DROGADICTOS DEL DESENGAÑO
Por Lorenzo Gonzalo,
periodista cubano radicado en Miami
La burguesía cubana se acostumbró al facilismo. Estados Unidos le brindaba ventajas para realizar su producción azucarera, deshacerse a precios favorables de una parte de sus producciones agrícolas y de los productos semielaborados de la incipiente industria agrícola que mostraba sus contornos desde fines de la década de los cuarenta. Disponían al instante de abastecimiento de herramientas y piezas de repuestos. Los deslumbraba un modo de vida que fue enraizándose con gran rapidez en la cultura citadina, especialmente en La Habana. Ya el reparto de Miramar y más tarde el Biltmore, llamado hoy Siboney, con sus grandiosas mansiones, reflejaban el modo suburbano de las capitales estadounidenses. El asombro se los tragó de una sola mordida. Entonces se infatuaron con el Norte. Peor aún, se dejaron querer y llegaron a pensar que eran los hijos consentidos del Coloso grande y omnipotente, cuya contribución fue decisiva para ganar dos guerras mundiales. No tuvieron en cuenta que la siguiente conflagración, Corea del Norte, técnicamente la habían perdido. Bueno, quizás lo recordaban, pero el Poder tiene el hábito de borrar lo que no le conviene o le desagrada. También muchas veces, quizás la mayoría de ellas, las cuenta a su modo.
Ese facilismo, les impidió ver más allá de los acontecimientos cuando comenzó el proceso revolucionario. Aun cuando muchos de ellos hablaban de reforma agraria, industrialización, empresas nacionales y defensa de la soberanía, no fueron capaces de actuar, social y políticamente, hasta las últimas consecuencias. Pudo más la preocupación que le causara descubrir que el Norte se había disgustado con los nuevos acontecimientos y haberse convertido ellos mismos en platos de segunda mano. Ambos, Washington y este sector adinerado, parecía molestarles el arrebato popular de apoyo a una dirigencia que, al derrocamiento de la dictadura de Batista, se planteó realizar un viejo clamor de reformas, de las cuales la más importante, para un buen comienzo, debían ser las estructuras y concepciones de relevo. El pueblo cubano detestaba a los partidos políticos. Eran el tabú y el hazmerreír de toda la sociedad. Esto explica el apoyo ofrecido a Fidel Castro, cuando en medio de una controversia bizantina, de las tantas que florecieron en los primeros momentos, dijera “elecciones ¿para qué?” En aquel momento a la sociedad cubana, mayoritariamente le interesaba que se hicieran las reformas necesarias para beneficiar a los más desposeídos y dar un voto de confianza a quienes demostraron, con su desafío a la dictadura, constancia, disposición y voluntad de actuar.
El engatusamiento que el Norte les causara, los llevó a acatar su dirección. Entregaron el mando a quien no era su aliado, porque los intereses que ambos defendían, no sólo eran distintos sino contradictorios.
No entendieron la partida. De opositores posibles o mejor aún, de posibles favorecedores del necesario debate para encaminar el proceso, se convirtieron en las cabezas contrarrevolucionarias de la contrarrevolución elaborada por Estados Unidos de América, con su sede en Langley, Virginia, al servicio del Departamento de Estado.
Hoy continúan con la misma cantaleta, apostando por mecanismos de alternancia de Poder que son cuestionados incluso por las sociedades donde se fundaron hace más de doscientos años. Corrupciones, desafueros y dudas sobre los objetivos que deben regir los procesos de renovación administrativa, han convertido el tema político en algo que a veces resulta poco serio. Las sociedades de hoy luchan, cada día con mayor fuerza, por exigir resultados tangibles a sus vidas.
Pero los amanuenses no razonan, sino racionalizan, insistiendo que el futuro de Cuba se define en coordinación con Washington, sin entender que la Casa Blanca, en estos asuntos, ordena y manda, no negocia. Y cuando parece negociar la jugada, se guarda las barajas que finalmente deciden la partida.
Los subcontratistas de la contrarrevolución de quienes les hablaba recientemente, insisten en ese estilo y además han obligado a quienes en Cuba protagonizan las estrategias dirigidas desde la NED, USAID y los otros organismos estadounidenses, a realizar actos ridículos que nada tienen que ver con los intereses de la Isla y en otros casos crean forcejeos de poder. Por ejemplo, las Damas de Blanco y la UNPACU, bajo la dirección de Berta Soler y de Rodiles, han enfrentado a la FNCA, insistiendo en la confrontación con el gobierno cubano en vez de engrosar el número de sus miembros, lo cual la FNCA considera el objetivo primario de esas organizaciones.
Estas desavenencias, la falta total de receptividad por parte de la población, el descrédito y todo lo negativo que por décadas ha mostrado la estrategia estadounidense de cambiar Cuba desde fuera, imponiéndole sus criterios de gobierno, ha mostrado hasta la saciedad, su obsolescencia moral. Sin embargo, el desengaño no los hace reflexionar, impidiéndoles ver los inmensos paisajes de la realidad cubana que desmienten sus estrategias y discursos.
Se han vuelto adictos del desengaño. No sé si existirán centros médicos donde se atiendan casos semejantes, pero a pesar de sus fracasos, quizás les quede el consuelo de haber aportado una nueva modalidad al glosario de enfermedades adictivas.
19 de mayo del 2017
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