RONQUILLO
Por Jesús Arencibia Lorenzo
Los periodistas no hablan de los periodistas. He ahí un axioma no escrito que, sin embargo, se ha transmitido por generaciones en el acervo del gremio. Se basa en el principio ético de que los que hacen la noticia, no son noticia. Pero hoy yo quiero romper esa regla.
El hombre de prensa que me inspira es uno de los seres humanos más nobles que he conocido. Hidalgo que ha marcado en las maltrechas filas periodísticas cubanas un camino de rectitud, y que cada día impulsa a quienes le rodean a seguir nadando contracorriente.
Periodista —y antes maestro— por vocación de servicio público, este camagüeyano, aplatanado en Guantánamo por el amor de su Yanira y finalmente nacionalizado habanero, comenzó su despunte en tierras del Guaso, como corresponsal de Juventud Rebelde.
Seriedad y mesura, osadía reporteril y pantalones lo distinguieron desde entonces como guía en el oficio. De ahí pasó a la redacción central del diario azul, donde ha escalado desde la Jefatura de Corresponsales, pasando por la volcánica de Información Nacional hasta la actual, de Subdirector. Aunque más allá de los cargos institucionales —donde su rebeldía jamás le permitirá llegar a los puestos decisorios— el liderazgo que ejerce es esencialmente moral.
Ronquillo es de esos directivos que nunca ordena una tarea que no sea capaz de hacer él mismo con sobrada eficiencia. Que no grita y siempre se hace escuchar, que no impone y siempre se hace seguir. Su carro, el más destartalado de los del periódico, ejerce como ambulancia de JR y resuelvelotodo de sus compañeros. Que lo diga si no Agudo, el buenazo de su chofer, quien a cualquier hora está también disponible, conducido por la generosidad del jefe.
Nadie en los últimos 15 años de este medio ha parido más ideas para trabajos periodísticos (aunque algunas se estrellaran contra los muros de la tontocracia). Ninguno ha editado con mayor belleza y capacidad interpretativa un texto o aportado tan brillantes titulares como los que él regala, noche tras noche.
Los equipos creativos de JR, estructura organizativa para ahondar mediante series de reportajes en los dilemas sociales del país, fueron auténtica creación suya en la década de los 2000. Y llevaron a la publicación, hasta donde la angustiosa realidad nacional lo permitió, a la punta de los esfuerzos por devolverle al periodismo cubano su carta de ciudadanía, tan derruida por las mareas propagandísticas.
Esas mareas subieron y ya de aquellos equipos y sus logros poco queda, pero Ronquillo ha seguido ahí, explotando entonces con indomable afán su veta de articulista y poniendo sobre la palestra temas necesarios, como la ineficiencia económica o los vínculos religión-política en la Isla.
Pocos foros mediáticos existen en la nación donde su voz no se escuche. Y en el gremio su sola presencia levanta respeto y esperanza. Verlo como lo he visto durante una década perder el pelo, literalmente, y recoger, cada vez más cansado, pero nunca pesimista, la lanza de caballero, es de los aprendizajes más fecundos que el oficio y la vida me han regalado.
Así, podría pasarme cuartillas y cuartillas enumerando méritos, citando aquel premio, la otra distinción, el reconocimiento y fraternidad con que lo tratan los lectores; pero sé que él, auténticamente humilde, me tacharía este trabajo desde la primera palabra.
Cuando se escriba la larga y dura crónica del periodismo cubano posterior a 1959, algunas líneas habrá que dedicar a la probidad de Ricardo Amable Ronquillo Bello, un guevariano que se creyó y ha vivido para ejercer la utopía del hombre nuevo.
2 comentarios
Sexto -
Marianela Martín González -