EL CAMPANARIO DEL DOLORES
Por Luis Sexto
Una estampa local
Sola, olvidada, persistente, la torre del ingenio Dolores parece un espolón de nostalgia. Y es, en realidad, un colgajo del pasado esperando servir para algo más que para albergar murciélagos o impresionar la imaginación de cuantos, de día o de noche, la supongan nicho de misteriosas visiones.
Desde el último de sus cuatro pisos, hace unos 150 años, la campana principal convocaba a la servidumbre y regulaba el trabajo de la negrada que, con guatacas y machetes más pesados que los de hoy, para que el esclavo no pudiera romperlos, iba hacia los cañaverales con el paso tardo del que no quería dirigirse hacia ninguna parte. Nueve campanadas al amanecer, en el repique sobrio del Ave María, y el toque lánguido, apesadumbrado, de oración, al anochecer, se difundían por aquella llanura donde muy cerca se acostaba la silueta parecida a un sarcófago del cerro de Guajabana, nombre que en el aruaco aborigen significaba eso mismo: tierra llana, y que los habitantes de Remedios y Caibarién llamaban Caja del Muerto, y en una de cuyas cuevas protegió su precaria rebeldía y su escurridiza libertad el cimarrón Esteban Montejo, el héroe de Miguel Barnet.
Subidos en el campanario, los propietarios del ingenio Dolores no podían abarcar las más de 2 600 hectáreas que alguna vez fue la cola de tierra que les alargaba el patrimonio. Además del Cerro y un horizonte de cañas, desde la torre se veían manadas de palmas con sus pelambres al viento. Tantas había, y hay, que a principios del siglo XX, el general José Miguel Gómez, gobernador de la antigua provincia de Las Villas y más tarde presidente de la República, pretendió comprar la hacienda Dolores. Y el dueño, heredero de su abuelo, le pidió, haciéndose el tonto, un peso por cada palma. La suma sería el precio. Tiburón, apodo que le asignaban sus rivales al político y ex mambí, pensó que el cálculo se ofrecía con ligereza. Y ordenó a la Guardia Rural que se adentrara en los palmares y contara cada ejemplar, guiados por Téllez, un mulato que criaba puercos en la finca. Cuando en los papeles se habían trazado dos millones de rayitas, José Miguel Gómez desistió de redondear el negocio.
Dolores era, según investigadores locales, un ingenio cuya capacidad productiva lo emparentaba con la alcurnia de las mayores fábricas del país. Hasta un ferrocarril, movido por bueyes, trasladaba a la cercana costa el azúcar y, luego, por agua a Caibarién. Si la campana –usualmente colgada de un madero- representaba el papel de un cabo de vara frente al tiempo, rigiéndolo, hasta cuando el alarido de una sirena de vapor la reemplazó, el campanario acreditaba el rango de la plantación. Vista en lontananza, el transeúnte reconocía que la torre identificaba un bastión de superioridad económica. Cualquier ingenio era “una cosa muy importante”, pero el que poseía un campanario, mostraba sobre el paisaje su relevancia.
De aquel período permanece, al menos en el dominio de la crónica azucarera y en el espacio publicitario del turismo, la torre de Iznaga, en Trinidad. Compone un signo de la opulencia de una época y de una clase. Dolores, sin embargo, ha perseverado preterida, condenada por la indiferencia a un silente deterioro. Quizás sea la única, después de la de Iznaga, en haber trascendido la ruina de sus días de esplendor. Y nadie se lo ha reconocido, a pesar de que desde la carretera de Caibarién a Yaguajay se le ve asomar retando la atención del viajero, llamándolo y advirtiéndole:”Soy un detalle con historia.”
Menos alta que la de Iznaga, que se empina siete pisos, la torre de Dolores se edificó aproximadamente por los mismos años. Aquella en 1848. Y por ciertos anales ha podido precisarse que el Dolores ya existía en 1854, porque, en ese año, un incendio lo desmejoró hasta el punto que José M. Vissinay, su fundador, lo vendió hacia 1860 a Juan González Abreu, capitán de voluntarios cuya fortuna le admitía costear los gastos de su batallón de leales a España.
Tal vez la fanática militancia pro española de su nuevo propietario, favoreció que los insurrectos rondaran el ingenio durante la guerra de los Diez Años. El 20 de julio de 1869 lo asediaron y le llevaron algunos efectos, según narra el doctor Martínez Fortún, historiador minucioso de Remedios y su jurisdicción. Ese día, defendieron la casa de vivienda del Dolores dos señores de apellidos Palacios y Valdés respectivamente, asistidos por varios soldados, mientras el dueño huía hacia Remedios. Quizás de ese primer ataque haya surgido la iniciativa de rodear el campanario con una especie de muro aspillado, para defender con más eficacia la vivienda. Como era común entonces, semejaba un palacete. Ventanas y puertas de caoba tallada y torneada, y sus techos de durable y fina madera.
En 1894 los hornos soterrados del Dolores se apagaron. Fue su última zafra. La guerra insinuaba sus explosiones. La atmósfera política hacía presagiar los truenos de la pólvora. Y González Abreu prometió que si los insurrectos vencían, jamás su ingenio tragaría un trozo de caña más. El Dolores continuaba figurando como una fábrica admirable. Una de las más codiciadas fincas azucareras de Remedios. Y su propietario cumplió lo que anunció en un momento de cólera política.
Pero el que sus máquinas reposaran y las chimeneas -tenía dos- cesaran de soplar sobre la campiña el estandarte de la molienda, no impidió que los insurrectos insistieran en asaltarlo. El primero de enero de 1897, lo atacaron, incluso con un cañón, las fuerzas de José González Planas, líder nato de la infantería de Las Villas, como me lo definió Nicolás Rodríguez, el penúltimo veterano vivo de la guerra de independencia, a quien entrevisté en Caibarién un año antes de su deceso, a los 105 años.
La desidia ha sido implacable con Dolores. Los sucesivos propietarios permitieron que sus hierros se enmohecieran, hasta cuando un avezado traficante los adquirió en 1934 y los vendió luego a Japón, que entonces buscaba metal para su industria bélica. Esa operación nos penetra la memoria con escenas conocidas, ¿Acaso no recordamos aquel cuento de Onelio Jorge Cardoso, conmovedor en su entrañable profundidad paterna, en el que un padre de esos años 30, con el hijo muerto por la violencia, echa a un pozo “el hierro viejo”, la reja de un arado inservible, cuando un guardia viene a pedírselo para la producción militar?
Ya después, la casa, en un proceso de claudicación inconsciente, sirvió de oficina agrícola, de campamento temporero, de albergue provisorio. Desmantelada hasta en sus tejas... Y el campanario, que reguló la existencia plana del esclavo, atalaya desde donde la riqueza se regodeó con su alcance y oteó el paisaje temiendo la vecindad de la justicia, obra y testigo de la pena de unos hombres y del derroche de otros, continuó erguido, desgastándose, perdiendo peldaño a peldaño la espiral de su escalera, viendo ennegrecerse por el orín la balaustrada de sus balcones. Pero perdurando. Resistiendo. Esperando ser alguna vez algo más que habitáculo de murciélagos, o ruina donde puede respirar una fantasía demoníaca.
14 comentarios
CESAR -
¿EXISTE ALGÚN INDICIO DE PROYECTO DE RESTAURACIÓN PARA EL RESCATE DE ESTE MONUMENTO". GRACIAS.
Fabian Pacheco Casanova -
Enrique R. Martínez Díaz -
ASESINOS fueron Batista, Gerarado Machado y todos sus secuaces: ASESINOS son los Posada Carriles, Bosch, Novo Sampol y otras fieras que pasean por Miami; ASESINOS son los yanquis, que lanzaron bombas atómicas sobre ciudades; que mataron 4 millones de vietnamitas; que ha provocado mas de 650 000 muertos en Irak, y que son tan cobardes ó incapaces, que no pueden controlar. Y recuerde,sr. preso político semianalfabeto y de poca memoria, que como ud. mismo dice, estuvo preso acá en Cuba; si acá fuésemos eso que ud. trata de decir y ni siquiera escribe bien, por que no es probablemente mas que un burro que ha vivido siempre del cuento, no habrían tantos allá en Miami haciendo cuentos, echando guaperías en la calle 8 y jugando dominó en ciertos parquecitos.
Fabian Pacheco Casanova -
Fabian Pacheco Casanova -
Enrique R. Martínez Díaz -
Gualterio Nunez Estrada -
Enrique R. Martínez Díaz -
Y ya que ese señor le preguntó al señor Gualterio Núñez sobre las supuestas armas con que Cuba podía afectar a la Florida, sepa que las principales armas con que cuenta la Revolución Cubana son su moral y su ejemplo: mire sin son importantes, que por falta de esas dos armas, sus amados yanquis sufrieron una derrota estrepitosa en Vietnam y ahora no pueden controlar a los iraquíes ni a los talibanes (aunque en algo han tenido éxito, Afganistán ha pasado a ser el mayor productor de Heroína del mundo, desde que los yanquis y sus socios lo ocuparon, cosa que no pasaba con los talibanes), y a pesar de tener mas de 10 000 ojivas nucleares, doce portaaviones, miles de aviones de combate y gastar al año mas dinero en recursos militares que la suma del Producto Interno Bruto de los 122 países mas pobres del mundo, y mas de la mitad de lo que gasta el mundo entero.
Y sobre las famosas noticias a Cuba, no se preocupen, siempre queda algo del dinero del pueblo norteamericano que no se roban los patriotas de Miami y Union City, (o será que los castrocomunistas se infiltraron en la General Accounting Office del Congreso de los EE.UU.) y ese llega a Cuba en forma de revistas, periódicos, chocolates, abrigos de cachemira, Playstations, etc. Y está el nuevo avión para la TV que no se vé, y la Radio Mentir, y las otras 200 emisoras de radio, y los canales que entran.
Internet, desgraciadamente, no puede estar al alcance de todos en Cuba, por problemas económicos; yo no veo que nadie se preocupe porque 700 millones de africanos, mas de 300 millones de latinoamericanos y otros millones en el mundo no tienen, no digo yo una conexión con Internet, ni siquiera agua, escuelas ó medicinas.
Alberto Betancourt -
El punto está en por qué las coloca aquí, en una página cubana,hecha por un cubano que vive en Cuba y trabaja en ella.
Es un acto de publicidad.
Lamentablemente es una semilla que se planta en terreno ya abonado.
No serìa mejor abonar un terreno infèrtil que no ha dado nada y obtener cosechas propias... Digo yo....por aquello del acto fundacional, y de no apropiarse de la propiedad intelectual de otro.
Fabian Pacheco Casanova -
Fabian Pacheco Casanova. -
Alberto Betancourt -
Gualterio Nunez Estrada -
Fabian Pacheco Casanova -