SOBRE LAS OLAS
Por Luis Sexto
En un folleto donde redime del olvido al músico mexicano Edmundo Escalante, radicado en Santiago de las Vegas, el historiador Marat Simón Pérez-Rolo lamentó que mi reportaje publicado en Bohemia el 8 de julio de 1994, le haya aventado la leyenda que sobre Juventino Rosas le contó su padre, hombre de versos y libros.
La leyenda –confiesa Marat Simón- es preferible en esta historia a la verdad, por romántica, dulce, sensible. Y si el autor del vals Sobre las olas no murió como decía el rumor, debía haber muerto así: borracho, errabundo y olvidado en un pueblito de maderas salitrosas del sur de La Habana, sobre la partitura recién compuesta de uno los valses más difundidos y tarareados en la historia universal de la música, dedicado a una ingrata, como suelen ser las mujeres que no nos quieren. Otras personas, que no han aceptado matar el mito, continúan difundiendo la leyenda, escribiendo o perifoneando de un músico mendicante, una cirrosis hepática que lo ultimó, y de otras mieles que atraen a las mariposas de la compasión sobre el genial y bohemio compositor, nacido el 25 de enero de 1868 en Santa Cruz de Galeana, Guanajuato, hoy Ciudad Santa Cruz de Juventino Rosas.
Varios de sus biógrafos echaron las piedras de la suposición temeraria para tender un enlace entre el 11 de agosto de 1893, cuando se evaporaron sus huellas en Chicago, Estados Unidos, y el 9 de julio de 1894, postrer día de Rosas en Cuba y en la vida. Ese período careció, al parecer, de la investigación suficiente. Y la fábula pasó, como en una carrera de relevo, de la duda a la impaciencia, trocándose en un sucedáneo de lo verídico o lo probable.
El cubano Hugo Barreiro desalojó en parte, en la década de los 1990, el rebaño de hipótesis que enrarecían los meses finales del autor de Sobre las olas, compuesto en 1890. Su indagación en archivos de varias ciudades de Cuba, integraron su libro Los días cubanos de Juventino Rosas, cuyo destino editorial me resulta hoy un misterio: ignoro si fue publicado en México donde lo habían anunciado. Utilicé páginas del original y las confesiones del propio autor para mi reportaje en Bohemia. Lo primordial estaba claro. Rosas, como figura cenital de la compañía del italiano Biaculli y el cienfueguero González, efectuó una gira por Cuba. Las cuentas favorecieron el capítulo de las ganancias durante el recorrido que empezó en La Habana, y siguió por Matanzas, Cárdenas, Santa Clara, Cienfuegos, Trinidad, Sancti Spíritus, Guantánamo, Santiago de Cuba.
Rosas regresó enfermo de la región oriental en el vapor de cabotaje Josefita. Y la compañía, que debía proseguir viaje hacia los Estados Unidos a cumplir un contrato, dejó al compositor ingresado en la Casa de Salud Nuestra Señora del Rosario, en Batabanó donde el doctor José Manuel Campos diagnóstico mielitis espinal. Allí murió. Aún en el Surgidero se mantienen las dos plantas de la clínica, cuya rengueante, ruinosa, patética presencia hace recordar los días en que el músico se encaró con la radical soledad del fin.
Un episodio de aquella gira ha enriquecido la historia literaria nacional. En Guantánamo, el entonces muy joven poeta Regino E. Boti, era dependiente de una bodega y cantina en el centro de la ciudad, llamada La villa de Madrid. Juventino Rosas oficiaba en tal establecimiento su devoción hacia el alcohol, acompañado por el bohemio local Fernando Miranda. Y cierto día, ambos pidieron al camarero con arrestos de bardo –confeso admirador del músico- versificar una nueva letra para el vals Sobre las olas.
Hace unos meses, el doctor Regino Rodríguez Boti, nieto del poeta, me envió desde Guantánamo fragmentos de su monografía sobre las relaciones del mexicano y el joven Boti. Pude, incluso rectificar –al menos en mi archivo- alguna inexactitud aparecida en mi reportaje de Bohemia. Y pude, sobre todo, conocer parte de la letra de Boti. Fueron pocos los versos que el autor de Arabescos mentales, poemario monumental del modernismo literario en Cuba, memorizó decenas de años después cuando ya los despojos de Juventino Rosas recibían la gloria en el Panteón de los Hombres Ilustres en México: Los reproduzco para terminar en el tono triste, como de endecha, que caracterizó la vida de Rosas, trunca a los 26 años: Olas que al llegar/ plañideras muriendo a mis pies,/ me hablan de un amor/ que ha de serme funesto después./ Si me hais de decir/ lo que el alma no puede escuchar/ dejadme morir/ en las olas inmensas del mar…
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víctor hugo purón fonseca -
yahaira -
fernando jafet mata esteves -