CULTURA EN CUBA: MESTIZAJE Y RESISTENCIA
Por Luis Sexto
Este artículo es casi el original del texto en inglés que aparece debajo, dirigido al lector norteamericano
Lea una novela de Alejo Carpentier, o un poema de Nicolás Guillén; observe un cuadro de Wifredo Lam, u oiga una canción de Silvio Rodríguez, y contactará con la cultura espiritual cubana, expresión nacional hecha lengua, color, ritmo, bajo un signo definitorio: el mestizaje.
La mezcla es, en efecto, el rasgo definitorio de Cuba, su identidad y su cultura. Existen, por tanto, un ritmo y un color cubanos. Y dos componentes se conjugan primordialmente en sus esencias: lo español y lo africano, además de lo aborigen arahuaco y lo chino, en menor proporción, e incluso, dentro de lo hispano, lo canario.
La cultura cubana tiene otra singularidad: su vínculo raigal con la historia de la nación. No sería exagerar advertir que las guerras de independencia no fueron solo urgencias de liberación económica y política bajo la opresión colonial de una España medieval y excluyente. Expresaron a la vez un sentimiento de nación y de cultura que se integró ceñidamente en la lucha bélica. Negros y blancos, y chinos y canarios, a más de españoles de otras regiones, se concertaron en los campos de batalla procurando concretar, en el orden de una nación nueva, cuanto de duradero y definidor se había acumulado en cuatro siglos de colonia.
Cada 20 de octubre los cubanos celebramos el Día de la Cultura Nacional. Es el día en que se cantó, haciéndole eco a la metralla inaugural de la Revolución independentista, el Himno de Bayamo, luego nacional, compuesto durante la conspiración previa y al que su autor, Pedro Figueredo, le creó letra sobre la montura de su caballo de guerra en 1868.
Ese origen en medio del combate por la libertad, marcó a la cultura cubana con el signo de la resistencia. Cuando en Cuba se firmó el Pacto del Zanjón entre cubanos y españoles, en 1878, un músico mulato concibió al unísono el danzón, un género bailable nacido de la contradanza europea, pero con células sobre las cuales se erguía la síntesis de lo cubano que en esos momentos sufría su primer revés político. ¿Y acaso no hay mucho de la frustración patriótica de aquel momento en el empaque, la solemnidad melancólica del danzón que con el tiempo se convirtió en el baile nacional?
Otro envión de resistencia surgió cuando, después de la república intervenida en 1902 por los Estados Unidos con la consecuente limitación de la independencia en lo político y lo económico, la cultura nacional logró la síntesis evidente y beligerante frente al mimetismo neocolonial. Los poemas de Guillén, consorcio de lo negro y lo blanco por encima de modas negristas. Y la música de Amadeo Roldán y Alejandro García Caturla, con lo afro en lo sinfónico. Y el apogeo del son en la voz de los Matamoros. Y la pintura de Abela y Carlos Enríquez, que deslumbraba exaltando lo cubano sobre influencias extranjeras. Después, el esplendor de cubanía barroca en Lezama Lima, y también lo popular en los cuentos renovadores de Onelio Jorge Cardoso, y la pervivencia y desarrollo de la música en el ritmo de Benny Moré, y la extensión de la danza clásica con acentos de cubanía en Alicia, Alberto y Fernando Alonso...
El recuento sería largo. Porque tras 1959, de la cultura halló lo que antes no había tenido: un pueblo que aprendió a leer, y a ver, y a oír, y que no tuvo ya vergüenza de llamar Ochún a la Virgen de la Caridad, patrona de Cuba para negros y blancos en el sincretismo, la síntesis, el mestizaje y la cultura mayor de la Revolución.
2 comentarios
alberto -
Ricardo -
Cuenta Antonio Benítez que mientras los españoles tenían hijos con las indígenas, algunos mercenarios alemanes al servicio del ejército español que fueron a América mataban a las indias cuando se enteraban que estaban embarazadas para no tener descendencia mestiza.
Martín Cortés fue el hijo que tuvieron Hernán Cortés y la india mexicana Malinche. Cortés siempre lo considero su hijo y lo trataba como tal. Su reconocimiento no era solo en el aspecto privado o personal sino que llegó hasta tal punto que lo trajo a España a educarlo en la Corte como un gran señor, y en uno de sus viajes a España llegó hasta el Vaticano cargado de regalos para conseguir el reconocimiento del mismísimo Papa para su hijo mestizo. Antes de morir redactó el testamento en el que hacía constar el nombre de todos sus hijos, entre ellos figuraba Martín Cortés.