EL AVESTRUZ NO ES REALISTA
Por Luis Sexto
Esa mujer –dijo alguien inteligente a mi lado- es bella de frente; de perfil, en cambio, no lo es tanto. Esa posibilidad la conocen desde hace mucho los actores de cine y televisión. Oye –advierten- por mi lado malo no me enfoques… Son realistas; se ven tal y como son. Si hay un lado infeliz, pues a apuntar con la cámara desde otro ángulo.
Haciendo una analogía, así ha de ser en la vida social y política: juzgar la sociedad como es, no como queremos que sea. La literatura cita un ejemplo célebre de una mujer que nunca podría ser actriz, gobernante o empresaria: la bruja de Blanca Nieves. Recordemos que cuando se miraba al espejo, el genio del azogue le decía que nadie era más hermosa que ella. ¿La engañaba? Más bien la bruja misma se engañaba. El espejo era una vulgar imagen nunca vista con realismo por la señora.
Realismo es otra palabra cuerda. Tan cuerda como flexibilidad y racionalidad. Quizás el realismo sea un modo inteligente de vincularlas. Flexible y racional: igual a realista. Por supuesto, analicemos la palabra desde el punto de vista práctico, como ese enfoque que sabe determinar con nitidez los puntos feos de la realidad y precisa las oportunidades y las fórmulas ciertas, lógicas, posibles de modificarlos. ¿Es realista quien sueña con escribir un gran libro y nunca lee los libros ajenos? ¿O lo es quien quiere ganar los 400 metros lisos de las Olimpiadas con los pies planos o pesando 300 libras? Realismo, tengo que aclararlo, no es contrario a audacia, a iniciativa, a alternativa. Creo que realismo sin esas dotes acometedoras deja de serlo. Porque audacia no es locura, iniciativa no es parálisis, alternativa no es improvisación. Son diversas formas para intentar resolver los problemas que una visión realista censa y describe.
La falta de realismo está en esperar un golpe de suerte para resolver lo que nos estorba. Está en estimar que solo cuanto yo creo es la verdad y que los demás están equivocados. El realismo no está tras las cortinas que tapian las ventanas, ni siquiera en las estadísticas que suelen ocultar la cara de la gente. Y mucho menos aparece en los datos que algunos usan, a veces distorsionadamente, para llenar un informe y quedar bien, limpios, seguros.
De ese irrealismo fantasioso y carente de honradez, uno ha visto demasiadas muestras. No quiero arrimar mucho el fuego a la sartén de los periodistas; lo soy y tras casi 40 años de ejercicio nunca he dejado de creer en mi profesión como instrumento crítico de los desvalores y desaciertos, y defensor de los valores y aciertos políticos y sociales. Y como he sido periodista modesta y servicialmente, he tratado de estar allí donde puedo ser útil. Y tanto, tanto irrealismo he pulsado… He oído por la mañana en una oficina que faltan bueyes para la agricultura y al otro día, en una reunión más amplia y múltiple, he escuchado a las mismas personas informar que habían sobrecumplido la cifra de yuntas de bueyes para sustituir a tractores y combustibles. Ese fue un acto de lesa patria al que el periodista, medio metido a Quijote o cumpliendo la doctrina y la política de su Partido, intentó reivindicar publicando un artículo titulado Esa vieja dama indigna: la mentira.
La mentira no es realista. Ni revolucionaria. No lo es porque distorsiona, empaña la visibilidad del necesario realismo que los revolucionarios han de mantener, no para ocultar el lado feo de la sociedad, sino para mejorarlo. Y en ello radica la diferencia entre el cine, la TV y la vida real: las malas caras no se pueden transformar ni con el espejo de la Bruja. Que cada cual cargue con su lado menos favorable. Ahora bien, la sociedad sí puede mejorar con un enfoque realista que permita establecer lo imposible hoy y lo posible mañana, que permita distinguir deseos y realidad.
Mirando el asunto desprejuiciadamente, con franqueza, sin las burbujas de la mentalidad complaciente que todavía nos limita, el realismo, el panorama integral y sopesado de la vida, nos permitirá andar en el camino “enmarabuzado” del mejoramiento, demostrándonos cuanto se gana actuando o lo que se pierde sin actuar. No hagamos como el avestruz, que carece de realismo. Dicen que pone y estira su cuello a ras del suelo para no ver el peligro. Pero esa omisión de la visibilidad no elimina el riesgo. Lo agrava.
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Fabian Pacheco Casanova. -
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Normandio ciano -
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Normandio Ciano -
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