¡A QUIÉN SE LE OCURRE!
Luis Sexto
Las fichas que apostaron a la quimera de que en la reciente primera conferencia del Partido Comunista de Cuba algunos enloquecieran y comenzaran el desmantelamiento del socialismo hasta ahora conocido o renunciaran a la aspiración de un socialismo conveniente, adecuado a la circunstancia específica del país, u ordenaran preparar los aperos para injertar en Cuba el capitalismo, tendrán que limpiar el tapete diciéndose: ¡A quién se le ocurre! O, como mínimo, en un brote de pretendido realismo, atemperarán su frustración con la frase sacramental de hubo apertura, pero no tanta.
Más o menos, entre esos extremos pueden balancearse las opiniones de cuantos prosiguen su cruzada por hacer derivar los acontecimientos en Cuba hacia el lado derecho, incluso hacia la extrema izquierda que, aunque no lo pretenda, aparenta ser aliada de la derecha. Nunca, tal vez, el color del cristal con que se miran las palabras y los actos ha sido tan diverso como ahora. En verdad, desde la oposición, básicamente atrincherada en el extranjero, habrán de sentirse tan frustrados como para seguir atizando la virulencia de los conjuros mediáticos. Y falsearán la realidad tildando a Cuba, entre otras tachas, de cárcel masiva, sin referirse, por ejemplo, a que hace apenas unos meses el Gobierno liberó, antes de cumplir sus penas, a mucho más de un centenar de presos de índole política y a tres mil reclusos por delitos comunes.
El sector nacionalista de la emigración, que no parece consumir como el “exilio” los dineros federales para el desarrollo de la democracia norteamericana en Cuba, tal vez aporte un matiz al ver un tanto debilitadas sus aspiraciones de llegar a convertirse en parte de la solución en la estrategia de cambios. Mas, la actitud quejumbrosa, sea de parte de los cuarteles de la subversión o de los que buscan, más que coexistencia, convivencia con Cuba, soslaya que el origen los problemas cubanos engorda en los Estados Unidos y, por extensión, en ciudades aliadas como Madrid. Basta leer los discursos de los candidatos republicanos a hospedarse en la Casa Blanca, o las declaraciones del gobierno del Partido Popular español, para comprender cuánto las promesas amenazadoras pueden obligar a tantear antes de decidir hacer modificaciones en espacios tan emparentados con el caballo de Troya como la emigración y la inmigración o en las inversiones de empresarios de ascendencia cubana.
En cambio, de lado de acá, cuantos aún creen racionalmente que lo más conveniente para el país consiste en refundar y perfeccionar los órganos y principios tradicionales de la revolución de 1959, no quedaron frustrados porque sabían de antemano, por el conocimiento de las usos y normas políticas locales, además de por las declaraciones de sus principales dirigentes, que después de los lineamientos económicos y sociales del sexto congreso, la reunión sólo decidiría sobre teorías y prácticas partidistas envejecidas, con el propósito de recobrar la disciplina deslavada en las últimas dos décadas y restablecer definitivamente en el Partido el sentido político de defender y promover el programa socialista, sin mezclar su tarea con las de gobierno o de administración.
Enjuiciándola, si no con imparcialidad, al menos con criterio responsable, la conferencia ha trazado una diferencia entre el Partido Comunista y el partido recalcitrante que se le opone nutrido por la hamburguesa norteamericana y el “caldo gallego”. Y la diferencia favorece al Partido cubano, pues se ocupa de quebrantar las cercas y obstáculos interiores que hasta ahora han coadyuvado, sin apreciarlo claramente, con el cerco económico, comercial, mediático explayado desde el exterior. ¿Acaso no acordó la conferencia aumentar la voz, incrementar los derechos a opinar, a criticar; no reforzó las medidas contra los rezagos discriminatorias sobre negros, mestizos, mujeres, homosexuales, creyentes; no invocó la ética y la ejemplaridad como los recursos fundamentales; no se refirió al diálogo como un método entre políticos y ciudadanos?
Suele decirse como argumento desacreditador que en Cuba abundan las palabras y los papeles. Pero si recordamos que el Génesis judío y luego cristiano comienza con una palabra, Hágase, no parece desatinado creer que es un adecuado punto de partida invocar la urgencia de democratizarse, depurarse de malos ejemplos, de complicidades, de doble moral, de órdenes, de elitismo e impunidad. Por supuesto, llegar a acuerdos es menos trabajoso que convertir la palabra en hechos. Y el gobierno y el Partido Comunista tendrán que continuar rigurosamente el proceso de desburocratización de la sociedad para desinfectar la mentalidad común de los virus del economicismo y del oportunismo, en mi opinión, dos de las enfermedades que agujerean el cambio favorable hacia un orden flexible como pivote del crecimiento, del desarrollo y de una democracia más participativa.
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