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PATRIA Y HUMANIDAD

LA LUZ DEL COBRE

LA LUZ DEL COBRE

Luis Sexto

Cuando la visita de Benedicto XVI, me encomendaron la tarea, junto al inolvidable fotógrafo Liborio Noval, de acompañar al Papa muy cercanamente, para escribir las crónicas de su peregrinación por Cuba. Ha sido una de las principales coberturas de mi larga carrera periodística. Para Liborio también. Ahora acabo de recibir unas fotos de la misa de Francisco en el santuario de El Cobre, y me he sentido tentado a acompañar una de ellas con la crónica de aquella mañana hace tres años. La foto pertenece a mi amigo el padre Valentín Sanz, buen sacerdote y buen fotógrafo, y me parece que buen latinista. Francisco y su antecesor juntos en esta página. Un gracia duplicada. Dos momentos estelares para nuestra patria.Ojalá hubiera podido estar haciendo hoy lo mismo que en 2012. Pero hay tiempo para trabajar, tiempo para ceder el espacio, y tiempo para estar entre todos, siendo uno más sin importancia.

   Esa mañana el valle aparecía salpicado de neblinas. Desde el atrio del santuario donde permanece la imagen de María de la Caridad, se veía, en lo alto de una colina, y un tanto lejos, el Monumento al cimarrón, el esclavo fugitivo que también, por obra del sincretismo, unió su desamparo, en lengua de su pasado africano, a la advocación de la estatuilla recogida sobre las aguas de Nipe y llevada a las minas entonces llamadas de Santiago del Prado.

   El 26 de marzo, Benedicto XVI había pernoctado entre las lomas que amurallan el poblado, en las instalaciones de lo que hasta hace poco conformaba el seminario diocesano de San Basilio Magno, a unos veinte kilómetros de Santiago de Cuba. En la actualidad varias de las alturas que limitan el valle se aprecian deslavadas, como en carne viva. Desde aproximadamente 1540, cuando los ávidos colonizadores, en vez de oro, hallaron cobre, el trabajo de los mineros, mayoritariamente esclavos, desbrozó la capa vegetal debajo de la cual se escondía uno de los yacimientos a cielo abierto más nutridos de América. Sin embargo, aunque la mina haya sido cerrada, el poblado continúa llamándose El Cobre.

   ¿Quién podría cambiarle el nombre si quizás sea uno de los lugares más recurrente en el habla popular? ¿Qué cubano no lo ha pronunciado aunque sea una vez? “Ampáranos, virgen de la Caridad del Cobre”, dicen muchos, como expresión de una catolicidad estructurada, o también de una religiosidad difusa, o mestiza, que pervive en el aire de la cultura como un signo de identidad nacional.

   Desde abajo, el santuario inaugurado en 1927, que sustituyó al destruido en 1906, se yergue sólidamente, despejado como un ojo gigantesco que mira desde el promontorio en cuya base se recuesta el pueblo y más allá se estira la Sierra Maestra. En los primeros planos de la escalinata de acceso se ubicaban en orden fieles y vecinos. La intimidad era, esa mañana, el rasgo definitorio del ambiente. En el templo, algunos sacerdotes del séquito papal oraban. Al lado derecho del presbiterio, fuera de su urna del altar mayor, la imagen de la Caridad permanecía a mano con sus ropas doradas, como en triángulo, y el escudo de la nación estampado en el centro de sus vestidos, como otorgándole la ciudadanía perpetua. A sus pies estuvo un día de 1868 Carlos Manuel de Céspedes, Padre de la Patria, para ofrecerle la bandera de la independencia a la que él reconocía, con su acto, como Madre de la nación que surgía en el parto de la guerra justa.

   Hacia las 9 y 30 llegó el papa en un automóvil negro. La steel band local tradujo con sus aceros el Ave María, de Schubert. Luego entró, y por el pasillo central se dirigió hacia el presbiterio en cuyo fondo se alzaba el altar mayor; bajo los pliegues de su sotana blanca, resaltaban las zapatillas rojas. Se arrodilló sobre un reclinatorio y bajó la cabeza. Detrás, también en oración, cinco cardenales y numerosos obispos. Tras el recogimiento, a instancias del maestro de ceremonias el sumo pontífice se levantó y se dirigió hacia la imagen de la virgen, cuya cabeza había sido coronada en 1998 por Juan Pablo II. El papa encendió un cirio.

   Al salir al atrio, el santo padre habló brevemente. Apeló a la ética, a la virtud, a la solidez de la familia como bases de un pueblo sano. Y pidió orar por Cuba, que vive ―dijo― momentos de renovación y esperanza. Los fieles, a coro, le pidieron que bendijera a los cobreros. Benedicto XVI partió rumbo al aeropuerto para viajar a La Habana. En el santuario, la llama gruesa del cirio continuaba oscilando entre la fe y la patria...

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