LA CASA DE GÓMEZ EN MONTE CRISTI
Por Luis Sexto
Ese mes el tiempo me alcanzó para visitar a Baní, el pueblo natal de Máximo Gómez, general en Jefe de Ejército Libertador, y Santiago de los Caballeros, el Santo Cerro, Barahona y Santo Domingo, sitios que conservan el paso apostólico de José Martí. De esas emociones di cuenta en las páginas de Bohemia, quizás haya sido el primer periodista cubano en entrevistar a un biznieto de Máximo Gómez, residente en Baní. Y describir y fotografiar la casa que, en Barahona, albergó a Martí durante las pocas horas que permaneció en ese puerto antes de proseguir a caballo hacia Haití.
En los primeres días de enero pasado, gracias también a mis antiguos amigos y maestros, viajé a San Fernando de Monte Cristi, capital de la provincia del mismo nombre, ubicada en el noroeste, cerca de la frontera haitiana. La primera referencia del pueblo apareció en los anales de la Española en 1506, cuando Nicolás de Ovando le dio vida en papeles y en algunas chozas. Geográficamente, la ciudad se distingue por una altura llamada El Morro, pegada al océano Atlántico, a la que un poeta evocó como “reloj de piedras sin esferas/ que marca los siglos de mi tierra.” Desde la perspectiva urbana, resalta la torre que ya se erguía, como un símbolo de la ciudad, en 1895. Fue el primer lugar que visité. El parque estaba cerrado: una cerca lo protegía. Y desde afuera mi devoción concibió un pensamiento para aquella torre metálica cuyo reloj había medido algunas horas de la vida del Apóstol y junto al cual Martí había dicho que “muy pronto marcará la hora de la libertad de Cuba”. Tantas veces lo había visto en fotografías que, como suele ocurrir, observarlo desde tan cerca parecía un acto irreal, fantasioso.
Después, pedí a mis amigos me condujeran a la casa de Gómez…
Esa mañana habíamos salido temprano de Moca, la activa ciudad del Cibao, en el valle de la Vega Real, al que Colón le regaló el nombre seducido ante su honda belleza de tierra fértil y verde enlazada por las montañas. Pasamos a Santiago de los Caballeros y enrumbamos hacia el oeste por la carretera nombrada La Línea. Lo confieso: me gusta Quisqueya. Su naturaleza es como la cubana: apta para ambientar el Paraíso. Entre los detalles del viaje recuerdo a Laguna Verde, pueblito donde nació y tiró sus primeras pelotas Juan Marichal, el afamado lanzador de las Grandes ligas norteamericanas. El Monstruo de Laguna Verde, así lo llamaban, me dijo el Padre Teófilo; Tofo para cuantos lo quieren en confianza, que son multitudes.
Paramos en un restaurante rústico, y Luis, el conductor -hijo de “Bolívar”, un alegre y vital productor de huevos en Moca- convino con la dueña que nos guardara carne de chivo para la vuelta, un tiempo más allá de la habitual hora de almuerzo. El chivo abunda por estas tierras. Como el algodón y el arroz, cultivos de regadío. Después, Monte Cristi, ciudad parecida a muchas ciudades cubanas: entre lo moderno y lo antiguo, con atmósfera rural. Y ahora, aquí, en la casa de Máximo Gómez, en la calle Ramón Matías Mella, 29. Antes, José Núñez de Cáceres, con el mismo número.
Quedo en silencio. Qué he de escribir que parezca verosímil, lógico, sin afectación. Estaba emocionado. Me ahogó la conciencia de mi privilegio. Haber visto esta casita desde la infancia en las ilustraciones de los textos de Historia. Y recorrer ahora, 50 años más tarde, el mínimo y humilde espacio que amparó a dos de nuestros libertadores primordiales, tiene que significar algo en el corazón de un cubano. Caminé. Vi. Toqué. Nos guiaba Ramón Amado Gutiérrez García, el conservador del museo, que se confiesa bisnieto del General Calixto García Iñiguez
Un pasillo central, que separa las habitaciones a la derecha y a la izquierda, permite la entrada alargándose hasta el comedor, amplio, extendido horizontalmente, de un extremo al otro, de la vivienda cuya propiedad Gómez adquirió en 1888. Paredes de madera; techo de dos aguas, aún con el cinc alemán original, y pintada de azul grisáceo con ventanas y puertas –de estas, tres en la fachada- con marcos de blanco. Al recorrerla uno nota la presencia de Cuba en su bandera, puesta en sitio relevante, en los retratos de sus próceres y en libros de autores y editoriales cubanos. En una escueta habitación, del lado derecho según se viene de la calle, encajada entre uno de los cuartos y el comedor –hoy biblioteca- Martí escribió el Manifiesto de Monte Cristi.
No hay mucho más que contar. En el patio, un árbol de mamoncillo, superviviente de aquella época. Miro desde fuera. Tomamos unas fotos. Podría describir sensaciones que, quizás, suenen vaciadas en retórica. Ciertos sentimientos han de quedar ocultos en la sinceridad de lo recoleto, pequeño, humilde. Como esta casa.
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oscar taffetani -