TANTO EN TAN POCO
Luis Sexto
(Tomado de Cubahora)
Los escritores que clasifican su oficio como un litigio entre los hechos o las ideas, las palabras y la esencia, parecen aspirar a que la síntesis los defina. Las palabras, cuando sobran o cuando no resumen el alma del contenido, recomiendan desfavorablemente a sus autores. Pero pocos nos atrevemos a cumplir esta norma: Que tanto quepa en tan poco, como me aconsejó hace años Cintio Vitier. Cuando conquistas la síntesis, a pesar de la fatiga, el talento atraca en el muelle de la divinidad. Porque el concebir y articular mucho contenido en un breve recipiente es como obra de dioses que generan vida de la vida. Comparando, la miniatura es la más irrebatible confirmación de la sutileza de los dedos si de orfebrería o escultura tratamos; en la literatura, el reinado de la síntesis lo ejerce el haikú.
Esta estrofa significa en Japón lo que el bonsái en la floresta: un árbol de proporciones enanas. Es decir, concentra un instante, una impresión en tres versos, según la preceptiva japonesa: el primero de cinco sílabas, el segundo de siete y el tercero de cinco. Semeja un epigrama, un refrán por su capacidad de sintetizar y sugerir. Para cualquier poeta esta estrofa es un desafío de ingenio, síntesis y concisión. Nada puede faltar ni sobrar en ninguno de sus versos. Basho, a quien estiman como el más alto poeta de Japón, dijo que el haikú es lo que está sucediendo en este lugar, en este momento. Y lo ejemplifica: “Un viejo estanque, / Se zambulle una rana: / ruido del agua.” Este también con su firma: “A la intemperie, / Se va infiltrando el viento/ hasta mi alma.” Kiorai construye en este una definición del desarraigo, la nostalgia, la desgarradura de la partida: “Es ya mi aldea/ un sueño en un viaje. / Ave de paso”.
Y esta miniatura literaria japonesa, parece extender su influencia entre los poetas de otras lenguas. Richard Wright, norteamericano conocido por ese libro conmovedor titulado Soy negro, llegó a escribir dos mil haikús; fue su pasatiempo en los últimos días de sus 50 años. Y recogió poco más de 800 en su libro Haikú. This Other Wold, que la editorial cubana de Arte y Literatura publicó, en 2007, en una edición bilingüe con título traducido literalmente del original. Haikú: este otro mundo.
Wright tiene razón: el haikú compone otro mundo; el mundo de lo breve, lo condensado, lo esencial. En muchos, el autor de Los hijos del Tío Tom logró captar un matiz sugerente de cuanto subyace en una fugaz visión del paisaje o del movimiento de las estaciones climáticas o del quehacer cotidiano de los seres humanos. En el número 148 de su libro, Wright escribe: “Como la muerte es, / bajo un buitre que ronda, /la aldea en otoño.” En el original dice: “As still as death is, / Under a circling buzzard, / An autumn village.” Y lo que nos parece, en el orden clásico del haikú, que el poeta se convierte en una especie de pintor o grabador, o fotógrafo. Es, repetimos a Basho, lo que ocurre aquí, ahora. Esta forma poética detiene el tiempo en su fulguración objetiva. Como si el reloj se detuviera para siempre: “Tarde invernal: / Vi un flaco espantapájaros/ engullendo chuletas. Este haikú es también de Wright. Y uno se pregunta: qué ha pretendido con esa pincelada. Quizás el poeta intenta convertir en único un detalle del paisaje, al grabarlo mediante el álgebra cromática del poema.
El haikú ha venido a ser la antítesis de los grandes cantos de la literatura occidental, epopeyas clásicas como La Iliada, La Odisea, Jerusalén liberada, El paraíso perdido, La Divina comedia. Y contemporáneamente algunos poemas de Pablo Neruda, por citar a un autor. En obras de tanta extensión, la poesía no parece concentrarse, sino dispersarse en una escala versos. Y en Japón esta miniatura literaria posiblemente sea un arte predilecto por la infinita diversidad de sensaciones que el haikú sugiere. En lo profundamente concentrado, lo que solo puede presentirse permite la indagación, la introspección, la felicidad de un hallazgo que puede ser diferente en cada ojo.
Varios poetas cubanos acometen también esta forma grácil y estrecha para enjaular una sensación o una acción en sus líneas básicas. Ediciones Matanzas publicó hace poco La desnudez del Ángel, de José Manuel Espino, nacido en la ciudad de Colón en 1966, y cuya maestría en el haikú lo convierte en una voz lírica muy dúctil. Entre los cientos de este libro elijo leer, por ejemplo: “Mueren las playas/ En los vidriosos ojos/ De sus ahogados”. O esta otra cápsula de un momento único: “Tanta dulzura/ Comiéndose en mis labios/ Como ciruelas”. Para concluir este breve acercamiento a su obra, este otro haikú en el que Espino se empina hacia la sutileza conceptual: “Hombre sin brújula/ Ignoras que comienza/ En ti la patria.” Espino, más que la tradición clásica del tema –la naturaleza y sus estaciones- practica la tendencia de partir ingeniosamente de la impresión sobre cualquier hecho o idea.
Ahora una pregunta inquietante: cómo habremos de leer esta monótona aglomeración de estrofas tan breves y uniformes, como cortos sus versos que parecen relampaguear. Este articulista los lee despaciosamente, uno ahora y el siguiente más tarde, como si fueren una lectura espiritual durante la cual uno ha de detenerse para meditar o asimilar una verdad o una imagen.
El haikú es breve; su lectura larga.
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