TOQUE DE SILENCIO
Por Luis Sexto
Sin chovinismo -como solemos advertir cuando defendemos lo nuestro con tanta desmesura-; sin chovinismo, La Habana me parece una de las ciudades más ruidosas del planeta. Y conozco varias. Para el estruendo aquí no hay horario: un grito o un claxon, a las tres de la madrugada o a las dos de la tarde. Da igual, como decretamos en nuestro funesto dispendio. Si rebajáramos los precios del mercado agropecuario con la misma prodigalidad con que repartimos el ruido, algunas páginas de los periódicos quedarían sin contenido crítico.
Este rasgo habanero no proviene, sin embargo, del vértigo moderno, con sus urgencias motorizadas, su democrática diversión, sus calles anchas. Esta ciudad es también una de las más fieles a su pasado: se apega a la tradición, la hace perdurar... Y la supera. Muchas cosas que uno puede criticar hoy, ya fueron enjuiciadas unos 70 años antes, por citar una marca temporal. Rubén Martínez Villena condenó en una crónica hacia 1920, el fanguillo grasoso que se impregna en los guardafangos de los automóviles y en los pantalones del transeúnte después de un aguacero y luego se apelotona entre el contén y el pavimento.
Y la tendencia a generar ruido retrocede hasta el pasmo. Una de las primeras provisiones del Obispo Espada, al ocupar su solio, fue el llamado Edicto de campanas, dictado en 1803, con el propósito religioso, urbano, higiénico, de regular el metálico disturbio. Espada, uno de los impulsores del progreso en Cuba en el siglo XIX, debió pensar que La Habana era la ciudad más bulliciosa de los dominios españoles. Aquí las campanas sonaban dilapidándose, burlándose de las normas diocesanas; una manga ancha las hacía tañer, en particular, en los toques de difuntos. Por las noches, al Ánima, se mecían durante veinte minutos. Los conventos –ámbitos de silencio y retiro- tiraban al paso público los toques internos que regían la disciplina comunitaria. Y al tintineo parroquial o conventual se le pegaban el chirrido de los carretones, la imprecación de los carretoneros, el pregón de los vendedores, la algazara de los esclavos domésticos...
Y para más ruido, la tradición del cañonazo.
Desde hace unos 300 años, ese estruendo cuartea la laxitud nocturna en la Habana. La explosión data de cuando la villa se protegía con un semicírculo amurallado, y con un cañonazo a las 4:30 de la madrugada y otro a las 8 de la noche, las autoridades avisaban que las puertas se abrían o se cerraban. Para el extranjero que viene por primera vez a La Habana, podrá figurársele un misterio el que todos los residentes del perímetro metropolitano acierten dar la hora a las 9: 00 p.m. sin consultar el reloj. La diferencia sería de segundos. Pero el enigma se aclarara enseguida al enterarse que un cañón envejecido a la intemperie de días y noches seculares, y que a veces ha tenido nombre como los hijos de Dios, es el cronometro inapelable de esa hora. Porque la influencia acústica del cañonazo va deshollinando los oídos de los parajes más cercanos al canal de la bahía. En el Parque Central se oye a los 4,3 segundos; en el Hotel Nacional, a los 9,7, y en la esquina de 23 y 12, se escucha dieciséis segundos después de que la mecha antigua del cañón haya hecho estallar la pólvora.
Entre 1942 y 1945, cuando el entonces presidente Fulgencio Batista decidió suprimirlo por “razones de guerra y para ahorrar explosivos”, los habaneros del centro supieron una vez qué sería La Habana sin el cañonazo. El decreto fue una salva de ridículo.
¿Qué sería La Habana sin el cañonazo? Pregunto. Y los que pudieran precisar el detalle ya no viven o no recuerdan. Y el habanero actual –menos acendrado por la mezcla migratoria, pero más escolarizado- diría preguntando a su vez mientras su índice derecho reposa, en pose de pensador, sobre la punta de la nariz: ¿Sin el cañonazo? Vamos a ver... Perderíamos una de las voces de la historia.
Respuesta correcta. Sabia. A mí, no obstante, me gustaría que ese estornudo de fuego, de simpática prosapia popular, convocara al silencio. A callar, llama el cañón. Qué alivio, señor. (Del libro Crónicas del primer día)
21 comentarios
chucho -
Gualterio Nunez Estrada -
Gualterio Nunez Estrada -
Gualterio Nunez Estrada -
Gualterio Nunez Estrada -
Fabian Pacheco Casanova -
Gualterio Nunez Estrada -
Enrique R. Martínez Díaz -
Ricardo -
Nanosegundo: En La Habana lapso de tiempo que trancurre desde que el semaforo de pone verde, hasta oir los bocinazos de los coches.
Fabian Pacheco Casanova -
Fabian Pacheco Casanova -
Gabriel -
Tomó con una amiga un tren que le llevaba a Viena y se quedó dormida. Cuando se despertó estaba por error en Hungría, donde fué detenida por la policía y llevada al cuartel.
Allí nadie hablaba inglés y se pasó unas cuantas horas intentando explicarle a la policía que se había quedado dormida en el tren.
Al final consiguió convencerles de que no era una espía, seguramente porque era extremadamente joven y estaba aterrada de miedo.
Lo que nunca acabé de entender es como fué posible que una persona dormida en un tren pudiese atravesar la frontera más vigilada del mundo.
Un saludo
Gabriel
Gabriel -
Vivo cerca de Santiago de Compostela, en Galicia.
Tomando la autopista hacia el sur, se alcanza la frontera de Portugal en 1 hora y 10 minutos a velocidad normal. Para llegar hasta Oporto son necesarias 2 horas y media.
La distancia de Santiago de Compostela a Oporto es de 230 Km y se puede hacer en unas 2 horas y media, gracias a que todo el camino se hace con una red de autopistas con una velocidad máxima de 120 Km/hora, donde es fácil mantener una velocidad media de unos 100 Km por hora.
En estos momentos, no hay control fronterizo entre España y Portugal, por lo que el viaje es mucho más corto que en el pasado. También ayuda que tengamos una moneda común. Como beneficio adicional, el Gallego es muy parecido al Portugués con lo que nos resulta muy fácil comunicarnos.
El mundo se ha hecho muy pequeño. Recuerdo cuando era joven que las carreteras eran mucho peores en ambos países y ese viaje podía durar todo un día, incluyendo una largísima espera en la frontera donde la policía te revisaba de arriba abajo.
Un saludo
Gabriel
chucho -
Gabriel -
Al pasar la frontera lo primero que se nota es que las casas necesitan una mano de pintura. Lo segundo que se nota es que la gente habla muy bajo. Produce una cierta sensación de tranquilidad, pero también de tristeza.
Un saludo
Gabriel
Ricardo -
Que quieren. Esto no tiene remedio, y que es un cubano, sino un español tropicalizado, es decir mas chillón.
El primero en manifestar esta costumbre fue Rodrigo allá por 1492 tierraaa, tierraaa, tierraaa, ñoooo Rodrigo callate ya, que ya te hemos oído.
Luego desembarcaron y así hasta ahora. Antes pasará Cuba de socialista a capitalista que de chillona a silenciosa.
Eduardo -
Gualterio Nunez Estrada -
Gabriel -
El problema del ruído en las ciudades es universal, y en cada sitio se ataca de distinto modo.
Una de mis hermanas tiene su vivienda en la ciudad de Vigo. En el bajo de su vivienda abrieron un local nocturno con un ruído insoportable.
Mi hermana comenzó con un calvario de denuncias en el juzgado y protestas al alcalde. El alcalde no le hizó ningún caso por lo que llevó el tema a la prensa y la noticia se publicó en el periódico local. Al poco rato todo el mundo estaba enterado del conflicto. Finalmente el juez dictó a su favor y obligó al dueño del local nocturno a poner aislamiento acústico.
Ahí no acabaron los problemas. Aparentemente, es fácil construir una casa con aislamiento acústico desde el principio, pero es muy difícil instalar un buen aislamiento una vez construída la casa.
El aislamiento instalado resultó insuficiente. Además, los clientes del local hacían mucho ruído en la calle, fuera del local, y eso no era responsabilidad del dueño del local.
Al final mi hermana se decidió por vender su vivienda y usar el dinero para comprar una vivienda nueva.
Ahora tiene el problema de que no es capaz de vender la vivienda, porque nadie quiere comprar una vivienda con semejante problema de ruídos... y todo el mundo conoce el problema porque mi propia hermana se ha encargado de airearlo.
Moraleja: muchas veces conviene resolver los problemas con el máximo de discreción.
Un saludo
Gabriel
Carlos -
Enrique R. Martínez Díaz -