SER O NO SER CONSERVADOR
Luis Sexto
La crónica de las revoluciones nos facilita una conclusión: casi todas han sido hábiles al conquistar el poder, pero menos hábiles al defenderlo. Pocas han perdurado sin que la restauración del “viejo régimen” haya dado una vuelta a ese ciclo que llamamos, en una imagen cómoda, “la rueda de la historia”.
Juzgar desde el presente el pasado es comúnmente fácil, opondrá alguno a mi afirmación. Pero el análisis de los hechos pasados se hace no solo para justificar las acciones de cuantos nos precedieron, sino para aprender de aquello que, aunque pueda ser explicable racionalmente, nos trasmite una especie de aviso: obrando igual podrás llegar al mismo fin, aunque sean distintas las circunstancias. Qué nos enseña, por ejemplo, el fracaso de la Revolución de Octubre, después de que el mundo que ella había generado y en apariencias consolidado hizo implosión en 1990. Primeramente, ese trágico episodio de fines del siglo XX confirma mi aserto inicial: fue muy capaz para destronar al zar y su tinglado de opresión medieval; incluso, se defendió con armas triunfales de la invasión hitleriana, pero no pudo impedir que todas sus conquistas se extraviaran en un camino de retorno. Lo que parecía imbatible, cayó; lo que reputamos de eterno, feneció.
La disolución de la Unión Soviética, el País de los Soviet, el primer país socialista de La Tierra, como llamábamos al vasto conglomerado de repúblicas socialistas surgidas a partir de Octubre de 1917 –según el calendario Juliano-, ha dejado numerosas experiencias para las revoluciones que aspiren, en el siglo XXI, a permanecer como génesis de cambios irreversibles. El tema, claro, resulta excesivo para un análisis periodístico. Pero como sólo escribo a título de periodista, con ese derecho abordo lo que, me parece, todavía no ha encontrado una juicio equilibrado y definitivo. Tal vez, deban pasar cien años para hallar el justo medio en nuestra evaluación. Por ahora, me parece que una verdad, entre muchas, asoma como la punta de un volcán desde lejos: la voluntad política de hacer la revolución necesita de la voluntad política de hacerla perdurar. ¿Y quién no tiene esa intención? No niego que la voluntad de existir perennemente anima a los revolucionarios. Sucede, sin embargo, que la voluntad política de permanecer exige vivir en dialéctica, en actuar utilizando el sí y el no, en un careo creador que evite el anquilosamiento, la rigidez de las estructuras.
En la URSS predominó un apego inflexible a los llamados principios. Nadie en 1917, ni antes, ni después, ha sabido con certeza –Fidel Castro lo ha reconocido- cómo se levanta el socialismo sobre las ruinas del capitalismo o las supervivencias de la Edad Media. Los bolcheviques creyeron haber hallado una ruta. Más tarde, Lenin se percató, al parecer, que no conducía a ningún sitio seguro, y comenzó a tantear. Para mí, la NEP* fue eso: un tanteo que se frustró con la muerte del líder de Octubre y la vuelta a las posiciones originales que Stalin impuso: la propiedad estatal como ficción de la propiedad socialista. Lenin tenía razón: una sociedad, como una casa, no empieza a edificarse por el techo: se precisa fraguar los cimientos y eso no es cosa de poco tiempo, ni de pocas y primarias conquistas. Con ese modelo basado en el control de la burocracia estatal, un país tan dotado de bienes naturales solo pudo alcanzar unas ocho décadas de existencia. Y sin plenitud. Desarrollo en un sector y subdesarrollo en otro. No olvido cuando, en 1988, visité la región siberiana de Sukpay, donde leñadores cubanos trabajan la madera que el gobierno soviético le concedía a Cuba, y supe que los médicos del contingente tenían que asistir, sobre todo los estomatólogos, a escolares que con su dentadura podrida acusaban la falta de ese servicio 70 años después de la Revolución de octubre.
Fue políticamente erróneo adoptar con rigidez principios a los que los fundadores del marxismo solo calificaron de “guía para la acción”. Los principios no pueden estar separados de los fines. Si en la esfera personal el sacrificio de un hombre a sus normas puede resultar admirable, en los procesos sociales la inmolación como destino, no como accidente parcial, logra el valor del fracaso. Porque habría que preguntarse: ¿Para qué edificamos el socialismo? ¿Para acatar principios o para, mediante principios, alcanzar los fines del desarrollo, la libertad y el bienestar humano dentro de reglas de equidad, igualdad, justicia? Habrá, pues, que aceptar que los mejores principios son los que más cabalmente cumplen sus fines de transformar la vida. Socialismo que pretenda la igualdad sobre la pobreza y las restricciones, no puede llamarse así. Con lo cual uno va aceptando que más que las filosofías, los revolucionarios han de tener a la vista las tendencias de la naturaleza humana. A veces se legisla y se teoriza contra ella. Inútilmente. Porque las necesidades de nuestra especie no toleran barreras: cumplida la norma cuantitativa, las demuelen o saltan sobre ellas.
Queremos, en efecto, transformar al hombre viejo: delinear y sustanciar al nuevo. Pero no parece plausible que en sociedades con esquemas económicos incapaces de producir riquezas y que más que con soluciones, respondan con sueños “a las necesidades siempre crecientes” de las personas, pueda surgir un hombre distinto. ¿Cuánto de lo viejo no desempolvan la pobreza y las carencias en la conciencia humana?
Vivir en dialéctica -ese gobernar previendo, según José Martí; ese obrar al tanto de lo que empieza a ser inservible para sustituirlo por una réplica creadora- resulta trabajoso. No creo que aquel ensayo del español Mira y López sobre “la psicología del revolucionario” haya perdido su vigencia. Uno ha lamentado que revolucionarios de ayer, hábiles, dispuestos a destruir el viejo régimen, se hayan convertido en conservadores de su obra, conservadores renuentes a aplicar la dialéctica, ley y método que paradójicamente pululan en sus referencias. Ese tipo de revolucionario encorsetado por la burocracia, que ha trenzado sus intereses personales con su posición en el esquema del nuevo poder, suele sustituir la visión crítica de la realidad con la autocomplacencia; la actividad política con la retórica.
Espero que nadie confunda que en estas notas abogo por los principios generales -claros, precisos y posibles- que informen la acción revolucionaria para tomar el poder, pero sobre todo, apoyo la actitud de mantenerlos siempre en posibilidad de cambiar, que no equivale a desfigurarlos, sino a adaptarlos. Mayor que el riesgo de cambiar, de responder a las urgencias de la vida modificando enfoques y tácticas, es el de no cambiar. Porque si los principios se revisten de blindaje y excluyen lo que un ideólogo cubano llama “tesis que los adecuan”, obtendremos quizás la certeza próxima de oxidarlos entre los hierros que estimamos su salvaguarda.
La historia de las revoluciones sigue dictando su cátedra de experiencia. De sentido práctico. Vivir o no vivir en dialéctica, esa es la cuestión.
*Nueva Política Económica
8 comentarios
Daniel Franco -
Yo me pregunto, vale la pena escribir y emitir opinions que los que gobiernan a Cuba con mano de hierro hace mas de medio siglo no leeran ni escucharan y solo tendran en cuenta su ego personal.
Yo he limitado mi participacion, pues a pesar de ser insignificante me roba tiempo que puedo dedicar a cosas mas productivas. Hasta que el bisturic biologico no pase por Cuba siempre tendremos mas de lo mismo. Entonces para que embarrunar cuartillas.
Un saludo y siempre aprecio lo que escribe, pero desafortunadamente ni ud. ni yo tenemos poder para cambiar las cosas.
historico -
Demetrio Lopez -
El Oriental -
Conciencia Critica -
historico -
Daniel Noa -
Ahora...un reclamo: estas joyas, que apreciamos los que accedemos a su blog..bien pudieran exponerse en su vieja columna de Opinión...vuelva, por favor...allí de seguro llegarán más ojos...y espero que muchos de los destinatarios de estos trabajos no tendrían posibilidad de alegar que no han existido alertas y llamados de la prensa honesta con el corazón en el medio del pecho...A usted le sobra coraje, verguenza y muchos otros valores para desandar aquellos caminos tantas veces trillados...aún a pesar de los escollos que supo y sabrá salvar si le incidieran nuevamente. Apoyo no le faltará.
Marcelino Mata -