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PATRIA Y HUMANIDAD

CRUCIFICADO ENTRE EXPLOSIONES

CRUCIFICADO ENTRE EXPLOSIONES

Luis Sexto

Como res al bebedero recurren las imágenes de aquella turbamulta desfilando por una calle que  llamábamos Paseo -transversal y ancha-, y también los faroles chinos, forrados de papeles transparentes azules, rojos, verdes: vertiginosos círculos parpadeantes en la luz inestable de una vela.

En mi pueblo celebrábamos las parrandas con la misma intensidad comunitaria en el color, la música y el estruendo que en Remedios. Cada año todos los vecinos de los dos barrios, Los Mangos y La Loma, se atareaban secretamente en la confección de carrozas y luminarias  para salir  a competir entre sí y asombrar al contrario con el exceso y la originalidad de la fantasía colectiva, sin participación de instituciones oficiales. Vi construir en locales cerrados los artilugios que iluminarían las calles, y vi también el almacenamiento secreto de la pirotecnia –voladores y fuegos de artificio- que  clausuraría los festejos en un duelo de explosiones... 

 Por ello me auto proclamo remediano, aunque ello sea una verdad a medias. Nací en uno de los barrios municipales de Remedios, a 15 o 20 kilómetros aproximadamente. Pero en  la parroquia de la cabecera –donde hay una imagen de la Virgen María en gestación, quizás la única en el mundo- me bautizaron, y mi madre se casó con papá ante el mismo altar donde un tío abuelo materno, fraile franciscano, había rezado sus horas.  Y si alguien me lo prohibiera, o me negara el derecho a sentirme remediano, le opondría otros argumentos que presumo incontrovertibles.

Pertenezco a Remedios, en suma, por su cultura que colorea a poblados cercanos, incluso a localidades más alejadas e insertas en otras jurisdicciones. Y porque tengo en la sensibilidad la huella mohosa e inhibida de sus calles casi tan antiguas como el deslumbramiento de Colón al mojarse las sandalias en las playas de Cuba; calles y callejones por momentos trazados según las curvas que un beodo hubiese  estaqueado en su regreso a casa, y que  recorrí a paso azorado de la mano de mamá. Y, en particular, soy remediano por un trauma que se ha erigido en fracaso profesional de ciertos psicólogos.

Las parrandas condicionaron  esa razón patológica.

Eso, que hoy puedo llamar la artillería, era primordial y decisivo episodio. Las parrandas comenzaron por el ruido. Aquel cura de  principios del XIX en San Juan de los Remedios, no halló  solución más atinada a su conflicto pastoral que estimular la generación de ruido entre los niños de la parroquia para despertar a los fieles que, remolones o menos devoto, no asistían a las misas de aguinaldo, convocadas para el amanecer desde el 17 al 24 de diciembre. Y la muchachada arrastraba al trote cacharros, y golpeaba metales, y gritaba,  de modo que el sueño de la prima mañana se espantara. Y a misa. Qué remedio... en Remedios.

Las parrandas, año tras año, fueron divorciándose de su origen litúrgico, y se transformaron en esa festividad de los 24 de diciembre  en la que predomina la fineza, el torneado artístico de carrozas y esculturas de plaza, de cartón y madera, que lo mismo  remedan la Torre Eiffel que la de Babel, un castillo de Las mil y una noches que el Empire State. Y la música dispara viejas reminiscencias europeas mezcladas con el embrujo percutiente de lo afro. Pero el ruido primigenio subsiste perpetuado en el estruendo de los artificios de la pólvora cuando los barrios de El Carmen y San Salvador, gavilán y gallo, se baten en una contienda de bombazos de salva.

Aquella vez mamá y papá eligieron para presenciar los festejos una casa amiga situada en el medio de las baterías artilleras de La Loma y Los Mangos, en mi pueblito de General Carrillo. ¿Habrán sido esas mis primeras parrandas? Recuerdo vagamente que las explosiones resonaban en mi pecho como si me lo comprimieran. Atosigado por el humo del bombardeo, apenas pude asombrarme ante el cielo punteado de chispas que caían como estrellas despedazadas. Al llegar a casa, el termómetro casi estalla. Y el niño quedó crucificado entre explosiones. A partir de ahí nunca he podido saber que algo va a estallar. Puede hacerlo de improviso. Mi reacción es normal. Pero que yo no lo sepa, que no me avisen, porque  me embalaría en una carrera caótica, pregonando con mi desenfreno que soy el más chamuscado por el esplendor de la cultura de Remedios, ese pueblo que, no siendo el mío, es como si lo fuera.

 

4 comentarios

Daniel Franco -

Excelente trabajo Sr. Luis.
Era excelente vivir en Cuba esas fiestas y parrandas cuando eran organizadas expontaneamente por los ciudadanos sin intervencion politica de ningun tipo.
Espero que en Cuba pronto se le de mas autonomia a las ciudades para tomar mas deciciones de como divertirse sin que primero haya una reunion previa en el pODER pOPULAR Y la ultima definitica para su aprovacion en el Comite Municipal del Partido.
Todos deseamos que los cubanos sonrian excpontaneamente y con libertad para divertirse a su modo y con sus tradiciones.

Carlos -

Cuantos recuerdos, Don Luis. Yo soy matancero pero tuve una novia mucho tiempo que era de Yaguajay y visite todos los poblados parranderos de los alrededores y le digo que como las parrandas de Remedios, ninguna. Vi las de Camajuani, Caibarien y hasta el propio Yaguajay, pero los trabajos de Plaza de Remedios y la intensidad del bombardeo eran unicas; le juro que senti miedo en Remedio, pues los petardos me volaban por encima de la cabeza. Viniendo del occidente de la isla, nunca antes habia experimentado algo igual. Muy bonito el articulo, como siempre.

Luis Sexto -

Gracias, Cedeño, hrmano: ya te reciproqué; estás enlazado con tu blog al mío, aunque desde hace tiempo nosotros nos estimamos y valoramos. Gracias. Muy bueno, lo del Chupi, Chupi, que leí hace semanas.

Reinaldo Cedeño -

UN saludo de un colega qu el admira. Excelente trabajo. L epropongo intercambiar enlaces de blog. Ya el suyo esta en el mio. UN saludo dese la isla y la espina http://laislaylaespina.blogspot.com
Reinaldo Cedeño