. Querían, aparte de intereses profesionales, determinar si en verdad la historia minuciosa y macabramente contada por los medios de difusión se ajustaba a la verdad de este hombre que podría estar encarnando el papel de víctima más que de criminal. Cada vez que hubo necesidad de aplicar la necropsia  al cuerpo de un recluso muerto por enfermedad, reyerta o intento de fuga, René Hidalgo recibía la encomienda de ayudar al médico. Sus manos actuaban torpemente. En ningún momento las utilizaba con la certeza del supuesto hábil aprendiz de médico o de veterinario, según la prensa, cuya pericia había trucidado mediante cortes finísimos el cadáver de su amante. Tampoco en su rostro aparecían indicios de rechazo o reacción violenta ante una experiencia parecida a su pretendida experiencia como descuartizador de cadáveres.

Enrique Fernández Parajón, jefe entonces de la policía secreta, confirmó, también en 1954, la índole mansa, juiciosa del condenado. Siendo muy jóvenes, ambos estudiaron en los Estados Unidos. “Allí lo apodaban El Patato. Su conducta en el colegio fue ejemplar. No recuerdo ninguna bronca suya. Era un muchacho normal y estimo que de recobrar la libertad será un buen ciudadano. Tuvo una gran educación y pertenece a una familia honrada”.

Al mismo tiempo, el doctor Waldo Medina lo definió como el “recluso modelo, hombre superior, recluso excepcional, no lastimado en su dignidad por la prisión”. Lo apoyaba el poeta José Lezama Lima, que había ejercido como funcionario en la cárcel de La Habana, y que evaluaba a Hidalgo “por su conducta uniformemente buena, como el preso número uno”.

Manuel Rojas Figueroa, que trabajó 17 años en el presidio de Isla de Pinos, lo recordó como “hombre culto que en la cárcel se superó más. Por si fuera poco, se hizo delineante en el departamento de ingeniería”. Como recurso definitivo, quienes proponían el perdón presidencial se apoyaban en una especie de axioma: “Más de trece años de prisión son suficientes para desenmascarar a un simulador”.

Ante estos argumentos, habrá que cambiar las preguntas para empezar a redimir la memoria de este hombre cuya tumba se oscurece con una fama de hombre primitivo que parece ser injusta. Y mientras los archivos cubanos conserven los periódicos y revistas de 1939 en lo adelante, ofrecerán a periodistas y narradores páginas, notas y reportajes que seguirán mayoritariamente repitiendo cuanto entonces se publicó sobre este expediente criminal aparentemente tan nutrido por el enigma. Si Hidalgo era una persona culta, inteligente, sin tendencia a la violencia, incluso con experiencia policial, por qué actuó de modo que al final, como en retrospectiva, el descuartizamiento y el escamoteo del cadáver de Celia Margarita lo buscarían a él, amante de la mujer. ¿O es que el homicidio resultó accidental y el desmembramiento encubridor de la víctima fue obra de un personaje nunca incluido en la causa: cómplice o allegado experto?

Invoquemos nuevamente al doctor Waldo Medina, cuya conducta lo recomendaba como inmune al soborno u otras flaquezas. Baste contar cómo a inicios de su faena judicial -juez de Corralillo- el mandamás de esa región villareña, viendo que a ese “juececito” no se le podía amarrar como un perro o un cerdo, ordenó eliminarlo. Lo balearon y lo dejaron como un guayo, aunque sobrevivió. En la década de los 1950, empezó a ser reconocido como “juez del pueblo”. En el caso de René Hidalgo, el doctor Medina se puso a favor del condenado y fue uno de los defensores del indulto. Su cercanía del Presidio como juez de Nueva Gerona, lo ubicó en una posición apropiada para conquistar la confianza del recluso y valorarlo. En 1952, Hidalgo se casó, aún en presidio, con una mujer de Pinar del Río. Años después del indulto, de acuerdo con la confesión del ex juez y colaborador de Bohemia y El Mundo, al autor de este reportaje, el ex juez fue padrino de la boda de la hija de Hidalgo. Esa familiaridad vale por una absolución.

El 19 de diciembre de 1948, el doctor Medina publicó en Bohemia un extenso artículo titulado “Tumbas sin nombres”. Y menciona a Hidalgo y la hoja clínica que le había cerrado una prensa ansiosa de episodios truculentos. Admite que Hidalgo mató a su amante sin propósito de hacerlo y que la causa de la muerte podría haber sido “un puñetazo que desencadenó la epilepsia que la mujer padecía (…) o fea práctica maltusiana fallida en manos de un médico muy amigo (¿quién sabe?)”

¿Por qué el doctor Medina sugirió la posibilidad de un aborto que terminó con la muerte de la mujer? ¿Qué sabía? Algo conocía de la historia que René Hidalgo, contra toda lógica, pretendía callar, y por ello el juez solo hacía asomar un ápice de la presunción que podría insinuar la verdad probable. Más de 20 años después, Waldo Medina me reveló que, en efecto, René Hidalgo quiso proteger el crédito de un amigo médico. Y el investigador puede deducir que aunque el aborto era legal desde 1936, es presumible que el especialista lo hubiera practicado en el apartamento del edificio Larrea y ello, al saberse, habría dañado por lo mínimo el prestigio del médico o tal vez hubiera incurrido en responsabilidad penal. Desde esa perspectiva, el descuartizamiento resalta como un modo de escamotear el cadáver para ocultar el aborto fatídico. ¿No habló acaso el periodista Manuel de Jesús Hernández González de que en el análisis de las vísceras de Celia Margarita Mena, los forenses habían encontrado rastros de sales de cocaína? Y este alcaloide, más que sugerir una adicción en la mujer –que hubiera servido a Hidalgo para justificar una caída y un golpe mortal de haber sido cierta esa versión-, ¿no pudo ser utilizado como anestésico para realizar la intervención quirúrgica? Según criterios médicos, era entonces un anestésico, antes de que el opio lo sustituyera. ¿No encaja también en la hipótesis el amigo que, en la historia del reportero Hernández González, se queda con Hidalgo para ayudarlo a desmembrar el cadáver?

Las autoridades y la prensa repararon en que los cortes perfectos de la trucidada correspondían a un sujeto familiarizado con las habilidades de los cirujanos. Décadas después del suceso, Ignacio Cárdenas Acuña, novelista policial, autor de Enigma para un domingo, contó durante una edición de la Semana Negra de Gijón, en España, que él, en edad juvenil, presenció casualmente el hallazgo del tronco de Celia Margarita. “Por la forma en que estaba seccionado el cuerpo” se supo que el criminal poseía conocimientos de cirugía, dijo. Pero René Hidalgo no era carnicero, que saben manejar hachuela y cuchillo, ni había estudiado medicina o veterinaria. En el archivo central de la Universidad de La Habana su nombre no figura como matriculado alguna vez en esa casa de estudios. Y en los Estados Unidos, según Fernández Parajón, ambos estudiaron en un colegio, no en una universidad.

Antes de su muerte en 1986, Waldo Medina me dijo que aquella suposición de 1948, era la verdad que Hidalgo ocultaba asumiendo el presidió de manera tan abnegada y silenciosa para salvaguardar a un amigo. Pero las palabras del ex juez son solo verdad para mí. Fui el único que las oyó ese día. Si los lectores dudaran de mi testimonio, dejo, en cambio, las preguntas y los argumentos desarrollados en este reportaje: todavía están aptos para cuestionar la crónica de monstruosa perversidad engendrada por una prensa irresponsable, simple mal negocio en un país donde, en 1940, según la revista Cine-Gráfico, nadie podía esperar que “las noticias que originen verdaderos estremecimientos de curiosidad en los espectadores, se sucedan ininterrumpidamente” (3). Es decir, no abundaban. Y ente esa carencia de interés en los periódicos, las noticias tenían que inventarse. O adulterarse. (Reportaje publicada en (http://lapalmadelamano.blogcip.cu/, en Cubahora)

 

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 Notas (1)América Latina y su criminología, libro publicado en 1987, por la socióloga venezolana Rosa del Olmo, fallecida en 2002.

(2) Natural de La Habana, Manuel Alonso García, periodista y dibujante; fundó La Noticia del Día, junto con Jorge Piñeyro, como apéndice del Noticiario Cinematográfico.

(3) “El zar del cine cubano”, artículo, de Arturo Agramonte y Luciano Castillo. http://www.lajiribilla.co.cu/paraimprimir/nro80/2147_80_imp.html

¿HISTORIADOR TÚ?

Por Argelio Santiesteban *

DE qué historia hablamos, señores de la Florida  

 

Se dice  –con toda la razón capaz de albergarse bajo la bóveda celeste—que la ignorancia es descocada, desaforadamente atrevida. Sí, la estulticia se muestra en cueros, desvergonzada, a calzón quitado.

     Esa idea me vino al occipucio cuando hojeaba el libro Breve historia de Cuba (1), de Jaime Suchlicki, publicado en la Florida.

   Los dislates, en este engendro infeliz, ya saltan a la vista cuando se pretende historiar los mismísimos días inaugurales. Nos dicen que, en 1492, “Cristóbal Colón descubrió y exploró a Cuba” (p. 229). Y los dos verbos contenidos en la declaración constituyen barbaridades que no absolvería ningún padre confesor.

   En primer lugar, desempolva el manido tópico del “Descubrimiento”. Ya Eduardo Galeano –con su deliciosa ironía--  ha dicho que las legiones romanas, cuando arribaron a la península ibérica, no “descubrieron” esa área, pues ya estaba habitada. Y, que yo sepa, los mal llamados indocubanos eran gente, y no jutías ni almiquíes.

   Por otra parte, el Gran Almirante de la Mar Océana no “exploró” a Cuba en su incursión. Dio unas cuantas vueltecitas por la costa nororiental. Envió a tierra a una avanzadilla, primeros europeos que vieron fumar. Dijo aquello de “ninguna cosa tan fermosa vide”, cliché que repetiría en otros parajes, pues la riqueza literaria no era su fuerte. Plantó una cruz en Baracoa. Y se largó hacia Quisqueya. Pero el territorio del archipiélago permanecería inexplorado hasta muchas décadas tras el desembarco de Diego Velásquez.

   Estimados acompañantes en este accidentado viaje libresco: movámonos en el tiempo para saber que “bajo la administración de Carlos III (1759-1788) se convirtió en un monopolio del gobierno” la comercialización del tabaco (p. 22). Cualquier mediano conocedor del ayer cubano sabe que los vegueros protagonizaron, en la primera mitad de los 1700, varias asonadas, por el trato abusivo que sufrían bajo el estanco. Por lo que dice el libro, da la impresión de que a los isleños de Jesús del Monte no los ahorcaron por rebeldía, sino que su diversión preferida estribaba en balacearse al extremo de una soga. (El propio autor se contradice en la p. 36).

   El Papel Periódico de La Havana, que vio la luz en 1790, fue –nos revela Suchlicki--  el “primer diario de Cuba” (p. 45). Para empezar, dos publicaciones periódicas le antecedieron: El Pensador y Gazeta. Además, El Papel  jamás fue un diario, pues se inauguró como hebdomadario y después tuvo frecuencia bisemanal, nunca cotidiana.

   Ahora sí, sufridos lectores, han ustedes de ajustarse el cinturón de seguridad. Porque este pozo de ciencia nos pone al tanto de que Aponte no terminó con la cabeza sobre una pica, en la intersección de las calles hoy llamadas Reina y Belascoaín, sino que “liberó a los negros” (p. 230). (No comment!, como dicen los anglófonos cuando quieren guardar silencio).

   Desde la Península –ahora la floridana, no la ibérica--  el enterado profesor Suchlicki nos hace saber que Juan Gualberto Gómez fue “un distinguido general negro de la guerra contra España” (p. 70). Y a eso sí que le zumba el proverbial merequetén.

   Hallamos en Juan Gualberto a una cúspide inconmensurable del civilismo independentista, lo que le valió dos estancias en el infierno de Ceuta. Fue enemigo jurado de la Enmienda Platt, del entreguista Estrada Palma, de José Miguel –la corrupción en dos patas--, de la hiena que se apellidó Machado.

   Pero bien lejos estuvo de ser un adalid guerrero. Su única participación bélica fue en el fallido Grito de Ibarra, que quizás durase unos diez minutos. Sospecho que jamás tuvo ni la mínima idea de cómo funcionaba un fusil de cerrojo, un bolt action, es decir, un mauser o un remington.

   Ah, pero el historiador miamense nos presenta a Juan Gualberto como si –por ejemplo--  él hubiese capitaneado –y no Quintín Banderas--  la aguerrida infantería oriental en la oleada invasora maceísta.

   El siglo XX no queda a salvo en cuanto a las meteduras de pata, en las cuales el doctor Suchlicki resulta un indiscutible perito ejecutor. Así, nos informa que la Primera Intervención se mantuvo durante “dos años” (p. 69). La más elemental aritmética de bodeguero permite saber que entre el momento en que se inaugura 1899 y el 20 de mayo de 1902 media un lapso temporal superior a los tres años y cuatro meses. Pero el autor tampoco es diestro en tan pedestre cómputo.

   ¿Qué más? Pues olvidaba decirles que Ramón Grau San Martín fue “un distinguido profesor de Filosofía” (p. 86), y nunca ejerció la docencia en Fisiología. (Estos desatinos… ¿tendrán alguna relación con el estrecho vínculo que Suchlicki mantiene con los Bacardí, y sus espirituosos productos?).

   Ya casi en nuestros días, Ricardo Bofill resulta investido como “vicerrector de la Universidad de La Habana” (p.244). Ese hijo de Madruga, en su trayectoria académica, tuvo como clímax el nombramiento de administrador del cine Actualidades, en la viejohabanera calle Zulueta.

   Dígase que sólo me he referido a dislates históricos. Pero, de la redacción, ni hablar. Esto parece escrito con el último tramo del intestino grueso.

   Sí, después de esta lectura, que convoca a la indignación, “no hay más pueblo”, como dice el sermo vulgaris cubensis. A pesar de ello, Luis Aguilar León, Profesor Emérito de la Georgetown University califica la obra como “La mejor síntesis que se ha hecho de la historia de Cuba”. Carlos Alberto Montaner, de Firma Press, nos dice que “Recoge todo lo que se necesita saber para entender qué ha sucedido en ese país…”. Y Carmelo Mesa-Lago, de la Universidad de Pittsburg, adjetiva generosamente al libro: “sofisticado […] detallado […] balanceado y objetivo”.

   Jaime Suchlicki, entre otras galas, ostenta la de presidir la cátedra con el sacratísimo nombre de Emilio Bacardí Moreau –superiorísimo santiaguero—y la de dirigir el Instituto de Estudios Cubanos y Cubano-Americanos, en la Universidad de Miami.

   Y me asalta una sospecha. Presumo que, en el exigente mundo académico de Miami, los alborotadores canes de mi barrio podrían alcanzar rango de eruditos.

   Todo esto me trae a la mente cierto comentario que, ante la incoherencia, suele proferir el actor Mario Limonta, cuando en un programa radial humorístico rezonga: “Caballeros, esto no es serio… ¡esto es bufo!”.

 

(1) Jaime Suchlicki: Breve historia de Cuba. Environ Publishers. Coral Gables. 2002.

* ARGELIO SANTIESTEBAN (Cuba, 1945): Periodista y escritor. Recibió el Premio Nacional de la Crítica.

 

 

CRÓNICA TRANSEÚNTE

CRÓNICA TRANSEÚNTE

Por Luis Sexto

 

En el aniversario 490 de La Habana

 

El  agua se despedazaba contra  los arrecifes destellando puntos de estaño frío. Llegué a pie bordeando el muro del Malecón hasta el muelle de Caballería donde  ya no atraca la lancha que nos pasaba al otro lado del canal de la bahía;  ahora finaliza su travesía cuatro o cinco cuadras  más al sur, en el de Luz  Miré al norte. Contemplé el Cristo que desde la colina de Casa Blanca asume el gesto impertérrito de la bondad de una mano que se alzaba para bendecir. Luego aspiré el aire salitroso que mece, como un santo y seña de la hora, el aroma del café. Olor genital de La Habana Vieja, destilado de mañanita al vapor de diversos y variados establecimientos para turistas. Más allá de la superficie del aire inmediato, detecté el olor único e indestructible, mezcla de mariscos, pescado, gas, basura descompuesta, que se adelanta a los ojos de quienes arriban a la ciudad  por ferrocarril.

 La Habana penetra, sorprende  primeramente por la nariz, en la atomizada bienvenida de sus efluvios más profundos provenientes de los intestinos de la bahía y el barrio industrial de Luyanó.  Reinstalado en el olor predominante en derredor, tuve deseos de probar aquella infusión que seducía con un gusto original, irrepetible en las cafeteras domésticas. Me recomendaron el restaurante situado junto a la Catedral. Bebí el expreso. Fuerte. Oscuro. Rizado con el oro de la espuma. Y luego entré en el templo. Oré sin recitar. Mi oración fue una mirada fija, quejumbrosa, hacia el altar  atestado de dorados barroquismos.

Mientras caminaba hacia la restablecida  plaza del convento de San Francisco de Asís, reflexionaba en la mezcla de contradicciones de La Habana. En las celdas de este peñón pío y humilladero de la calle de Oficios, quizás el más antiguo de la villa, habitó durante un tiempo San Francisco Solano. La Habana era entonces más proclive a los aspavientos religiosos que a la íntima sinceridad de la fe, según hacían notar los libros que ciertos viajeros publicaron después de haberla recorrido desde el puerto –crucero de todas las ambiciones y maldades de las Américas- hasta los barrios periféricos donde crepitaban la opulencia y el vicio.

La Habana se originó en la contradicción. Ni aun el elogio de cuantos la visitaron en el siglo XIX, época de esplendor, esquivó ese destino que unce la ciudad a lo paradójico  Y entre adjetivos de bella, plástica, incomparable, animada, bulliciosa, o títulos de émula de París y Londres, paño de lágrimas, las impresiones extranjeras anotaron  que La Habana era festival de la muerte, asamblea de malos olores, puerto carísimo para comer e incómodo para dormir, donde se encontraba mucho de sorprendente y poco de admirable.

El viajero entonces desembarcaba en una villa donde la abundancia del dinero y del lujo le impactaba, y luego topaba con la fiebre amarilla o el cólera anidados en basureros y  charcos; o en medio de la exquisita confusión de casas y edificios pintados de amarillo, verde, azul, contrastando con las luces y la sombras, tenía que “saber maromas” para andar por las escuetas aceras de intramuros; o seguro de que había llegado a un puerto de los de más alta civilización, debía pernoctar en el buque, pues no conseguía albergue en tierra, y en otros momentos no hallaba hotel montado a la europea para estar en compañía del confort.  O no había agua. Porque ubicada tentativamente en dos sitios  previos, en el sur y en el norte, se asentó la tercera vez junto a una bahía de bolsa, con un angosto canal de acceso, refugio providencial contra huracanes y propicia a las opciones defensivas de la ciudad, pero sin fuentes de abasto.

Quizás en ese revoltijo de contradicciones radica el hechizo de La Habana. En esa presencia impresentable, en ese abigarrado desorden, depositó su dechado de seducción. O se cobijó en sus habitantes, contradictorios también, indisciplinados desde los días liminares de la villa. Eran, según las quejas de los gobernadores, opuestos a cuanto se les mandaba y tan modelados a su arbitrio que todo costaba no poca dificultad. Gente por lo demás amorosa y hospitalaria, capaz de partirse en reverencias de cumplimientos, pero irrespetuosa hasta humedecer con sus escupitajos cualquier conversación y virar al revés el estómago de su interlocutor. Gente denodada para defender su ciudad del pirata o del corsario, y a la vez remolona para cumplir la vigilancia miliciana en las costas.

La Habana no se ciñó a nacer y progresar entre la paradoja. Trasmitió esa circunstancia a las sucesivas imágenes que de sí misma fueron forjándose en el hilo de los siglos. Haciéndose distinta continuó igual; se guardó fidelidad como en un matrimonio de un solo miembro. Y por ello para entenderla y explicarla, uno  precisa leer en ruta inversa: del hoy al ayer. Sus problemas básicos no cuentan 30, ni 50, ni 100 años. El solar, la ciudadela, la periferia de cinc y cartón, el hacinamiento se multiplicaron  por el imán infinito de la tradición cuando, luego de desaparecer la esclavitud, los recién entrenados proletarios negros asumieron a La Habana como la regenadora de las injusticias y angustias vitales que los habían bestializado. Y La Habana, que nunca construyó para la masividad, ni creó abasto propio, continuó recibiendo como a través de un viaducto promisorio, el éxodo provinciano en una república rutilante en su cabeza y opaca en el resto del cuerpo. Porque para el cubano, la capital no ha sido la urbe de las paradojas, sino la ciudad de las esperanzas...

En los últimos años del siglo XX, retomó su pervertido oficio de escandalizar. Ruido y provocaciones cortan el paso del transeúnte. Con apetito de alguna emoción rara, autoricé que me sedujeran mediante un españolizado sí, hombre. Y aquel cicerone sin mangas me llevó por el Malecón. Sobre el muro recitó una frase copiada quizás de  Alejo Carpentier. Las gotas de una de las recientes marejadas le encristalaban la piel; de lejos hubiese parecido que sudaba el centavo que proyectaba quitarme. Este muro -decía- es la quintaesencia de las ensoñaciones habaneras. Eso pasaba como justo y bueno. Pero todavía me pregunto qué tipo de español se habría figurado él que soy, porque frente a la farola del Morro me informó que en ese castillo había peleado contra los ingleses el General... Elpidio Valdés*.

 

*Héroe de una célebre historieta infantil cubana de Juan padrón

 

 

 

 

 

 

DUELO EN LA LOMA DEL PELADERO

DUELO EN LA LOMA DEL PELADERO

Por Luis Sexto

Una página que se escurre entre las crónicas y las leyendas de la guerra de los Diez años, en Cuba

Ningún papel ha dicho si decursaba el día o la noche. Lástima que los que construyen la historia no sean videntes, brujos que invocaran y revivieran el pasado; más bien son escribas estrictos, apegados a los datos, renegados de la imaginación. Si un poeta hubiera estado presente, los apuntes, además de señalar que transcurría el 26 de mayo de 1871, habrían trasmitido la tensión, la humedad, la recia exaltación de aquel hecho cuyo escenario tenía un nombre adecuado a la jornada: loma del Peladero. Sitio desolado, cerca de Guantánamo; también más próximo a la soledad de las nubes.

Allí los dos contendientes se observaban. Los hombres de ambas fuerzas se apartaron. El pleito será entre los jefes. Miguel Pérez, con 71 años, pero experto en golpear; astuto, feroz, macizo en el rencor. Y  un mambí, negro, con 30 y toda la vindicación de su gente y su patria en cada fibra del cuerpo espigado, cimbreante.

Dos meses después el retrato de Miguel Pérez  circuló por Madrid. La Ilustración española y americana publicó la imagen del guerrillero, cuyo anguloso rostro, tenso como el odio, se distinguía por un bigote blanco y severo.  No era  este señor que la revista madrileña exaltaba, el Pérez cualquiera del dicho. En España lo presentaban como un modelo cubano de fidelidad a la madre patria. 

En  Cuba, los alzados en armas contra España lo maldecían por su traición y por la sevicia con que había perseguido a los soldados de la independencia.

Temprano, Miguel Pérez eligió la sangre como afición y el abuso por oficio. Al frente de un pelotón de facinerosos, al que nombró “escuadras de Guantánamo”, acosaba a esclavos cimarrones para devolverlos a sus amos.

La guerra de 1868 le redobló el ímpetu abusador. Patriota que apresara la gavilla de Miguel Pérez –fuese hombre o mujer, niño o anciano- moría bajo la inexorable geometría del machete o colgaba de un árbol como una fruta de dolor.

-¡Ni un mártir más, a manos de ese criminal! -le ordenó Máximo Gómez al oficial que llamaban Guillermón,  ágil, sagaz, limpio como el primer vagido de los recién nacidos.

Los ojos de Gómez, tan pequeños como si estuvieran deslumbrados siempre por el fulgor del día, más que rostros juzgaban hechos, y por tanto no eligieron como en un juego de azar al combatiente para la misión de muerte que debía ejecutarse sin la algazara de las pasiones; sólo con el equilibrado tino de la convicción… Veinticuatro años después, mientras paseaba por las calles aún españolas de Santiago de Cuba, los jóvenes se cuadraban ante la épica presencia del General Guillermón, que, ya con el cuerpo herido definitivamente por un enemigo entonces imbatible, la tuberculosis, prefirió morir en la manigua para que el Alto Oriente no fallara el 24 de Febrero.

Ahora, en 1871, el tercer año de los diez de la campaña convocada por Carlos Manuel de Céspedes, la guerra se transmutó para la soberbia de Miguel Pérez en la guerra contra el negro Guillermón. Se enteró del nombre de quien había sido privilegiado como vindicador de las víctimas de su crueldad. Y buscó a quien lo buscaba. Hasta  el desenlace en la loma del Peladero.

Este cartel lo desafió, desde el tronco de una palma: 

“A Guillermo Moncada, donde se encuentre.

“Mambí: No está lejos el día en que pueda, sobre el campo de la lucha, bañado por tu sangre, izar la bandera española sobre las trizas de la cubana.”

-Vamos a ver, si el gallo canta, dijo ante su tropa, que rió.

Días más tarde, el santiaguero escribió al dorso:

“A Miguel Pérez y Céspedes, donde se hallare.

“Enemigo: Por dicha mía se aproxima la hora en que mediremos nuestras armas. No me jacto de nada; pero te prometo que mi brazo y mi corazón de cubano tienen fe en la victoria.

“Y siento que un hermano extraviado me brinde la triste oportunidad de quitarle filo a mi machete.

“Mas, porque Cuba sea libre hasta el mismo mal, es bien.”

Y sin desmontarse, estirándose ligeramente, clavó  el papel en el mismo árbol. Luego, el encuentro, en el que se mezclan la historia y la leyenda.

¿Era de día o de noche? Si los papeles no lo declaran, es porque en la loma del Peladero el día y la noche se alternaban vertiginosamente en la justicia y el odio: los machetes en el aire convocaban relámpagos y sombras.

Una palabrota. Un golpe. Una blasfemia.  ¿Cuántos más necesitó el duelo?

El mambí alzó el brazo. Miguel Pérez se encogió casi imperceptiblemente. Sus ojos abiertos  no vieron el vibrante perfil del arma salir de su cuerpo luego del tajo definitivo.


CÓMO LANZAR A LA FAMA A UNA BLOGUERA ANTICASTRISTA

 Por Pascual Serrano

Reinaldo Escobar, el esposo de la bloguera Yoani Sánchez, nos ha facilitado la enumeración de la coordinación mediática mundial para lanzar al estrellato el blog de su esposa. Inaugurado en abril de 2007, en octubre el corresponsal de la agencia Reuters lanzó un cable de agencia que se publica en varios periódicos del mundo. Dos meses después The Wall Street Journal, le dedica una página completa con llamada en primera plana. Pocos días más tarde el periódico español El País, el 3 de enero de 2008, le publica una entrevista en la contraportada.

Al mes siguiente, en febrero, con motivo de la elección del nuevo presidente de los Consejos de Estado y de Ministros de Cuba, numerosos enviados especiales y corresponsales entrevistan a Yoani Sánchez. Su propio esposo señala que "como si se tratara de una meca caribeña, la mayoría de ellos peregrinó hasta el piso 14 del edificio donde vive la bloggera. Literalmente, hubo que hacer cola para entrevistarla. The New York Times, The Zeit, Newsweek, Washington Post, Reporteros sin Fronteras, la televisión alemana, la española, Aljazira ".

En el mes de marzo, señala Escobar que "gracias a otros amigos", es posible leerla en 12 lenguas. Impresionante, porque ningún colectivo social u organización de derechos humanos, tiene tantos "amigos" como para que traduzcan sus campañas a tantos idiomas.

En abril, recibe de parte del diario El País el premio Ortega y Gasset de Periodismo Digital y en mayo la revista estadounidense Time la sitúa entre las 100 personas más influyentes del mundo en la categoría "héroes y pioneros".

En noviembre, le conceden el premio del jurado en el concurso español Bitácoras.com , precisamente el único que se designa sin la votación de los lectores. Una semana después el jurado de The BOBs, integrado por doce periodistas -casualmente sólo hispanoparlante-, entre ellos una representante de Reporteros sin Fronteras, la organización que se ha caracterizado por sus furibundos ataques a Cuba, le concede el premio en la categoría Mejor Weblog, patrocinado por grandes multinacionales de telecomunicaciones como HP o HTC Corp, el principal proveedor mundial de Windows Mobile.

Ese mismo mes, de nuevo El País, ahora en su dominical, la incluye en los 100 hispanoamericanos más notables del año; también la revista Foreign Policy, editada por el Fondo Carnegie para la Paz Internacional, think tank privado dedicado a fomentar la presencia de los Estados Unidos en la política internacional, la elige entre los 10 intelectuales más importantes del año en Iberoamérica. Otro tanto hizo la revista privada editada en México Gato Pardo.

Es curioso, pero ninguno de esos galardones y nombramientos ha procedido de colectivos sociales o votaciones populares, siempre de grandes grupos de comunicación, fundamentalmente estadounidenses y españoles; y patrocinados por grupos multinacionales.

Dice su esposo, que los enemigos de Yoani Sánchez le acusan de "asalariada del imperio o agente de la CIA". No seré yo quien haga esas afirmaciones sin pruebas, sólo me he limitado a señalar quiénes han participado en la campaña para premiar y difundir su blog. (Tomado de Rebelión)

www.pascualserrano.net

 

 

 

EL TRATADO DE PARÍS DE 1898

EL TRATADO DE PARÍS DE 1898

Por Gustavo Placer Cervera

El 10 de diciembre de 1898 los comisionados españoles y estadounidenses firmaron el denominado Tratado de Paz entre Estados Unidos y España con el que se ponía fin, de manera oficial, al estado de guerra entre ambos países, que había tenido su inicio cuando el gobierno norteamericano intervino militarmente en la contienda que los cubanos sostenían contra el régimen colonial español.

Con el acto de la firma concluía un proceso de negociaciones diplomáticas comenzado mucho antes. Más que un convenio el mencionado Tratado era un dikta del vencedor. En efecto, las hostilidades entre ambos adversarios no se habían suspendido por un simple "alto el fuego" sino cuando el gobierno de Madrid aceptó un conjunto de exigencias norteamericanas que, firmadas el 12 de agosto de 1898, condicionaron las negociaciones del Tratado de Paz definitivo en las cuales, por acuerdo entre españoles y estadounidenses quedó excluida cualquier representación de los patriotas cubanos y filipinos.

El gobierno de Washington no quería ninguna interferencia en sus planes imperialistas y el de Madrid se plegaba a sus designios. Desde la primera reunión de la Conferencia de Paz, la delegación estadounidense dio a conocer su posición inflexible respecto a la ocupación de Cuba y la cesión de Puerto Rico. La representación española dirigió entonces sus esfuerzos a traspasar a Estados Unidos, junto a la soberanía sobre Cuba, la denominada "deuda cubana" (obligaciones financieras que el gobierno español había suscrito con particulares para financiar la administración colonial de Cuba, lo que incluía los gastos de guerra) que ascendía a la suma de 456 millones de dólares. Esa propuesta fue rechazada rotundamente por la parte norteamericana.

El siguiente problema planteado fue el destino de las Filipinas. El protocolo del armisticio firmado el 12 de agosto había aplazado la decisión sobre el futuro del archipiélago hasta la firma del Tratado de Paz. El 31 de octubre la delegación estadounidense dio a conocer que reclamaba la totalidad del conjunto insular. La alternativa era la reanudación de las hostilidades. Los veinte millones de dólares ofrecidos como compensación permitieron "salvar la cara" de los representantes de Madrid. Las peticiones españolas relativas a opción de nacionalidad, reconocimiento de contratos y obligaciones y designación de una comisión internacional que investigara el hundimiento del acorazado Maine fueron rechazadas de plano.

De esa manera, el primer artículo del documento expresó la renuncia de España a todo derecho de soberanía y propiedad sobre Cuba, que pasaría a ser ocupada por los Estados Unidos; de acuerdo al artículo segundo cedió la isla de Puerto Rico y las demás bajo su jurisdicción en las Antillas, y la de Guam en el Océano Pacífico; y por el tercero España traspasó a Estados Unidos a las Islas Filipinas, a cambio de los 20 millones de dólares ya mencionados.

Así fue como quedó marcado el porvenir de nuestros países y pueblos que tendrían que seguir luchando por su independencia y soberanía. Puerto Rico, ciento diez años después, sigue siendo una colonia estadounidense; Filipinas no vería reconocida su independencia sino en 1946.

En cuanto a Cuba, el Tratado de París echaba por tierra el sacrificio de su pueblo, durante 30 años de cruenta guerra que llevó aparejada la inmolación de varias decenas de miles de patriotas y la destrucción de gran parte de sus riquezas materiales. Un conjunto de factores condujo poco después a Estados Unidos al establecimiento en Cuba del modelo de dominación neocolonial y los vicios consecuentes a la administración foránea. La "república" salida de la ocupación norteamericana sancionada por el Tratado de París fue convertida en un protectorado.

Muchos años de lucha y sacrificio costaría a nuestro pueblo librarse para siempre de aquella ignominia. (Tomado de Granma, el autor de este texto es doctor en Ciencias Históricas.)

 

CUBA Y EL HERMANO OLALLO

CUBA Y EL HERMANO OLALLO

Por Luis Sexto

La noticia, difundida primeramente por la agencia Zenit, es vieja. La leí en el pasado mes de marzo . Un cubano nacido, formado y fallecido en Cuba, subirá en el 29 de noviembre próximo el penúltimo peldaño del canon de los santos: será proclamado beato de acuerdo con los documentos firmados por Benedicto XVI. Se trata de fray José Olallo Valdés, religioso de la orden de los Hermanos Hospitalarios de San Juan de Dios.

Nació en La Habana en 1820 y murió en Camagüey en 1889. Y ello, hoy aparentemente sin importancia, poseía entonces un profundo y a veces inconsciente sentido nacional. Porque cuando aún brotes y rebrotes del regionalismo entorpecían el desarrollo de la conciencia cubana -incluso frustró la conquista de la independencia en la primera guerra durante el período de l868 a 1878-, Olallo se trasladó hacia Puerto Príncipe y allí murió, como único representante de su orden en Cuba y América. Alguno pensará que politizo o patriotizo también la santidad. Pero ¿por qué no? ¿No transita también el Padre Félix Varela por la ruta crítica del proceso canónico que juzga la heroicidad de sus virtudes cristianas habiendo sido también un cura político y un patriota, hasta anticipar incluso en América Latina a los Arnulfo Romero, los Espinal los Ellacuría? El problema no reside si se es o no político, sino cómo la política y sus afanes de este mundo se vinculan con la fe y la caridad evangélica en los cristianos y en particular en los sacerdotes y religiosos.
Evidentemente, Olallo fue a Camagüey porque cumplía el doble mandato de su voto de obediencia y su vocación hacia la caridad. Pero su acto, cuando todavía el país no se reconocía en toda su extensión y cuando aún existían camagüeyanos que visitaban a Nueva York, sin haber visitado a La Habana, el hermano Olallo, en su gesto nunca amenguado de amor a sus semejantes y también a sus compatriotas, dictó un ejemplo de integridad de índole patriótica. ¿Por qué hemos de separar la ética evangélica de la ética patriótica? Sirvió al prójimo, pero ese próximo, ese hermano enfermo y pobre a quien curaba, bañaba y le lavaba las ropas pútridas de lepra o manchadas de desechos malolientes, era también cubano. ¿O no?

Me siento sumamente feliz por saber que la Iglesia Católica beatificará a un cubano nacido, criado y muerto en la isla. Y de apellido Valdés. Porque fue aquel país colonial, donde no brillaba el “sol del mundo moral”, la justicia, donde todavía se diseminaban las secuelas de la esclavitud, el lugar en que el hermano Olallo sirvió a sus semejantes hasta hacerse santo, es decir, héroe de la virtud. ¿Quién ha dicho que a este pueblo le falta hondura, capacidad de entrega o de abnegación? ¿Quién ha podido decir que entre los cubanos la virtud no prospera? Desde hace más de un siglo, los camagüeyanos, los habitantes de la ciudad de los dos ríos, esa comarca de pastores, según Nicolás Guillén, veneran la memoria de José Olallo. Padre Olallo, como lo llamaban, aunque no aceptó las órdenes sagradas que el arzobispo de Santiago de Cuba le propuso; no aceptó por humildad, por vocación de pobreza en él, servidor de los más pobres; en él, niño depositado en el torno de la Beneficencia. Sin embargo, el pueblo lo llamaba Padre, lo cual confirma que padre es una categoría que se merece con las obras, que no es un título, que es algo más: la entrega y el desprendimiento renuentes a honores y vanidades. La entrega incondicional a quien necesita la mano que alivia y levanta.

El nuevo beato se erige hoy en un ejemplo de virtud para los cubanos de todos los tiempos, seamos creyentes, descreídos, indiferentes o ateos. Hay en su vida un gesto que lo enaltece y nos conmueve en particular por su naturaleza civil sin agravio de la acción cristiana: el hermano Olallo recogió el cadáver del Mayor Ignacio Agramonte, aquel hombre con “alma de beso”, echado como un bulto en la plaza. El pobre hermano hospitalario dio al libertador muerto su único capital: limpió aquel rostro juvenil ya circuido por la santidad de la patria. No sé si el venerable religioso simpatizaba con los insurrectos o rehuía el inmiscuirse en la política militante. Lo cierto es que aquel acto en plenitud de caridad lo ejecutó ante la ira impotente de las tropas españolas, que vengaron su rencor, su intolerancia vencida por el amor cristiano del religioso, quemando el cuerpo del mambí y dispersando sus cenizas en el viento.
El hermano Olallo nos muestra que la fe religiosa sin caridad es práctica seca. Como estéril resulta la militancia política compuesta solo de palabras bonitas sin que los principios otorguen la generosidad suficiente para no solo predicarla sino practicarla.
Admitamos que Cuba está hecha también de hombres como el beato José Olallo Valdés y enriquecida con gestos como los que justificaron su vida para la memoria eterna. Esa vida humilde, callada, abnegada, rica de pobreza -solo con lo mínimo para nutrir su empeño cotidiano de servicio- se empalma con los versos de aquel poeta comunista que cien años más tarde dijo: “Servir es más precioso que brillar”.

Cuba, hermanos, es una sola, aunque plural y diversa. El beato José Olallo, por bueno, por pobre que dio lo único que poseía: su amor a la gente; por cubano, por solidario sin condiciones, nos pertenece a todos.