Blogia
PATRIA Y HUMANIDAD

Periodismo y comunicación

TÉRMINOS DE UNA POLÉMICA BLOGOSFÉRICA

TÉRMINOS DE UNA POLÉMICA BLOGOSFÉRICA

Luis Sexto, @Sexto_Luis

Cierto señor ha vuelto a atizar a  la blogosfera contra el periodista que firma en Juventud Rebelde y en este blog.  Su lectura de mi nota titulada  El lanzallamas ha convertido  mis criterios en una diatriba contra los blogueros en general. Sin embargo, según se lee en el texto, me refiero a  cierta crítica caracterizada por la estridencia.  admito que el que estime criticar estridentemente, me responda o me zahiera. El aludido señor, no.  Por supuesto, no es ingenuo.  Sabe manipular: generaliza y me acusa de ser aplastante y de escupir para abajo.  Al parecer, él escupe para arriba; sólo parece.  Según su opinión, soy un pusilánime “artífice del periodismo que hoy existe en Cuba”, porque nunca he escrito “un artículo criticando la censura…”  Dicho señor "olvida" el ABC del periodismo, él que ha solido ejercer como atinado corresponsal extranjero.  Aparenta olvidar que la primera regla de nuestra profesión es no afirmar nada si no lo has confirmado.  Voy a poner uno de los tantos artículos que he escrito denunciando el estado de nuestra prensa. Y también reproduciré  El lanzallamas, dirigido contra "cierta crítica" publicada, "particularmente  en la blogosfera", y contra la que a veces intentan escribir algunos de mis colegas periodistas. Al parecer este señor, más que resolver un problema, quiere enconarlo.

PARA QUÉ UN ESPEJO MÁGICO

A pesar de los más de tres siglos que empolvan su obra, el filósofo Hegel hizo un hallazgo que lo mantiene actual entre nosotros: El periódico es la oración matutina del hombre moderno. Quizás, sin embargo, no previó que la evolución de esa liturgia mañanera la convertiría en conjuro de magos, oficio de malditos y sobre todo en una jaculatoria extrema: De la prensa, líbranos Señor, de modo que algunos  prometerían ir a pie al lazareto del El Rincón, en la Habana, con tal de que la prensa fuera una necesidad abolida.

Es, en cierto sentido, comprensible. Porque la prensa, en todos sus lenguajes, resulta una ofensa de segundo grado, como de la crítica decía el mexicano Alfonso Reyes. Pero, honrada y profesionalmente utilizada, persiste en ser oración de la mañana, o desayuno  sin el cual la ciudadanía será propensa a sufrir una anemia de  ideas e información y el conjunto social perdería uno de sus antivirus. Y como  periodista cubano, con 40 años de práctica en diversos medios, impresos y electrónicos, puedo decir que el papel inevitablemente constructivo de la prensa en Cuba no logra todavía la unanimidad. Sigue sometido a las coyunturas externas y a las internas ligadas a aquellas, y fundamentado también en la idea de José Martí de que cuando el enemigo está enfrente, el periódico calla.

Después de 1965, cuando la prensa en sus variantes impresa, radial y televisiva se  redujo y uniformó, dos posiciones han disputado y obtenido alternativamente el predominio. Una tendencia intenta emplearla como instrumento de la conciencia crítica de la sociedad, dándole territorio para la autorregulación, y la otra insiste en controlar la prensa de modo que de periodismo pase a propaganda, es decir, a vocero de apologías y consignas.

Aunque en 2007 el Partido Comunista aprobó una resolución – similar a documentos anteriores- sobre la necesidad de ejercer la crítica social y económica en los medios, el presente proceso de actualización o renovación de la economía es un asunto tratado como si fuesen los paños sagrados del misterio. ¿Qué pasará en el futuro inmediato? Raúl Castro, en el informe central del Sexto Congreso del Partido Comunista dedicó un párrafo muy explícito acerca de la utilidad de la prensa en la reforma de la sociedad cubana dentro de un socialismo renovado y adaptado a las circunstancias del país y el mundo. Pero, paradójicamente, entre las funciones de la comisión gubernamental que se encargará de ejecutar  los lineamientos aprobados  está  la de orientar la difusión de cuanto atañe a tan primordial proceso. Con lo cual los medios tendrían que supeditarse a la administración en  lo que conviene publicar o callar.  

El socialismo como institución práctica, incluido el cubano, no ha hallado todavía con exactitud y operatividad el grado de autonomía indispensable para ofrecer una prensa no aburrida, ni monocorde, merecedora de crédito por la calidad y certeza de sus informaciones,  artículos, imágenes y sonidos. Este periodista puede asegurar que los medios cubanos no mienten, pero su verdad  en los últimos tiempos se muestra apocada, tardía, omisa, sin matices y, sobre todo, muy oficialesca. Hay, no obstante, que tener en cuenta cierto enfoque que culpa del derrumbamiento de la URSS a la prensa soviética,  desprendida de tutelajes durante la perestroika.

Por ello, esa percepción se explica aquel desastre creyendo que algo o alguien ajeno a la esencia del socialismo soviético, fue el culpable de la extinción incruenta de un país considerado estable e invulnerable. El “síndrome de la glasnot”, pues, ha incrementado el prejuicio sobre el papel de la prensa socialista, cuyo control estricto unos quieren mantener sin aflojar la cuerda. Por supuesto, al simplificar  el conjunto de influencias que determinaron la ruina de la Unión Soviética,  muchos no pueden observar las verdaderas causas. El juicio más claro hasta ahora es el de Carlos Rafael Rodríguez. El ya difunto intelectual y dirigente comunista atribuyó la caída de la URSS a “un socialismo mal concebido y peor ejecutado”, en el que la prensa, teóricamente de propiedad social, pero de regulación burocrática, esto es, maniatada, fue una de las manifestaciones de lo que Engels  previó en su tiempo como la futura distorsión del “socialismo de Estado” y Marx calificó de “socialismo tosco”.

En realidad, la “pelea fraterna” a la que Raúl Castro se refirió en su informe al Sexto Congreso del Partido Comunista para aplicar los lineamientos aprobados, se aviva hoy en torno a los espacios y acciones de los medios. En conjunto, Cuba cuenta con un grupo de cultos profesionales del periodismo, cuya ideología política y profesional comprende que la libertad y la responsabilidad componen una relación inexcusable, pero estima que propaganda y periodismo se repelen y que control y tutelaje son funciones antónimas. Los periodistas más convencidos se duelen de permanecer callados ante desviaciones y abusos de poder, como simples secretarios de actas de asuntos sin importancia, sabiendo, por la experiencia cotidiana, cuánto necesitan los ciudadanos de informaciones y opiniones que les describan y enjuicien  la sociedad en que viven, trabajan y  sueñan, sobre todo sueñan que lo propuesto  llegue a ser verdad.

Una evidencia, en particular,  reclama atención. Cualquier control o regulación impuesta desde fuera de los medios, que habitualmente ha sido prerrogativa del Partido Comunista, requiere de una visión política cuyo alcance asuma que  restringir en la prensa la agudeza,  el filo, la capacidad de orientar, mover, conmover y convencer, casi equivale a cubrir con paños oscuros espejos e imágenes de la sociedad. Y cuando no  veamos ni  juzguemos con cierta autonomía nuestra cara, posiblemente nunca sepamos dónde aplanar arrugas y  eliminar manchas. 

Tal vez, lo que los periodistas cubanos deseen sea confianza y un sitio para poder decir esa oración matutina a favor de aspiraciones socialistas capaces de admitir y corregir sus manquedades para renacer con mayor efectividad y libertad. Sin la prensa, tal vez, la oración matutina de Hegel se convierta en una fraseología que a nadie explique, ni convoque,  ni convenza. Y la construcción periodística de los hechos aparezca como un espejo mágico que nos diga: “Todo anda bien; eres el mejor”. (Publicado en Progreso semanal, 2011)

 

EL LANZALLAMAS

Luis Sexto

Cierta crítica de hoy, particularmente en la blogosfera, aturde porque se caracteriza por la estridencia, que en términos estilísticos se refiere a la brusquedad de las palabras y al tremendismo del tono.  

Sin apretar las analogías, parece que aún  perdura la tradición decimonónica del énfasis vargasvilesco,  calificativo que sirve para nombrar la retórica del denuesto, uno de cuyos exponentes fue el colombiano José María Vargas Vila.  ¿Qué comparación propondríamos para definir a esta crítica? Tal vez sea un lanzallamas que calcina aquello mismo que procura mejorar. 

Esa crítica huele a bilis, porque se escribe o se habla como en un movimiento gástrico. Admito que la estridencia, esto es, el insulto y la intransigencia, tienen un atractivo. Los  lectores,  oyentes o televidentes, en medio de una circunstancia social que no se explican, probablemente se compensen  cuando lean, oigan o vean que cuanto sufren recibe los efectos restallantes del tambor de la ira. Ah, qué alivio.

Vistas así las cosas, habría que preguntar para qué otra función sirve  el insulto y la negatividad. ¿Acaso ayuda a comprender la realidad, o en cambio colabora a que se deteriore más?  Poco útil resultaría un análisis que no tenga en cuenta los diversos factores que determinan un problema, o que niegue pontificalmente competencia para resolverlo “a otros”. Concluyendo, además de atizar el encono y prodigar el desahogo por ósmosis, qué beneficio produciría una crítica contra la rigidez, articulada rígida y enconadamente. La disyuntiva, a mi parecer,  se reduciría por consiguiente a una opción: crítica  equilibrada o crítica colérica; estridente o sugerente

Quizás sea atinado empezar aceptando que lo que distingue u opone entre sí  a la estridencia y a la sugerencia no es la forma. Porque la forma es el contenido, y el contenido, la forma,  por obra de una mediación dialéctica muy conocida. Y crítica estridente y crítica sugerente se diferencian, incluso se oponen, por las intenciones con que amabas se cristalizan. Como vimos, la estridencia escancia el furor, la petulancia, hasta el oportunismo político. Tiende a rebajar, desacreditar. La sugerencia, en cambio, analiza a la redonda; juzga lo que ve junto con lo que permanece en sombras; comenta mediante argumentos, y propone sin disponer.

Según opiniones como la de la periodista mexicana Alma Guillermoprieto, la crítica estridente ha legado el ruido y el escándalo. Y la crítica sugerente, digo yo,  el equilibrio, la visión multilateral y la capacidad de evidenciar…  Desde luego, lo dicho es sólo una sugerencia.

 

CONVOCAN A CONCURSO DE CRÓNICAS

CONVOCAN  A CONCURSO DE CRÓNICAS

Como ya es habitual cada año, está dedicado a la memoria del escritor y periodista Miguel Ángel de la Torre

La Unión de Periodistas de Cuba en la provincia de Cienfuegos convocan al VIII Encuentro Nacional de Cronistas que se efectuará entre los días del 17 al 19 de octubre del 2013 en homenaje al escritor y periodista cienfueguero Miguel Ángel de la Torre, uno de los más destacados cultores del género en la primera mitad del siglo XX en Cuba.

 Este año tanto el concurso como el evento tienen la particularidad de rendir homenaje también al 150 aniversario del natalicio de Julián del Casal y al cronista José Alejandro Rodríguez, Premio Nacional de Periodismo José Martí 2013 por la obra de la vida.

 El cuerpo teórico del encuentro contará de  talleres, conferencias y  paneles cuyas temáticas serán la vida y obra de Miguel Ángel de la Torre, Julián del Casal y el género crónica. Otras acciones colaterales constituirán la presentación de libros, visitas a lugares de interés y lecturas de crónicas.

 En el concurso podrán participar todos los periodistas de la prensa escrita, digital, radio, televisión y estudiantes de periodismo, con obras publicadas entre el mes de septiembre de 2012 y el 2013. Los estudiantes pueden presentar obras inéditas.

 Se admitirá hasta dos crónicas, por concursante en cada uno de los tipos medios en los que fue publicado.

 La presentación de los trabajos será:

  • En periodismo impreso se remitirán original y dos copias, utilizando la valija de la UPEC o el correo postal, a la dirección: “Casa de la Prensa Calle 35 No. 5609 altos e/ 56 y 58 Cienfuegos.
  • Para la radio en CD, o en formato mp3 por correo electrónico a la siguiente dirección: cip307@cip.enet.cu.
  • Para la televisión en CD o DVD.

 Se premiará la crónica que con mayor creatividad y eficacia se apropien del tema desde la subjetividad del periodista, en cada medio (prensa escrita, digital, radio, televisión y estudiantes de periodismo).

 El jurado, integrado por periodistas de reconocido prestigio en la prensa cubana, hará una preselección de las mejores crónicas por cada tipo de medio de prensa, los seleccionados serán invitados al evento y durante el desarrollo del mismo se darán a conocer las obras galardonadas y se entregarán los premios.

 Los ganadores tendrán como premio: diploma, 400.00 pesos CUP y el derecho de ser invitados al próximo encuentro, o sea el IX.

 Las crónicas para el concurso deberán entregarse en la Unión de Periodistas de la provincia de Cienfuegos, en calle 35 No 5607 altos e/ 56 y 58, antes del 30 de septiembre del 2013.

 Para aclarar cualquier duda pueden llamar a los teléfonos 43-513371 y 43-551292 en Cienfuegos por el e-mail: cip307@cip.enet.cu

DIATRIBA CONTRA LOS LUGARES COMUNES

DIATRIBA CONTRA LOS LUGARES COMUNES

 Luis Sexto

El estilo en el periodismo

Encarecida y exigida por el ejercicio del periodismo, la claridad deriva hacia las oscuridades sintomáticas del vacío. Se ha extraviado por momentos entre los remos de los lugares comunes. Y a su transparencia estilística –requisito insoslayable de los textos informativos- le ocurre lo que a ese cuadro que, según una anécdota a mi parecer apócrifa, colgó el gran Leonardo en una plaza de Florencia con este letrero: “Todo el que le encuentre un defecto que lo corrija.”  Al atardecer, no había cuadro: solo una mancha de pintura.

Pongamos las cosas más en claro. El lugar común compone un recurso millonariamente visitado con el cual se resuelven todas las urgencias de la redacción. Equivale a las “letras de caja” que, cuando la tipografía se “paraba” en plomo y se imprimía directamente, resolvían las urgencias del cierre en el taller. Habitualmente, con ellas los cajistas componían los titulares. Todo se reducía a abrir una o varias gavetas y seleccionar los tipos prefabricados. 

Hoy, a pesar de la digitalización y el consiguiente desmedro de la máquina de escribir, el bolígrafo y el papel, uno no redacta mejor. Tal vez más rápidamente. Pero el oficio periodístico, el solitario acto de escribir una cuartilla clara, concisa e interesante, con cuatro o cinco datos básicos, consiste a veces en hilvanar frases de caja. Como si la claridad y la originalidad se repudiaran.

La guerra contra los lugares comunes no es reciente. Los tratadistas del estilo periodístico siempre han condenado el abuso del estereotipo. Contemporáneamente, Umberto Eco ha puesto su lucidez a meditar sobre la prensa. Y en Cinco escritos morales (Ed. Lumen, 2000) descubre que la prensa italiana ha evolucionado hacia un lenguaje críptico pretendiendo hacerse entender por la gente. El semiólogo italiano encargó a sus alumnos una encuesta para comprobarlo. Y “en un solo artículo del Corriere del 11 de enero de 1995”, la indagatoria contabilizó “la siguiente lista de frases hechas: ‘La esperanza es lo último que se pierde’, ‘Estamos en un callejón sin salida’, ‘Dini anuncia sangre, sudor y lágrimas’, ‘El presidente está en pie de guerra’, ‘Lo han hecho tarde, mal y nunca’, ‘Pannela pone el dedo en la llaga’, ‘El tiempo aprieta, ya no pueden doler prendas’, ‘Habremos perdido nuestra batalla’, ‘Estamos con el agua al cuello’.”

De acuerdo con Eco, en la Repubblica del 28 de diciembre de 1998 aparecieron otras: ‘”Hay que nadar y guardar la ropa”, “Quien mucho abarca poco aprieta”, “De los amigos me salve Dios”, “Lo hecho, hecho está”, “Mala hierba nunca muere”, “Volvamos al buen camino”, El índice de audiencia se ha desplomado”, “Perder el hilo del discurso”, “Abrir los ojos”, “Sale malparado”…  “No se trata de un periódico –apostilla el autor de El nombre de la rosa-, se trata de un refranero.”

Uno, recordando sus lecturas en periódicos cubanos, podría enriquecer la lista. Y así anotaría: “Se fundieron en un abrazo”, “Rendirán merecido homenaje”, “Las jornadas a pie de obra”, “Los parámetros de eficiencia”, “Ha demostrado con creces”, “Tocó a su puerta”,  “La calidad requerida”, “Los retos que hay que enfrentar”, “El futuro luminoso”, ”Un pasado que no volverá”,  “Revolviéndose en su tumba”, “Una ventana al mundo”, “La dulce gramínea”,  “El más joven relevo”… Y mil más con parejo cansancio.

La claridad y la frase hecha sí suelen repelerse. El  estereotipo, en primer término, acusa la carencia de originalidad y una sobredosis de facilismo, además de manifestar un menosprecio a las posibilidades estilísticas del enunciado periodístico. Desde el punto de vista de la claridad –condición dominante de lo periodístico- los lugares comunes tienden a diluir el significado de las palabras de modo que,  en lo que intentaba ser claro, anochece. Existe una óptica vivencial, práctica, que establece que lo excesivamente exterior no se ve, es decir, lo más oculto es aquello que, estando a la vista, se confunde en el orden de  la rutina visual. Y por ello la frase hecha, que presume de ser clara y comprensible para todos, tiende a perder expresividad, capacidad de sugerencia, hasta  nulificarse en un código ocultista.

Veamos este párrafo, escrito con el rimero de lugares comunes al uso en la prensa cubana:

 

Los trabajadores de la Brigada 25 del Sindicato de Comercio y Gastronomía materializaron ayer un sueño largamente acariciado, cuando completaron en menos de quince días el millón de arrobas de la dulce gramínea, base de la economía cubana, y cuyos tallos serán convertido en azúcar con la calidad requerida, mediante el espíritu de vanguardia que hace a los azucareros del CAI Melanio Hernández enfrentar los retos de un futuro luminoso, como insomnes centinelas del bienestar del pueblo. Esta histórica victoria en la actual contienda repercutirá en los parámetros de eficiencia que tienen que distinguir a nuestra primera industria. Tras del arribo al millón, los trabajadores, agrupados, cantaron las notas de nuestro Himno Nacional y luego todos se fundieron en un abrazo.

 

¿Qué dice? Todo y nada. Mucho y poco. El exceso de estereotipos, de automatismos estilísticos, lo convierte en un párrafo comprensiblemente vacuo. Pretende decir algo, pero el encapsulamiento de las ideas en patrones archiutilizados deja un regusto de insustancialidad informativa. Ocultos permanecen, entre tanta evidencia inexpresiva, los valores más significativos de la noticia.

Dicho con rotundez: Así uno escribirá fácilmente.  Pero mal.

Habrá que recordar, pues, que el periodismo es una formación abierta. Pluriestilística.  Y su función de informar y comentar la actualidad, lo enyuga a la necesidad de solicitar empréstitos léxicos y tropológicos de otras estilos con el propósito de encontrar un lenguaje estándar, generalmente comprensible. Pero sus límites no implican limitaciones. Todo lo contrario. Su compromiso de construir enunciados, además de claros, interesantes, lo impele a pedir prestado  a la función estética de la literatura. ¿Quién podrá defender que en la prensa solo importa lo qué se dice y no el cómo se dice? Prensa aburrida, sin creatividad, poco influirá en los receptores. El equilibrio entre lo significativo y lo expresivo asegura, en cambio, la atención.

Permítanme resumir. Lo desmesuradamente claro, lo absolutamente comprensible, directo, a veces resulta empobrecedor. Uno ha de tener en cuenta que el pensamiento y su expresión lingüística –en particular la expresión periodística- parten de la acumulación histórica de la cultura, y una de cuyas premisas, según el decir de Horacio, es la claridad (hablamos y escribimos para ser entendidos).  Pero también es primordial el enriquecimiento sensible de lo enunciado. Hablar o escribir con cincuenta palabras o cincuenta imágenes que todos comprendan, equivaldría a proscribir, con el tiempo, el pensamiento y la lengua.  Y, sobre todo,  la claridad.

Al final solo se oirá o se leerá una mancha de pintura.

NI POR EL PAN, NI POR LA FAMA

NI POR EL PAN, NI POR LA FAMA

 

 Luis Sexto

El pudor me ha impuesto silencios que han parecido injustos. Quiero más hacia dentro que hacia fuera. Tal vez mi sangre gallega y canaria ha defendido con un nudo mi húmeda sentimentalidad. Y ahora, dicha la advertencia, confesaré lo que no dije cuando en febrero la noticia alegró a muchos: ya que me lo otorgaron, hubiera querido haber recibido el premio José Martí por la obra de la vida junto con José Alejandro Rodríguez. O después.

Me lastima saber que lo recibí cuatro años antes. Y lo único que me consuela es atribuirlo a que soy casi ocho años menos joven que el leído y respetado autor de la sección Acuse de recibo y de otros textos dignos de figurar entre lo más sobresaliente de lo escrito en nuestros medios durante las últimas cuatro décadas.

Hoy, 14 de marzo,  seis días después de haber redondeado 60 años,  José Alejandro Rodríguez recibe en Holguín, en el día martiano de nuestra prensa,  el modesto trofeo y el breve diploma que lo acreditan como un inclaudicable, abnegado y efectivo periodista cubano.

Una de mis honras consiste repasar mis años junto a Pepe. Hemos envejecido juntos. Nos conocimos en la quincenaria redacción de Trabajadores, periódico entonces apenas leído, y a veces soslayado por su borrascosa impresión y la falta de un contenido –en esos días en búsqueda- que interesara a ese público potencialmente masivo que componían obreros y empleados.

Desde el Semanario deportivo LPV me trasladé con 31 años casi recién celebrados al incipiente órgano de los sindicatos. Transcurría 1976. Pepe Alejandro llegó de Camagüey donde había cumplido su servicio social. Era casi un adolescente y un bigote presuntuoso pretendía recomendarlo como  mayor. Fue estudiante precoz. Y por tanto adelantó el cronograma desde la primaria a la Universidad.  Quizás tenía unos 21 o 22 años cuando ya había superado la etapa de adiestramiento del recién graduado.  

Poco a poco, Trabajadores fue aumentando su frecuencia: de quincenario a semanario, y después dos y seguidamente tres salidas semanales, hasta convertirse en diario a principios de 1981. Fue mérito de numerosos periodistas, tras cinco años de sueños e incomprensiones, recoger de lunes a sábado el periódico al pie  de la rotativa.  Allí compartíamos el trabajo, entre otros, Renato Recio, Jorge Garrido, Heldelberto López Blanch, Eráclides Barrero, Gabino Manguela,  Juan Duflar.

La mesa de redacción nos congregaba sin que nuestros codos chocaran. Estábamos conscientes de que una faena única nos había hecho coincidir y que con los años compartiríamos el recuerdo satisfecho de haber dormido poco junto a los sucesivos directores Jaime Gravalosa, Pepín Ortiz y Magali García Moré.

Desde esa etapa, coincidí en varios medios con el agudo mirar y la sensibilidad beligerante de José Alejandro Rodríguez: Bohemia, Juventud Rebelde, Hablando claro. Y sin suspicacias ni desconfianza, sin resquemores profesionales, hemos intentado ejercer un periodismo que, partiendo de la emoción, se depure en el intelecto, y se distinga por su compromiso con las causas del país. Y en ese aspecto, la lealtad sin deslices de José Alejandro me hala, me invita a arriesgarlo todo por un artículo justo y conmovedor.

Lo he habitualmente reconocido como hombre inteligente, valiente, sincero, convencido. Pepe nunca dirá algo elogioso sobre lo que no crea, y dirá siempre lo que su ética estime necesario exponer. Ni permitirá que acusen a alguien si él lo considera inocente: se descamisará y se erigirá en su defensor. Emplea sin merma varias cualidades profesionales: estilo, sagacidad, audacia, profundidad. Pero sobre todo posee lo que le ha permitido ganar un espacio en el afecto de lectores y oyentes: habla y escribe con el corazón y desde la cultura. Le parece que si no hay corazón, y si la cultura es solo papel prendido con alfileres, el periodismo será pura caligrafía de ganar el pan o la fama inmerecida.  Y Pepe es el periodista apreciado y hoy justamente premiado por ser esa gaviota que cada día se saja el pecho para alimentar su trabajo…

Callo. Y perdóname, Pepe, por haber dicho tan poco. Demos paso ahora a cuanto nos resta por hacer juntos en la conquista de los ideales de una sociedad democrática,  justa e independiente en el socialismo. Esos ideales a los que, sin vergüenza, digo en tu nombre y beneficiado por tu luz, nunca les hemos negado una línea útil.

 

 

 

UN MANUAL DE CABECERA

UN MANUAL DE CABECERA

 

 Luis Sexto

Presentación de EL PERIODISMO COMO MISIÓN, compilado por Pedro Pablo Rodríguez

 Por esta vez prescindo  de la recomendación que  el francés Jean Guitton llamó  estilo apagado y que protege a la opinión de las afirmaciones o negaciones  apodícticas. Prescindo, pues,  de la cautela ante lo absoluto. Y digo, tajantemente, que José Martí resolvió hace más de cien años nuestro litigio sobre si el periodismo es escritura subalterna o literatura de servicio. Todavía me parece recordar cuándo, 40 años atrás, en la redacción de mi estreno periodístico me recomendaban que escribiera para todos. Y mi respuesta era una pregunta: ¿Escribir incluso para los que no saben leer? Más simple resultó  después cuestionar la norma de cierta agencia  de noticias que obligaba en su código deontológico a recordar que escribíamos para América Latina, región colmada de pobres y de analfabetos.

Aún predominante en algunos de nuestros medios, ese concepto tan paternalista e ingenuo  explica, en parte,  que la pobreza formal se haya convertido en los últimos tiempos en una especie de moral y cívica de nuestra prensa. Ante esta evidencia cotidiana, uno  -que  de sobresalientes colegas  aprendió la lección de intentar pensar con cabeza propia- duda de que José Martí  sea leído y tenido en cuenta en nuestra práctica periodística.

No parecen abundar en Cuba las actividades humanas que, como el ejercicio del periodismo, sean sometidas a tan  constante, filoso y reductor escrutinio, resuelto a veces en pedradas con ínfulas académicas. Nuestra prensa actual ha sido sepultada por la crisis y por la crítica. Y si el que esto dice es periodista y le duele la falta de rigor en la concreción habitual de su oficio, no calla para recomendar el remedio a tanta insuficiencia, a tanta palabra huera de convicciones y de respeto por los lectores que saben leer. Quizás el lector que solo se interese por la información sobre los deportes, o los espectáculos, se contente con cualquier bisutería. Y vuelva la espalda al periodismo que  procure nutrirse del martiano quehacer, deslegitimándolo con una frase automática: “Me quedé como pescado en tarima”. Es decir, no entendí. Y si hay alguien que pueda no entender, habrá que seguir revisando nuestro sistema de educación y en particular el espacio que la lectura ocupa en nuestras escuelas y universidades.

Debo aceptar que en una dialéctica lamentable el periodismo cubano se ha rebajado ante las exigencias del sector impreparado de sus destinarios, y los profesionales menos aptos han influido en el rebajamiento de nuestros medios.

Por tanto, El periodismo como misión, cuya segunda edición aumentada hoy -20 de febrero- presentamos, llega para proseguir delineándonos a Martí desde la exégesis teórica, como paradigma del periodismo de la nación. Este libro compone una sugerente guía para corregir las desviaciones profesionales y hacer de nuestros periódicos, como definía el Maestro, una réplica constructiva de la vida. El periódico es la vida, y ha de salir cada día a quitar caretas, dijo el Homagno que diseñó su obra con los utensilios de la claridad, aunque alguien lo haya visto andar dentro del misterio. Posiblemente, esta  percepción de "Martí como un misterio que nos acompaña" haya sido sólo un vislumbre del poeta Lezama Lima sobre el poeta Martí.

Lo primero que encarezco de este libro es el título: El periodismo como misión. Y este breve sintagma encapsula todo el proceder periodístico de Martí, incluso sus conceptos teóricos sobre la prensa. Porque solo asumiéndola como una misión –término de resonancias heroicas- podemos estar en condiciones de proponer enunciados que a la vez que informen y opinen, tiendan a elevar a quienes los reciben. Porque el ejercicio del periodismo como misión no puede reducirse a una faena que solo informe, sino que sobre todo transforme, o ayude a transformar éticamente al cubano. Fuera de ese empeño de integrar una voluntad renovadora, el periodismo en nuestro país se inutiliza, y más que atraer anuencias, genera la discordancia entre lo que ofrece y lo que el lector, el televidente y el radioyente maduros  esperan en una sociedad donde la prensa ha de ser la resina que junte y selle.

Este libro,  además de las certezas sobre el periodismo martiano, tiene la virtud de haber sido compilado y prologado por Pedro Pablo Rodríguez. Como sabemos y no sobra repetir, Pedro Pablo es un intelectual  que al conocimiento de Martí une la devoción hacia este hombre único de nuestra patria.  En él, por ello, el acercamiento al Unificador de la nación parte de una actitud amorosa, de una estudiosa ternura  que descontamina toda erudición de cuanto esta pueda acumular de pueblerina vanidad.

Y el compilador sabe hacerse acompañar. Y a la suya, ha unido firmas sagaces y profundas e igualmente  distinguidas por el culto martiano: Fina García Marruz, Ivan A.Shulman, Ibrahim Hidalgo Paz, Mayra Beatriz Martínez, Carmen Suárez León, Salvador Arias, Salvador Morales, Ramón de Armas y otros de parejo o parecido crédito,  que se sumergen en la azarosa  y a la vez reflexivamente inspirada carrera periodística de José Martí, para componer un volumen magistral.  En estas monografías y ensayos vamos a conocer, o a reconocer,  que  el Apóstol   dominó y enriqueció nuestra lengua y llegó a superar el común de la prosa hispana de su época, tanto en este lado del planeta como más allá del Atlántico, anticipando una voluntad de estilo inquebrantable e inimitable.  Pero comprobaremos también que  no le resultó una faena sin sudores  proponer conceptos revolucionarios sobre la prensa de su tiempo, también  útiles para hoy, sobre todo cuando una especie de democratización informativa  pretende  anular reglas éticas y formales.  Porque  la web, última técnica y último soporte, sea dicho a propósito, no es sólo un campo para fines superiores de eficiencia y efectividad periodísticas; ofrece a la vez un ancho espacio para la irresponsabilidad, o sea, para decir sin verificar, para opinar sin demostrar, y escribir por momentos con el peor color de la grosería o de la ira estólida.

Convengamos que antes como ahora existían los que no entienden. Antes como ahora el facilismo productor de lectores acomodados a las baratijas de papel y tinta, le exigió a Martí ser hasta cesanteado en La Opinión Nacional,  en  Caracas. Y qué hacer  al saberlo  defensor  abnegado de la dignidad de la letra en los periódicos. En mi opinión,  el alegato martiano a favor  de un periodismo que se niegue a aceptar como “cosa mala” el esmero formal, habrá de erigirse  para los periodistas cubanos  en una regla de respeto propio y de respeto al universo de los receptores.  Si aún los criterios burocráticamente erróneos frenan en la prensa el poder de aventar las acciones negativas y de airear las ideas más constructivas, mientras esperamos  a que llegue la definitiva claridad a nuestros medios, hemos de aceptar que nada ni nadie impide decir cuanto podemos decir con inteligente gracia, con ese esmero que Martí nunca estuvo dispuesto a  echar en el rincón menos visitado de las redacciones; ese esmero que tiene en cuenta la sencillez,  sin que haya que obligarla  “a excluir del traje un elegante adorno”. Y en palabras de Martí,   ni el adjetivo elegante, ni el sustantivo adorno  significan banalidad o baratija. Significan asumir el periodismo como una formación estilística pragmática que necesita igualmente del dato informativo jerarquizado por importancia e interés, y de la apropiación desde la estética, desde un espíritu de creación. Citemos  como ejemplo a El Terremoto de Charleston. Este texto, que yo clasifico de reportaje,  compone todavía, como tantas páginas, una muestra antológica de la narrativa periodística. Las descripciones martianas  se anticipan, por su precisión y ritmo, a la cámara noticiosa del cine.

Admítanme  una confesión personal, con la cual quisiera  sumarme a  sentimientos colectivos de cuya existencia no puedo dudar. Cuando leo a Martí experimento la certeza de mi poquedad. Reconozco la distancia inapresable entre su nombre y el mío, entre sus letras y las mías. Pero no rehúyo acatar el mensaje  que nos sugiere  desde la obra que sobrevive a su cuerpo y conserva su alma; no evito dejarme atraer, ni me niego a permitir que el Maestro sea también una perenne tentación de lo más alto, casi de lo imposible. Y es en ese sentido con que dije al principio que Martí había resuelto nuestros litigios formales, nuestras nunca despejadas definiciones profesionales y políticas sobre la prensa. Tratar de hacerlo como él, equivale a ascender, aunque nos adecuemos a nuestras facultades menores y a las variaciones de las épocas.

Antes de concluir,  vaya mi gratitud a la Editorial Pablo de la Torriente, precaria materialmente, pero nutrida de conceptos y convicciones para dar voz a los periodistas que se afanen por trascender sus reducidos espacios y hospedarse en un libro.  Agradezco a Pedro Pablo haber aceptado o pedido mi intervención. De cualquier manera,  la honra que recibo con este acto supera cuanto creo merecer y me subordino al crédito y al talento de  cada uno de los autores de este libro y al talento y al prestigio de Pedro Pablo Rodríguez. Y como si mis palabras pretendieran ser una oración, termino a la usanza litúrgica. Que Martí, con su obra y su invitación al mejoramiento humano, esté siempre con nosotros. Así sea.

 

 

PROFESIONALIDAD Y CREDIBILIDAD: ¿EXCLUYENTES?

PROFESIONALIDAD Y CREDIBILIDAD: ¿EXCLUYENTES?

Luis Sexto

El documento  que se emplea de base para debatir  como preparación del noveno congreso de la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC), enfatiza en la profesionalidad. Y uno, que ha vivido dos tercios de sus días en una redacción, duda de que con esa propuesta, así, a secas, se pudiera tocar fondo, salvo que lo más recomendable sea sobrenadar. Ahora bien, apoyándome  en el concepto de profesionalidad, levanto la mano para preguntar: ¿Está la credibilidad incluida en la profesionalidad?

Si así fuera,  no tengo ningún reparo contra la agenda conceptual del congreso. A fin de cuentas podríamos afirmar que la credibilidad es consecuencia, o parte de la esencia, de la profesionalidad consciente, honrada y creadoramente ejercida. Nada me inquieta más dentro de mi proceder profesional que la credibilidad. Y cuando salgo de mi cercado, me parece ver que la credibilidad  de  nuestra prensa está en entredicho. ¿Por qué? Porque algunas de las páginas y espacios de nuestros medios, tanto los impresos como los aéreos y electrónicos, se han convertido, como generalidad, en pasquines de propaganda, en muestrarios de títulos dulzones que  tapian  hechos y problemas  cuyo reconocimiento o cuya crítica  los lectores, oyentes o televidentes desean leer, oír o ver.

Desde luego, no he develado un enigma. Cualquiera, por poco ducho que sea con respecto a enjuiciar,  experimenta que aparte de resultados muy personalizados o localizados, queda con deseos de reconocer a su país en páginas, ondas y pantallas.

Pero no negaremos que la credibilidad es casi un soporte imprescindible para alcanzar la profesionalidad. Profesionalidad es también igual a credibilidad. Se posee profesionalidad si merecemos la credibilidad mediante la veracidad y la oportunidad de nuestros enunciados y por la forma y las estructuras con que los expresamos. La verdad, como decía León Bloy, francés polémico e irreductible,  ha de estar rodeada por el esplendor del estilo.

Ahora bien, si la credibilidad  se diluye como propuesta de debate en el término general que la contiene, y no se alude explícitamente a las dudas que hoy la matizan, cualquier discusión quedaría por las ramas. Porque decir profesionalidad, así, un tanto en abstracto,  es decir poco o nada. Hemos de desmenuzar esa categoría y determinar cuáles son sus claves para ser un profesional, es decir, un periodista que inspire confianza por el dominio de las formas y por su prestigio ético.  Más bien, el congreso lo será plenamente si la credibilidad, que incluye dialécticamente la profesionalidad, se eleva sobre el plenario y se plantea preguntas que han de ser respondida de modo que rescatemos el crédito de nuestra prensa cuyo principal problema es ese: no satisfacer el interés de los receptores por recibir información suficiente y estilísticamente calificada en aspectos vitales de la sociedad.

Por ello, considero un acto capital que el martes 15 de enero, los periódicos nacionales publicaran una nota oficial informando sobre casos de cólera en La Habana. Haberlo callado, como ha sucedido en otras ocasiones, tal vez no podría avivarse la percepción de riesgo en la ciudadanía. Y si a veces echáramos de menos la conciencia del peligro, fuera porque la gente no sabría a qué atenerse si solo leyera u oyera  recomendaciones de guardar la higiene para evitar contraer un síndrome diarreico, vulgar andancio. Con aquella nota, el país creció en prestigio y confianza. Porque si alguna cifra de turistas alarmados  hubiera dejado  de visitar a Cuba por un tiempo, ningún costo material superaría la ganancia moral y política de informar a tiempo y claramente. De cualquier forma, los turistas llegan a países donde enfermedades graves son endémicas. Aceptemos la evidencia: nadie puede decidir por el turista.

Hace varias decenas de años, cuando la cumbre de los No Alineados en Argelia,  Fidel advirtió que inventar un falso enemigo equivalía a rehuir al enemigo verdadero. Por tanto, ¿es mala la prensa solo por un problema de profesionalidad?  Tal vez pueda serlo también porque hemos olvidado ciertas luces, ciertas señales. Por momentos, me inclino a pensar como el título de un libro del periodista  Aldo Baroni, publicado en 1944: Cuba, país de poca memoria. Tampoco nos  acordábamos de una  frase de Fidel, dicha hacia fines de los 1990, que  Antonio Moltó rescato en una de las últimas discusiones colectivas previas al congreso de la UPEC: Prefiero la equivocación al silencio. Y añado que el silencio es el mayor equívoco porque dice callando. Sugiere tantas vertientes para especular sobre por qué no se habla, por qué la información que interesa, y no sólo la que  importa, se ha vuelto pájaro que no se posa consecuentemente en nuestros medios.

Desde otro punto de vista, para que la profesionalidad predomine en la extensión cualitativa de esa condición, hemos de saber que el periodista ha de estar dispuesto a actuar las 24 horas del día.  Y tener claramente especificado las respuestas de toda conciencia recta al preguntarse para qué soy periodista, qué intenciones calentaba cuando entré por primera vez en una redacción. Debe de quedar definido que  nos  ha de mover la intención de servir y no la de brillar. Sin embargo, en los últimos tiempos, se ha preferido  contar con colegas del tipo de los que dicen  “sí” e improvisan un texto sin convicciones ni matices, a recurrir a los periodistas que dicen: “Déjame pensarlo”, porque no estoy convencido.

Básica esa libertad interior. No es tan útil  la palabra libertad en códigos, como que  el periodista experimente ser libre dentro de sí, en un ámbito de responsabilidad y compromiso. Pero a algunos no les gusta que dispongamos de ese ámbito y los efectos han sido en los últimos tiempos muy dañinos: una especie de desprofesionalización de nuestras redacciones, porque a veces los más aptos son tachados de conflictivos. Como si los revolucionarios no comenzaran siendo, precisamente, conflictivos renovadores de la vida.  

He dicho responsabilidad y compromiso. Quién que ejerce el periodismo no responde a la ideología e intereses del medio que contrata sus servicios. Pero esa voluntaria servidumbre profesional tendrá que regirse por una regla que favorezca, al menos, salvar la credibilidad como expresión suprema de la profesionalidad. Lo sabemos: ningún periódico cubano obraría como recientemente actuó El País madrileño: publicar una fotografía truculenta, falsificada, de un Hugo Chávez casi moribundo. La estafa fue  rápidamente desmentida con pruebas respaldadas por el pueblo y el gobierno venezolanos. Pero nos hemos preguntado cuántos lectores e internautas del planeta creyeron en la foto. No olvidemos que El País, como mínimo, ha trabajado durante tiempo su credibilidad mediante un equilibrio formal y conceptual. Esta vez, la ficha cayó del tapete. Pero cuántos infundios o verdades a medias ha hecho creer El País sobre Cuba, o Venezuela,  Libia, Siria…  Los medios más sólidos en su factura y su tradición en la “internacional del capitalismo mediático”, trabajan profesionalmente para que no le desmientan sus imágenes y palabras. En ellos, la credibilidad, aunque sea ficticia mediante una verdad manipulada, forma parte intrínseca de la profesionalidad.

¿Y cuál será la solución  de los embarazos y tutelas que impiden que la prensa cubana pueda exaltar nuestras verdades más evidentes y revelar las que a veces permanecen  injustificadamente en el silencio? Admito  que las hostilidades externas condicionaron una mentalidad política defensiva, un santo y seña basado en el secreto porque el “enemigo escucha”. Pero, si ya Cuba utiliza su madurez y mantiene enhiesta la voluntad de perdurar a contrapelo de lo que piense ese enemigo tan cercano, tan obstinado, y en consecuencia abre su economía, libera la emigración, suprime prohibiciones y busca un tránsito hacia el socialismo mediante el destrabe de las fuerzas productivas y la coexistencia de formas de propiedad, hasta ahora tenidas como tabúes; si hoy nuestra patria se renueva y sacude sofismas y dogmas, necesita también disponer de una prensa que con un lenguaje purificado de consignas, despojado de ideas resecas por la repetición, limpio de insultos como argumentos, defienda, la obra de todos por medio  de un periodismo que sea capaz de convencer y conmover.  

Una prueba nos sale al camino; una prueba  más ardua que defender una posición en una guerra: hacer derivar la democracia de una palabra, tan socorrida como incomprendida, hacia un sistema  blindado contra  manifestaciones de autoritarismo y de providencialismos políticos, y que, además,  pueda conjugarse con una prensa cuya papel esté fundamentado en la credibilidad de sus enunciados y no en el hábito de las notas oficiales,  aunque haya que distinguir las verdades cotidianas de las verdades que afecten la seguridad nacional.

Urgimos, pues, que la verdad y de la credibilidad no dependan de las urgencias propagandísticas. Y habremos de aceptar, en consecuencia, que  periodismo y propaganda no son sinónimos.  Si confluyeran  en el fondo, se separarían en la forma y los fines profesionales.

 

 

GAZAPOS BAJO LA LUPA

GAZAPOS BAJO LA LUPA

 

Luis  Sexto      

Un error común en nuestros periódicos: títulos y epígrafes

La coherencia estilística y técnica es una de las características de un periódico profesionalmente concebido y editado. No solo se precisa ser consecuente  con las normas de redacción del medio;  también con la técnica universalmente establecida, o con la tradición nacional, o con el dictado de la razón, ese recurso que tanto falta y   cuya ausencia explica entre nosotros,  los cubanos, que a veces miremos y no veamos.

 El pasado sábado 9 de febrero apareció en un periódico el siguiente título en la página dos:  DECLARAN MONUMENTO NACIONAL EL SITIO HISTÓRICO. Como es normal, todo título tiene que llevar una idea completa. Y en este ejemplo aparece el verbo: declaran y seguidamente los complementos: monumento nacional y el sitio histórico. Ahora bien,   el complemento directo está incompleto y  por lo tanto el título cuelga del aire, porque le falta un dato básico.   Uno, a la vez que se pregunta qué sitio histórico es ese,  se explica el proceder. Como  destacaron el puntaje del titular, no cabía en las dos columnas asignadas y en vez de sintetizar  la idea, los redactores acudieron al recurso del epígrafe, y colocaron, arriba, en un puntaje menor este dato: 55 aniversario del desembarco del Directorio Revolucionariom "13 de Marzo".  Pero el lector lo que primeramente lee es el título, es decir, el aspecto más destacado de la nota informativa. Y como hemos visto,  el título quedó sin uno de sus miembros más importantes: la demostración de la historicidad del  sitio. Y  los lectores se vieron obligados, tras un lógico desconcierto, a buscar el sentido completo de la propuesta leyendo el epígrafe, es decir, la parte menos importante y deducir que el sitio histórico era el lugar del desembarco del Directorio Revolucionario "13 de Marzo". En suma, la esencia de la información resulta esta: Declaran como monumento nacional el sitio histórico del desembarco del Directorio Revolucionario, a 55 años  de ocurrido.

Ahora bien, el problema consiste  ajustar  el título a su espacio. Y la primera regla, al menos en  la tradición cubana, y además en el principio de facilidad de lectura que rige en la prensa impresa, es  no hacer depender el título del epígrafe. Este opera sólo como complemento.  Por tanto,  según mi experiencia, pudiera haberse compuesto así: Epígrafe: Desembarco del Directorio Revolucionario. Prescindimos del aniversario, porque no es un elemento fundamental; en cualquier momento se hubiera podido hacer la declaración. Y prescindimos también del 13 de Marzo, pues si el desembarco ocurrió 55 años antes de hoy, no es posible confundirlo con el Directorio de los años de 1930. Y el título: DECLARAN MONUMENTO NACIONAL SITIO HISTÓRICO DE SANTA RITA, o para abreviar aún más, podemos acudir a la construcción nominal: MONUMENTO NACIONAL EL SITIO HISTÓRICO DE SANTA RITA. Santa Rita es el nombre del sitio, que aparece en el lid de la nota.

Ortega y Gasset escribió una idea fundamental, que resumo: Podemos escribir, porque el lector posee un universo de referencias. Por ello, el periodismo puede abreviar y suprimir información porque el contenido integra las referencias vigentes en la actualidad. Ahora bien, no tenemos que obligar a los lectores a ser adivinos, poniendo fuera de lugar un dato básico en el título. Un título incompleto parece una muestra, aunquer sea incidental,  de carencia de profesionalidad.  Recordemos: leer los titulares es lo mínimo que recabamos de los lectores de periódicos.

Otras consideraciones  quedan sin expresarse. Lo fundamental es recordar que el título, al menos el informativo,  nunca se subordina al epígrafe para ser comprendido: ha de poseer un sentido completo desde el punto de vista oracional, aunque no exponga toda la información. El epígrafe lo puede completar, pero sin que sea este necesario para captar de un solo golpe de vista el contenido fundamental de la noticia. Dicho esto, advierto que mis observaciones han sido inspiradas por el deseo de ayudar a mejorar técnicamentenuestros medios . Nada impide ser correctos; nadie impide ser creativos.  A muchos de mis alumnos se los advertí en clases, cuando hablamos de los títulos.        

 

 

CUBANOS ENTRE LETRAS Y NOTICIAS

CUBANOS ENTRE LETRAS Y NOTICIAS

Luis Sexto

En la alianza entre el periodismo y la literatura hubo también una primera vez. Vienen de tiempos lejanos estas  relaciones promiscuas, según los términos del catalán Albert Chillon. Pero en cuanto a su origen, lo más seguro entre tantos acercamientos, criterios y datos –que en una reducción culposa los hay hasta para confundir- es aceptar, con  cautela ante lo movedizo,  que el periodismo literario está presente desde el siglo XVIII con El diario del año de la peste, de Daniel Defoe. Ese es un reportaje de índole histórica, publicado en 1722, que hoy  llamaríamos literario o narrativo y que se lee como literatura de no-ficción. Pero incluyo entre los antecedentes en nuestra lengua a La conquista de la nueva España, de Bernal Díaz del Castillo.

En un momento, cuando aseveré la prominencia del libro del soldado de Hernán Cortés, estimé, con una dosis casi natural de presunción, de que aportaba un dato original. A ningún tratadista o estudioso de esa especialidad consultados por este periodistas, le había leído u oído ese  juicio. Lo aventuré en mi libro Periodismo y literatura, el arte de las alianzas, cuya primera formulación data de 2002. Dos o tres años después  “descubrí” que Mariano Picón Salas, desde mucho antes, en un libro cuya ficha he perdido,  había  reconocido las formas del  reportaje en el  relato de Díaz del Castillo. El primero, como dije, en nuestro nuevo mundo, como Bartolomé de las Casas inaugura el panfleto en este lado del Atlántico.

Después de los precursores, pasaron, en diversidad sumaria,   el francés Víctor Hugo,  el irlandés James O´Kelly, el norteamericano Mark Twain, el cubano José Martí, y  coetáneamente o años más tarde, escriben agraciados por las aguas contaminadas de la literatura y el periodismo, el mexicano Guillermo Prieto y sus compatriotas Gutiérrez Nájera,  Amado Nervo, Luis Gonzaga Urbina, y Carlos Monsivais, Almaguillermo Prieto,  Andrés Henestrosa; el nicaragüense  Rubén Darío, el guatemalteco Enrique Gómez Carrillo; el colombiano Gabriel García Márquez,  los norteamericano John Reed,  Ernest Hemingway,  Norman Mailer, Truman Capote, Tom Wolf, Joan Didion; el polaco Rysiard Kapuscinski; el chileno Pedro Lemebel, y más, más…

Y en Cuba a quiénes podremos nombrar como antecedentes de esta tendencia  que,  como sintetizó Norman Mailer, pretende contar  la novela como historia y la historia como novela.  Hemos de empezar por Martí.  Y aunque la originalidad martiana sea renuente a que ubiquemos al autor de Escenas norteamericanas  en una escuela o tendencia, qué escribió Martí, en los medios de su época, sino un inimitable periodismo literario. ¿Alguien negará que  El terremoto de Charleston  sea un reportaje  modélico de la narrativa periodística ligada a la narrativa literaria?  

Unas décadas antes,  quizás Anselmo Suárez y Romero haya sido, en Cuba, una especie de anticipador de la alianza de la literatura y el periodismo, formaciones estilísticas -de creación la primera; de trabajo informativo, el segundo- que tienden a ligarse por razones de sus afinidades. Pero me parece ver en ciertos textos de naturaleza periodística del autor de Francisco, una voluntad de trascender la retórica usual y lograr páginas perdurables por la húmeda emotividad del enunciado. Una vez le otorgué a Suárez y Romero, desde mi poquedad, el título de precursor de la crónica tal como hoy  la practicamos. Y ese juicio puede extenderse hacia el periodismo literario, porque la visión de este costumbrista empieza a fijarse en las esencias y cuando describe el paisaje cubano lo pinta de una manera más cálida, más entrañada y personal. Para mí clasifican en esta tendencia El guardiero y Palmares. Al leerlos uno siente el cambio cualitativo de una prosa de ocasión, hacia un texto conmovedor, vivido, tenso como el lenguaje poético: “Hay una cosa en mi patria que nunca me canso de contemplar…”

Posiblemente no hayamos reparado en que Manuel de la Cruz, entre tantos méritos, haya logrado con Episodios de la revolución cubana y Cromitos cubanos, la conjunción afortunada de la literatura y lo periodístico. Y también Julián del Casal, con sus crónicas y notas en La Habana Elegante, El Fígaro, La Discusión, El País y otros medios habaneros. El poeta de Nieve, al igual que Enrique Hernández Miyares, Aniceto Valdivia, Emilio Bobadilla, Enrique Piñeiro,  se dobló sobre el papel periódico como una opción de subsistencia. Y fue inevitable que su sensibilidad artística beneficiara  al plúmbeo periodismo editorializante del XIX. Casal no dejó de ser poeta ni cuando reportó la continuación de las obras del canal de Vento. Ni negó al periodista en las prosas incisivas y finas de su polémico e inédito  libro titulado La sociedad de La Habana, alguno de cuyos capítulos publicó La Habana Elegante en 1888:  Del entonces Capitán General, Sabas Marín, hombre “de frente ancha, surcada de leves arrugas, por donde la calvicie se empieza a abrir paso”,  dijo que, “respecto a su carácter, es altivo, no a la manera de Concha, ese gran vanidoso que nunca se dignó estrechar  la mano de sus inferiores; impetuoso; arbitrario (…) parece que firma sus decretos, no con pluma de acero, sino con la punta de la espada” .

Con la república, el periodismo prosiguió empleando a literatos como colaboradores regulares. Con  tanta asiduidad, que el perfil biobibliográfico de muchos  no puede prescindir del ejercicio en medios de prensa. Si no vivieron del periodismo, vivieron para el periodismo como vehículo de difusión de la vocación  literaria, ante la carencia o escasez del libro impreso, o como una actitud de servicio social y político. Jorge Mañach entre ellos. Tanto sus Glosas en El País, como sus artículos en Diario de la Marina, y Bohemia, y su papel de promoción cultural en la naciente radiodifusión, y más tarde en la TV, definen a Mañach como un periodista consagrado a su faena, a pesar de desequilibrios políticos o de la hiriente ironía que tantos rencores le adjuntaron. Mérito suyo es también haber dignificado la prosa de los periódicos en esos tiempos de la primera mitad del XX donde, según Miguel Ángel de la Torre -otro escritor vuelto periodista-  proliferaba un espíritu de cobrador de cuentas. Los artículos o las crónicas de Mañach se rigen por el tacto literario de modo que pueden considerarse ensayos o documentos estéticos por la arquitectura estilística  y por el interés y la originalidad del pensamiento, sin obviar la claridad, la concisión y la brevedad del periodismo. La entrada a Defensa de la bola, artículo inserto en Diario de la Marina, nos dibuja la pujanza perdurable de los textos del autor de Indagación del choteo:

“Las dos diversiones clásicas y populares del cubano fueron hasta ahora la pelota y la bolita. Últimamente se ha añadido a ese reportorio otra amenidad no menos esférica -la bola. A pesar de su traza, no quisiera que se viese un mero chiste o artificio de voquibles en esta afirmación. Si se mira al fondo, puede que se descubra en esa trilogía de redondeces (no, por cierto, las únicas a que es aficionado el cubano; pero sí las más significativas) un pequeño esquema de nuestra psicología y acaso de nuestra patología colectiva. La pelota, la bolita, la bola -tres formas de lidia, de aspiración, de pequeñas esperanzas en que consume nuestro pueblo su tedio y su impaciencia”.

Un poco antes y parejamente, el también villareño Ruy de Lugo Viñas coloca un pie a cada lado del abismo que parece separar a literatura y periodismo. En 1915 publica un libro, muy modesto tipográficamente, titulado Los ojo de Argos. La crónica y el reportaje se mueven hacia una inclinación literaria. En el prólogo, Luis Gonzaga Urbina, temporalmente en La Habana, dice que “todo lo construyó adrede el autor de este libro para albergar (…) las impresiones momentáneas exigidas por la inquieta voracidad del periodismo”. Ello, en efecto, es lo que halla uno en Los ojos de Argos: periodismo. Pero, advierte Urbina enseguida, “el material de cultura, de talento, de emoción estética, es, a pesar de todo, tan fuerte, que resultó durable y de perfectas condiciones de estabilidad para ser trasladado de la hoja volante al tomo superviviente”. Confirmémoslo en el inicio de la crónica sobre la llegada de  Jack Johnson para la pelea con  Jess Willard:

 “El “big-man”llega a La Habana seguido de una corte: la francesa lánguida que es su esposa, su entrenador, el secretario, que es por igual memorialista y corre-ve-y dile… y cuatro domésticos: uno que le limpia las botas –casi tan descomunales como las de un “gun-boat” Smith, otro que se encarga de la ropa sucia, otro que lo enjabona en el baño y lo cepilla cuando ya está vestido y el cuarto que, por estar a las órdenes de la consorte, no hace nada… a menos que se entretenga en cornamentar a su patrón. El “big-man” viaja como lo que es: como millordario que tiene larga cuenta en el Crédito Lyonnais y una fortuna en cada brazo”. 

En esos años, convencionalmente a partir de 1915,  aparte de los últimos nombrados aparecen numerosos  autores. Pablo de la Torriente -fulgor, fuerza, furia del estilo-, modelo conocido, asible en sus dos  textos clásicos del periodismo literario en Cuba: Presidio Modelo y Realengo 18. Y en su entorno, entre otros que omito, Miguel Ángel Limia,  Víctor Muñoz, Rubén Martínez Villena,  Lino Novás Calvo, Raúl Roa, Onelio Jorge Cardoso, Ramón Vasconcelos, Mirta Aguirre, Nicolàs Guillén. Y lo practican otros  que aparecieron en la década de los 1950s como Lisandro Otero, Jaime Sarusky, Santiago Cardosa Arias, y más adelante Leonardo  Padura,  Yamil Díaz Gómez, Ciro Bianchi, José Antonio Fulgueiras, José Alejandro Rodríguez, Luis Vázquez Muñoz, José Aurelio Paz, Enrique Milanés León, Eduardo Montes de Oca, Roger Ricardo, Rafael Grillo, Francisco G. Navarro, Julio García Luis, Félix Guerra, Katiuska Blanco, Rosa Miriam Elizalde…

Me parece oportuno, sin embargo, insistir en antecesores como Lino Novás Calvo y Onelio Jorge Cardoso. Ambos se caracterizaron por la narrativa breve. Y no parecería un despropósito atribuirles el papel de renovadores del cuento en Cuba,  aunque la crítica demoró 20 años en reconocer la excelencia de la obra de Onelio. En el periodismo no fueron menos narradores. Ellos también a fines de los 1940s y en el transcurso de los 50s escribieron en los medios para satisfacer sus necesidades domésticas.

Un reportaje de Novás   significó en 1948 una contundente denuncia de la geofagia de la Manatí Sugar Company. Publicado en tres entregas en Bohemia, “Guerra  de nervios en Santa Lucía”  conmovió a la opinión pública. Y el asesinato de Sabino Pupo fue como el sangriento colofón que confirmó la potencia de este reportaje, que empezaba con la recidumbre del estilo de Novás:

“Bajo el avión la tierra cubana luce como un mapa. El avión ha venido a dar más precisión y amplitud a los mapas. Hoy la tierra se mide, se cuadra, se define, se precisa; no ya por leguas, sino ya por pulgadas. Las nuevas escrituras, los papeles, los títulos, corresponden a la tierra. Son como superponibles. Cada nuevo propietario sabe exactamente lo que tiene, dónde lo tiene, con quién colinda.

“Eso es ahora. Antes no había cartas, y las medidas eran vagas. Los cabildos daban mercedes circulares que, al tocarse, dejaban entre sí a los realengos, las tierras del rey. Pero nadie sabía, de cierto, dónde empezaban y dónde acababan esos círculos. Los centros (un árbol, un hito) eran confusos y a veces movedizos. Los círculos mismos se superponían, cambiaban de sitio, se estiraban y encogían, según quien los tenía. Con poder e influencia se hacía y prodigaban nuevos títulos (nuevos círculos) que chocaban con otros. Al fin sobre esos papeles, la isla llegó a tener, por lo menos, doble extensión de la que tiene”.

 Onelio Jorge Cardoso denunciaba la situación de las clases y capas más dañadas por el capitalismo dependiente de aquella época. Pero era más sugestivo. Con este párrafo concluyo esta aproximación al periodismo literario en Cuba. Ojalá que la prensa pueda adoptar este segmento como su norma principal: “Vamos a la Laguna de la Leche en Morón. Nos lleva Jesús Alfaro, pequeño, enteco, descalzo y humilde; con su viejo barco que se parece a él no sé por qué razones. Quizás porque el hombre está lastimado  por los mil trajines de muchos días iguales sobre su vida, y el barco por las cargas distintas que lleva todos los días iguales”…

(Publicado en La Gaceta de Cuba, UNEAC)