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PATRIA Y HUMANIDAD

Escritores, músicos y pintores

CONTAR CON BUENA TINTA

CONVOCATORIA

La editorial Pablo de la Torriente, de la Unión de Periodistas de Cuba, convoca a historietistas, humoristas gráficos y guionistas  para que presenten obras originales, dedicadas a promover y rescatar con éstos géneros la obra y la vida de Pablo de la Torriente Brau que serán evaluadas por especialistas y profesionales calificados y las que resulten seleccionadas serán  incluidas en los planes de producción de la editorial.

Requisitos:

-Los originales de historietas deben presentarse en  páginas impresas para formato de 21 X 27 centímetros, en blanco y negro, con 4 y hasta  6 páginas de extensión.

-Debe acompañarse de una copia digital.

-Los autores que deseen participar en el apartado de humor gráfico, pueden hacerlo a partir de relatos escritos por Pablo o con caricaturas personales dedicadas al Héroe de Majadahonda. con este aspecto queremos reconocer al gran humorista que fue Pablo, cualidad reflejada en su periodismo y en su comportamiento social, sin dejar de ser respetuoso, educado e inteligente.

-Los autores que presentes guiones originales deben regirse por las normas establecidas para los que presenten historietas.

Temas que deben ser reflejados

-Sobre relatos, crónicas y reportajes escritos por Pablo de la Torriente, que la mayoría han sido publicados

-Sobre  su presencia en la Guerra Civil Española.

-Su exilio en los Estados Unidos y como tuvo que realizar su actividad como periodista y revolucionario en aquel país

-Su vida familiar y social.

-Sobre su valoración de figuras destacadas de la historia, el arte, la literatura, el periodismo, la ciencia y el deporte

Plazos para entregar las obras.

El plazo para entregar las obras cierra el 30 de abril de 2018

-Cada obra debe de estar debidamente identificada con: nombre y apellidos de autor; dirección  particular y del centro de trabajo o  de estudio; teléfonos particular  y laboral; dirección de  correo electrónico.

Los resultados se darán a conocer en el mes de diciembre durante las actividades por el 33 aniversario de fundada la editorial Pablo de la Torriente, en La Casa de la Prensa, sede de la dirección nacional de la Unión de Periodistas de Cuba. (Calle 23 esq. I, Vedado, La Habana)

Premios

-Las obras Premiadas serán incluidas en los planes de producción de la editorial, para su publicación.

-También serán seleccionadas otras obras, que aunque no hayan cumplido todos los requisitos establecidos en la convocatoria, muestren una propuesta, que por el tema y su calidad puedan ser incluidas en planes futuros.

-Se entregará certificado de participación  a todos los autores  que envíen sus obras

Las obras seleccionadas serán  exhibidas en la Galería de la Casa de la Prensa como parte del 33 aniversario de fundada la editorial de los periodistas cubanos, en diciembre de 2018.

Las obras serán recibidas en la sede de la editorial Pablo de la Torriente, calle 11 No. 160 e/ K y L, Vedado, La Habana, en los horarios de 9:00 am  a 4:00 pm, de lunes a viernes. Para obtener más información deberán  solicitarla por los teléfonos: 78327482-83,78329615 y 78326263.

BIBLIOGRAFÍA QUE PUEDE SER CONSULTADA EN BIBLIOTECAS Y LIBRERIAS

-Pablo de la Torriente Brau, pasión de contar/Editorial Pablo de la Torriente/2014

-Testimonios y reportajes, Pablo de la Torriente Brau/Ediciones La Memoria/2009

-Presidio Modelo, Pablo de la Torriente Brau/Ediciones La Memoria/2010

Arriba muchachos!, Pablo de la Torriente Brau/Ediciones La Memoria/2009

-Cuentos completos, Pablo de la Torriente Brau/Ediciones La memoria/2011

-Peleando con los milicianos, Pablo de la Torriente Brau/Ediciones Nuevo Mundo/1962

 

INTEGRANTES DEL JURADO

PRESIDENTE: Manolo Pérez Alfaro

PRESIDENTE DE HONOR: Francisco Blanco Ávila

INTEGRANTES: Ángel Velázco

                               Ernesto Padrón

                              Orestes Suárez

                             Francisco Blanco Hernández

                             Ana  Núñez Machín

Editorial Pablo de la Torriente

 

“ME PREOCUPA EL LECTOR”

“ME PREOCUPA EL LECTOR”

 

Luis Sexto

Esta entrevista con el escritor gallego Xosé Neira Vilas debe de tener fecha entre  los primeros cinco años de la década de 1980. No conservo la data exacta. Ni tampoco archivé el texto después de publicarse en el periódico Trabajadores, órgano  de los sindicatos cubanos. La encontré de improviso: ¿entre papeles marchitos, en una página de Internet, alguien me la envió? No sé. Incluso, la guardé en mi ordenador sin título y este que lleva ahora quizás no sea con el que se publicó. De cualquier forma, resume la voluntad de estilo del autor de Memorias  dun neno labrego.  La amistad de Xosé Neira Vilas me honró cuando nos veíamos con frecuencia en La Habana, y me honra en los recuerdos que conservo de este tierno y sabio  escritor. En 1992, Neira Vilas  retornó definitivamente a su región natal. Nos dejó en el  Fondo Gallego, algunos manuscritos originales de su obra, así como de otras personalidades de Galicia. Entre tantos libros y méritos, es miembro de Número  de la Real Academia Gallega. Ojalá Neira pueda saber que un periodista cubano lo recuerda y lo hace recordar, sobre todo ahora que ha presentado su nuevo libro Días de Cuba  donde  recrea sus vivencias durante los  31 años que vivió en este país.


La curiosidad me ató hace quince años a Xosé Neira Vilas. Ya  conté la historia. Fue en un ómnibus de la ruta 27 donde un amigo me señaló a un hombre que, con las piernas sosteniendo tres o cuatro libros, miraba ensimismado las fachadas palaciegas de la calle Línea. El ómnibus iba atestado. Y como con voz sobrecogida por una presencia esotérica, mi compañero dijo: “Ese es Neira, el escritor gallego."

Un privilegio profesional satisface ahora a aquel interés juvenil. Neira me recibe en un acogedor y escueto despacho iluminado por el sol, que atraviesa la cristalería le la ventana y me responde, aunque incompletamente -tienes aún varias respuestas en débito-, un cuestionario mediante el cual he querido conocer a este hombre más bien enjuto de palabras y a quien, en un acto de audacia familiar llamé doblemente compatriota: por mis orígenes gallegos y por su ejemplar ciudadanía cubana.

No muchos saben que la obra de Neira Vilas sirve en Europa para fundamentar tesis de la crítica, y su nombre toma numerosas páginas  en las enciclopedias españolas. El, acá, entre nosotros, vive con la trabajosa modestia del hombre común, utilizando  la mayor parte de las vueltas de su reloj en labores colectivas,  primero como funcionarlo de un ministerio y, actualmente, de jefe de  redacción de la revista Zunzún. Su obra, esa que lo  transformó en un escritor acatado, se apropia del tiempo  sobrante, sin horas preferidas y con la espontánea  irregularidad de un aprendiz.

CARNET PERSONAL Y LITERARIO

-Nací, (o me nacieron, como diría Gómez, de la Serna), en Gres, aldea de la provincia de Pontevedra, en el  gallego valle de Ulla, el tres de noviembre de 1928. En Enero de 1949  emigré a la Argentina. Allí conocí a la escritora cubana Anisia Miranda, con quien me casé en 1957. Vinimos a residir y a trabajar en Cuba en 1961, una semanas después de  la Invasión mercenaria de Playa Girón.

-Usted ha dicho: "Es bueno tener las raíces en alguna parte". ¿Dónde las tiene, acá, después de veintitrés años de convivencia cubana?

-Mis raíces, obviamente, están en Galicia. Si nos atenemos a la definición de Rilke en cuanto a que la patria del hombre es su  infancia, hay razones sobradas para que me sienta gallego de por vida;  esencial y categóricamente gallego. Mis raíces, pues, están allí, para bien o para  mal,  quiera yo o no quiera. Vengo de ese pueblo Y su espíritu  va conmigo mundo adelante. Conmigo van sus virtudes y sus defectos, su historia, sus  anhelos,  su cultura y sus frustraciones.  Lo bueno  y  lo malo, como es natural.
Cuba fecundó mis raíces gallegas, y me nacieron ramas y frutos que se han hecho buenos en estos veintitrés años. No es retórica ni es inmodestia. Algo de esto explico en el breve prólogo de En la extraña ciudad (Arte y literatura, -1982). Casi todos mis  libros gallegos fueron escritos en Cuba, en  medio de múltiples e inaplazables deberes,  y todas las páginas  de esos libros están impregnadas de la ideología solidaria que dimana de nuestra Revolución.

-Asombra, sin embargo, que después de tantos  años fuera de Galicia siga usted fiel como escritor a su lengua natal y a los temas de su tierra.

-Es, para mí, algo muy natural. Si bien soy más o menos bilingüe desde los ocho años de edad, aproximadamente, el gallego es el idioma cotidiano de mi infancia y de mi adolescencia. Hasta hace muy poco -y aún hoy, en gran medida-, el idioma, en Galicia, como en algunas otras partes de la península y de Europa es expresión de clase. Sin entrar en matices, los ricos en  mi  país nacían hablando  castellano, la lengua oficial, la del Poder político y económico,  la de la burocracia, la del clero, la de los "señoritos parásitos"; en cambio, han venido utilizando el gallego los campesinos, los hombres del mar, los obreros (salvo en algunas áreas donde existe el "castrapo", una especie de lengua intermedia), los intelectuales progresistas, ciertas capas, esta vez más amplias, de la clase media...

“Para un escritor gallego (que no es igual que un gallego escritor, de acuerdo con la lengua que utilice) expresarse en el idioma materno significa pactar con el pueblo, ser parte de ese pueblo que ha venido decantando durante más de ocho siglos un  instrumento propio de  comunicación hasta convertirlo en una de las más bellas y ricas lenguas derivadas del latín. Un  idioma que ha venido desarrollándose en ambas orillas del río Miño, se extendió hacia el sur de Portugal, recorrió el mundo con  los navegantes lusitanos, se convirtió en una de las tres grandes lenguas atlánticas -junto con el castellano y el inglés- y se habla y escribe, con pequeñas variantes, en los cinco continentes (desde el Brasil hasta la Isla asiática de Macao, pasando por Angola, Mozambique... )

“Me fui demasiado lejos... Volviendo a su pregunta: mi Fidelidad a la lengua gallega es tan natural para mí como los ojos con que miro las piernas que me trasladan, la mano que guía mi bolígrafo. Y la lejanía, en años y kilómetros, en vez de empobrecer esta herramienta lingüística, curiosamente  la enriquecen. Mi léxico es cada vez más amplio. En la distancia, somos más sensibles para esto.

“En cuanto a los temas, estos van unidos, generalmente, a la problemática socio-cultural de mi pueblo. Temas e idioma van estrechamente unidos. Cuando los temas gallegos  se nos agoten -lo que parece improbable-  seguiré escribiendo en gallego a partir de otros personajes y escenarios.

Neira Vilas se familiarizó con la literatura desde los nueve años. Ya  en Buenos Aires, continuó "emborronando papeles" pero con voluntad de trascendencia, y en 1960 empezó su primer libro -Dende  Lonxe-, un poemario. Al año siguiente, escribió Memorias de un niño campesino, y luego siguieron  otros de cuentos v novelas -Aquellos años de Moncho, Querido Tomás y también poemas y evocaciones poemáticas, “aunque -aclara él- pese a estos intentos, no me considero  un poeta. Trato, sí, de ser un fabulador en prosa, y me daría por satisfecho si en algunos de mis cuentos y novelas estuviese presente de algún modo la poesía”.

-Demuestra usted en sus obras, un apego a las técnicas tradicionales de la narrativa. ¿Significa ello que usted rechaza las técnicas actuales que, a veces, incluso, obstaculizan la comunicación con el lector?

 -Me preocupa el lector; no puedo dejar de pensar en él cuando escribo. Busco la comunicación sin demagogia, sin concesiones temáticas ni léxicas, sin populismo, pero sin abusar de las técnicas que puedan dificultar el mensaje. Los escritores gallegos debemos tener muy en cuenta esto. Debemos ser cuidadosos en el tema, en el lenguaje,  en el estilo; cuidadosos (en coordinación con los editores) hasta en la tipografía. Se está ensanchando nuestro público lector, que habla gallego, pero que en general, ha sido alfabetizado en castellano.  Por algunos  años es nuestro  deber ser  sencillos en cuanto a procedimientos narrativos, y ser a la vez profundos en lo que se refiere a riqueza léxica, autenticidad sintáctica (deformada, a veces, por autores cuya lengua materna, la de los primeros años de vida, fue la oficial) y sobre todo en los temas es necesario sumergir al lector en el análisis -en este caso por vía, de la ficción- de sus problemas más acuciantes.

“Es también válida, claro  está, la narración de puro entretenimiento, incluyendo la de corte policíaco, por ejemplo, pero al menos, si no cumple el último requisito, que no falle en los restantes. Este es mi  punto de vista (que algunos escritores gallegos no comparten), respecto de las nuevas técnicas narrativas y del experimentalismo  deportivo ante la sociedad para la cual,  de primera intención, escribo”.

-¿Se  deduce entonces que, para usted, es más importante tener un contenido que comunicar? 

 -Forma y contenido han de complementarse. Un buen tema se puede malograr por chatura expresiva, y al mismo tiempo un estilo depurado, una forma novedosa de contar, una técnica eficaz, atractiva, sin nada sustancial que decir, resultan aberrantes. Es como vestir a la última moda a un maniquí.

 LOS GALLEGOS EN LA CULTURA CUBANA

A sus obligaciones laborales, Neira ha añadido la responsabilidad de  la Sección Gallega del Instituto de Literatura y Lingüística de la Academia de Ciencias. Allí, desde 1969, estudia la presencia gallega en la cultura cubana. Explica:

-Pienso que esta investigación (que sepamos, la única que se lleva a cabo en América, sistemáticamente, sobre una comunidad o corriente migratoria hispánica), aunque modesta, es muy significativa, para Cuba y para Galicia. Es imposible reseñar aquí quince años de labor. Le citaré sólo algunos de los trabajos concluidos: catalogación de la prensa gallega de Cuba (desde 1878 a la fecha); elaboración de índices de las principales publicaciones  periódicas; gallegos mambises, miembros del Ejército Libertador cubano (hemos registrado unos 120, incluyendo al general Francisco Villamil); creación de la biblioteca gallega, a base de los fondos que pertenecieron a instituciones extinguidas, y las provenientes de donaciones diversas; palabras gallegas insertas en el habla cotidiana de Cuba; escuelas creadas en Galicia (entre 1904 y 1926) desde La Habana; emigrantes gallegos en el movimiento obrero de Cuba; análisis sobre la presencia en Cuba de figuras destacadas de la cultura gallega, como Ramón de la Sagra, Valle-Inclán, Curros Enríquez, Ramón Cabanillas, Alfonso Castelao, Antón Villar Ponte, y muchos otros.

Y así, entre sus saudades gallegas y sus faenas cubanas, dejé a Xosé Neira Vilas, un ciudadano de la humanidad que afirma: "Solo puede querer a otro pueblo quien se sienta unido al propio".



 

 

LA SOLEDAD DEL FARAÓN

LA SOLEDAD DEL FARAÓN

La foto es una vista de la casa -sita en 19, esquina E, en El Vedado, La Habana- donde Dulce María Loynaz vivió desde 1947 hasta  su muerte en 1997. Tras su remozamiento, se convirtió en un centro cultural dedicado a la poetisa.  

 Luis Sexto

CARTA DE AMOR A TUTANKAMEN, POEMA en prosa, más bien página de un diario juvenil,  cuya contención lírica podría significar la definición de Dulce María Loynaz: verbalmente estoica, afiliada a una medida que le represa  desbordamiento y le facilita  el discurrir por las profundidades. Esta carta de amor a un  faraón fenecido casi en la adolescencia, brota  durante  un viaje  de la poetisa por Egipto y otros lugares de esas tierras,  cultura tan antigua, que parecen sobrevivir en el misterio.

Dulce María se había formado formó en un hogar sensible y culto. Sus hermanos Flor, Enrique y Carlos Manuel también tenían en la mirada la claridad neblinosa de la poesía, incluso su  padre, el General Enrique Loynaz del Castillo. Difícilmente, por tanto,  la poetisa, a pesar de sus 26 años y un doctorado en la Universidad de La Habana, podía evitar conmoverse ante el sarcófago múltiple del joven faraón. Y luego de regresar al hotel, escribió este poema lírico en prosa, que aún reclama la vigencia gracias a la finura de su composición y lo maduro del impulso. El  español Antonio Oliver Belmás, poeta y experto crítico de la obra de Rubén Darío, subrayó en el prólogo del cuadernito, publicado en 1953, que con esta Carta Dulce María hubiera merecido que el joven Tutankamen resucitara.

Qué pasaba por el corazón de la poetisa. ¿Podremos intuir qué grado de intensidad experimentaban sus temblores, sus vacíos para atreverse a rodar las piedras,  aventar las arenas de los siglos y dirigirse a un monarca egipcio fallecido a deshora? Dulce María, ya tan sagaz y tan sincera como en su madurez, se percató entonces  que escribía cosas como de loca. Se dirige al joven rey: “Déjame decirte estas locuras que acaso nunca te dijo nadie, déjame decírtelas en esta soledad de mi cuarto de hotel, en esta frialdad de las paredes compartidas con extraños, más frías que las paredes de la tumba que no quisiste compartir con nadie.” Antes le ha dicho: “Por esos ojos tuyos que yo no podría entreabrir con mis besos, daría a quien los quisiera, estos ojos míos ávidos de paisajes, ladrones de tu cielo, amos del sol del mundo.”  Y más adelante: “Pienso que tus cabellos serían lacios como la lluvia que cae de noche… Y pienso que por tus cabellos, por tus palomas y por tus 19 años tan cerca de la muerte, yo hubiera sido lo que ya no seré nunca: un poco de amor”.

Aunque Carta de Amor a Tutankamen se publicó 24 años después de haber sido compuesta, uno reconoce que en lo circunstancial de este texto,  además de los valores formales como la sobriedad y un discurrir sin apenas hacerse notar, ya estaban los valores internos de los poemas con que Dulce María alcanzará  su crédito como una voz recia y delicada a la vez. En este poema se aprecia la soledad, la frustración,  la ternura desasida y la contenida pasión de un Eros que se transforma en maternidad: Así –le dice al faraón dormido- te hubiera recostado yo sobre mi pecho, como un niño enfermo.

Dulce María Loynaz escribió varios libros de poemas. Entre otros -y cito los primeros-  Versos, Juegos de agua y Poemas sin nombre.  Este último en prosa. Y es en la prosa poemática, cuando el verso se desprende del maquillaje métrico y de la música exterior de la rima, donde la poetisa logra, a mi modo de ver, su mayor hondura. No me refiero, sea advertido, a su prosa novelística, en la cual ejerce también la poetisa;  sino la prosa en que cuajan las ideas poéticas con calidad y libertad irrepetibles. A mi parecer, pues, su libro superior es Poemas sin nombre. Un libro amor. Un libro filosofía. Un libro desolación. Un libro sueño. Quizá me sea permitido repetir un título de César Vallejo: Poemas humanos, generalmente breves, en que conviven lo erótico, lo bíblico, lo religioso, lo cotidiano, lo lírico.

Esta es una muestra: “Estoy doblada sobre tu recuerdo como la mujer que vi esta tarde lavando en el río. Horas y horas de rodillas, doblada por la cintura  sobre este río negro de tu ausencia.” En otra página escribe: “Hasta en tu modo de olvidar hay algo bello. Creía yo que todo olvido era sombra; pero tu olvido es luz, se siente como una viva luz… ¡Tu olvido es la alborada borrando las estrellas!”

En Poemas sin nombre se esconde el evidente secreto de la estética que ha dado perennidad a la poesía de Dulce María Loynaz. El poema 105 lo revela: “Esta palabra mía sufre de la escriban, de que le ciñan cuerpo y servidumbre. He de luchar con ella siempre, como Jacob con su arcángel; y algunas veces la doblego, pero otras muchas es ella quien me derriba de un alazo”. En doblegar la palabra martirizándola con la afilada conciencia del estilo o negociando con sus probables desvíos y anuencias, en eso, en doblegar la palabra, consiste la faena del poeta en la arena solitaria de la experiencia poética. Y Dulce María logró que su poesía venciera el desafío de todo canto: permanecer. Y Aunque por mucho tiempo la autora se mantuvo exclusivamente en los límites de su casona familiar, su poesía seguía  vigente, viviendo existencia propia y acusando con su ternura o su desgarramiento la personalidad que la creó.

Entre La carta de amor a Tutankamen y Poemas sin nombre, se mece  un sutil hilo de comunicación que sostiene la coherencia de esta mujer signada por la plenitud del vacío[1].

 

 



[1]En 1987, su patria dulce, de la que nadie pudo llevársela, le otorgó a Dulce María Loynaz (1902-1997)  el Premio Nacional de Literatura. Y España, la patria que le dio la lengua de su palabra doblegada, le entregó  el Premio Cervantes de 1992, símbolos máximos del recuerdo y la presencia.

   

NUESTRA SEÑORA DE LAS LETRAS

NUESTRA SEÑORA DE LAS LETRAS

Luis Sexto

Deben permitírmelo hoy, como ayer. No puedo al hablar de Fina García Marruz,  sin convocar la emoción. La siento como a alguien invisiblemente cercana, influyendo en mí con su delicadeza de espíritu, la maestría de su estilo y la profundidad de su saber y su sabiduría. Demás está decir, pues, que la mantengo entre mis escritores guías, mis correctores a distancia. Cuando me dispongo a leerla, debo deshollinar mi conciencia: ir a las páginas de Fina tan limpio como los ojos del que ve por primera vez. Sus libros me lo exigen.  Sus poemas o sus ensayos, en particular los que develan la figura y la obra de Martí, equivalen a un bautismo en las aguas de un ejercicio literario tan honrado que contagia de blancura a cuantos se le aproximan.

La mirada interior de esta señora de las letras cubanas, cuyo nombre ella prefiere que nos llegue en voz baja, en presencia humilde, escurridiza, como la violeta que se esconde y teme usar un adjetivo para no dañar su perfume, ha definido a la poesía como “el secreto de la vida”. 

Esa cápsula de índole filosófica se conoció en público el pasado mes de mayo. Había ganado el concurso Federico García Lorca, en España, entre 43 pretendientes, y ante la travesía  atlántica en que el reloj parece demorar su tic taquear en la fatiga, José María Vitier, uno de sus hijos,  la representó y leyó el discurso que la poetisa había escrito para recibir premio tan literariamente sugestivo y moralmente sustantivo, por el poeta que lo nombra.

En el discurso que José María leyó en Granada, Fina García Marruz escribió como poetisa y como ensayista. Las diferencias entre una y otra condición, a mi parecer, son de síntesis, porque la intensidad  del disparo es pareja. Uno aprecia que el método y el estilo del ensayo se apoyan en la lírica, en la poética actitud del que penetra en una idea, un asunto por un impulso de amor, como en un poema. Y con ambos filos indagadores, Fina advierte que la poesía tiene un misterioso significado. Tantos años pensándola y llamándola, posiblemente le permitan intuir el significado de la poesía. Pero la autora de Visitaciones esta atenta de no pasar de decir que es un misterio, una sugerencia, muy velada sugerencia que solo podemos sentir como una emoción apenas intuida al escribirla o leerla.

A la poesía –ha sostenido- no se le ha de señalar fines. Sería no comprender que el poeta ha de vivir dentro de ella, porque la poesía no es otra cosa que el secreto de la vida. Sus fines no son visibles.

Pero si no son visibles sus fines, la obra poética de Fina García Marruz se apega visiblemente a la tierra, a las cosas que la rodean. Sus ojos se fijan en esa columna de la casa familiar, en el encaje de una sábana, en la línea del ferrocarril por la que ya no pasan los trenes, en aquel nombre apenas recordado, el árbol ya distante… Todo aparece con el ropaje que convierte en misterio la interiorización de las cosas,  y ya disueltas en el poema, florecen como surcos, desgarraduras en el papel.

¿Y para tanta hondura no ha de bastarle el talento y la cultura?  Le sobra algo más: la unidad entre lo humano, la ética y la letra, a cuyos elementos se suma la cubanía. Porque esta mujer de cultura universalizada por sus vivencias y conciencia, es literaria y éticamente cubana. De una ética que se afinca en las letras ejemplares de Varela, Luz, Martí. De esta mujer nacida  en 1923, que ha decursado por nuestra cultura de brazos, par a par, con Cintio Vitier, fallecido, pero seguramente a su lado; de esta mujer podemos esperar definiciones que nada definan para definir mejor lo que apenas se puede asumir como se asume el misterio de la rosa. El misterio queda esclarecido cuando  la ceguera se asoma a las luces de lo oscuro.

De qué otro modo, pues, podré de hablar de Fina si desde cuando la leí no la pude ya jamás olvidar -ah, este entrometido y  pertinaz verso de Amado Nervo…

 

 

UN CUBANO SATO

UN  CUBANO  SATO

Luis Sexto

Publicado en Cubahora

Tanto o más que una influencia literaria,  Ernest Hemingway es un  vínculo corporal entre la cultura norteamericana y la cubana. No compone, como puede suponerse,  la única, ni la primera, presencia de un escritor estadounidense en Cuba. De ninguna manera podría el autor de El viejo y el mar beneficiarse de la exclusividad;  demasiado corta la distancia entre ambas tierras y excesivamente evidente el papel de los norteamericanos en Cuba, como para reclamar la excepcionalidad.

La preeminencia en el tiempo empezaría, hasta tanto se descubra otro nombre,  por María Gowen Brooks, poetisa que acreditaba sus obras con el  seudónimo de María del Occidente. Residió en el cafetal de San Patricio, propiedad de su hermano, en Limonar, Matanzas, durante un período enmarcado a fines de la década de 1830 y principios de la siguiente. Murió en 1843. En ese “Edén perfecto” que era entonces un cafetal -según calificativo del viajero norteamericano John G. Wurdeman-,  compuso el primer canto de un reconocido poema épico norteamericano, de contenido bíblico y que tituló Zophiel.  Al marcharse, la poetisa escribió estos versos en su Adiós a Cuba, y que cito traducidos por Argelio Santieteban: Amo tus moradas recogidas. /  Amo a tus hijas ojioscuras/ en cuyo pelo de azabache más brillan las flores escarlatas de la granada.

Otros escritores de los Estados Unidos asocian su nombre  a Cuba con diverso relieve. De Truman Capote han dicho –entre ellos Lisandro Otero-  que tuvo un padrastro cubano y  posiblemente el autor de A sangre fría haya nacido en Matanzas. Stephen Crane se suicidó saltando la borda de un barco en aguas cubanas. Y Hart Crane, uno de los innovadores de la poesía norteamericana, murió en 1932 de paludismo contraído en Cuba. Escribió un poema titulado Cantera insular, varios de cuyos versos dicen, traducidos por Omar Pérez: Es a veces/ al anochecer, como si esta isla alzada, flotara en baños indios. / En el anochecer cubano los ojos/ andando el camino recto hacia el trueno… Arthur Miller, William Styron y William Kennedy visitaron alguna vez a Cuba.

Pero, quizás, ningún escritor vivió tanto y tan seguido en Cuba, ni se identificó tanto con el país y su pueblo como Hemingway. Ese es el título que le corresponde. Entre Cayo Hueso, Europa, África  y Cuba discurrió la mayor parte de su existencia. En La Habana,  en el hotel Ambos Mundos, cerca de la catedral y el castillo del Morro, escribió Por quién doblan las campanas. Más tarde, compró la  casa de Finca Vigía, en el poblado de San Francisco de Paula, desde cuya colina se ve la bolsa de la bahía de La Habana.

Por esa ligazón cotidiana,  la estatuaria vivencial del escultor  José Villa Soberón  puso a Hemingway como antes: acodado sobre la barra del Floridita, en su rincón predilecto, en pose de echarse hacia delante y oír cordial y socarronamente a cualquier parroquiano que le haga compañía.

El gran trágico de la contemporaneidad prefería beber su daiquiri en el Floridita y su mojito en la Bodeguita del Medio. Admitía así que se había suscrito a ambos tragos de la alquimia alcohólica cubana y a esos dos restaurantes entonces y todavía célebres en La Habana. Puede parecer que el escritor, que había asegurado en Adios a las armas que no existía nada más placentero que un trago de güisqui, estuviera haciendo algo más que una elección gustativa al preferir las bebidas criollas.

Digámoslo de un golpe: estaba confesando una inclinación, un afecto, por esta isla a la cual mencionó por primera vez en  1933, en un artículo publicado en Esquire y que se tituló Marlin Off the Morro: A Cuban Setter.  No asombra que la Isla, verde y frutal, y su mar candente aparecieran en una colaboración periodística por la cual Hemingway ganó 250 dólares. Admira, sobre todo –como ha afirmado Mary Cruz, una de las estudiosas de la obra del autor de Verano sangriento-, que el paisaje, los detalles típicos de La Habana como el Morro, el caserío portuario de Casablanca, trasciendan su naturaleza de “postal turística”, usual en cualquier visión extranjera, y sean descritos con la emotividad del que no solo ve las cosas sino que está dentro de ellas.

Son varias las obras de Hemingway donde aparecen Cuba y su gente. Aparte de los reportajes,  en Tener o no tener, El viejo y el mar e Islas en el Golfo hay una imbricación cubana que reconoce que Cuba fue algo más que un escenario para un escritor cuya estética primordial, desde su aprendizaje en el Kansas City Star, le exigía encarar y reflejar la vida con una autenticidad sin fisuras.  Es decir, con pasión. En El gran río azul, Hemingway confiesa algunas de las razones por las cuales radica en Cuba. Al leerlas, uno sabe que subyace algo más profundo que la simple sensación del confort y el paisaje. Pero lo calla: Muchos le preguntan a uno por qué vive en Cuba; les contesta simplemente que le agrada vivir allí. Es difícil explicar la fresca brisa matinal que sopla incluso en los días más calurosos de estío sobre las colinas que rodean a La Habana. No es necesario explicar la posibilidad que se nos ofrece de criar gallos de pelea, adiestrarlos y participar en competiciones dondequiera que se organicen, por tratarse de un asunto lícito. Es una de las razones de vivir en aquella isla.(...) Pero hay muchas más cosas que uno no dice; (...) entonces uno les explica  que la principal razón de vivir en Cuba es el Gran Río Azul, de tres cuartos a una milla de profundidad y de sesenta a ochenta millas de ancho; desde la finca y a través de un hermoso paisaje, se tardan cuarenta y cinco minutos en llegar a él, donde hay la mejor y más abundante pesca que uno ha visto en su vida.” 

Cuentan crónicas noticiosas que en uno de sus regresos a Cuba, meses antes de su muerte, Hemingway besó la bandera cubana al desembarcar en el aeropuerto José Martí. Un fotógrafo quiso que repitiera el gesto para poder congelarlo en la emulsión de su película, y  Papa se negó.  Su acto había sido sincero y no admitía la escenificación publicitaria o periodística. Sin embargo, uno de los reportajes de la entonces naciente televisión cubana lo conserva respondiendo preguntas, luego de haber merecido el premio Nobel, en 1953.  Entre otras palabras,  Hemingway, el que bebe su daiquirí en el Floridita y su mojito en La Bodeguita, el que reside en una colina casi al sur de la bahía de La Habana,  se declara  implícitamente abierto, democrático, mezclado, como el carácter de nuestros compatriotas, al decir: “Yo soy un cubano sato.

CARILDA TOTAL

CARILDA TOTAL

 Luis Sexto

Carilda Oliver Labra cumple hoy, 6 de julio,  noventa años. Rescato, en su homenaje,  esta página de mi libro El día en que me mataron y otras crónicas en primera persona

Calzada de Tirry 81 merece el crédito de ser la dirección más célebre de Matanza. Es el título de un libro de poemas, y ello sería una razón suficiente para que ninguna carta languidezca en la bolsa de un cartero. Pero, además, en la casa tatuada con ese número en una de las calles más antiguas de la ciudad, vive Carilda Oliver Labra.

He escrito “vive”, aunque cuando paso ante su fachada el portón y los ventanales están habitualmente cerrados y percibo un hálito de misterio, desolación, en las maderas y los herrajes coloniales. Son, sin embargo, apariencias. Allí, a pesar de que la arquitectura y los recuerdos mantienen en el aire los olores del pasado, sigue habitando la vida, la ilusión. “Estoy más viva que nunca”, la oigo decir mientras convierte la noche en el espacio vital de su creación.

Una gran mujer de América, la chilena Gabriela Mistral, aseguró  que Carilda  es “profunda como los  metales, dura como el altiplano” y “su poesía, de ser divulgada con justicia, ejercerá pronto ardiente magisterio en América”. De profecía, el juicio se transformó hace años en hecho y verdad. El Premio Nacional de Literatura legitimó sus méritos. Mas, ya con su primer libro, Al sur de mi garganta, Carilda mereció en 1950 el premio nacional de poesía. En ese volumen empieza a estar presente la meteórica fuerza que recorre, como una simbiosis de garra y ala, de pasión y ternura, su obra toda, y ha convertido a la autora en una de las mujeres esenciales de la poesía iberoamericana. Ha escrito poesía de mujer; revelación inaudita de un temblor, un color, que  supera los tabúes, los prejuicios, y se expresa en legítima alma interior, en feminidad real.

Su obra integra en una sola voz un Eros tumultuoso, dulces duendes familiares e imprecaciones políticas. Mezcla compactada de la vida y la literatura, la experiencia y los libros. Pero si hemos de filtrar y precisar tan disímiles ingredientes, las cuentas de la vida se imponen al resto de la fórmula. Ella, según afirma, ha vivido más de lo que ha leído. Y, por supuesto, ha escrito mucho más. Escribir es su modo habitual de asumir una existencia en la que han alternado la abogada, la profesora de dibujo, la animadora cultural. Y siempre en Matanzas, su ciudad mito, su lar totémico, del que nunca ha querido separarse, y cuya tierra –como símbolo del suelo patrio- la quiere toda sobre su tumba. Debemos creerle cuando asegura que nunca ha podido escribir un verso lejos de Matanzas. 

Poéticamente, Carilda se empalma con la generación que en Cuba se llama de “los 50”. Es decir, la tendencia literaria que comenzó a evidenciarse en esa década del siglo XX y se caracterizó por introducir en el poema las palabras y los asuntos de la cotidianidad, en un desbordamiento de lo conversacional. La antología básica de los coloquialistas –publicada en 1984- abre su muestrario con Carilda, no solo por ser la de más edad, sino por que ella fue anticipadora del coloquialismo. En sus poemas, aun desde los primeros,  la autora de Desaparece el polvo ubica frases, palabras, imágenes que contaminan el verso del diario discurrir de la gente. Como en una ruptura del lenguaje de la poesía que logra, en sus manos expertas, enriquecer la expresión poética. “Muy pobre  sería el creador –me dijo un día- que solo tuviese en uso un lindo ejército de palabras.” 

Mencioné antes lo político. Y es fácilmente comprensible. Nunca ha desdeñado lo íntimo, lo personal. Pero en horas de dolor o catástrofe colectivos, su verso se manifiesta beligerantemente. Cantó a Martí. Cantó a Fidel, cuando Fidel se hallaba todavía en la Sierra Maestra al frente de su ejército guerrillero. Pero Carilda no es solo una poetisa política. O erótica. O doméstica. O intimista. Es todo ello a la vez. La unidad que junta las quejumbres, las dichas, los cataclismos,  las pasiones, los insomnios, las frustraciones, el amor, en una ofrenda de amor a la vida. 

Carilda es la totalidad que nos acompaña y desafía. Porque la vida, para esta mujer, “cabe en una gota” de amor.

 

 

 

 

 

 

CENTENARIO REIVINDICADOR

CENTENARIO REIVINDICADOR

 

Luis Sexto

Con el comienzo de este año, se iniciaron las celebraciones del primer centenario del dramaturgo, prosista y poeta Virgilio Piñera, nacido en Cárdenas el 4 de agosto de 1912 y fallecido en La Habana el 18 de octubre de 1979. Y a propósito de este acontecimiento, Ediciones Unión, de la UNEAC, ha publicado un libro que ayuda a esclarecer la obra y la vida de Piñera de modo que, tras su lectura, cualquier lector podría decir que ha conocido a la persona y al escritor.

El libro se titula Virgilio Piñera en persona, de Carlos Espinosa, crítico nacido en 1950. El volumen de 370 páginas está compuesto a base de testimonios  de familiares y amigos, además de textos con matices autobiográficos de Virgilio Piñera. En realidad, es un libro cuyo interés no decae. Las múltiples voces que lo evocan y lo juzgan se concilian de modo que todas van poniendo un dato para articular una definición, un retrato bastante cabal del polémico escritor.

El autor de Electra Garrigó, pieza teatral que plantó la semilla de la renovación del teatro cubano, afrontó la crítica y la incomprensión. Él mismo fue crítico e incomprensivo. Por ejemplo, rechazó crudamente la crítica a esta  obra nueva, audaz, una propuesta teatral distinta a la tradicional. En general, la obra y la vida de Piñera están signadas por la polémica. Y este libro titulado Virgilio Piñera en persona lo confirma. Es un texto basado en la verdad. Nada se oculta ni siquiera los defectos del autor de Cuentos fríos. Todavía, estoy seguro, la obra de Virgilio Piñera seguirá suscitando reacciones a favor y en contra. Todavía, me parece, no se ha dicho la última palabra sobre algunos de sus libros, de su estilo, en particular de su prosa narrativa donde uno, a veces, se topa con algún descuido, algún lugar común. Pero a pesar de lo que les podría faltar a sus cuentos, sobre todo a sus cuentos, nos arrastra  la imaginación de Piñera, imaginación penetrante, anticipadora, incluso racional dentro de un absurdo irónico e hiriente.

Para este comentarista, lo mejor de Piñera es su teatro. Pero creo también que no se le puede juzgar por segmentos, que hay que englobarlo dentro de su vida personal y su obra, de su capacidad para amar y también para odiar. Carlos Espinosa, en Virgilio Piñera en persona,  nos lo ofrece así: completo. Y este testimonio no solo delinea una imagen del dramaturgo, el narrador y el poeta, sino que también es un cuadro conmovedor de la época y las circunstancias en que Piñera nació, creció y se formó.

Teniendo en cuenta las vicisitudes e incomprensiones  que acompañaron sus años de formación humana e intelectual, incluso su madurez como creador, quedamos tentados a releer sus obras, sobre todo, además de su teatro, su narrativa. Me parece que es la mejor forma de conmemorar que hace cien años vino al mundo este escritor desafiante, provocador, y conflictivo en sus relaciones personales. Sufrió una niñez un tanto caótica, por la pobreza ocasional y el temperamento sicótico de su padre. Y en su madurez literaria afrontó el ostracismo, un ostracismo injusto dictado por enfoques dogmáticos, que confundieron los límites de la libertad con el sexo, el compromiso político con la desnaturalización del criterio.

Piñera  supo sufrir con dignidad. La celebración de su centenario es su reivindicación. (Trasmitido por Radio Progreso, sección Al pie de las letras)

 

VARGAS VILA, EL ECO Y EL EGO

VARGAS VILA, EL ECO Y EL EGO

Por Luis Sexto

Cincuenta años atrás, la lectura de sus libros compuso en Cuba una especie de iniciación juvenil, cuando en otros países lo cubría el polen amarillento de lo caduco. Su nombre entre nosotros era popular, recurrente.  Pero Mario Parajón, narrador, crítico teatral y cronista culto, vinculado al grupo Orígenes, colaboró a desinflar el inmerecido crédito de José María Vargas Vila, con una nota publicada  en el periódico El Mundo en los primeros años de los sesentas. Parajón alertaba, retando un tanto a los devotos del colombiano, que había que  leer como rezaba un poema de Antonio Machado: pararse “a distinguir las voces de los ecos”. Y detenidos en el camino,  hemos de erguir  la oreja, pulverizar los conjuros de la tradición y concluir que José María Vargas Vila  nos suena como un eco.

Por un tiempo,  la fama benefició al autor de El archipiélago sonoro. José Martí realza cordialmente el valor del panfletario, aventajado perito en el insulto, al invitar  “a nuestro Vargas Vila” a participar de una reunión  con “nuestro Rubén Darío”. Esos son los términos  de la esquela que empareja a dos escritores muy disímiles en obra y trascendencia. Martí debió estimarlo, porque quien pocos años después será  autor de El yanqui: he ahí al enemigo, ya se caracterizaba por su virulencia liberal, antiimperialista. Más adelante se autodefinió como anarquista. Era, en fin, una especie de revolucionario signado por la irreverencia y el desparpajo. Su novela Ibis le atrajo la ex comunión del Vaticano. Condena que lo regocijó, según propia confesión.

Darío lo estimó también. Y tras la muerte del líder del modernismo, Vargas Vila  escribió un mínimo volumen donde contó sus relaciones con el poeta de Azul.  Conoció personalmente a Darío cuando circuló la noticia de que el colombiano había muerto. Y el poeta publicó una necrología conmovedora y conmovida sobre el polemista. En reciprocidad, el apócrifo difunto se acercó al bardo y según las memorias de aquel, estuvieron juntos con frecuencia en función de íntima amistad en Europa,  donde ambos trabajaban como diplomáticos.  Pasaban los últimos años del siglo XIX y el primer tercio del XX, cuando los escritores servían también para doblarse sobre la mesa de los diplomáticos y asistir engavetados en  rígidos trajes  a las recepciones palaciegas.

En Cuba, su obra y su figura  recibieron, según la tradición,  cierto acatamiento. Y al parecer, le placía pasar temporadas en nuestra capital.  Visitó tres veces a La Habana: en 1923, 1924 y 1926. Y en Calabazar residió en una especie de bungaló, a orillas del río Almendares,  en el barrio de Las Cañas, más tarde área donde los Salesianos edificaron el seminario y el noviciado. Todavía en los sesentas esa casa se mantenía convertida en una especie de club nocturno llamado River Cañas Club. Aquí dejó amigos y uno de ellos conservó un archivo con cartas y papeles literarios escritos entre 1899 y 1933, entre ellos un llamado Diario secreto, de cuya existencia y de la donación a la  Biblioteca Nacional habló en 2007 el periódico Juventud Rebelde. En el Diario, el 24 de julio de 1924, confiesa: “Suprimo la narración de mi primera estancia en La Habana, de paso para México, porque todo eso pertenece a mi libro de viajes, y se halla en un volumen especial bajo el título de En la esmeralda fúlgida. Estuve en la República Argentina, Uruguay, Brasil, costas de Colombia, Venezuela y México. Y heme aquí, llegado de nuevo a las playas oro y azul de esta isla maravillosa, donde la sombra doliente de José Martí parece extender sus brazos para recibirme. Recobro el imperio de mí mismo. ¡Bendita sea!”.

A los 73 años falleció en Barcelona. Discurría 1933. Ya su presunta voz iba derivando hacia la certeza de un eco.  Siete años antes había visitado a México. Y el periodista Ortega lo describió así, en El Universal, en 1926: “De pequeña estatura, un poco grueso; de mirada, gestos y hablar que quieren ser olímpicos (…) Voz despectiva y seca (…) Viste irreprochablemente, calza a la última moda, sin descuidar un solo detalle”. Y al referirse a cuantos  lo esperaban en la estación ferroviaria, Ortega apuntó: “Ningún intelectual acudió a saludarlo. Se sabe, de hace tiempo, todo lo que va a decirnos”. A pesar de ello, el mexicano lo entrevistó y al reproducir el diálogo enfatiza en la grotesca vanidad de Vargas Vila, que solo hablaba y permitía generosamente que los demás escucharan. “Se tomaba –aseguró el periodista-por un Zeus Fulminador”.

Siendo muy joven, también yo le pagué impuestos a los libros de Vargas Vila. Era lo común entre los aficionados, todavía, quizás, carentes de la capacidad para evaluar las voces. En una libreta anoté mis impresiones. Terminaba de leer La voz de las horas, y encandilado por la suntuosa retórica, la califiqué de maravillosa prosa y a los conceptos apodícticos y contestarios del autor les asigné el juicio de geniales. Más adelante mordí a Ibis, y aquella admonición al amante engañado que decía muy a lo macho: Si no tienes el valor de matarla, mátate, me resultó extremista,  artificiosa, hasta ridícula,  y renuncié a este autor. Solo conservo, medio extraviado, el folleto con sus recuerdos de Rubén Darío.

A tiempo llegó la nota de Mario Parajón en El Mundo.  Aún se lo agradezco, como le agradezco  haber acogido en su biblioteca doméstica a aquel adolescente que quería ser escritor. Mediante esa y otras influencias  se clarificó mi vocación  y mi criterio literario aprendió a desconfiar del lujo y la banalidad. Porque de lo contrario estuviera ahora distribuyendo adjetivos “maravillosos y geniales”, tanto como los repartía José María Vargas Vila, cuyo delirio estilístico lo condujo a escenificar  su obra y su vida en el personaje de una voz solitaria, insolente, escandalosa  y, sobre todo, enamorada de sí misma. Hoy sólo parece un eco de antiguas nostalgias.

 (Tomado de La palma de la mano)