HIROSHIMA: LA CIUDAD DE PAJA
Por Luis Sexto
La mañana del seis de agosto de 1945, Hiroshima se adentraba en su plácida y habitual rutina bélica. Hasta ese día, la aviación norteamericana nunca había echado sobre la ciudad otra cosa que no fuera el ruido de sus naves. En los primeros meses de ese año, flotillas de hasta 200 aparatos se desplazaban cerca, mientras los habitantes de aquel puerto del Pacífico observaban cómo la mancha plateada se escurría en lontananza hacia focos urbanos como Kure, Kobe, Osaka, Tokio, donde las fábricas humeaban en la producción de armamentos.
En Hiroshima apenas había industrias. Era una ciudad de paja. Varios edificios sólidos y altos en el centro, como el Palacio de la Exposición Industrial. A partir de ese sitio, en horizontal dinamismo, se extendían las edificaciones típicamente japonesas de una y dos plantas, construidas de madera, caña, cartón, papel y paja de arroz. La atmósfera de guerra consistía en la llegada de tropas del frente o su salida hacia los escenarios de las operaciones, y el alarido de las sirenas que solían aullar inútilmente, en particular a las 5 y 20 de cada mañana, cuando un B 29 interrumpía el sueño de la ciudad en un vuelo que más bien parecía pasar con la costumbre de una ruta comercial. Era "El correo americano". Así lo apellidó el pueblo, habituado a oírlo tronar sin que el aire se alterara.
Al amanecer de aquel 6 de agosto también había volado el "Correo". El sonido de otra Superfortaleza volante a las 7 y 55 tampoco avivó la suspicacia. Las decenas de maestros doctorados en las ceremonias del té, cuyos cursos podrían largarse hasta tres años, y los expertos en la escritura con pincel y tinta china comenzaban sus clases. Los obreros emprendían en bicicleta el viaje hacia el trabajo. En Nagatsuka, a seis kilómetros del núcleo central de la ciudad, el rector del noviciado jesuita, Pedro Arrupe, conversaba en su despacho…
Arriba, en cambio, las tripulaciones de cuatro aparatos quebraron la usual bitácora de vuelo. Ya no se limitaron a mirar hacia abajo a aquella ciudad plana como una alfombra, desde donde no se empinaba ninguna hostilidad. Ese era el Día D. Sobre Hiroshima -nunca antes estimada en la estrategia destructiva del mando en los Estados Unidos- caerá en menos de un cuarto de hora una insólita, nueva arma. Los norteamericanos la llamaban "bomba atómica", refiriéndose a un concepto físico y militar todavía pronunciado lentamente, como si masticaran una carne o una pasta desconocida. Los sobrevivientes del bombardeo la nombrarán pronto, en japonés, Pikadón: pika, relámpago; don, estruendo.
on las investigaciones de un equipo de científicos, dirigidos por el físico Robert Oppenheimer, los norteamericanos se habían adelantado a la Alemania de Hitler en el uso militar del átomo, y adquirían sobre todo esa arma irresistible y secreta que, según el profesor de la Sorbona André Kaspi, había compuesto los sueños de Franklin Delano Roosevelt. Tanto se afanaba el presidente demócrata por fabricar "un arma secreta" que subvencionó, incluso, investigaciones de sustancias tóxicas capaces de generar enfermedades como el ántrax o el botulismo. Roosevelt, de acuerdo con Henry Stinson, secretario de Estado de Guerra, "hablaba conmigo (...) de su absoluta conciencia de la potencia catastrófica de nuestro trabajo. Pero había que llevarlo hasta el final. Nunca calló su satisfacción por esta arma secreta, construida bajo el rubro de Operación Manhattan, ni amenguó su deseo de que los Estados Unidos conservaran el monopolio atómico".
OS DESDE EL CIELO
flotilla había despegado de Timán, Islas Marianas. Los tripulantes aprendieron los ejercicios de esa misión sellada con el top secret del gobierno, en la base aérea de San Antonio de los Baños, en Cuba, isla del Caribe que entonces era un campo de experimentación norteamericano. Un avión de observación meteorológica encabezaba la formación y dos naves de reconocimiento la flanqueaban. En el medio, un B-29, llamado Enola Gay. A las seis horas avistaron tierra japonesa. A las 8 y 15, hora de Hiroshima, las compuertas del bombardero se abrieron, y una bomba de cuatro y media toneladas, con el ingenuo sobrenombre de Litle boy, se abatió sobre la ciudad confiada en aquella rara suerte de quedar siempre detrás de la aviación norteamericana.
Tres días más tarde, el 9 de agosto, el coronel Paul W. Tilbets, piloto del Enola Gay, relataba a los lectores del diario francés Le Monde el episodio más original de su carrera de aviador. Compongamos una escueta entrevista para ordenar sus declaraciones:
-¿Visibilidad?
-Excelente.
-¿Resistencia por parte del enemigo?
-Ninguna.
-¿Dificultad para maniobrar? Ninguna. "...Arrojamos la bomba sin usar los instrumentos de abordo."
-¿Sabía la tripulación qué tipo de arma portaba el la nave? -Claro. "...Cuando la lanzamos sabíamos que habíamos desencadenado un infierno, y por ello mientras la bomba caía alejé el avión todo lo posible del centro de la explosión. Es difícil imaginar lo que vimos después: aquel cegador fulgor, aquella aterradora masa de humo negro que subía hacia nosotros a una velocidad extraordinaria, después de haber cubierto toda la ciudad, cuyas calles y grandes inmuebles podíamos aún distinguir unos instantes antes."
AL OTRO LADO DEL FUEGO
las 7 y 55 de la mañana las alarmas repitieron las advertencias rituales de que aviones enemigos se acercaban. Cuantos miraron al cielo vieron muy alto un B-29. Luego, a las 8 y l0 la alarma recomendó la distensión de los pocos que se habían inquietado. Transcurrieron apenas cinco minutos cuando un fogonazo, como si se hubiese oprimido el obturador de una cámara con flash de magnesio, pintó de luz el espacio.
El padre Arrupe se levantó de su silla rectoral en el noviciado de Nagatsuka. Se acercó a la ventana. Y entonces "un mugido sordo y continuado, más como una catarata que a lo lejos rompe, que como una bomba que instantáneamente explota, llegó hasta nosotros con una fuerza aterradora".
La casa tembló como manos con el mal de Parkison. Los cristales, al fragmentarse, semejaron el toque de campanas tocando sólo una vez a muerto. Los tabiques de barro y caña se pulverizaron. Y las personas cayeron al suelo.
Minutos después, calma. El Padre Arrupe se incorporó y tras averiguar si alguno de los novicios y el resto de la comunidad estaba indemne, comenzó a buscar en el jardín, junto con otros hermanos, el cráter de aquella bomba. Pero no lo encontraron. Fueron entonces a la cima de la colina para alcanzar mayor espacio visual. Y ante aquella visión increíble y cierta a la par, los padres recurrieron a la historia para explicarla: ¡Pompeya arde nuevamente! Ante ellos se explayaba, humeante, por el suelo calcinado lo que hasta hacía unos minutos era la ciudad de Hiroshima. En pie, sólo el nueve por ciento de los edificios, en jirones, de aquella ciudad con más de 400 000 habitantes. A lo lejos se vislumbraba la cúpula de la exposición industrial, que hoy, conservada, se le conoce como la Cúpula Atómica. Lo demás ardía. Más de 200 000 víctimas en una ciudad de paja.
El Padre Arrupe tardó cinco horas en penetrar en la ciudad convertida en una cicatriz por el fuego blanco de la bomba atómica. Su antigua profesión de médico le sirvió para aplicar las primeras curas, con agua boricada, a muchos de los supervivientes. Los detalles dantescos la primera explosión nuclear genocida, los contó en un capítulo de sus memorias como misionero en Japón. Tuvo el privilegio, o la faena sagrada, de sobrevivir para atestiguar sobre aquel Apocalipsis. Figurémonos que entrevistamos a este cura español que fue, a principios de los años 60, Padre General de la Compañía de Jesús. Preguntémosle:
-¿Fue necesaria la bomba atómica?
-"Militarmente Hiroshima tenía un valor innegable. No era una ciudad que bordase cielos con el humo bélico de factorías guerreras, pero era un puerto militar de embarque y desembarque de tropas. Pero América se preocupaba mucho más de las máquinas que de los soldados japoneses. Y estaba en lo cierto. Japón se rindió con su ejército intacto, porque le falló la industria con que hacerlo eficaz."
-¿De aquella experiencia que no podrá olvidar jamás?
-Los "gritos desgarradores que cruzaban el aire como los ecos de un inmenso aullido. Porque aquellas gargantas, destrozadas por el esfuerzo de muchas horas pidiendo auxilio, emitían unos sonidos roncos que nada tenían de humano. Y clavándose en el alma, mucho más honda que cualquier otra pena, la que se experimentaba al ver a los niños deshechos, agonizantes, abandonados y sintiendo sobre sí todo el peso de su propia impotencia".
-¿Necesitaban, Padre, morir?
-"No habían merecido ser víctimas de la guerra (...) estaban purgando pecados ajenos".
2 comentarios
Enrique Octavo -
Ricardo -
En el plan de ataque se habían seleccionado cinco ciudades, todas ellas con un denominador común: eran ciudades que no habían sido bombardeadas masivamente y por lo tanto tenían una gran cantidad de edificios y personas. El gobierno de EEUU era consciente de la destrucción que iba a causar la bomba.
Fue el azar el que quiso que aquel fatídico día fuera Hiroshima entre las otras cinco la que tuviera mejor visibilidad. El lanzamiento de la bomba en Nagasaki fue para probar una bomba con componentes distintos a la de Hiroshima.
A veces he reflexionado sobre la hipótesis contraria, ¿Qué hubiera pasado si hubieran sido Japón, Alemania, o la URSS los que primero hubieran accedido al arma atómica? He llegado a la conclusión que en esas fechas de 1945 cualesquiera de ellos no hubieran dudado ni un segundo en utilizarlas.
Han pasado los años. En la actualidad de aquellas naciones en conflicto, unas optaron por conseguir armamento nuclear, y otras no, es el caso de Alemania, Japón e Italia. El gobierno de Japón de hoy, el de Alemania, el de Italia, y lo que es mas importante, sus ciudadanos, son contrarios no ya al empleo de la bomba atómica, sino incluso a su fabricación. Por el contrario el gobierno de EEUU, sus clases dominantes, el entramado industrial y militar, y una gran parte de su población, son partidarios de la fabricación y eventual empleo de armas nucleares u otro tipo de armas de destrucción masiva. Todavía hoy mantienen que el uso de la bomba atómica contra Hiroshima y Nagasaki fue necesario.
Esta es la triste realidad. Los EEUU siguen actuando con las mismas ideas de hace mas de 50 años, desde Hiroshima hasta Irak, pasando por Vietnam. La implicación del gobierno de EEUU, unas veces en la sombra y otras a plena luz del día en diferentes conflictos y su descarado apoyo a todo tipo de sangrientas dictaduras nos siguen mostrando su mas absoluto desprecio por la vida humana.
Ahora mismo hay países que intentan acceder a la fabricación de armas nucleares. Existen otros gobiernos, y medios de comunicación, que justifican a dichos países con el argumento de que si su vecino, o su potencial enemigo las tiene, el también debe poseer la misma arma para defenderse (¿?)..
No creo que este sea el camino a seguir. Como primer paso ningún país debiera seguir fabricando armas de destrucción masiva, ni tampoco acceder a ellas los que no las tienen, y en un segundo paso se debería proceder a la destrucción de los arsenales de los países que los poseen. Los que critican que EEUU, o Israel las tenga y en cambio justifican que otros las puedan fabricar por este motivo, no son mas que unos hipócritas que solo utilizan argumentos falaces y cínicos.
No cabe más que un camino para los que nos horrorizamos con Hiroshima y Nagasaki. Luchar contra la fabricación, proliferación, almacenamiento, y no digamos el empleo de armas nucleares. Hiroshima: Nunca Más. O como algunos gallegos hicieron popular: Nunca Mais.
Solo hay dos cosas infinitas, el universo y la estupidez humana. Sobre lo primero tengo mis dudas" (Einstein)