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PATRIA Y HUMANIDAD

SANTIAGO

SANTIAGO

Santiago a la izquierda, junto al camagüeyano Lázaro Najarro, en él encuentro de cronistas, en Cienfuegos, noviembre de 2011.

 

Luis Sexto

Su nombre se me presentó cuando mí  aprendizaje primerizo deletreaba la pizarra de periódicos y revistas.  Crónicas, artículos y reportajes que leía entonces en El Mundo, Revolución y luego Granma, o en Bohemia, me servían de cartilla, de modelos donde incorporar la técnica de combinar palabras con exactitud y gusto.

Convertido años más tarde en periodista, y andando por  lugares donde fluye el murmullo del agua, crecen montañas o la llanura y el cielo se juntan, y  descubriendo gente anónima, intocada por la publicidad en el recato de su grandeza humana, el nombre de Santiago volvió a salirme al paso. ¿Me perseguía para estorbarme? ¿O era yo quien ponía mis pies sobre la huellas de los suyos? 

Hacia 1989,  intenté demostrar que Francisca Paula Álvarez Quílez era entonces la cubana más vieja. Decían que tenía los aires de 118 años sobre su piel, que casi se adicionaba a sus huesos, y los ojos  se le habían blanqueado de tanto abrirse a luz. Bohemia me facilitó adentrarme una mañana en la península de Guanahacabibes. Hablé con las hijas. Y entre tantos papeles, me mostraron un reportaje de Santiago -de Santiago Cardosa Arias- ilustrado, entre otras, con una foto de Liborio Noval en que la negra Francisca Paula, vestida de blanco, exhibía, en los primeros años de los 1960, toda su dignidad de señora antigua y sin sonrisa para el extraño. Las hojas ya cuarteadas correspondían a la revista INRA, que luego cedió, a la que se llamó Cuba, su largo formato y propósitos de periodismo de larga distancia, es decir, letra narrativa, circunstanciada como los libros de cuentos.

Santiago narraba entonces la nueva odisea del país: transformar la zona que había estado 500 años inaccesible para la geografía cercana y habitable. Y en la letra de aquel reportaje ancho yo le intuía al periodista la vocación andariega, la adicción al periodismo vivencial, arriesgado. Ya soy consciente de esta verdad: yo transitaba sobre los zapatos gastados por Santiago en la búsqueda de lo menos sabido, lo más intenso del pueblo. Coincidíamos en la vocación “andantatriz, en la pasión de caminar o rodar mientras uno observa y luego cuenta lo visto como si en ello alentara la certeza de multiplicar nuestra existencia.

Santiago –que habla de sí como quien se ignora- ya se aproxima a los ochenta. Todo cuanto anduvo en medio siglo ha quedado en los archivos o en las hemerotecas, sepulcro que deshace poco a poco el papel de  miles de horas de inquietud, angustia, apremios, inconformidades de cierre y no mucho sueldo. Sólo quedaron en la superficie los reportajes de su libro Ahora se acabó el chinchero. En estos días he vuelto a repasarlo. Fue impreso recientemente para periodistas y estudiantes de periodismo. El “chinchero” cuya muerte Santiago historió, no reapareció solo. Lo precede un texto que le da título al libro actual: El reportaje y el reportero, donde  Santiago Cardosa Arias, baracoeso nacido en 1933, nos trasmite su experiencia y su técnica de construir reportajes. Luego, el maestro enumera las razones por las cuales puede trepar a la tarima privilegiada del aula, y  expone una parcial muestra de sus textos, aquellos de Ahora se acabó el chinchero.

Al tener delante nuevamente a Santiago en sus reportajes, quiero devolverle su influencia de maestro desde la distancia. Deseo salirle al paso como él se me atravesaba transfigurado en historias y personajes durante mis primeros años aprendices, y decirle que si ciertos lectores tienden a menospreciar el periodismo, no dudo de que haya un periodismo que merezca ser rebajado, como esta o aquella obra literaria podría ser ignorada sin que y el mundo y ni Cuba, fueran más pobres. Pero el periodismo de Santiago Cardosa Arias afirma el ejercicio limpio, creador, aliado a las tensiones de lo poético, y niega que el periodismo deba ser un estilo chambón, gris, ni mucho menos un producto comunicativo que sirva para suplir necesidades menores. Ni en papel, ni en sonido, ni en imagen.  Esto es, ni para envolver la basura, ni para oírlo como si estuviera lloviendo, ni para verlo porque no hay en la TV algo mejor.

Santiago Cardosa Arias es una columna del periodismo en el último medio siglo. Y yo, apenas una piedra pelona, tengo la dicha –dicha, así puedo llamar a mi gratitud- de recostar mi cabeza sobre su macizo fuste, su enraizada base de humano servicio.  

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