SÉ POR QUÉ LO DIGO
Por Luis Sexto
Según los fragmentos de mis impresiones, por nada físico tendría yo que recordarla. Rosa no era ni bonita, ni fea. Y a veces he querido que el país fuera tan pequeño como muchos aseguran, para encontrarme con ella en cualquier calle o reunión, tienda o teatro. Hasta he mencionado su nombre en algunas de mis notas de periódicos, como provocándola a que me escribiera.
Ella habría fracasado como maestra si yo no quisiera verla nuevamente.
¡Dónde estará Rosa Bouzón! ¿Habrá muerto? ¿Habrá emigrado en esa tendencia que en las últimas cuatro décadas adquirió la frialdad de una fiebre contagiosa de aventuras? No lo creo. Y diré más tarde por qué. Pude tal vez indagar por su paradero cuando creí verla en el Parque Martí de El Vedado. La figura se acomodaba a la fisonomía que yo había modelado en mi arcilla de niño. Me avergonzaba, sin embargo, preguntar y errar. Y me alejé, manteniendo frustrados mis deseos de ver a Rosa.
En otro momento coincidí en el mismo ómnibus con María Eugenia del Barrio. Continuaba criminalmente linda, con su pelo aún largo, atado como si semejara la cola de un equino. Había sido mi novia de anticipaciones pueriles. Manolito Dávalos, que se sentaba entre los dos, le trasmitió el recado de mi petición de mano. Me miró azorada, como víctima de lo incomprensible. Pero no por ello renuncié a considerarla mi novia. También la timidez me impidió acercarme, confirmar su identidad y lanzarnos a una limpieza de nostalgias. Ella quizás me habría informado del paradero de nuestra maestra.
No he vuelto a ver Rosa. Pero la recuerdo. Y esa es la prueba que algo de ella plantó en mí conciencia. Nunca me besó, ni me regaló un libro como Agui Loynaz, ni me premió con diplomas como Antonia Núñez. En cambio, lo que no consiguieron discursos semanales de himnos y bandera, lo alcanzó ella en mí.
La escuela radicaba en la propia casa de la maestra. Suplía, por unos pesos, la falta de centros de enseñanza pública en el barrio suburbano donde habitábamos. Antes, por los 1950, los guajiros no se injertaban de pronto en la capital. Practicaban una migración por escalera para adaptarse al nuevo ritmo vital que de lo apacible pasaba a lo vertiginoso. La Habana tentaba, se hacía necesitar, pero atemorizaba con su mapa ancho y largo embutido de nombres y flechas, ómnibus y automóviles que no pedían permiso al doblar una esquina estrecha; asustaba con sus crímenes y gángsteres y mujeres descuartizadas y niños secuestrados, y sus estafas de pícaros que en el parque de la Fraternidad vendían el Capitolio a cualquier extraño que abriera la boca ante esa mole blanca de lujo inútil.
Las clases de Rosa eran concentradas y conversacionales. Y la poca cantidad de alumnos colaboraba con aquella atmósfera maternal. Nos explicaba la guerra que en los textos de entonces se llamaba hispano-americana, a la que la maestra interpolaba el gentilicio de cubana. Narró el episodio en sus escenas principales: la destrucción de la flota del almirante Cervera, la toma del fuerte de la loma de San Juan, el insulto del general Shafter al General Calixto García cuando prohibió al mambí entrar en Santiago de Cuba. Previamente se había referido al Maine, y a su demolición accidental en el puerto de La Habana, como pretexto para entablar el conflicto con España.
Se aproximó a la ventana; miró el paisaje todavía rural de El Cotorro: abundaban las palmas. Luego concluyo:
-Desde el 20 de mayo de 1902 Cuba está hipotecada.
-¡Hipotecada! ¿Que es eso, maestra?
-Que no es de nosotros sino de ellos; de los americanos.
Por ello, Rosa no ha podido emigrar. De cualquier forma, y aunque hubiera muerto, seguiría perviviendo en el país que ella convirtió en un hambre tan persistente como la esperanza. Porque me reveló la patria. Me la instaló en el corazón como una presencia cierta y amenazada. Y yo empecé a sentirme muy triste en una tierra que ya no era mía.
Nota: Publiqué esta crónica en 2002, en Juventud Rebelde. Días más tarde, llamó María Eugenia del Barrio, y lugo recibí una carta de un sobrino de mi maestra Rosa. No, no había emigrado; simplemente había fallecido cargada de méritos y servicios.
13 comentarios
Tentenpie -
jipijapa -
cordovi -
Jabón Candado -
hilo directo -
esa
José Nuceti -
Escudo naional -
el jibarito -
si no pueden ni elegir a quien los gobierne,ya ahorita hay tantos cubanos en Puerto
Rico que ya no cabemos,el ano que viene me voy para Manhatan
Serafin -
pensaria este autor de una maestra que en Cuba le dijera a sus alumnos de primaria"Desde que los Castro llegaron al poder se acabaron las elecciones en este pais y por culpa de ellos,dos millones de cubanos han tenido que irse a vivir a otros paises para poder vivir como las personas"
Carlos -
Sexto -
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Sexto -
Carlos -
Y ya en el plano desagradable pero al parecer inevitablemente politico y con todo el respeto que le tengo... Una persona como usted, a quien creo honestamente nacionalista, como se pudo haber sentido cuando Cuba estuvo tan dependiente de la Union Sovietica y podian verse rusos por doquier. Tambien le molestaba tanta dependencia de otro imperio que culturalmente era tan distante al nuestro? Disfruto alguna vez de los cartoons, o preferia los munequitos rusos?