LLEGADA TARDÍA
Luis Sexto
Una página de juventud
Las charlas de mis compañeros, las imágenes eróticas del cine y el insolente cachumbambé trasero de las criollitas que ya Wilson estaba por descubrir en el semanario Palante, empezaron a entretener mi audacia. Vete, me decían, como en el poema de Amado Nervo, cuerpo y alma al par. Contente, replicaba el custodio de mi libertad impuesto desde la niñez por una educación religiosa que entonces por laberínticas tergiversaciones convertía en ácido lo más humano de la gente.
Un sábado, al fin, ganó la cicuta.
Regresé del trabajo al atardecer, tras cinco días hospedado en un barracón tan viejo como el siglo. Por aquellos años en el país empezaba a repartir una justicia nueva, y a los 18 yo tenía un empleo en un ingenio azucarero de Artemisa. Lejos de la capital. Pero la distancia era también un regalo con su posibilidad de conocer, de crecer valiéndome de mi libérrima capacidad para andar y decidir.
Esa noche, sin embargo, la propia Revolución que tanto me había dado, me “quitaría” algo. Ahora no lo lamento. Me alegro. Porque me introduje naturalmente en el supremo misterio de la vida: sin comprar el acceso. Tuve que conquistarlo, merecerlo, en la liza incierta, desesperada, febril, del enamoramiento. Por influencia de una moral sustancialmente ideologizada creía que la adquisición mediante dinero de un intercambio amoroso, deterioraba la luz que despedía un beso. Aún lo creo, pero a los 18 años sostener ese principio reclamaba un camión de heroísmo.
En el central Eduardo García Lavandero -antiguo Pilar-, uno de mis compañeros de trabajo contaba sus visitas dominicales a una casa de esas, un prostíbulo, y yo, muy petulante, con la palabra reseca le dije una vez:
-A mí no me gusta el amor tarifado.
El, un tanto sin entender lo que este niño fino decía, respondió:
-Ah, sí; está bien –y prosiguió el lúbrico relato cuyas peripecias me habían obligado a una declaración desganada, sin convicciones, pero también azuzaban los sentimientos de mi cintura, infatigables tironeos donde se mezclaban urgencias fisiológicas y necesidades líricas. Mis ojos soñaban con la figura esbelta, el rostro pálido y los labios rojos de Gudelia... aquella muchacha del ingenio por quien, al verla pasar y con el interés de hablarle, dejé un bistec de palomilla sin consumir en el restaurante artemiseño de Cabrera. A mi edad ese gesto era tan heroico como sujetar otros deseos.
Aquel sábado me vestí con inusual tiento. Alquilé un taxi. Lléveme con mujeres, pedí al chofer. Recaló en la calle Pajarito, en La Habana. Ahí tienes, me indicó. Me aproximé a la puerta. Había un miliciano con un fusil que meses después yo aprendería a reconocer como M-52.
-¿Que quieres?
-Mujeres, claro.
Sonrió. Palmeó mi espalda.
-¿Qué pasa, compañero?
-No te inquietes; no hay nada malo en tu deseo.
-¿Nada?
-Bueno, es que llegaste tarde.
-¿Tarde?-apenas eran las ocho de la noche.
-Sí, muchacho. Tarde. El Gobierno Revolucionario los cerró hoy.
(Del libro Con Judy en un cine de la Habana y otras crónicas de la ciudad, Editorial Pablo de la Torriente, La Habana, 2006)
3 comentarios
Carlos -
Luis Sexto -
Carlos -
No se si usted tuvo acceso al video de estas declaraciones en la zona rosa y frente a vidrieras de prostitutas finas y coloridas donde Mariela Castro Espin admiro el trabajo de dichas "obreras" por considerarlo etico y hecho con mucha dignidad. Despues entre risas!? hablo sobre el malecon habanero y sobre las jineteras de la revolucion que en vez de dinero, vendian su cuerpo para pagarle a un obrero por reparar una habitacion de sus casa.
Luego al llegar a Cuba, cambio su discurso totalmente, como era de esperar pues los cubanos no estan preparados para el discurso abierto, y entonces critico la prostitucion y hablo, esta vez sin risas, del caso de la "pobre muchacha que reparo su habitacion".
El doble discurso, la doble moral y la tremenda hiporecia merecerian un programa televisivo donde se contrastaran los dos videos como los pude ver yo, para que el pueblo culto cubano pudiese sentir la misma repugnancia que mi esposa y yo sentimos ese dia ante tanto cinismo.