LA MODA DEL CANDADO
Luis Sexto
Es como si las puertas estuvieran cerradas. ¿Cuáles -pregunté a mi interlocutora-: esas que cierran en las tiendas, en los cines, en muchas oficinas públicas para que uno tenga que entrar y salir por una sola puerta? No, no solo esas puertas. Me refiero a que los problemas surgen, y una, con toda la razón de la vida, acude a plantearlos, y a veces nadie responde, nadie quiere enterarse.
Este diálogo no es imaginario. Lo sostuve ayer –precisamente ayer- en un receso durante un debate académico sobre nuestra realidad. Y la conversación se fundamentaba en la ponencia que, poco antes, habíamos escuchado. Por supuesto, asentí. Los periodistas, que no somos académicos en el sentido más puro de ese título, somos una especie de académicos de la vida cotidiana, y conocemos de primera mano esas verdades que los investigadores detectan y sintetizan con su instrumental científico. Si de veraz somos periodistas, si soy verdaderamente un columnista, los oídos han de estar a ras del suelo, oyendo incluso los sonidos más lejanos. Como cuando los niños pegan la cabeza a los raíles ferroviarios para comprobar, por la transmisión acústica, si viene el tren que aún no se ve.
Algunos en Cuba, cierto, viven con las puertas cerradas, aunque su función implica mantenerlas abiertas. Fíjense que escribo “algunos”. En los análisis de nuestra realidad, he cuidado siempre de no generalizar, porque sería injusto. Nuestro país es una mezcla de lo positivo y lo negativo. Junto al que no quiere oír, ni ver, incumpliendo así su papel, se yergue otro que sobrepasa su misión. Por ello, uno trata de equilibrar el juicio. Pero la permanencia de la virtud, no implica que el vicio, el defecto, la insuficiencia, no puedan actuar libremente. O que puedan corregirse automáticamente. Incluso, la vigencia de la “antivirtud”, aunque sea minoritaria –que lo dudo-, amenaza la eficiencia de las políticas correctas, solidarias, revolucionarias, en fin.
Todo cuanto vengo diciendo se empalma con lo dicho el viernes pasado y el anterior en esta columna. Hablábamos entonces de la conciencia jurídica, cuya influencia uno notaba que había disminuido. Yo citaba ejemplos reales de desidia e injusticia. Como si algunos de cuantos debían cumplir y hacer cumplir las leyes, salvaguardar el derecho, solo les preocupara mantener su estado, su “figurao”, como dice el pueblo.
Por momentos creo –aseveró mi amiga con cierta resignación- que queremos un país de puertas cerradas. Porque –argumentó- si no por qué este o aquel se escudan tras las puertas sin que nadie les pida cuentas por esa actitud de indiferencia, de descrédito. Qué trabajo pasas para que alguien te responda o explique. En un punto, sin embargo, no le di la razón. Ese no debe ser el país que queremos, ni el que se ha proyectado que exista. ¿Piensas que acaso somos solo nosotros los que ponemos los oídos sobre el suelo para distinguir los mensajes que definen nuestra situación social? ¿Crees que somos los únicos que ponemos la cabeza en el carril para averiguar que el tren se anuncia? No; no podemos ser los únicos…
13 comentarios
julian -
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Daniel Franco -
En cuanto a Cuba, no se puede seguir justificando hacer cosas incorrectas porque en los EU o Inglaterra las hagan.
Daniel Noa -
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