TOCANDO EL CIELO CON LOS OJOS Y LOS OÍDOS
Por Luis Sexto
Un nuevo libro del poeta Luis Lorente, presentado el 22 de octubre, en la Unión de Escritores y Artistas.
Me propongo definir la poesía desde la plástica. Quizás sea una decisión caprichosa, arbitraria. Porque uno tendrá que partir preguntándose si los ojos son primordiales en el poeta. Y al leer El cielo de tu boca he de aceptar que, en Luis Lorente, el sentido más aguzado es la vista. Lorente es un poeta del mirar. Sus poemas son como óleos y acuarelas, figurativos cuadros de la vida cotidiana donde el poeta saca los brazos desde las aguas verdiazules u oscuras de unos ojos, los suyos o los ajenos.
No es primera vez que comento un libro de Luis Lorente, nacido en Cárdenas en 1948. Ahora, con el sello de Ediciones Matanzas, recién ha salido de la imprenta El cielo de tu boca, un volumen de 82 páginas útiles que confirma que el autor es un poeta visual. ¿Solo visual? Lo pregunto, porque un ser humano solo con ojos puede andar, pero un poeta con ojos y sin oído no debiera caminar mucho entre la luz y el sonido del cosmos poético. Sí, en efecto. Corrijamos la percepción primera y digamos que si Luis Lorente compone sus poemas como si pintara, también los escribe como si los oyera en un pentagrama. Es decir, los poemas de El cielo de tu boca, como de los anteriores libros - Más horribles que yo, o Esta tarde llegando la noche, y la reciente antología titulada Fábula lluvia - suenan, incluso bailan, en el verso libre, o en el poema polimétrico, o en la forma del soneto, catorce versos en que Lorente sobresale con especial distinción.
Lorente conoce la raíz de la poesía: la magia, el exorcismo y la armonía. Sus poemas son cuadros con sonido y ritmo, color y musicalidad que conducen al lector a través de historias plenas de añoranzas, fantasmal exaltación de lo vivido y sobre todo de lo visto. No por descuido, en El cielo de tu boca se repiten palabras como ojos, mira, luz, noche, penumbra, es decir, términos cargados del sentido de lo que se vive nuevamente viéndolo en la evocación brumosa y a la vez iluminada del poema. Tal vez deba ilustrar mi opinión. Por ejemplo, veamos estos versos: En un sillón de mimbre que Rosario/ heredara de su abuela, las patas como brazos/cruzados sobre el pecho, con altivez, el perro/ posa, sabiendo que disfruta de holgados privilegios/ y aspira los olores del mundo en bancarrota/alzando la nariz profusa y aguileña. Evidentemente, un retrato, una descripción pictórica e historiada en que el poeta renuncia a la síntesis conceptual.
El lector encontrará en El cielo de tu boca un mundo habitual. El mundo del hombre que vive, y ve y oye el peso de la vida que termina o se frustra y lo lamenta muy sugestivamente al decir: No conspira mi voz estrangulada/ por un vuelo de cuervos en acecho, / sus demencias persisten en el techo, / no han saciado su sed desaforada. Una flecha de cuervos trasnochada/ con desprecio me hiere todo el pecho, / toman mi sangre y comen mi deshecho, / antes de huir en flecha avergonzada. / Los cuervos no sabrán nunca qué han hecho. / si por fin me arruinaron la mirada/ y mi camino es un camino estrecho/ donde no clamará mi voz callada/ que perdió desde anoche su derecho,/ recuperar su vida abandonada…
He repetido la lectura de ese libro, que no se entrega sumisamente por la vista, aunque le sea consustancial; precisa también de los oídos. Y vuelvo a plantarme sobre criterios anteriores. Luis Lorente es uno de los poetas que, en Cuba, esquiva la tendencia a picar líneas de prosa para travestirlas en renglones cortos, como sucedáneos de versos que solo suenan con la opacidad del falso metal, pues les falta a muchos la cadencia, esa singularidad poética que a veces, según Borges, influye más en la atmósfera de un poema que la propia palabra. Y si a pesar de ello, los que se arrogan la función de dictar el canon, pasan por alto la obra de Lorente, puede considerarse como una natural incapacidad o un tendencioso interés grupal del que juzga y ensalza prestigios inmerecidos.
La poesía del autor de El cielo de tu boca, sin clamar por aplausos, ni inquietarse por la moda, seguirá llamando la atención de quien tenga, sobre todo, ojos y oídos.
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