UNOS LLAMAN A SU FAMILIA Y NADIE RESPONDE
TESTIMONIO DESDE MÉXICO
Por Leydi Torres Arias
Estoy viva.
Eso fue lo único que pude escribir cuando volví a tener conexión luego del terremoto en México. Mi celular se me cayó de las manos en el momento que empezó a temblar, lo recuperé y pude salir del edificio donde estaba. Pensé, de veras pensé, que las escaleras se iban a caer junto conmigo. Por un momento tuve la idea de hacer una llamada (creyendo que podía ser la última) pero me contuve porque la otra persona no estaba en México, no tenía por qué sentir mi terror, y yo no debía ser tan egoísta de romper su tranquilidad, ni de hacer que escuchara mi voz en el justo momento en que yo pensaba que no iba a volver a hablar.
No exagero, el estremecimiento fue muy fuerte. Salí del edificio llorando, por suerte todos los de casa nos reunimos rápido. Pude pasar solo dos mensajes antes de quedarme sin conexión. Creo que en ese momento ni ellos ni yo teníamos la dimensión justa de lo que había pasado, así que yo solo dije: “Acaba de temblar en México, estoy bien”. Y ellos me respondieron algo así como: qué bueno que estás bien.
El edificio donde vivo resistió, pero como el movimiento fue oscilatorio y trepidatorio a la vez, se sentía que se movía a los lados y que a la vez, lo sacudían de arriba abajo. Sentí miedo. Nunca había sentido tanto miedo. Tuve un colapso nervioso y lloré. Lloré como niña chiquita. Solo se me pasó cuando salimos a la calle y vimos la destrucción y los que lloraban porque habían perdido familiares en los edificios caídos. Eso sí era un llanto irreversible, pensé, no como el mío que era de alteración, y hasta sentí vergüenza de haber entrado en shock cuando yo estaba en una pieza y habían tantas personas muertas. Pero mi miedo también era intransferible, yo también estaba aterrada. Y no me podía comunicar. Así que volví a llorar.
Ya que todos debían permanecer fuera de sus casas (por posibles desplomes, fugas de gas, y réplicas del terremoto), y nos dijeron de un edificio que se derrumbó a dos cuadras de nosotros, nos fuimos a ayudar. Había mucho escombro. Horas después, cuando pude responderle a un amigo bombero, me hizo jurarle que nunca iba a entrar a un edificio colapsado aunque yo sintiera gritar a un niño dentro, y le dije: tengo miedo. Y me dijo: el miedo nos mantiene vivos en momentos así.
Mi celular se conectaba intermitentemente y en ningún momento pude llamar a mi familia en Cuba ni comunicar directamente con ellos, así que le agradezco a los que lo hicieron, y a quienes me llamaron por whatsapp o Messenger porque misteriosamente yo no podía hacer ninguna llamada, pero las veces que me llamaron, pude al menos decirles: estoy bien.
Gracias a los que se preocuparon, a los que avisaron a mi familia. Hoy he visto más desgracia y dolor de la que pensé ver en mi vida. He visto cómo los ciudadanos se movilizan para ayudar, cómo quitan escombros y se alegran cuando creen encontrar un sobreviviente, y cómo se ensombrecen cuando notan que ya es cadáver. He visto cómo identifican a ese cadáver, gritan su nombre para si hay algún familiar cerca. Y no. No hay ningún familiar cerca. Tal vez su familia aun está bajo los escombros, o en otro o en otro edifico caído.
Estoy viva. Como me dijo un amigo: soy una sobreviviente.
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