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PATRIA Y HUMANIDAD

PARECIDO A LA VIDA

PARECIDO A LA VIDA

Luis Sexto, @Sexto_Luis

Este domingo 11 de mayo, se cierra el centenario del natalicio de Onelio Jorge Cardoso 

EN  SU LIBRO TITULADO UN POCO MÁS ALLÁ,  la doctora Denia García Ronda apunta  que Onelio Jorge Cardoso no fue reconocido como cuentista de obra singular hasta 1962, cuando José Rodríguez Feo lo leyó, se asombró y lamentó que los críticos, incluido él,  lo hubiesen negado prejuiciadamente durante 20 años. A fin de cuentas,  para que habrían de leerlo,  pudieron haber pensado,  si un guajiro no hablaba de otra cosa que no fuese de la tierra,  y  de personajes criollos con diseños más propios de la sociología que de la literatura.

Con su estilo cargado de valores estéticos y éticos, y señor de las estructuras del cuento breve, si no fue reconocido a tiempo por la crítica -que solían ejercer escritores insertos en temas, técnicas  y escuelas distintas a las del autor de Taita, diga usted cómo-,  Onelio Jorge  Cardoso debió de recibir, en cambio,  la aceptación como periodista. Los lectores de Bohemia y Carteles no debieron de pasar la página ante aquellos textos donde el cuentista trasmutado en periodista escribía sobre la gente sin nombre y sin historia. Mayormente se limitó al reportaje. Y era natural. El reportaje es el género periodístico más ligado a la narrativa. En esencia, un reportaje consiste en narrar una historia mediante personajes, acción, descripción, diálogos. Como un cuento sin ficción.

Pero no tendríamos ninguna razón si separáramos, en la forma, el cuento y el reportaje, el periodismo y la literatura. El estilo de Onelio Jorge, tanto en el periodismo como en la narrativa, se caracterizó por su atmósfera poética, mediante una prosa rítmica, entreverada de tropos y con tendencia a definiciones que podríamos llamar “filosóficas”. Se le aprecia, además, una evidente capacidad de concisión, claridad, y sobre todo, desde el principio, una voluntad de despertar el interés del lector. Estos, obviamente, son rasgos periodísticos que él trasvasó a su literatura. Claro, fue un periodista literario: mezcló las normas del periodismo y las técnicas y el estilo de la literatura para escribir sus reportajes y crónicas. Es decir, enriqueció, sin falsearla,  la verdad periodística con un tratamiento artístico. Y en dirección opuesta, benefició la ficción despojándola de palabrería y desnudándola hasta la esencialidad. Por ejemplo, cuando en su cuento El homicida, dice que el hombre venía caminando “con un pie descalzo  y el otro no”, es decir, venía con un solo zapato, ese dato es una observación periodística, por su exactitud, que redondea y define  la percepción literaria del personaje. Una descripción parecida emplea en Vicente Torres Tur, navegante, reportaje publicado en la revista Carteles en 1958, al decir que el  marinero, de 80 años,  maniobraba en medio de un temporal con una mano sana y la otra tullida, detalle corporal que en el enunciado periodístico logra prestigio literario por la singularidad del personaje. Según mi parecer, no sugiere tanta exactitud la fórmula de con su mano sana maniobraba… Porque realmente en una emergencia hasta la inservible podría ser útil.

 Entre los reportajes y los cuentos de Onelio Jorge hay vínculos recíprocos. Desde luego, a pesar de las tangencias, hay diferencias estilísticas y de tratamiento: en un cuento, las sugerencias son  fundamentales; el periodismo, en cambio,  se apoya en la precisión de las evidencias. Y en ese mismo sentido de las definiciones establecidas, la metáfora en la narrativa literaria suele ser más abstrusa, más difícil de decodificar, aunque, tanto en ambas formaciones estilísticas, el tropo opera como recurso que, además de acusar una voluntad estética, ejerce una función cognitiva.

Onelio Jorge  Cardoso escribió como uno de los mejores periodistas literarios, o de los mejores escritores periodistas de Cuba. ¿Quién negaría la afinidad entre ambos? Es el mismo autor lleno de humanismo, de dominio de la síntesis y con una característica tendencia poética en la prosa, aunque en sus reportajes se detectan descuidos formales y en su otra colección, Gente de pueblo nuevo, reportajes escritos a partir de 1959, ciertos lectores – y ya también lo estimo así- aprecian una ruptura, y lo que antes era más poético, más literario, es ahora menos interesante en su factura. ¿Por qué? Tal vez  porque empezó a escribir desde el poder: sus ideas políticas también participaban de la Revolución que sus cuentos y reportajes anteriores a 1959 habían prefigurado mediante la denuncia y la crítica. Ahora, para Onelio Jorge, había llegado el momento de la apología.  

Volvamos a Gente de pueblo,  y veamos el primer párrafo de Somos piedras que rodamos: “Vamos a la Laguna de la Leche en Morón. Nos lleva Jesús Alfaro, pequeño, enteco, descalzo y humilde; con su viejo barco que se parece a él no sé por qué razones. Quizás porque el hombre está lastimado  por los mil trajines de muchos días iguales sobre su vida, y el barco por las cargas distintas que lleva todos los días iguales”.

¿No podría comenzar de esa manera uno de sus cuentos? ¿Acaso no empezaron muchos   con esa hondura poética que más que en el realismo a secas inscribe a Onelio Jorge Cardoso en el realismo social poético? Más  bien, en el realismo humanista, porque su cosmovisión socialista está siempre presente en el amor hacia sus personajes;  en su enorme simpatía por el ser humano y en la maestría del lenguaje con que lo construye. En la sumaria descripción del patrón Jesús Alfaro, utiliza lo que Leo Spitzer llama enumeración caótica y Jorge Luis Borges enumeración dispar, es decir, mezcla  lo físico y lo moral de modo que podría litigar contra la lógica de la gramática y de la cordura del periodismo, pero no contra lo extra lógico  de la literatura.

 Mi ignorancia no dispone de indicios para asegurar que estudió periodismo, aunque se graduó de bachiller. El autor de El caballo de coral –nacido en Calabazar de Sagua, Villa Clara,  el 11 de mayo de  1914- transitó por múltiples labores: vendedor viajante de medicinas,  maestro de primaria, aprendiz de laboratorio fotográfico… Y como sabía escribir, porque ya desde 1945 recibió el premio de cuento Hernández Catá  por Los carboneros, y después publicó  su libro Taita diga usted cómo, quizás debió de leer a muchos y recomendables autores. O posiblemente a pocos, que le bastaron para prepararlo en lo reglamentario, porque no habituaba a citar frases ajenas, ni a autores como créditos de su saber. Pero los aciertos narrativos de Onelio Jorge no provienen del azar, de un afortunado e intuitivo “tocar la flauta del burro”. Porque los repitió como sistema: como conceptos éticos y estéticos, y  estrategia ideotemática prefijada y madurada en conciencia creadora. Su nombradía latinoamericana se corresponde con el dominio de sus facultades narrativas y estilísticas. 

Al cumplir, 70 años lo entrevisté. Acepté la tarea dichoso y agradecido. Entonces yo era colaborador de Bohemia, aspirante a integrar la plantilla de la más antigua Casa entre los medios cubanos. Yo no lo conocía de cerca. Simplemente lo admiraba. El culto por el escritor partía primeramente de mi respeto por los ancestros, los antecedentes, los modelos, porque nunca tuve panza de Buda, ni complejo de Colón. Por tanto, me resabía el argumento y la forma de los cuentos primordiales de Onelio; recordaba en retahíla el nombre de sus personajes, y el tenerlos obedientes a la simple enumeración, sin haberlo pretendido en un ejercicio de memoria, era para mí una prueba de la prominencia literaria y la hondura humana de los textos del maestro de Mi hermana Visia, cuento adolorido en su humana observación de la persona y su circunstancia.

Me le presenté una mañana en su oficina de la UNEAC, y al plantearle mi intención, se resistió. No precisé si porque no conocía la marca del entrevistador, o se había contagiado con la filosófica suspicacia de alguno de sus personajes, y aún  no había podido medirme la caja del cuerpo. Pero lo vencí con un argumento: vengo en nombre de la revista de la cual usted fue colaborador especialísimo. Lo acató, y me prometió responder el cuestionario. Antes de marcharme, le comenté fuera del formulario escrito, que a mi parecer él se había adelantado a Rulfo al renovar en lenguaje, síntesis e intensidad el cuento latinoamericano, sin soslayar  a la ruralidad esencial de la región. Y él, mirándome sobre los espejuelos, dijo brevemente, como socorriéndose del lugar común que asiente sin afirmar: “Bueno, eso lo dice usted…”

Dos días después me sorprendí al notar que las respuestas habían sido escritas entre dientes. A la pregunta de cómo escribía un cuento, si inventaba la fábula, o tomaba la anécdota de la realidad, me respondió en un tono que aprecié como de cólera. “Mire, eso de escribir es un problema tan delicado como para estar inventando anécdotas, y la realidad, si no más, es tan rica como la imaginación. Total que habría mucho que hablar...” 

Por esa confesión, podría uno asociar periodismo y literatura en Onelio Jorge Cardoso.  Esto es, si en la década de los 1950 y hasta los primeros años de los 60 viajaba  a provincias los fines de semana, acompañado al principio por el fotógrafo José Tabío Palma,  con el plan  de hallar historias que contar en revistas y periódicos,  resulta un tanto razonable suponer que esas vivencias lo ayudaron también a  encontrar  personajes y  circunstancias de sus cuentos. Como en un trasvase de la realidad a la ficción.  Un escritor, además de leer y escribir, necesita vivir. Y para un escritor, viajar -andar y ver-  compone  una fórmula  ideal de vivir.

Pude pensar  también que Onelio era un hombre amargo, ríspido. Sus respuestas se constreñían en una capsular parquedad, como su estilo. Pero después nos conocimos más de ojo a ojo. Y su bondad guajira -que a veces se le disfrazaba con una malla de hoyos minúsculos para que no se filtraran las moscas o los mosquitos- me autorizó la confianza. En 1986, le pedí algunas cuartillas con el propósito de difundirlas como servicio especial por los circuitos de Prensa Latina, agencia de noticias donde yo era jefe de la redacción cultural. Me advirtió que hacía tiempo no escribía. Sin embargo, estaba pensando volver a sentarse a la máquina y me prometió que el primer texto sería para mí. Semanas más tarde me telefoneó; lo visité. Cuca, la esposa,  me abrió. Onelio iba a bañarse, pero no me permitió esperar: salió a la sala en el libérrimo  short y domésticas chancletas y me entregó la crónica sobre un reciente viaje a Yaguajay, acompañado del poeta Raúl Ferrer. Habían visitado al central Narcisa, fábrica de azúcar en cuya escuela ambos, siendo jóvenes,  levantaron cátedra de llaneza magistral y de tierna pedagogía. Calificarla de hermosa, buena, bella, linda, equivaldría a lacerar la memoria de aquella crónica. Era un original propio de Onelio: con toda la fineza con que excavaba en lo más poético de un paisaje, lo más afilado de una emoción, lo más lancinante de un dolor. Le asigné un turno en una próxima emisión de notas culturales de la agencia.

El final de la historia no era entonces previsible. Días después murió. La muerte suele ser también más rápida que el periodismo. Y aquella crónica circuló por las redacciones de los clientes de Prensa Latina como el testamento literario del narrador que, en simbólica coincidencia, moría casi a la par que Juan Rulfo, fallecido días o semanas antes.

Todavía me pregunto la causa de aquella rispidez de Onelio cuando fui a entrevistarlo. Podría evocar mil razones especulativas o someras y podría actuar injustamente. Me inclino a concluir que la modestia de Onelio se protegía de los entrevistadores y las entrevistas. Porque al marcharme le dije que en otro momento, cuando él dispusiera del tiempo y la paz que ahora le limitaban los sucesivos homenajes por su cumpleaños 70, yo lo entrevistaría indagadora, largamente. El, mirándome como solía, por sobre sus espejuelos, me recomendó:

-Sí, está bien; pero demórelo bastante.

        

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