UN INDIO, LA COTORRA Y EL DIABLO
Luis Sexto
Una página de antaño
A principios del siglo XX, Claudio Conde Cid embotelló agua potable bajo el membrete de La Cotorra. La extrajía del manantial que aún se nombra Del Pueblo, y que se ubica en la orilla del río Santa Fe. El acceso popular lo estableció el comandante Juan Manuel Sánchez Amat, ex jefe de la escolta de Antonio Maceo, que al terminar la guerra fue a la Isla de Pinos y ocupó la alcaldía en nombre de la Revolución. Se adelantó a los americanos. Y prometió que nunca esa fuente dejaría de abastecer al pueblo. Todavía los santafecinos, que el doctor Waldo Medina, antiguo y ya fallecido juez de la Isla y promotor de la primera biblioteca en Santa Fe, calificó como “la mejor gente del mundo”, llenan allí sus vasijas. La Cotorra alcanzó el crédito de ser la más salutífera para beber. Cimentada la marca, Conde Cid pudo después abastecer sus botellas y garrafones con otras aguas en La Habana. Aún se conservan protegidos los manantiales originales.
Las aguas de Santa Fe existían aureoladas por la leyenda del indio Auki Himario, sacrificado por negarse a pelear contra sus vecinos de Cuba y proponerles amistad y cuya sangre convirtió en un manantial salutífero la tierra donde cayó. Y aunque varios nombres y sobrenombres recibió la hoy Isla de la Juventud durante su historia -de Pinos, del Tesoro, de las Cotorras, la Evangelista, ninguno, sin embargo, se asoció a la calidad y la abundancia de los manantiales de Santa Fe.
Quizás sólo el escritor Raimundo Cabrera, que abrió la primera escuela para niños pobres en Nueva Gerona, apuntó en sus memorias que al desembarcar allí confinado llegaba a “la isla de los baños termales”. En esos días de 1869 en los que el estudiante, luego autor, entre otros, de un libro útil titulado Mis buenos tiempos, afrontaba su destierro por infidencia, Isla de Pinos permanecía deshabitada. Unas 800 personas se concentraban primordialmente en Nueva Gerona, fundada en 1834.
Desde 1826, cuando de La Habana llegó el doctor José de la Luz Hernández y probó el agua y puso en práctica un proyecto terapéutico, pacientes de la Isla grande empezaron a salvar la travesía por el golfo de Batabanó para encontrar la curación que les negaba, por otros medios, la medicina. Hasta 1848 pagaban, además, los tres reales fuertes que el gobierno español exigió como impuesto para bañarse allí. Favorecía a los viajeros que los últimos piratas acababan de extinguirse. José Rives, apodado Pepe el mallorquín, murió en 1827, en brazos de Rosa Vinajeras, su mujer, en un rancho de los bosques cercanos a Santa Fe. Había sido un pirata contradictorio: robaba y también defendía los intereses de los pineros. Dieciocho años después, Juan Manuel Calvo, vasco emprendedor, estableció la primera línea de vapores entre Batabanó, Júcaro y Nueva Gerona.
El doctor De la Luz y el señor Calvo acordaron asociarse, y construyeron las primeras piscinas e instalaciones. Se empezó a edificar una Santa Fe nueva, higiénica, al lado de la antigua que databa de 1809. Ninguna bestia de tiro o monta tenía permiso para pisar las calles del poblado. Pero la pareja de socios no podía con aquel plan de desarrollo. Y fundaron la Sociedad de Fomento Pinero. Vendieron acciones. El propósito de mejoramiento convenció a figuras como Rafael María de Mendive y Cirilo Villaverde.
Samuel Hazard, viajero al que tanto le debe en difusión la Cuba del siglo XIX, pasó por los baños en 1866. Divulgó las medidas de las piscinas, que aún se mantienen. Y escribió sobre las propiedades de las aguas, que hoy se definen, con toda ciencia, como bicarbonatadas cársicas magnesianas, con flora no patógena que produce antibióticos, y que poseen incluso cierta radioactividad inocua para el ser humano.
España, al iniciarse la guerra de 1868, despojó a De la Luz del balneario. Por infidente. Patriota. El balneario osciló posteriormente entre el olvido y la precaria memoria de pocos clientes. En 1941, el padre de Jesús Montané publicó un artículo en el periódico Los Pinos Nuevos en el que profetizaba que algún día Santa Fe tendría un gobierno astuto, inteligente y patriota que lo condujera a tener el mejor balneario de Cuba, como en los tiempos del doctor De la Luz Hernández. Decursaron 14 años, y se convirtió en efecto en el mejor centro termal del país. Pero no había un gobierno astuto ni inteligente, y menos patriótico. Batista asistió a la inauguración de la obra modernizadora que Francisco Cagiga, dueño de la Isla, levantó: un motel, y una clínica, en cuyo techo armó un solario que fue uno de los tres mejores del mundo. En 1958 Santa Fe acumuló visitantes como para sumar cifras correspondientes al tercer polo turístico de Cuba. Un baño de 30 minutos valía entonces cinco dólares. La esperanza de los pobres no se mojaba con esas aguas.
APARECIÓ EL DIABLO
La historia de los baños no se completa sin el episodio de la aún renombrada con respeto Vieja Gorda. La señora Virginia Hernández viajó a Santa Fe en 1939. Padecía de una afección renal. Apenas podía moverse. Su hijo, que en 1920, con seis años, se había curado allí del estómago, alquiló un avión a la Panamerican, y solicitó permiso en la ciudad militar de Columbia para aterrizar en el aeropuerto del Presidio Modelo. Lo tacharon de loco. “No lo sé, respondió el doctor Silvestre Pujol, “pero tengo a mi madre enferma.” Y también –me cuenta ahora- la corazonada de que el vuelo terminaría en fortuna.
Santa Fe entonces languidecía entre ruinas. El hotel negó el hospedaje a la enferma. La vivienda de un vecino sirvió de albergue. La señora bebió agua, mucho agua, y a las pocas horas sus riñones la despidieron como en un manantial de inmundicias. Se curó. Agradecida, Virginia Hernández, de acendrada fe religiosa, edificó una casa para vivir en ciertas temporadas, y detrás, una capilla de dos plantas dedicada a Nuestra Señora de las Mercedes. Propuso talar la esquina de unos pinares para una pista de aterrizaje que propiciara a otros pacientes volar desde La Habana. Pidió permiso a mister Robert Irving Wall, gerente de la Santa Fe Land Company. Y pagando de su peculio a unos, y convocando al trabajo voluntario a otros vecinos, la señora consiguió alistar la pista para el 24 de febrero de 1940, cuando aterrizó la primera nave, un Ford trimotor. Agustín Parlá, pionero de la aviación cubana, había aprobado dos días antes la aptitud del aeropuerto. Pronunció también el discurso inaugural delante de una enorme bandera que hoy guarda la familia que reside en la casa de la Vieja Gorda, madrina de una de las muchachas, y también de más de 500 ahijados y ahijadas en el pueblo.
Un guajiro, apodado Corico, que vivía cerca de la pista y a la cual había puesto escasa atención, cuando oyó el trueno largo de los motores y vio la nave posarse en la tierra, corrió aterrorizado. Otro guajiro, Cecilín Pantoja, mal improvisador, pero con lengua picante, compuso una décima que conserva las incidencias de aquel día único. “La primer vez en llegar/ el avión a Santa Fe/ Corico corriendo fue/ al cuartel de la rural. / Al verlo el oficial/ al que asustado llegó, / enseguida le preguntó: / paisano que a usted le pasa, / ay guardia que allá en mi casa/ el diablo se me aposó.”
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Mi gratitud a Wilse Peña, culto y cordial santafesino, mi amigo.
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7 comentarios
María T. Vera -
Carballido -
Carballido -
Bienvenido -
Modesto Reyes Canto -
Daniel Franco -
Pero esta cronica tan magistral me impulsa a intentar conocer mas sobre ese lugar. Quizas algun dia pueda visitarla.
Que tenga un excelente dia.
El Oriental -