DIGA USTED CÓMO
Por Luis Sexto
El columnista, es decir, el que escribe a plazo fijo, en espacio también fijo, tiene, entre otros conflictos, el de llevar el mismo cántaro varias veces a la fuente. Y uno siempre espera que, contrariamente a lo que afirma el refrán, la vasija no se rompa. Por lo tanto, regreso hoy por el mismo camino y al hombro un asunto conocido: la convivencia.
¿Descubro acaso el agua tibia al repetir que padecemos de falta de convivencia? No sostengo que la convivencia está crisis, porque algunos pueden interpretarlo negativamente. ¿Estar en crisis? Para unos es malo; como arrimarse al hueco de la muerte. Para otros, bueno; es el punto exacto para cambiar o meternos más en la tembladera. Por lo tanto, la convivencia solo sufre mil golpetazos sin que por ello digamos que está en crisis. Más bien, en un balance justo, unos conviven mal y otros intentan respetar a sus convecinos.
Salvado el equilibrio, el orden intracomunitario –el barrio, el edificio- soporta en parte la indisciplina social que se manifiesta en el resto de los sectores: en el ómnibus, la calle, las tiendas, etcétera. Una especie de anticultura nos aqueja. Porque la cultura, sobre todo, significa convivencia. ¿Habrá que repetir también que la cultura no es el conocimiento, al menos no es solo el conocimiento? Metafóricamente, el conocimiento, el saber, se hospeda en algún meandro del cerebro, y la cultura, la sabiduría, reside en el corazón. No dudo de que alguien discuta esta poética división. Lo cierto que usted puede saber mucho, sobre muchas cosas, pero si no respeta a su semejante, si no reconoce que sus derechos terminan donde empiezan los derechos del otro, usted ni es culto, ni mucho menos sabio.
Es fácil convenir, pues, que nuestros afanes educativos y culturales han de ir dirigidos, si cabe el recordatorio, a propiciar particularmente un clima de convivencia en la sociedad. No podrá la escuela renunciar a enseñar a convivir, porque en esencia educar es eso: preparar a los educandos para saber aprender y saber hacer, y saber hacer y saber aprender junto con los demás.
Hemos citado más de una vez al escritor inglés Gilbert K. Chesterton –autor de El hombre que fue jueves, novela aún en venta en librerías cubanas-; hemos citado a aquel ensayo en que cuenta cómo, en un viaje a España, al tratar a los campesinos, descubrió cuan “cultos eran esos analfabetos”. De ello hace ya mucho tiempo.
Pues bien, uno casi se convence que las quiebras de la convivencia en nuestra sociedad no son resultado de la incultura o la baja escolaridad. ¿Quién ha carecido entre nosotros de oportunidades para ser mejor, al menos instructivamente? Es decir, no podemos justificar el comportamiento contra las normas de convivencia alegando que, pobrecitos, son ignorantes. Estaríamos negando cuarenta y siete años de educación gratuita y universal. Tal vez la formación no ha sido totalmente eficaz. Quizá las necesidades impuestas por el período especial han mordisqueado la conciencia de ciertos ciudadanos. Todo ello es posible. Lo que sí figura como una verdad acorazada, es el hecho de que en nuestros barrios e inmuebles, sobre todo en los edificios multifamiliares, algunos pretenden imponer la anticultura del barracón.
Dígalo usted. ¿Cierto? ¿Exagero? ¿Necesitamos disciplina, cumplimiento de las normas de convivencia? Cuente que sobran sitios donde, según las reglas, no se debe criar un perro y amarran desafiantemente, en el área común, un pastor alemán, y allí mismo sueltan gallos finos para que desde las tres de la mañana, usted, habitante de una avenida principal, despierte pensando que está en el campismo. Cuente cómo, cuando usted ha ido a llamar la atención, le han respondido que si usted acaso se cree dueño del edificio. Usted puede contar. Yo también pudiera contar. Pero no puedo hablar de mi edificio… Soy el que lleva el cántaro a la fuente. Pero si yo pudiera hablar…
1 comentario
Jimmy -
Muy acogedor su blog.