GUERRA DE NERVIOS EN SANTA LUCIA
Publicado en Bohemia en 1948
Bajo el avión la tierra cubana luce como un mapa. El avión ha venido a dar más precisión y amplitud a los mapas. Hoy la tierra se mide, se cuadra, se define, se precisa; no ya por leguas, sino ya por pulgadas. Las nuevas escrituras, los papeles, los títulos, corresponden a la tierra. Son como superponibles. Cada nuevo propietario sabe exactamente lo que tiene, dónde lo tiene, con quién colinda.
Eso es ahora. Antes no había cartas, y las medidas eran vagas. Los cabildos daban mercedes circulares que, al tocarse, dejaban entre sí a los realengos, las tierras del rey. Pero nadie sabía, de cierto, dónde empezaban y dónde acababan esos círculos. Los centros (un árbol, un hito) eran confusos y a veces movedizos. Los círculos mismos se superponían, cambiaban de sitio, se estiraban y encogían, según quien los tenía. Con poder e influencia se hacía y prodigaban nuevos títulos (nuevos círculos) que chocaban con otros. Al fin sobre esos papeles, la isla llegó a tener, por lo menos, doble extensión de la que tiene.
Esa fue, y es todavía, la fuente de litigios más tenebrosa de nuestra historia. los realengos son lo de menos. Ellos mismos se vendían y compraban. Lo demás era eso: más papeles que tierra, superposición de propietarios. La República heredó ese enredo. Había y hay más tierra en las escrituras que en las cartas. Cualquiera puede tener títulos. Se han venido comprando y vendiendo por varios siglos. Lo importante no eran ellos. Lo importante (o lo no importante) era quien los poseía. Si el que los tenía mandaba fuerza, si tenía poder, si adquiría por influencia, valía y se extendían. Si no, se anulaban, negaban y legaban como valores ficticios.
Por debajo, sin embargo, se iban asentando otros derechos. Eran los derechos de la antigüedad: “primero en el tiempo, primero en derecho”. La merced más antigua, privaba sobre la siguiente. Pero no todo quedó resuelto. Quedaban aún los títulos cuyo valor podía morir y resucitar, años más tarde, si el que los poseían había ascendido. Todavía sigue. Hay títulos que resucitan.
Ahora ocurre otro caso. Un nuevo potentado –la Manatí Sugar Company- afirma tener títulos de unas tierras que fueron de Don Salvador Cisneros Betancourt, Marqués de Santa Lucía o Álvaro Reynoso. Están distantes y apartadas, en Nuevitas. Para llegar a ellas hay que usar todo tipo de vehículos: auto, avión, otra vez auto, gas-car, lancha de motor, camión, caballo. La compañía alega derechos, pero los derechos más antiguos son, aquí, los de los hombres que las ocupan. Son los derechos más sagrados: los de los que la trabajan. Por eso vamos a verlos, a oírlos, a contar sus quejas y temores. Estos han aumentado últimamente. La compañía viene empujando, de oriente a occidente, y descuella ya, amenazante, sobre Álvaro Reynoso.
Nadie, que nosotros hayamos visto, ha visto sus títulos. Pero eso no importa. Ella –la Manatí Sugar Company- dice tenerlos y ha entablado sus pleitos. Suis demdandas son simples: llana, simplemente, el desalojo. Más de mil personas viven y trabajan ahí; algunos, desde toda la vida. Ahí han levantado su bohío, hecho su aguada, cavado su pozo, sembrado su maíz. Nunca nadie los había molestado. Ellos no tenía títulos; nadie –se les había dicho- los tenía. En todo caso, eran del marqués de Santa Lucía, que murió sin herederos directos. Como quiera que fuese, allí iban viviendo, y muriendo, pobremente.
Pero la tierra no era pobre. La noticia se fue extendiendo. Junto con las ambiciones de la compañía empezaron a llegar, también a Oriente, hombres sin tierra. Se habían enterado: en Álvaro Reynoso, o Santa Lucía, había tierra libre, tierra de nadie. Parte estaba ocupada, parte era monte firme. El monte había vuelto a cubrir muchos terrenos, antes cultivados, por los esclavos del marqués. Los esclavos, ya liberados, se habían regado hacia otras partes.
Los nuevos trabajadores llegaron muy gradualmente. Hacía una tumba, levantaban un rancho, cogían un jan, empezaban a plantar. Vivía aún el marqués. Nunca él se los había estorbado. Él, que había libertado esclavos negros, no podía hacer esclavos blancos. Pero muerto el marqués, surgieron, o resurgieron, nuevos señores –y viejos títulos.
Ahora la Manatí dice tenerlos: con ellos intenta arrojar de aquellas tierras a los que las laboran: antiguos y recientes, jóvenes y viejos, sanos, enfermos.
La Manatí empezó con cautela. Primero, fue la mano enguantada: el agente, inspector o guardajurado, que se presentaba a un campesino y le decía:
-Venga acá, compay; esta tierra no es suya. No tiene títulos. Esta tierra es de la Manatí Sugar Company. Vamos a hacerle una concesión: múdese un poco más arriba (o más abajo).
Esto era alarmante, pero ¿a dónde ir? Los campesinos no tenía idea. Así que siguieron esperando, y temiendo, sin moverse. Cuando se vio que el procedimiento era insuficiente, la compañía, según se iba extendiendo, de Manatí a Nuevitas, iba recurriendo a medios más apremiantes. Todavía había leyes: leyes que se regían por papeles (y ella decía tener esos papeles). Y detrás de esas leyes, su poder e influencia. ¿hasta dónde llegaría? Resolvió pronto.
(…)
JUNTANDO FUERZAS
No sabemos, de cierto, con qué cuenta la Manatí. Pero está, sin duda, juntando fuerzas. Su procedimiento ha sido gradual, de golpe al cuerpo. Cada nueva denuncia y detención, supone un nuevo revés paa toda la colonia. Supone gastos de viaje y comida, horas y días perdidos, irritaciones i –sobre todo- ánimos perdidos. Un día u otro (quizás piense la Manatí Sugar Company), se desalentarán los campesinos. Ellos siguen siendo débiles, ellos siguen viviendo aislados, siguen siendo pobres. La soga, si se rompe, será por ellos.
Pero ellos son recios y no están ya solos. Un día se presentó en la Habana el doctor Birce con una comisión y le dijo a nuestro director:
-Quevedo, tienes que ayudarnos. No es solo un caso humano, sino de justicia, de interés para todo Nuevitas. Mire….
Y le mostró un informe que habían elevado al Presidente. Tres días después, Raúl Vales y yo estábamos en camino. Es un camino largo, quebrado y tortuoso. Pero es el mejor camino. Es el camino necesario, de la ciudad hacia el campo. Camino de regreso.
En la ciudad tienen estos campesinos puestas sus miradas: no, como ocurre con tanta frecuencia, para ir hacia ella, sino para que ella vaya hacia ellos: a protegerlos, a ampararlos, a guiarlos. Una de las primeras cosas que nos dice el doctor Birce en Nuevitas es:
-Álvaro Reynoso es un ejemplo. Puede ser bueno o malo, según se resuelva. Tendrá grandes repercusiones en otras partes. Esos campesinos no quieren salir de sus tierras ni explotarlas con perjuicio de otro. La tierra, como ellos dicen, les acompaña y ellos la aman y quieren enriquecerla. Pero necesitan nuestros auxilios. Solos, divididos, serían aniquilados. La Manatí está apretando. Por lo civil yo no le tengo miedo, sé que sus títulos, si los tienen, no valen nada. Pero están empleando armas sicológicas. Hasta ahora, no ha podido expulsarlos, físicamente; trata de hacerlo, moralmente. Ese es el peligro.
El alcalde nos conduce al fresco de un lindo patiecito camagüeyano. Ha mandado a avisar a los dirigentes campesinos, y pronto está con nosotros un nutrido grupo de jóvenes que, representando todas las tendencias políticas, los une en este caso el drama de Álvaro Reynoso. Mientras esperamos, el alcalde nos conduce a su pequeño despacho, cuajado de libros, álbumes, estampas. Ahí está su historia, sus preocupaciones, sus ideas: libros de sociología, de derecho, de política; biografías de estadistas; retratos de estadistas. Hay toda una colección de dibujos desplegados por las paredes. Nos llaman la atención. Son todas escenas dramáticas de dolor y miseria. Han venido de muy lejos. Las figuras, los trajes, los paisajes, lucen extraños en Nuevitas. Pero el drama es igualen todas partes. También aquellos son campesinos; también son pobres, humildes. Abatidos. Su autor: Castelao.
El doctor Brice abre un gran álbum. La historia que encierra es reciente. Es la historia, tal como la ha dado la prensa. Fue sólo un episodio, pero el doctor Brice hace un gesto amargado:
-Esto me ha quitado años de vida. No quisiera recordarlo. Pero…
El lector lo recuerda. El álbum habla de cuando en vísperas de las elecciones fue secuestrado el alcalde. Ahora:
-Estoy harto de la política –nos dice. Harto de “esa”política. Pero no abandonaré “esta otra” que estamos haciendo, por los de abajo.
Pronto está con nosotros Esteban Lamelas, jefe del despacho de la Cámara Municipal. Es un símbolo de la nueva unión y las nuevas fuerzas. Esteban, compañero en la prensa, es liberal, pero no hay realmente liberales, ni auténticos, ni Joven Cuba, ni Acción Revolucionaria Guiteras, ni libertarios, porque aquí, respecto de los campesinos, todos están de acuerdo. La Compañía está juntando fuerzas. Hay que juntar fuerzas contra la Compañía.
Tierra adentro
Nos levantamos con el día. Sergio Brice, el alcalde, nos espera. Ha fletado una lancha de motor y va as llevarnos, tras una hora de navegación, estero arriba, hasta el embarcadero. Ahí empieza Santa Lucía, o Álvaro Reynoso, pero no, todavía, la zona en litigio. Esa está tierra adentro.
Pero todas esas tierras fueron, al parecer, de Don Salvador. Así se le llama todavía, cariñosamente, al marqués. El embarcadero mismo está ligado a él por acciones revolucionarias. Fue, en las dos guerras, punto importante para el desembarco de armas. Por ahí, al cabo de un largo y tortuoso estero entre mangles inmensos, entró la libertad para Cuba.
Por ahí, también, entra un nuevo amago de servidumbre: los agentes de la Manatí Sugar Company. Por ahí, salen los frutos que cultivan los campesinos de los “realengos”. Por ahí salen también ellos, conducidos por la rural, camino del juzgado.
Una vez al día hay servicio de lanchas de pasajes del embarcadero a Nuevitas. A media distancia, nos encontramos con la de hoy. A esta hora, la mar no está brava (pero es, regularmente, una mar brava y la lancha lleva como estabilizador, una vela). Alguien saluda desde ella al alcalde, y a su señora marta Córdoba, que va con nosotros. Brice:
Mire: esos son los que van a presentarse al juzgado.
No van custodiados. Una vez detenidos y presentados por la rural, quedan obligados a presentarse por su cuenta, cada quince días. El viaje es largo y no es barato, y lleva tiempo, pero tienen que hacerlo. Hace años que lo vienen haciendo.
En el embarcadero esperan dos camiones. Son los únicos de la zona y llevan solamente, por relejes de fango, hasta cierta distancia. No son de los precaristas estos vehículos. Su dueño vive más acá de la cerca.
Más acá, desde el mar, están los pequeños. El camino es ancho, atraviesa fincas, potreros, casas de tablas. Pasa, incluso, delante del Club que lleva el nombre de Salvador Cisneros Betancourt. En el Club hay una sala de baile traganíkel; una vez a la semana, cine. El proyector tiene una pequeña planta. Hay también algunos molinos de viento, para sacar el agua, para cargar baterías. Pero no hay poblado, agrupamiento grande de casas, y la tierra no es todavía buena. La mejor tierra está más adentro.
El camión sigue brincando, atascándose, dando bandazos. A cada rato, alguien tiene que apearse y abrir el rastrillo o la talanquera. Entonces el camión dobla, se sale del camino, entra en los trillos. Entra en el realengo.
La mejor tierra es la disputada. Por un lado, hacia el mar, están los propietarios; por el otro, hacia oriente, están los tentáculos de la Manatí Sugar Company, que vienen extendiéndose. Dentro de esta tenaza, están los guajiros sin títulos, con buena tierra. La buena tierra que codicia la mala Compañía con “título”.
El camión llega a su límite. Más allá, es el camino quebrado, enfangado, tortuoso, que hay que andar a pie. Vamos primero a la mejor casa. Es la de Manuel Solier. Él, que ha bajado hasta el embarcadero, guía. Le siguen Brice, su señora, Pupo, Milán, Pérez Proenza, Lamelas, y los jóvenes dirigentes de la Joven Cuba y Guiteras. Brice nos dice:
-Es para que no se asusten. Primero la fachada. Luego ya verán.
Como fachada, la casa de Solier es magnífica. Es lo mejor de Álvaro Reynoso. Es casa nueva, cepillada, con piso de tabla. Solier tiene la mejor siembra, las mejores bestias, la familia más saludable. Es la nota más clara del cuadro.
-Pero esta extensión –nos dice- va siendo insuficiente. La familia está creciendo.
Solier tiene yernos, nietos. Su nueva casa es de tablas y aún no está terminada. Los hijos mayores zurcen zapatos. Su pozo, forrado de palos (no hay piedras en Álvaro Reynoso), da agua potable. Su sabor es como la de coco, ligeramente salobre, pero puede tomarse. Otros pozos de la zona dan agua de mar. Solier tiene una abundante cosecha de maíz (250 quintales) y de plátanos. Tiene caballos. Sus hijos son los más robustos que hemos visto. La señora tiene máquina de coser, radio y en la parte de afuera cultivan un pequeño jardín con rosas, jazmines, con azucenas…
Pocos en esta zona alcanzan su nivel social y económico. Es uno de los más antiguos y su espíritu y buena salud le han permitido ir progresando. Es un magnífico ejemplo. Invita a seguirlo.
Por eso mismo, quizás, fue uno de los a los que intentó desalojar la Compañía. A esta no le convenía el ejemplo. De Oriente a Occidente continuaban llegando campesinos a establecerse en la nueva tierra. Cuando empezó, hace años, la maniobra, la Compañía enviaba a sus agentes o guardias jurados a decir a los campesinos más arraigados:
-Mire, la Compañía necesita de esta tierra. Pero no tenga temor. Lo vamos a mudar gratis, más arriba, allí podrá continuar la siembra.
Mudarlo era el truco. Primero en llegar, el campesino era también primero en el derecho. Pero si se mudaba, y reconocía el suyo a la Compañía, esta sentaba su propio precedente. A la vez, buscaba un efecto psicológico. Removido, desarrengado, el campesino se desalentaría, y el ejemplo desalentaría a otros ya establecidos, ya venidos.
Pero Solier y otros siguieron firmes. Aquella era su tierra; ellos la habían arrancado al monte; la habían cultivado y fomentado. Además, no había a dónde irse. Fuera de allí, por toda la zona de Nuevitas la tierra es mala. Es tierra de jata, de cana, de marabú. No había siquiera haciendas donde pudieran trabajar a jornal, o de partidarios. No había salida, sólo aguantar firmes.
Además, después del 33, empezaron a soplar, de La Habana, vientos políticos favorables al desamparado. En Nuevitas se formaron sindicatos, comités, organizaciones. Y los campesinos empezaron a animarse.
(…)
Y Solier y los otros no soltaron la tierra, no va a soltarla. Solier siguió criando hijos, extendiendo cultivos. Del rancho de tierra pasó a la casa de tablas. Nunca le había pasado por la mente que la tierra no fuera suya. Su padre vino aquí, de Salamanca, antes del año noventa. Luego, vino la revolución, y se sucedieron los gobiernos, y nunca nadie trató de sacarlos. Hasta hace unos pocos años.
Pero aun Solier permaneció firme. No firmó el contrato de arrendamiento y no se mudó. Por el contrario, aumentó sus cosechas (aumenta la familia) y aumentó la despensa. Hoy, se come hasta carne.
La siembra, sin embargo, aun en los mejores casos, es primitiva. No hay yuntas, y es difícil que pueda haberlas. La tierra buena es escasa, y algunos campesinos al irse extendiendo, han chocado unos con otros, quedaron bloqueados. Para las yuntas habría que hacer potreros. Queda, por algunas partes, monte virgen, pero ahí surgen nuevos problemas; el más grave, quizás, la ley forestal.
Así que cada campesino sigue limitado a su pequeño conuco, sin yuntas y sin aperos, sembrando a hoyo. Algunos tienen por donde extenderse, pero la Compañía les sale siempre al paso.
Guerra de nervios
De la mano enguantada, la Manatí pasó a la mano desnuda, y al puño cerrado. Primero fue el “firme aquí, amigo”, o el “múdese, compay”, o el “lo vamos a trasladar un poco más allá”. Cuando esto no dio resultado, surgió la denuncia directa y concreta: por usurpación.
Era el grado siguiente. Tradicionalmente, el campesino teme a la rural. Aunque la pareja no venía (como en épocas castrenses) en plan violento, traía órdenes de detenerlos. La orden era del juez de instrucción.
Generalmente, las detenciones se hacían y se hacen por lotes. Así mismo: lotes de hombres detenidos. Eran, desde luego, cabezas de familia, y detrás dejaban ristras de hijos grandes y pequeños. La odisea empieza –y empieza- de este modo.
A la una o a las dos se presentaba la pareja con la orden.
-A ver, Fulano, que nos acompañe al cuartelillo.
El hombre era avisado, venía del platanal, o del monte.
-¡Vamos, para adelante!
El hombre seguía. Lo conducían al cuartelillo. De camino, la pareja rcogía otros hombres. A veces, eran diez, otras llegaban a veinte. Las distancias son largas, los bohíos están dispersos, y cuando llegaban, finalmente, al cuartelillo, se hacía de noche. Si no había guardias francos, las camas estaban ocupadas, y los detenidos, padres de familia, tenían que dormir en el suelo. Si un par de guardias estaba de licencia, había sus camas. En ellas dormían los más viejos. Los demás, en el suelo.
Al día siguiente los llevaban al embarcadero. Generalmente, la rural no tenía bestias para ellos, y los detenidos tenían que hacer la marcha a pie, por más de tres leguas.
En el embarcadero, subían a la lancha, pasaban a Nuevitas, y allí los llevaban al cuartel de Primelles. Del cuartel, iban al Vivac, en espera de que los presentaran al juez. Pero a veces no había tiempo en el día, y tenían que dormir en el Vivac. Luego, por fin, al día siguiente, se les tomaba declaración, se les instruía de cargos, se les ordenaba presentarse cada quince días.
Esa es la mecánica. La política de la Compañía era más larga. El campesino quedaba un poco aturdido. ¿Qué pasaría? Desamparado, temeroso, ignorante, sabe que la ley, en último término, la hace quien puede, y la cumple quien no pueda. Esa, por lo menos, era su experiencia. Nada impone más al campesino que la presencia de la rural a su puerta, salvo, quizás, lo que hay más allá de ella: las leyes, las artimañas, las marañas, ;las nebulosas tácticas de los abogados. Más allá, estaba la cárcel. Estaba la fuerza. Estaba todo lo que él no comprende y que por lo tanto le espanta. Con esto contaba la Manatí para expulsar a los contumaces y para cerrar el paso a los audaces. Los demás, caerían por sí mismos.
Pero no era tan fácil. La Federación Agraria, los sindicatos obreros, el Alcalde; todo el mundo estaba, de corazón, con los campesinos; algunos decían:
-¡Ah, si viviera Don Salvador!
Él, que libertó a los esclavos. Él, que jamás negaba amparo al necesitado. Él, tan caballeroso, tan noble, tan cordial, tan bueno…
Pero Don Salvador ha muerto y su herencia ha quedado enyerbada –doblemente enyerbada. Y sobre esta avanza, de Oriente a Occidente, como una invasión de mal agüero, la Manatí Sugar Company. Y ahora no hay Cisneros Betancourt que se pare delante.
¿O sí? Sí, sí hay y habrá quien la detenga, a ella y a otros que, como ella, quieren lanzar de las tierras que trabajan a nuestros pobres. Hay una nueva conciencia y una nueva política que, pese a todos sus defectos, no ha renunciado nunca a este principio. Los campesinos no estaban ya tan desamparados. Dentro de ellos mismos surgió Sabino Pupo, sin letras pero con valor, y se comunicó con los dirigentes políticos y sindicales al otro lado de la bahía.
Contra Sabino, especialmente, se encarnizó la Compañía. Hasta la fecha, pesan sobre él 72 denuncias. Para afirmarse, moral y materialmente, hay que buscar un apoyo más grande. Este no puede ser sino un fallo favorable a los campesinos. La Compañía sabe lo que esto significa. Sabe también que, si por el contrario, la Audiencia de Camagüey fallara a su favor, y desalojara una familia, las demás estarían perdidas. Pero la Audiencia no ha fallado todavía.
En tanto, la Manatí busca un efecto marginal: impedir que los campesinos progresen. El progreso empieza a verse. Las de Álvaro Reynoso son las únicas tierras buenas del término de Nuevitas. Todo lo demás es sabana. Pero eso no basta para colonizarla y sacarle buen provecho. También hace falta confianza, entusiasmo, seguridad de que lo que se haga hoy nos será reconocido mañana. Sin eso, el ánimo decae, el hombre se abandona, sufre la siembra…
Es eso lo que busca la Manatí Sugar Company. Busca desmoralizar a los campesinos. Los progresos hechos hasta ahora han sido favorecidos por tres factores: buena tierra, mejores comunicaciones, mejor precio para los frutos. Los precios, desde luego, se van inflando por el amino, y lo que en dinero llega al campesino, no es mucho. Pero es más de lo que ha tenido nunca. Es también ese aliento lo que trata de quitarle la Compañía. Que no sigan, que no progresen, que no tengan esperanzas. Así no construirán nuevas casas, no plantarán nuevas cepas, no abrirán nuevos pozos, no comprarán nuevas monturas…
Procedimiento conocido: guerra de nervios.
Fuente de Fruto y Discordia
De la casa de Solier pasamos a la de Sabino. Vamos por escalas, de mayor a menor. Entre los campos de Álvaro Reinoso, Sabino Pupo está en el centro de la escala.
Solier nos ha buscado monturas y nos acompaña. Raúl vales hace su estreno como jinete. Le dan un caballito manso, y ríen. Todo el mundo parece contento. Como los niños, los campesinos olvidan fácilmente sus penas. Podrá faltarles casi todo; pero una cosa no les faltará nunca: buen humor. Al principio, parece que no. Lucen serios, graves, reservados, hasta hoscos. Pero a poco que los tratemos, se rompe la corteza, aparece el ser sencillo, cordial, afable, alegre en medio de su tristeza. El humor es su reserva. Necesitan reír, jugar, divertirse, lo mismo que necesitan la tierra. Como repite Proenza:
-No puede mirar las cosas por la mala cara ni pensarlo mucho. Si lo hace, se rajan. Y no pueden rajarse. Mira para eso.
“Eso”son los once hijos de Sabino, y los montones de niños de otros vecinos. Estos van surgiendo, misteriosamente, a nuestro paso, y acuden al rancho. Pronto estamos preguntando.
Pero antes hablamos con Brice. Esta es una buena tierra, nos había dicho. Pero ¿ qué significa para las malas tierras de Nuevitas? ¿Para las malas tierras de Nuevitas? Brice nos explica.
Para Nuevitas, Álvaro Reynoso no es de primera importancia. Nuevitas no tiene industria, no tiene agua; sólo muelles y pesca. Nuevitas es el mango de una horqueta cuyas puntas son los embarcaderos de Pastelillo y Tarafa. Por ahí sale el azúcar. Ahí se ganan el pan, los obreros.
Pero ese pan tiene que venir, principalmente, de Álvaro Reynoso. Álvaro Reynoso es, naturalmente, su cesta de pan (de maíz, de boniato, de plátano, de arroz, de frijoles, de yuca…).
La pesca de Nuevitas no es grande, pero es algo. Sus veleros salen hasta los bancos, pasados los cayos, y surten de pescado una buena zona del interior. Hace algún tiempo, una compañía americana quiso poner allí una fábrica de conservas de pescado. Otra, de piña. Una vez, una compañía perlera trabajó en torno a los cayos Ballenatos, en el centro de la bahía. Más allá, en Cayo Sabinal, hacen carbón unos hombres primitivos. Todavía más al este, siguiendo por los cayos, abunda el ganado, y las compañías norteamericanas han hallado, y sellado, yacimientos de petróleo. Esas son posibilidades, son promesas.
Pro por el momento, Nuevitas vive también en precario, como los campesinos, pendientes de un fallo: el azúcar. Sin exportar azúcar, no hay Nuevitas. Falta de agua (salvo la de la lluvia) su riego es el azúcar.
Pero aun sin azúcar podría vivir, más estrechamente de su pesca y de su cultivo, intensificados. ¿Y si la Manatí se apodera de Álvaro Reynoso? La Manatí no sembraría maíz ni frijoles, ni plátanos. Eso, sería poco para ella, negocio chiquito. Lo probable es que convirtiera esas tierras en cañaveral y potrero. ¿Qué sería entonces de Nuevitas?
Álvaro Reynoso es su fuente natural de alimentos. Todo cultivado, con mejores caminos, con mejores transportes, con tractores, pudiera ser su sostén, su estabilizador, en buen y mal tiempo.
Pero por eso mismo es también fuente de discordia. Su problema no se limita al hombre que la cultiva y a la Compañía que quiere arrojarlo. Afecta a toda una región. Y no es tampoco problema político ni demagógico. Es problema humano, social y regional. Por tanto, nacional.
-La Manatí –nos dice el Alcalde- busca un golpe de efecto. Por lo civil la tiene perdida. Cualquiera que sea el título que pueda presentar –esos títulos, usted sabe, abundan como el marabú- tiene que ser inválido. Ha recurrido por la vía de lo criminal. Hasta ahora, ninguna de las causas, iniciadas hace tiempo, ha sido llevada a juicio. Pero puede serlo cualquier día. Hay síntomas de que la Compañía está apretando. Ha cursado telegramas a los jefes del ejecutivo y del ejército. Otros elementos, a ella ligados, han hecho lo mismo. Como efecto psicológico, como precedente, busca a toa costa un fallo favorable.
Para su caballo y señala hacia el enjambre de niños a la entrada del bohío de Sabino:
-Piense lo que sería de esas criaturas. Todavía sin una letra, sin nada, salvo lo que puedan darle sus padres. Piense lo que sería de ellos.
¿Qué pensará la Manatí Sugar Company? ( Lino Novas Calvo, narrador y periodista cubano, España 1903- Miami 1983)
8 comentarios
Miyinalouzo -
Pavoguze -
Cbuwunedud -
Yemita -
Aunque algunos de sus cuentos los considero un tanto soporíferos, en este artículo nos deja una obra maestra de denuncia social y un gran ejemplo de solidaridad. Bohemia se vistió de gala con este número.
Fabian Pacheco Casanova -
Pablo de la Torriente -
Fabian Pacheco Casanova -
Fabian Pacheco Casanova -