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PATRIA Y HUMANIDAD

FÁBULA BAJO LA LLUVIA

Por Luis Sexto

Hablemos hoy, como otras veces, de un libro. Se titula Fábula lluvia, poesía publicada por las Ediciones Unión. Y por qué sabemos que es poesía ¿Acaso porque los renglones están fragmentados, o porque algunos versos riman en décimas o sonetos? Lo más difícil de la poesía, después de escribirla, es definirla. ¿Qué es la poesía? Muchas voces, más ilustres que mi vocecita, han formulado la pregunta y después de una fatigosa exégesis, han terminado al pie de la misma interrogación: ¿Qué es, al fin, la poesía? 

Juan Ramón Jiménez, nombre común en un poeta sin fondo, decía que, más que definirla, prefería sentirla. Ese es el don supremo: sentir la poesía. Tanto para leerla como para escribirla hay que sentir esa corriente interior que nadie sabe en qué consiste, pero que se percibe cuando uno la lee o la oye o la escribe. Tal vez  para determinar qué es la verdadera poesía -siempre en un tanteo inconcluso, como asegura Cintio Vitier-, hace falta que el poeta pueda suscitar en el que lee u oye, la emoción que el bardo sintió en su solitario oficio.

Por ello podemos decir que este es un libro de poesía. Porque además de las formas poéticas habituales y otras que no lo son tanto, en Fábula lluvia vivimos, juntamente con el poeta, la emoción que lo sorprendió una tarde o una mañana y que él supo enjaular, como a un pájaro mágico, tras los barrotes de la palabra artísticamente organizada.

Fábula lluvia es una antología. El autor, Luis Lorente (Cárdenas, 1948), escogió de entre sus cuatro libros fundamentales, los poemas que le parecieron más logrados, o quizás más entrañables, que él quizás no sabe por qué los eligió en ese misterio sin develar que es la creación.  Como dice uno de los mejores poemas de este libro, el poeta “no ha podido estar ni mucho menos cerca de aquel olor que había en los campos de sport”. Es muy difícil saber que pasó aquel día cuando el poema fue surgiendo entre la angustia de quien persigue una nube que al tenerla entre los dedos se escurre impunemente.

Yo afirmo, sin que el mundo se estremezca, que Luis Lorente es, en Cuba, uno de los poetas de más maduro y hondo lenguaje. Y uno de cuantos se acercan a las esencias de la poesía sin rodeos, ni salvavidas, ni desde una originalidad más novedosa que convincente. Mi experiencia, mi contacto subjetivo con los poemas de Luis Lorente, me dicta que en cada uno de esos versos yo hallo también mi alma estremecida por la aventura de un hombre que, al escribir, tiene en cuenta mis sentimientos. En estos poemas, pues, noto el latido de lo más humano, descarnado, sincero del hombre. Del hombre en su desamparo existencial, del hombre en la incertidumbre de la hora, bajo las rachas del ciclón, del hombre que convoca la poesía para hallarle un sentido a la vida, ante los temas más recurrentes del poeta: la muerte, la despedida, el amor, la nostalgia.

“Yo vi cómo los años caían una noche/ sobre ti, sobre mí, sobre los techos/ que fulminan las aguas, sin precaución, / sobre la faz del breve mundo nuestro.” ¿No está en esa estrofa el tema de los temas: la sensación de pérdida y ausencia que, decía Giovanni Papini, engrandece y justifica al poeta?  Hemos pues de temblar internamente cuando el poeta reconoce que “el tiempo hizo contigo y de mí una idea/ que cuando cae la noche se desvanece.” 

Díganme, pues, quién no siente en ese código la propia experiencia, la propia desazón.  La hemos sentido. Como Lorente, aunque sin poder trasladarla a un verso afortunado. Dichosos si podemos descubrirlo y degustarlo en la cómplice comunión de la lectura.

Como dije: en esta antología hay por fuerza una mezcla de formas poéticas: el verso libre, que es libre solo en apariencias; el soneto, la décima, y la prosa, esa prosa quintaesenciada en el ritmo de paso fino y en la música sutil, como cuerda de violín,  sobre las que galopan y vuelan los textos de Luis Lorente.

Cuando lean este libro, admitirán que he tenido razón: es el libro de un poeta manual, un poeta que moldea con las manos –los miembros más tiernos-  el más humano de los barros; le da forma y luego, invocando la gracia de los dioses, sopla en sus criaturas el viento de la poesía.

En la breve introducción de Fábula lluvia, el autor reconoce que es la primera vez que está satisfecho con uno de sus libros. Escogió, dice, los que estima los poemas más acabados, los menos afectados por las insuficiencias. Yo no lo desmiento. Pero aseguro, como lector habitual de su obra, que en sus libros anteriores -Café Nocturno, Aquí fue siempre ayer, Esta tarde llegando la noche y Más horribles que yo- quedan poemas tan hechos y derechos como estos.

 

 

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