SEMÁNTICA
Por Luis Sexto
Servir y servil tienen la misma raíz, aunque no implican la misma actitud. Ocurre, sin embargo, que a veces deseando no ser servil, nos negamos a servir. Hasta tal extremo se desarrolla la confusión que si los servicios –en particular los gastronómicos- poseen la fama de componer un enigma no resuelto aún, la causa se remite también a ese “asco” con que asumimos algunos servicios.
Una amiga conoció, en una boda, a un joven –podía ser un viejo, ¿no?- que trabajaba en el tan recurrente sector de la gastronomía y el comercio, y al preguntarle porqué todavía se afrontaban tantas dificultades con el buen trato y la eficiencia, su interlocutor le respondió que porque vivíamos en un país de personas iguales. ¿Cómo? Le espeté a mi amiga. ¿Esa es la razón? Según él, sí. Aparte de que todavía no hemos encontrado una fórmula capaz de estimular ese trabajo, el fundamento del mal servicio es la igualdad que nuestra sociedad promueve.
Es decir, que en el fondo de nuestras actitudes, en ese no ser “criado de nadie” ronca un concepto ideológico. Y ello nos demuestra que, por momentos, el más puro y justo principio se distorsiona de modo que genera reacciones opuestas a las previstas. Vengamos a creer que la igualdad proscribe el servilismo y nos invita a ser servidores del conciudadano, del compatriota que nos requiere. Lo contrario significa actuar en contra de la humanísima y revolucionaria ley de la solidaridad. Por ello mismo, porque somos iguales, al servirnos recíprocamente no caben las posturas serviles, sino el dictado del amor, la tendencia a cooperar…
Hace más de 15 años escribí, como sobre otros, de este asunto. Y concluí entonces que los servicios sufrían los embates de una concepción ideológica, pero de mala ideología. Y poco, parece, ha cambiado desde 1990. Tal vez esa óptica espuria, ese continuar reputando el servir como sinónimo del repudiable servilismo, se haya agravado durante el Período Especial a influencias de las urgencias domésticas del egoísta “tengo que resolver”. Fíjense si servir nos cuesta que en los mercados de oferta y demanda donde cobran hasta las preguntas a precios insultantes, también nos atienden con desdén, desde una posición hostil. Ni siquiera el pregón logra trascender el volumen entre dientes de una mueca. “Vaya, tu maní aquí”, y arrastran las íes como si fueran erres.
A mi parecer, la mejor carta de identidad o de presentación de una persona se escribe con las letras de servir y servicio. Habrá, pues, que tirar a la alcantarilla esa concepción de huirle a mis deberes de hermano de mis hermanos por creer que servicio y servidumbre suponen la misma actitud de inferioridad del criado o del esclavo. Sé que ambas categorías se afincaron, desde los orígenes de nuestra sociedad, a latigazos y humillaciones en la conciencia del cubano. Pero es ya momento de quitarse la ropa vieja y usar, amorosamente, el traje de la solidaridad, cuya acción empieza aquí, entre nosotros, y se extiende hacia el mundo.
3 comentarios
Fabian Pacheco Casanova -
Jimmy -
No hay nada más lógico que la identificación plena de un buen revolucionario con el concepto de la solidaridad, pero este debe abordarse desde el punto de vista lógico simbólico tanto como de la semántica estrictamente linguística, El idioma, la semántica y la lógica de esa semántica, la semiótica, permiten llegar al concepto más puro, y real, de la solidaridad de un buen revolucionario. No obstante, el tema me ha hecho reflexionar un poco.
Fabian Pacheco Casanova -