EL ARTE DE TEMBLAR
Luis Sexto
La intensidad, el lenguaje en tensión, es el espíritu legitimador de la poesía. De la poesía, y no del verso, que a veces no contiene aquella impresión casi indefinible. Podrá el verso agradarnos por el oficio con que ha sido compuesto. Por ejemplo, una controversia campesina suele improvisarse de modo que el ingenio sea el que relumbre. En algún momento podrá chispear, pero todo se resuelve, a veces, en fórmulas que convenzan sólo por su habilidad y agudeza.
Y apenas resulta definible la poesía, porque es una sustancia que sólo puede sentirse. Como sabemos, la poesía, como concreción material en la palabra, partió de la magia, del conjuro que le sirvió a las culturas primitivas -lo demostró el marxista Thompson en Magia y poesía- como fuerza productiva auxiliar. Al confiar en la influencia de lo mágico, el agricultor en vez de cruzarse de brazos se aplicaba más; su fe lo impelía a trabajar con mayor ahínco. La poesía, la intensidad del canto, implicaba un desbordamiento de la vida interior. Como el creyente que al rogar por asistencia mediante la oración, fortalece subjetivamente el círculo de sus propósitos de no pecar, y cuanto más fervor, más constancia en su catarsis. En 1942, el español León Felipe sugiere el valor del poema, en unos versos breves, pero hinchados de sugerencias.
Hermano... tuya es la hacienda...
la casa, el caballo y la pistola...
Mía es la voz antigua de la tierra.
Tú te quedas con todo
y me dejas desnudo y errante por el mundo...
mas yo te dejo mudo... !mudo!...
Y ¿cómo vas a recoger el trigo
y a alimentar el fuego
si yo me llevo la canción?
Tal vez por esa capacidad de remover y abonar la espiritualidad de nuestra especie, la poesía acepte ser conceptuada como la expresión de lo más humano, entrañable del hombre. Posiblemente, la palabra más tensa sea la que lleve una carga mayor de subjetividad, de valores emotivos. Pero tendríamos que hacer una distinción entre emocional y emotivo. Emocional puede ser un insulto, y sin embargo un insulto no es en sí mismo poesía: la tensión del insulto porta una corriente negativa, es portavoz de antivalores, aunque podría mencionarse alguna excepción que signifique lo contrario. Estableciendo una convención, podríamos decir que lo emotivo es la sentimentalidad que permea y tensa cada palabra.
Quizás hablo un tanto oscura, poca e incompletamente en estas definiciones de por sí escabrosas o inaprensibles. Sólo he pretendido advertir que todo verso no es poesía. El verso es poesía, cuando, a través de sus artificios formales, nos conmueve y remueve con su esencia poética, con esa huella humana que nos marca mediante el temblor interno que nos trasmite. Como el arte de temblar definió José Bergamín a la poesía. Y, añadiría yo: también es el arte de hacer temblar.
Roberto Manzano, poeta y uno de los ensayistas que con mayor certeza, hondura y estilo se ha acercado hoy entre nosotros al aspecto teórico de la literatura, ha dicho que la mayor novedad en la poesía es la intensidad, acompañada de la música de las palabras cuando se combinan con tacto artístico, como en un pulimento sutil que viene aplicado desde lo interior hacia el exterior.
Fina García Marruz nos vuelve a enseñar el papel del orden verbal en la expresión poética, cuando en su libro Martí, Darío y lo germinal americano cita este ejemplo, que reproduzco a mi modo: De desnuda que está, brilla la estrella. Si invertimos la frase: La estrellla brilla, de desnuda que está, "la poesía se nos viene abajo", reconoce Fina, y según mi oído la verdad armónica sostiene el juicio de la autora de Visitaciones. Y escribiendo estas palabras un tanto atrevidas e incompetentes recuerdo los versos de César Vallejo y me estremezco:
Amada, en esta noche tú te has crucificado
sobre los dos maderos curvados de mi beso;
y tu pena me ha dicho que Jesús ha llorado,
y que hay un viernes santo más dulce que ese beso.
En esta noche clara que tanto me has mirado,
la Muerte ha estado alegre y ha cantado en su hueso.
En esta noche de setiembre se ha oficiado
mi segunda caída y el más humano beso.
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