SORPRESA EN EL PARQUE
Luis Sexto
Primeramente fue la plaza. Después el parque, versión cómoda, sombreada y trasnochada de los espacios colectivos. Surgió como democrático estacionamiento y superficie para el vaivén. ¡Y son tan polivalentes, asumen tantos papeles los parques de pueblos, o de barrios! Por momentos solitarios parajes de citas, confesionarios de amor. Tribunas de peroratas y rincón de ideas susurradas. Peñas de lo banal. Recintos de la frustración. Academias del aburrimiento. Cuartones de los mitómanos. Corral de ensueños.
En los parques convergen directores a distancia de béisbol, gobernantes de la suposición, periodistas del rumor, estrategas de romances, narradores de fantaciencia, filósofos sin cátedra y poetas aprendices. ¡Parques! Ámbito escueto en lo físico y ancho en sus deseos donde, al fin, como los bueyes al trapiche colonial, la gente da la vuelta para reconocer las mismas caras, los mismos árboles, los mismos bancos. Invariablemente.
Retengo de los parques un único recuerdo personal, carnalmente doloroso, sin mezcla de nostalgia; tal vez de lamento. A Sergio Hernández Rivera, poeta de Remedios y Caibarién, los parques sí le azuzaban remembranzas, fantasmas de sensaciones envueltos en las batas anchas de muchachas lindas e imposibles, o aventuras creadoras que le afirmaron su vocación, su búsqueda de la poesía, aunque de poemas, en la época de su juventud, en vez de vivir se podía morir. Lo leí en el borrador de sus memorias que me llevó a casa unos meses antes de fallecer, ya retirado y abstraído. Con unos 20 años, junto a dos amigos más jóvenes -Panchito de Oraa y Carlos Galindo Lena-, que en el futuro serán poetas de hondura y sortilegio en una expresividad original, improvisó un tríptico de sonetos al General José Maceo. En Cuba versificadores y cantadores componen décimas en la inspiración entusiástica de la controversia repentista. Pero el soneto es estrofa de mayor tino, más apegado al filo descortés de la exigencia formal y la precisión de la idea. Ellos, sin embargo, lo consiguieron para enviar la obra a un concurso y tratar de merecer los cien pesos que metalizaran un tanto sus ayunos de místicos pueblerinos.
El esfuerzo reclamaba un estimulante, un paraíso de lentejuelas, una sicodélica estancia de ángeles. Carecían de peculio para ron, incluso para un plebeyo aguardiente. La fantasía de Panchito de Oraa superó gallardamente el trance. Había leído que el jugo de caña regalaba al cuerpo humano un sucedáneo de embriaguez. Y reuniendo los centavos que por ignotos rejuegos se dispersaban en sus bolsillos, obtuvieron capital para cinco vasos de guarapo por boca.
Inflados, tal vez distendidos, pero vacíos de prefiguraciones esotéricas, encontraron un rincón en el parque de Caibarién, y convocaron, mediante la conversación apropiada, la presencia del General José. Creada la atmósfera histórica, la composición imaginaria del lugar, Sergio, de pronto, ordenó:
-Vamos, Panchito, comienza tú; pero con endecasílabos.
Oraa, alzando la mano en un gesto aún habitual, recitó como si extrajera el verso de una memoria imprecisa y consciente a la vez: Hermano digno del coloso oscuro... Galindo, asumiendo la dirección, dijo:
-Arriba, Sergio, tú ahora.
Y Sergio: Fruto inmortal del vientre de Mariana. Y Galindo: Que abriste con tu brazo la ventana... Y Oraa, a un ademán de Sergio, completó el primer cuarteto: Hacia el amanecer más alto y puro.
A los 20 minutos habían compuesto tres sonetos. El primero seguía así: “Bajo tu empuje irrefrenable y duro/ Cedió la furia de la hueste hispana, /Y fue tu corazón áurea campana/ De Libertades sobre el patrio muro./ Tu sangre perfumada y florecida,/ Hoy, desde el surco fértil de la gleba,/ Resurge en flor brillante y encendida,/ Mientras tu voz despierta el horizonte/ Con un grito que cada palma eleva/ Y hace estremecimiento cada monte”.
No ganaron el concurso. Ganaron más: la certeza renovada del talento propio y la justificación del parque como expresión de libertad para aquellos que cuerdos o locos tienden a encontrarse para soñar, o mirar el cielo entre los árboles.
Yo, por el contrario, nunca he escrito poemas en los parques. Y no besé muchachas en agraz bajo copudas sombras clandestinas o cómplices. Y menos moldeé mentiras como aquel compañero que haciendo retroceder el recuerdo, relataba que un día matriculó en la universidad y se dijo que hasta que no se hiciera abogado no se detendría. Luego callaba. Y todos suponíamos que era abogado. Así, de vez en cuando hacía alusión a su pretendida carrera. Una noche, alguien le preguntó si había cumplido su empeño, si se había detenido o había continuado contra cualquier oposición o dificultad. Tartamudeó. Y logró admitir que esa pregunta nadie nunca se la había hecho, porque a fin de cuentas se podía colegir de su historia el resultado final. Por tanto, el tampoco contestaría a quien no sabía emplear la imaginación, ese borde delantero de la inteligencia. Porque él había aprendido, en la academia militar... Y añadió otro diploma a un currículo que crecía en esa universidad improvisada y siempre activa de los parques.
Pero aún me agobia el único hecho que me correspondió protagonizar en un parque. Sucedió mientras conversaba una noche de jueves con varios condiscípulos. De pronto, una pelea. No supe nunca por qué causa. Y me inmiscuí con mi vocación de buen samaritano que Juan Ángel Cardi, escritor y humorista, reconoció públicamente años más tarde al dedicarme un cuento de su libro El caso del beso con sabor a cereza. Dentro, pues, de la concertación de puñadas y trompicones, echando a un lado a unos y a otros, recibí un golpe en la nunca. Un mazazo cuya contundencia requería premeditación del puño tan certeramente teledirigido. A veces trato de intuir qué incógnito enemigo aprovechó la confusa circunstancia, y lo que hallo en la penumbra es una especie de aversión hacia los parques donde tantas opciones pululan y donde, sin embargo, elegí la menos conveniente para contar después cualquier historia
12 comentarios
José Aponte -
Al Mendron -
Ondarse Pérez -
Hatuey -
Poco les gusta trabajar/
Y suelen venir a jugar,/
con rositas de maíz./
Sabemos de qué matriz/
salieron algunos bichos,/
y por ciertos malos dichos
les pagan algún dinero/
con que llegan al tendero/
los nombrados susudichos.
Paz -
Dionisio -
...Por culpa de la chaucha,
mataron a Pato Macho
alla en el parque de Trillo
jugando con los muchachos...
Carballido -
Fer -
Daniel Noa -
Esa vivencia me hizo siempre apreciar el espacio de un parque...luego en Santa Clara, en Manzanillio, en La Habana y también en otras tierras lejos del caimán.
En La Habana, me gustan dos barrios por sus parques: El Vedado y Santos Suárez...Ojalá el crecimiento futuro no olvide esas detalles en ninguna ciudad cubana.
Modesto Reyes Canto -
Bienvenido -
El Oriental -