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PATRIA Y HUMANIDAD

LOS DÍAS TERRENALES

LOS DÍAS TERRENALES

Libros publicados en Cuba

Luis Sexto

Distinguido por  haberse inclinado hacia el lado más espinoso de la vida: la izquierda, José Revueltas vivió en constante conflicto con su conciencia y con los rasgos deshumanizados de una militancia, pretendida militancia, que se pone por encima de los valores humanos. Todo lo rígido, todo lo inapelable, parece decir Revueltas en Los días terrenales, es usualmente inhumano.  

Esta novela, publicada recientemente en La Habana por la Casa de las Américas, confirma que una novela política será efectiva si no renuncia a convertir los hechos en un interiorizado conflicto ético. No puede haber política sin personalización, y Revueltas nos va apasionando con el universo descrito en Los días terrenales.  Y yo desafío a que se ponga después en conceptos la peripecia de los personajes para averiguar si consigue hacer estallar una revolución en el alma de los lectores.

Ciertamente, un ensayo o una monografía jamás podrán contener el mundo de sueños, el mundo hondo y conmovedor de un poema o una novela. Pero aunque todo en el lenguaje y la técnica de la novela sea oblicuo, sugerido, trasvasado en imágenes, Los días terrenales, publicada por primera vez en 1949, no esquivó el problema principal de la lucha por el triunfo de la revolución proletaria en México,  ni consiguió evadir la polémica con quienes se reconocieron desnudos y vacíos  de todo compromiso con lo más entrañable del hombre: la libertad de conciencia, el libre albedrío de la subjetividad humana.  

José Revueltas, cuya vida acumuló sólo 62 años, fue  un díscolo entre los comunistas mexicanos según los enfoques dogmáticos. Tuvo a veces que hacerse la autocrítica para subsistir siendo fiel a sus ideas. Ideas que lo separaban de sus compañeros de ideales revolucionarios  y a la vez le ganaban el odio de la clase que ejercía el poder.  Vivió, pues, como partido en dos. Y entre expulsiones y críticas de su partido y  la cárcel de sus enemigos, pasó su existencia. Desde los primeros años juveniles estuvo en Islas Marías, presidio mexicano de tétrica fama, y ya en la madurez, acusado de ser ideólogo de la revuelta estudiantil de 1968, lo hospedaron en la cárcel de Lecumberri, donde, escritor cada día y en cualquier hora y rincón, escribió una de sus novelas mejor valoradas: El apando.

Novelista, ensayista, dramaturgo, guionista de cine, escribió básicamente para inquietar. Los muros del agua, Los motivos de Caín, y otras, y en especial Los días terrenales, aún nos advierten, con su cuadro dramático, incluso trágico y a veces grotesco, que las  ideas, cuando se defienden desde posiciones rígidas y se les atribuyen más valor que a los seres humanos, se vuelven enemigas de los principios y fines que las sustentan y las justifican.

Los días terrenales, preciso y conmovedor documento literario, sigue despierta, con su lenguaje plástico, cromático, intenso como densa atmósfera de gases tóxicos. Todavía tiene en sus páginas el farol  de vigilante nocturno con que la literatura acompaña el paso del Hombre durante sus días en la Tierra.   

 

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