LA MAGIA DE LOS DESEOS
Por Luis Sexto
El tres de agosto de 1969, le confesé a mi amigo Enrique Pichardo en una carta: “Para escribir quiero sufrir todos los dolores que quepan en el corazón del hombre. Este es mi programa: escritor y no escribano. Escritor con todo el peso de la humanidad encima.”
La vida satisfizo mi deseo. Pichardo, poeta sin poemas, que durante un infarto cardiaco, semanas antes de morir, oyó entre sueños a Rubén Darío y Boris Pasternak reprocharle su existencia de mortal carente de obra literaria, me comprendió. Pero su sabiduría no pudo advertirme que los deseos suelen ser peligrosos. Pueden convertirse en una masa cruel. Perdí, por ejemplo, un hijo...
Pero, ciegos como la vida, también me compensaron cuando el 22 de septiembre de 1988 me encontraba en Leningrado. Como lo desee. La ventana de mi habitación se zambullía en el Neva. En la orilla opuesta el crucero Aurora. Neva. Aurora. Y Dostoievski, noches blancas, Raskólnikov. Revolución. Petersburgo. Palabras claves que repetía para entender el paisaje que el cristal de la ventana autorizaba a alcanzarme en uno de los pisos altos del hotel.
Estaba allí por primera vez según mi pasaporte. Pero qué vez sumaba esa de acuerdo con mi imaginación estremecida por el jugador que lo apostó todo a la literatura y se quedó para siempre en el mundo de los hermanos Karamázov. O cuántas veces fui conducido por John Reed para atestiguar sobre los diez días que cambiaron el mundo. Arte e historia, potencias conjugadas. Luego, en el Museo del Ermitage, temblé como en un terremoto del alma, cuando me detuve ante un cuadro de Fra Angélico. Y sé que no es una frase. De la historia permanece hoy la cronología. Del arte, todo. Porque el arte está sobre el tiempo.
Los deseos también. Y en estos días visité a Bayamo. Me senté bajo dos palmas en el patio de la casa donde nació Tomás Estrada Palma. Al mirar hacia arriba, desde un cielo límpido se filtró el color de la historia: las sombras. La inexplicable atmósfera de un vértigo, en una espiral de añoranzas. Lo mejor de aquella vivienda fueron los vecinos. Enfrente, Carlos Manuel de Céspedes; al lado, Luz Vázquez. Mujer cuya ventana torneada pervive testimoniando aquella noche en que Céspedes y Fornaris le cantaron la canción fundacional de nuestra trova. “No recuerdas gentil bayamesa...”
Estrada Palma no merecía vivir allí, como no mereció más tarde nada de lo que representó. Yo hubiese permutado mi casa por la suya. Luz Vázquez me duele en su fugitiva persistencia musical, en cuyo seno he doblado la cabeza.
Volví a la ventana al oscurecer. De la cabeza de Luz Vázquez pende la noche. Baja dispersando la cauda melancólica del vacío, mientras las guitarras encuerdan la letra con que se perpetuó la madera enrejada de aquel beso... que no le dado. He venido en el sonámbulo presentimiento de la esperanza. Míos serán la sombra, el nunca, la perfidia inaudible de tu ventana, en esta noche de Bayamo que se deshilacha en tu pelo hacia la remota incertidumbre echada al tiempo, como el engarce de un hombre que se va sin que el otro haya vuelto.
Ah, qué misterios el de los deseos. Hay que cuidarse de ellos. Te hacen hablar boberías, cualquier domingo en que uno no tiene ganas de escribir. Y sin embargo escribe.
29 comentarios
chucho -
Gualterio Nunez Estrada -
Gualterio Nunez Estrada -
Gualterio Nunez Estrada -
Gualterio Nunez Estrada -
Gualterio Nunez Estrada -
chucho -
Gualterio Nunez Estrada -
Gualterio Nunez Estrada -
Gualterio Nunez Estrada -
Gualterio Nunez Estrada -
Gualterio Nunez Estrada -
chucho lopez -
Gualterio Nunez Estrada -
Gualterio Nunez Estrada -
Gualterio Nunez Estrada -
chucho lopez -
chucho lopez -
Fabian Pacheco Casanova -
Gualterio Nunez Estrada -
Gualterio Nunez Estrada -
Gualterio Nunez Estrada -
Enrique R. Martínez Díaz -
Fabian Pacheco Casanova -
Florentino A. -
En cárceles norteamericanas hay miles de adolescentes, la mayorìa latinos y negros.
Fabian Pacheco Casanova. -
Enrique R. Martínez Díaz -
¿Se sabrá algún día en que acápite de las nóminas de la National Endowment for Democracy cobran ellas y sus pobrecitos esposos?
William Navarrete -
Ellas recorren las calles de La Habana, en silencio, como un murmullo venido de lejos porque La Habana es ciudad de murmullos a fuerza de mordazas, porque en La Habana clamar un derecho, decir en voz alta lo que se piensa, es vieja cláusula de un testamento extraviado, borroso y empolvado que ya ni los muertos se atreven a evocar de tanta pátina, que año tras año, ha caído sobre esa letra muerta que es para quienes allá viven la palabra libertad.
Veo las fotos de esos ángeles sin trompetas ni juicios finales, sin otro recurso que el impulso de defender, cueste lo que cueste, lo que el factótum carcelario les ha dejado de hogar y pienso que la historia de las mujeres cubanas se está escribiendo ahora, en este justo instante, en que otros, indiferentes y viles, se besuquean con estatuas de piedra cuarteadas por el odio, aquellas que funcionarios, secuaces, tracatanes y algún que otro visitante pueril apuntalan con la vana esperanza de que Cuba quede como un museo de cera de la barbarie, con figurones macilentos y torpes que se derriten bajo el sol y cubren con cieno y puro barro sus oídos para seguir disfrutando lo que les queda de sol. Tal vez para decir luego, cuando todo aquel mausoleo se derrita, que no sabían, que no oían bien, que estaban trabajando a escondidas - muy a escondidas, debería ser - para devolverle a las calles de La Habana las flores que sólo ellas, las Damas de Blanco, llevan, a la intemperie, de jardín en jardín.
Atraviesan calles y ofrecen lirios. Caminan con un telón de mar y parece que a las aguas azules del golfo le han crecido ramos de paz. Oran en una iglesia y sienten el peso de la mirada de quien desde el fondo de la nave anota y vigila cada gesto, cada palabra, cada ruego. A veces - cada vez más a menudo -, cuando regresan a sus casas, mujeres pagadas con no sé qué mérito abstracto - tal vez con un permiso para viajar a Miami o a una isla remota de Oceanía a encontrarse con sus propios hijos - les gritan palabras de cartón que ni ellas mismas creen. Palabras que esas mujercitas presas reciben en sobres cerrados y que parecen rescatadas de un dialecto del que ellas son las últimas detentoras. Palabras que son las miserables monedas de canje con las que adquieren los brillitos comprados en divisas que exhiben descaradamente como si los cubanos no supiéramos por donde le entra el agua al coco.
Las fotos - las que se multiplican por las redes del mundo libre, las mismas que Blanca Reyes ha puesto en una galería de su blog -, las de las Damas, no tienen más voz que la blancura simbólica de sus gestos. Blancura en medio de la luz siniestra y enceguecedora de La Habana, de la que se desgaja, como un milagro ya casi inesperado, la esperanza que ellas exhiben en sus ropas y el color de paz que regalan con cada pétalo de flor.
Cada vez que ese ejército de paz, digno y arrollador, atraviesa las calles de La Habana, saltan, entre los pasos con que ennoblecen el asfalto, los ojos de un pez. El rostro radiante y los ojos del pez "que se presiente libre", "que desdeña la muerte", el que a cambio de esos pasos silenciosos que retumban, quiéranlo o no, en los oídos de cera, dejó Gastón Baquero entre las calles y dejan ellas, para que la ciudad no muera del todo y podamos todos - los que aún creemos en los nobles atuendos de la libertad, los prisioneros políticos, los disidentes, los exiliados verdaderamente libres y el cubano que está por nacer y hablará sin miedo con los peces -, agradecerles a ellas, a las Damas de Blanco, el desvelo con que gravan cada día, sobre muros de cal, la palabra que quiere escabullirse y no la dejan, la que rescatan de páginas rasgadas, la que perturba el sueño del verdugo e ilumina el despertar de estas mujeres. Esa palabra tan dulce: libertad, que entonan más que nadie ellas, cada vez que transforman el vago rumor de La Habana, el más engañoso de todos, en voz limpia de mujer que canta claro y alto.
xavier -
UN ABRAZO PARA TI DE XAVIER