HOMBRE DE COMBUSTIÓN INTERNA
Don Eduardo Barreiros cumpliría hoy, 24 de octubre, 97 años. En homenaje a su memoria publico fragmentos de la entrevista que a fines de 1991, poco antes de fallecer, me concedió en La Habana para la revista cubana Bohemia.
Luis Sexto - @Sexto_Luis
De mis experiencias como entrevistador, me satisfizo el diálogo con don Eduardo Barreiros, el empresario gallego que trabajó varios años en Cuba en el desarrollo de la entonces proyectada industria automotriz cubana. Al menos el motor Taíno fue su creación, o partió del que fue el reputado motor Barreiros. Es decir, puedo decir que entrevisté a un empresario muy generoso, con fama de millonario, y si ya no lo era, lo había sido o lo era menos. Me parece que toqué los resortes de su sensibilidad.
Le llevé el original a su casa, en la calle 4, en el Vedado. Le pedí lo revisara por si hubiese el periodista equivocado algún dato. Lo leyó. Y me dijo que le parecía muy bien: ¿Cuánto le debo? No me sorprendí. Y le dije que yo debía pagarle la oportunidad de haber hecho una entrevista a persona tan interesante y solidaria como él. Insistió. Y le pedí un favor: Mi hijo termina sus estudios de diseño mecánico; el muchacho lo admira y quisiera pasar el mes de práctica en su oficina y taller, aprendiendo de usted. Concedido, dijo. Y así fue. Hoy, convertido en un ingeniero de alta calificación, Luis Felipe conserva aquel período como un punto rutilante en su currículo: en su bitácora personal hay un texto que exalta al hombre que compartió su experiencia y su conciencia con los cubanos.
¿Aburriré si cito parte de aquel diálogo, y reproduzco alguna de mis impresiones?
“Don Eduardo Barreiro se detuvo sobre los arrecifes de las costas de Galicia; miró hacia el rumbo que seguían entonces millares de sus compatriotas buscando la fortuna en América. Y juró que solo viajaría allí cuando tuviera algo que ofrecer; nunca iría a pedir.
“La escena evidencia las claves que este español ha empleado en sus acciones: pujanza, firmeza y perseverancia. Con el tiempo cumplió aquel juramento, que ni las gaviotas oyeron. Y los vehículos signados por el ocho partido al medio de la marca Barreiros vinieron a este lado del Atlántico a rodar por las autopistas de Colombia, los caminos polvorientos de América Central, las verticales carreteras de los Andes. Y demostraron la probidad con que se elaboraba cada tuerca, cada biela, cada pistón en la fábrica de Madrid, cuyos productos se impusieron en 27 países.
“A Cuba también trajo sus camiones cuando los gobiernos norteamericanos presionaban –como lo hacen todavía- para que ninguna empresa vendiera un tornillo o una medicina a la isla socialista del Caribe.
“Pero este gallego de 72 años, grueso y de andar lento y pensativo, ofreció a Cuba mucho más que los vehículos de hocico aplastado con que se recogían los desechos de la capital durante la década de los 60. Entregó su talento, su experiencia como constructor de automotores.
“Después de vender su fábrica a la empresa norteamericana Chrysler, que lo colocó en esa disyuntiva mediante fórmulas desleales (de las cuales prefiere no hablar), don Eduardo propuso al Gobierno cubano desarrollar la industria automotriz. Para Barreiros era posible realizar en Cuba la obra que a partir de 1951, y sobre una base material escueta, él había levantado en su país.
“La empresa era honra de España y origen de riqueza nacional. Don Eduardo nunca ha trabajado solo para sí; también para su patria. Asevera: “Quien no quiere a la patria, no quiere a la madre”.
-¿Y cómo logró tanto y tan rápido, don Eduardo?
Y responde que el trabajo está en la base de cuanto ha conquistado en la vida.
-He trabajado siempre 18 horas como promedio.
Y muestra las manos en cuyos dedos faltan algunas falanges. Fueron accidentes laborales mientras operaba dos o tres máquinas a la vez.
-¿Y la suerte, don Eduardo?
-¿La suerte? La suerte hay que saberla buscar. A todos más o menos les pasa por delante, pero hay que saberla coger. Mi suerte, en fin, está en haber sido querido, apreciado de cuantos me han conocido.
-Usted, sin embargo, tendrá un secreto.
-Sí, se lo dije: trabajar… y digamos que siempre cumplí una regla: ganar para invertir, nunca para gastar. El gasto nada deja, la inversión crea otra riqueza; de modo que en mis principios como industrial vivía decentemente, solo decentemente, para invertir cuanto ganara.
-¿Cuál ha sido su mayor error?
-Confiar en los norteamericanos.
(Don Eduardo nació el 24 de octubre de 1919 en Orense, y murió el 19 de febrero de 1992, en La Habana)
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