LO RACIONAL Y LO INCOMPRENSIBLE
Por Luis Sexto
Un personaje de Kafka amaneció un día convertido en insecto. La escena la cuenta –creo- en un libro titulado La metamorfosis. En general, toda la obra narrativa de este escritor checo descoyunta la realidad. Hoy casi nadie ignora lo que es una situación kafkiana: un cuadro cabeza abajo, un clavo empotrado por el extremo sin punta, un cubo que se llena por el fondo… Así, como los actos condicionados por la mentalidad burocrática. Y Kafka, en efecto, fue un narrador antiburocrático. Nadie pintó la burocracia con perfiles tan exactos a pesar de los desafueros imaginativos del escritor.
Fíjense que hablo de mentalidad burocrática y no de burócratas. No personalizo, porque ser burócrata o no serlo más que un oficio, una carrera, es una opción que habitualmente no lleva nombre; es una opción asumida y diluida en el grupo, la empresa, el organismo. Esa mentalidad ve la vida a través de los deseos, y -como alguien ha dicho- para cada sí tiene un no, y para cada solución un problema. Y su existencia y sus actos carecen de finalidad. Solo importa lo formal, que llega a convertirse en lo irracional.
Lo advierto: estoy hablando mal de las acciones burocráticas. Que nadie espere, en este tema, mesura y equilibrio. ¡Lastima tanto el proceder de la burocracia! Entorpece, frena, desvía, decepciona ¡tanto! la conducta burocrática que uno no puede sentir conmiseración. Habitualmente cuando alguien adopta una decisión desde posiciones burocráticas, no considera a la gente, al público, al pueblo. Lo que le interesa es su tranquilidad orgánica, el acomodar la realidad a su confort oficinesco, a los gustos de su silla, que suele no ser giratoria: mira solo hacia un solo punto. Girar sería ver la realidad por sus cuatro costados, en movimiento, en cambio… Y todo ello es lo cuerdo, lo útil, lo revolucionario, que ha de equivaler a lo más creativo y mejorador.
La mentalidad burocrática, de tan torpe, solo ve la solución de los problemas –si se les urge una solución- en los otros. Porque todo marcha mal por causa de los demás. Y por tanto son los demás –digamos los trabajadores- los que han de hallar el remedio.
A la burocracia solo le toca exigir apego a la letra y ejercer el control. Control. Mucho control, que es palabra de orden y que, al menos, garantiza el sueño tranquilo al que está para controlar. ¿Y el clima moral del trabajo, y los medios, y los recursos, y los estímulos que promuevan la productividad, la calidad y los deseos de trabajar? Esas son palabras que no aparecen en el diccionario práctico de la conducta burocrática… Parecen términos de otro idioma. Y mientras no lo hablemos todos, la solución parece quedar en la zona de lo incomprendido. Y en la puerta de entrada habrá que poner un cartel: Se solicitan intérpretes para leer a… Kafka.
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Alonso -