SE BUSCA UNA POETISA
Por Luis Sexto
Hace varios años regresé de República Dominicana embebido en un litigio de índole patriótica. Había ido allí en mi primer viaje a La Española, para escribir sobre los lugares en que permanecen los olores históricos de Martí y Gómez. Y tanto me atrajo el paisaje que de vuelta a mi campiña, intenté convencerme que el entorno natural de Cuba era el más agraciado por la varita del esplendor.
En cualquier sitio por donde pasara, sometía a careo los verdes de Cuba con las líneas montuosas del sur de Barahona, cerca de la frontera haitiana, o con el valle de la Vega Real, en el Cibao. A los pocos días interrumpí el cotejo, y determiné que ambas islas, ligadas por la historia y la solidaridad, también se juntaban en la virtud arcádica del paisaje. Por lo tanto, el pleito que se debatía en mi interior resultaba pueril, inútil. Muchos años antes, quizás en 1960 ó en 1959, al regreso de una excursión escolar a San Miguel de los Baños, nos detuvimos en el puente de Bacunayagua, inaugurado ese mismo día. Y uno de mis profesores, Teófilo Castillo, dominicano de nacimiento y ciudadanía, comentó un tanto para provocarme: en mi país los hay más altos y hermosos. Y riposté embanderando la preeminencia de lo mío sobre lo extranjero –lema entonces de beligerante y recién estrenada pasión nacional-, con lo cual abrí ese conflicto poco cuerdo y un tanto injusto que me duró hasta hace poco.
Cuerda y justa fue, por el contrario, la polémica que el médico norteamericano John G. Wurdemann sostuvo desde su libro Notas sobre Cuba, escrito a mediados de los años de 1800. Luego de contar su visita a haciendas cafetaleras de Limonar, Wurdemann revela que en el cafetal de San Patricio una poetisa, conocida como María de Occidente, compuso Zophiel, “el más imaginativo de los poemas ingleses”, durante cierta estancia en esa zona de la jurisdicción de Matanzas. Un crítico, compatriota de la autora, dudaba de que tal obra hubiera podido escribirse en una plantación cubana. Y Wurdemann, afiebrado ante lo que estimaba una injusticia, alegó que nunca pudieron tener mejor cuna las imágenes ideadas por la poetisa. “Una hacienda cafetalera es, en verdad, un edén perfecto, superior en belleza a todo lo que el frío clima de Inglaterra puede producir.”
Y no exageraba. La naturaleza paradisíaca de Cuba conmovió primeramente a los criollos. Por el paisaje, según Cintio Vitier, lo cubano se trasvasó a la poesía en la prefiguración de la nacionalidad. Y los extranjeros tampoco se resistieron a aquilatar los valores edénicos del paisaje de la Perla de las Antilla, y nos legaron con sus impresiones una experiencia ilustrativa, aleccionadora. Porque uno, recortado hoy por la costumbre, a veces juzga más exactamente lo propio mediante los cristales ajenos. Heinrich Schliemann, el arqueólogo alemán que extrajo del polvo y de la leyenda la ciudad de Troya, confirmando así el carácter histórico de la poesía de Homero, visitó a la Isla cuatro veces. En una página de su diario de viaje estampó esta observación: “En todas partes se ve una cantidad sin número de palmas-reales, (...) que dan al paisaje un aspecto de hechizo y encanto.” Y precisa: “No hay monotonía en ningún lado...”
Podríamos reproducir centenares de citas emparentadas en el tono y el contenido. Desde 1493 hasta 1949, sobre Cuba se escribieron, general o parcialmente, unos 630 libros, según la bibliografía del doctor Rodolfo Tro compilada en 1950. Se conocen por ediciones recientes, entre otras obras, las cartas de Abiel Abbot, las de Fredrica Bremer, y las notas de Walter Goodman, Jacinto Salas, La Condesa de Merlín, y las de Wurdemann.
Este último ha inspirado al escritor matancero Luis Espino y a mi a investigar. ¿Quién fue María de Occidente? ¿Cuándo pasó por Limonar? ¿Qué dice su poema, reputado de “más imaginativo” entre los poemas ingleses por el propio Wurdemann? Estas preguntas, al menos de mi parte, aún esperan respuestas. Expertos de la literatura inglesa en Cuba, confesaron al consultarles que acababan de enterarse del acontecimiento y de la existencia del poema. Y pongo aquí, pues, el cartel típico del Viejo Oeste norteamericano: Se busca una poetisa. Mil... gracias por su captura. (Del libro Crónicas del primer día)
4 comentarios
Fabian Pacheco Casanova -
Anonimo... -
Enrique R. Martínez Díaz -
Por otra parte, parece que la nostalgia no le pega tan duro al sr. Chucho (¿o no?); con los paisajes de nuestra tierra pasa como con los hijos, ó los nietos; para uno sus hijos son los mas lindos del mundo (sobre todo cuando son bebés); luego piensa un poco que son los mas malcriados del mundo; durante la adolescencia cuesta trabajo contener los deseos de asesinarlos, sobre todo cuando un muchacho de 15 años se cree que ya es un hombre y te quiere enseñar a vivir. Por eso, cuando alguien regresa a el país donde se crió, donde amó por primera vez, donde reposan los restos de tus padres, donde combatieron aquellos a quienes te enseñaron a admirar, puede que sientas un íntimo deseo de expresar que es lo mas bello, porque es lo tuyo. Los poetas lo expresan mejor, aun cuando vengan "con el alma enlutada y sombría". Otros quizás no lo sabremos decir, pero lo sentimos; yo, que sólo dos veces he estado fuera de Cuba, y nunca mas de un mes, siempre sentí un alivio, un descanso, cuando ví las costas de Cienfuegos en 1977, ó cuando el avión aterrizó en el 2004 !Estaba en Cuba!. Si no quiere remover esa estaca en tu corazón, consuélese con otros paisajes, que no dudo son bellos, pero son OTROS.
chucho -