EL TABACO, HUMO EN LA SANGRE
Luis Sexto
El habano sobrepasa la calidad natural de la hoja cubana. No busque ese don en un secreto o en una gracia de la agrotecnia. Ni pretenda hallarlo en un criptograma legado por los aborígenes que la cultivaban y degustaban sahumándose en un rito de sibaritas ingenuos. Lo encontrará en su confección. Limpiamente artesanal. Fluido intercambio de familiaridad entre la materia prima y el obrero. Pruebe fabricarlo a máquina y el puro empezará a ser impuro, porque le faltará la poemática energía, la personalizada ternura de las manos. Cristóbal Nápoles Fajardo, El Cucalambé, poeta del paisaje y las costumbres campesinas en el siglo XIX y a veces cultor ingenuo de los temas aborígenes, puso en uno de sus poemas a un cacique “con un tabaco en la boca”, hojas torcidas a mano como un candil, una antorcha, que a los conquistadores les pareció la réplica de un dragón.
Después, muchos cubanos han fumado el tabaco envuelto en sí mismo, sin intermediarios de papel y química aditiva, como en los cigarrillos. Algunos alternaron, y alternan, ambas formas. Pero para ciertos momentos, tal vez la lectura del periódico o para meditar, eligen el tabaco. Puede suponerse, pues, que en el fondo de ese hábito, en el acto de fumar un puro, aunque se conozca que lastima a la salud, jadea una actitud de cubanía, como en una ceremonia con la cual se busca expresar una pertenencia, o mezclar el oxígeno de la sangre con las cenizas de la tierra.Una convicción predomina en esos fumadores. Creen que sería despojarlo de la autenticidad torcer un habano en la inconsciente faena de una maquinaria. Los adelantos de la ciencia o la técnica son a veces intermediarios que en lugar de ayudar al hombre a asumir su plenitud, lo vacían de su humanidad. Ciertos actos no toleran el distanciamiento. Como el amor. Jamás un robot podrá servir una mesa con una sonrisa caliente, ni un beso podrá humedecerse mediante el teléfono o el correo electrónico. Y el habano genuino es el resultado de un proceso amoroso desde el semillero hasta el taller.
No hay, desde luego, que exagerar. José Martí, el monumento del sentimiento patrio, no fumaba. Tampoco bebía. Extranjeros, incluso, fuman, o fumaron, habanos y no por ello Cuba les inspira, o les inspiró, afecto o interés especial. Veamos el pasado. Wiston Churchill, por ejemplo. ¿Dónde no aparece Winnie mordiendo una aristocrática y aromática cápsula de vitalidad fabricada en Cuba? O John F. Kennedy, que violaba las prohibiciones del bloqueo para fumar una breva de Cuba. En cambio, cubanos ligados a su identidad desde la cultura, el arte, la política expelieron, en algún período del día, las señales de humo de su imbricación cubana.Famosa es la foto de José Lezama Lima, detenida por el ojo oportuno y rápido de Chinolope, donde el poeta muestra un puro entre sus labios barrocos y místicos con el parece llamar a sus orígenes. Un poeta distinto, de otra cualidad en su estro, Raúl Ferrer, portaba como una valija esencial eso que en un poema él llamó “tabaco que elaboran dedos sabios (...) algo tan puro como el mismo verso”.
Don Juan Gualberto Gómez, el hombre de Martí en Cuba, el mulato que usaba la palabra como sable, o estilete, el independista de argumentos precursores sobre la igualdad racial, el hombre que se educó en París y comió siempre en Sabanilla, arrastraba un habano con la afilada paciencia de su patriotismo inclaudicable. Y a Carlos Enríquez pudiera pintársele con un puro como pincel. ¿No podría intuirse que esa gasa flamígera que envuelve sus cuadros es humo de tabaco, humo que algunos de cuantos lo conocieron creyeron apreciar también en su mirada?
Benny Moré, Cuba hecha ritmo en la voz y los gestos de un cubano, fumó también tabaco, y quizás alguna vez lo humedeció en el ron, fluido entrañablemente nacional. A José Luciano Franco, visceral y longevo historiador, lo sorprendí durante nuestras entrevistas con un tabaco entre sus dedos. No por azar su conciencia cubana empezó a formarse en una tabaquería. Como la de Gaspar Jorge García Galló, memorable profesor que explicaba filosofía con la misma claridad de un juego de pelota, a pesar de las nubes azulencas de su cazador.
La lista amerita mucho papel. No cierro esta especie de especulación sin evocar al Che Guevara. En qué fotos no lo vemos con un tabaco, hecho un cabo, un mocho, como queriendo introducirse a Cuba en la planta combustible que junto con la caña la ayudó a erigirse en nación. Y dicho esto uno se pregunta, como el arqueólogo ante el volcán y la pirámide: ¿qué fue primero, el habano o la torre de un ingenio, tan similares ambos en geometría y espíritu nacional? Al menos sabemos que las manos y el tabaco existían ambos antes de su confluencia. Pero ahora, el habano no podrá existir sin las manos del torcedor cubano. Este operario forma parte del misterio de la hoja, el humo y la sangre.
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Benito Joaquín -